martes, enero 01, 2019

El elegante avestruz



Avestruz, foto Wikipedia: "Diego Delso, delso.photo, License CC-BY-SA"
Dignidad, libertad y prestancia. Palabras que irán apareciendo a lo largo de estas páginas de Animalia. Y dentro de estos parámetros generales, constato como la animalidad se nutre de un polimorfismo exacerbado e inagotable que configura la extraordinaria riqueza del mundo natural. Todos los taxones son posibles. Formas pequeñas, microscópicas unas, medianas otras, grandes o gigantescas. Están los que nadan o flotan, los que se arrastran por el suelo, los que corren como cohetes y los que vuelan por el aire.

Pasa lo mismo con los humanos: los hay de todo tipo. Sin embargo, ya podemos tener la nariz larga, las orejas grandes o pequeñas, los cuellos cortos, los ojos estirados o redondos, o las piernas delgadas, que todos somos iguales. Bueno, iguales no, más bien todos somos diferentes. De hecho, muchos estipulan que cada persona constituye en sí misma una especie distinta, tales son las diferencias, visibles e invisibles, que hay entre uno y otro ejemplar. Y sin embargo todos somos iguales... Sin duda es en esta paradoja donde se encuentra uno de los secretos de nuestra condición humana y animal: todos somos a la vez iguales y diferentes, no un poquito, sino radicalmente iguales y diferentes. Como también lo son las diferentes especies del Reino Animal, unidos por la capacidad de movimiento, pero diferenciados por la forma y su intimidad sustantiva.

Ahora bien, si todos somos tan diferentes y nos gusta tanto serlo, ¿por qué no sumar nuestros taxones específicos al repertorio de las taxonomías animales existentes? ¿No serviría eso para acusar aún más las diferencias, incorporando a la creatividad humana el rico patrimonio de la creatividad animal? Se abre aquí una rendija que la irrefrenable imaginación humana no tardará en abrir y ensanchar, como los autores de ciencia ficción no se cansan de reiterar. Es decir, gracias a la combinatoria de la reproducción, bien asistida por los diseñadores genéticos, no se tardará mucho en hablar de un hombre-pez guapo y apuesto, de una mujer-caracol vivaracha y licenciada en derecho, por no decir ya de un niño-tapir escolarizado en una granja de cría de personas canguro... ¿Tendrá esto un día traducción real en la creatividad genética de nuestra especie? Sin duda las puertas ya están abiertas para que así sea. El distintivo humano, es decir, lo que nos hará humanos de verdad, no será tanto la forma sino la autoconciencia ligada a la dignidad y al principio de libertad, y no es de extrañar que en un futuro los signos de esta autoconciencia aparezcan en formas mixtas de hombre-león, hombre-perro, mujer-avestruz, por no decir ya simples bestias evolucionadas, mientras que muchas de las formas puras hombre-hombre, mujer-mujer o mujer-hombre puedan carecer de la más mínima autoconciencia... Paradojas del futuro que no tardaremos en ver.

Vayamos de nuevo al Parque Zoológico, allí donde un animal ha llamado nuestra atención: el avestruz. No es extraño que así sea: su recinto se encuentra justo delante de la entrada principal del Parque, y es normal que tropecemos con él, sobre todo si tenemos la suerte, como me ocurrió a mí, de encontrarme con la magnífica figura de un avestruz plantado en primera fila.

Quién no ha visto nunca a este animal con atención, vale la pena que se detenga y lo observe durante varios minutos por no decir unas cuantas horas. No se arrepentirá. Se trata de un ave -¡la más grande que existe!- que en vez de volar, corre, evidentemente muy deprisa, gracias a unas patas largas y poderosas, y a unas alas cortas que le sirven para guardar el equilibrio. Pero lo que me cautivó de entrada fue su acusada personalidad, debida a una presencia sin duda insólita y refinada. Estaba el ejemplar a sólo un par de metros de distancia y me apoyé en la barandilla para contemplarlo con atención. ¡Qué atuendo más exquisito y original, compuesto de un plumaje viejo y polvoriento que le daba un porte básicamente femenino! Parece mentira que la palabra avestruz sea del género masculino. Pero si parecen viejas damas de otra época, de las que iban cubiertas de pieles que les caían por los lados y las obligaban a caminar con torpeza, saltarinas y quebradizas, mientras hacían cola para ir a la ópera. Quedé fascinado por aquella visión inesperada. ¡Qué manera de caminar, entre tímida y coqueta! De repente, la vieja dama se detuvo y se quedó con la boca abierta, los labios en pico, largos y duros, abiertos. Detenida por algún inesperado asombro, no sabría decir cuál, los ojos excitados, quizás sufre de hipertensión, aunque no tarda en cerrarlos quedándose con la boca abierta, y te das cuenta que en realidad está haciendo una siesta. ¡Bendita señora! Se trata, sin embargo, de un macho, ya que tiene las plumas negras...

Su cuello es largo y arrugado, casi de reptil, pero muy elegante, flexible y ondulado. Sus patas, poderosas, estiradas y nudosas, al estar desnudas la hacen aún más coqueta. ¡Qué animal más raro e intrigante! Parece que vea un avestruz por primera vez.

Decidido a averiguar más sobre el mismo, me entero de que se ha convertido en un animal de cría, reproducido en granjas por todo el mundo, especialmente en Estados Unidos, aunque ya empieza a haberlas en España (en Gerona, según me han contado en el Mercado de la Boquería, hay unas cuantas). La razón es que de él se aprovecha todo: la piel (muy apreciada en las pasarelas, Armani las exhibe con asiduidad), las plumas, la carne, la grasa e incluso las uñas (para pisapapeles, ya que son muy duras). ¡Pobre avestruz! Sólo de imaginarlo sin plumas, me lleno de indignación. ¡Qué ignominia! Un animal tan noble que suele vivir, dejado en libertad, entre 60 y 70 años. Con una dieta sana, libre y sin depredadores, ¡quizá llegaría a los cien! Suelen matarlos a los 10 meses de edad, pues más tarde la carne se vuelve demasiado dura. ¡Qué escarnio, y qué disparate!

Foto Wikipedia: "Diego Delso, delso.photo, License CC-BY-SA"
Permítame, lector, que llegados aquí, yo que soy un defensor acérrimo de las Corridas de Toros y que he comido carne toda la vida, me pregunte consternado: ¿por qué los humanos nos hemos de alimentar de carne? Patos, pollos, cerdos, ovejas, vacas..., ¡y ahora, avestruces! Los canguros hace tiempo que también se crían en granjas. Comprendo que cuando emergimos como especie, necesitáramos este plus de proteínas. La caza ha sido un arte y una necesidad durante centenares de miles de años. Hace muy poco, tan sólo doce mil años, que descubrimos la ganadería y la matanza sistemática. Hasta llegar a la horripilante industria alimenticia de hoy en día. Pero ahora que ya somos urbanos, que hemos dilapidado casi todos los bosques salvajes y que las selvas retroceden año tras año, es un poco absurdo que todavía necesitemos matar a otros animales para alimentarnos. ¿Es que somos caníbales? Estoy seguro de que dentro de doscientos años, si es que aún quedan humanos, pasaremos como tales: asesinos en serie de animales.

Ante estas crueldades, las Corridas de Toros me parecen una antigüedad noble y elegante, un anacronismo respetuoso y comprensivo, casi civilizado. Claro que también tendrán que desaparecer, pero empecemos por eliminar las granjas de exterminio y los mataderos -aunque hablando de matanzas, antes deberían eliminarse las guerras, si tenemos en cuenta el principio de la igualdad entre los diversos componentes del Reino Animal.

Pero dejemos los toros, las Corridas y las guerras para más adelante, y regresemos al entrañable Parque Zoológico de Barcelona. Impresionado por la imagen del avestruz, me quedé más de una hora contemplando aquel ejemplar que se me ofrecía con tanta amabilidad. Apenas cambió de posición. De vez en cuando hundía su pico entre las plumas, se rascaba, supongo. Giraba el cuello con elegancia, y sólo movía un poco el cuerpo, balanceando su vestuario, mientras las piernas rectas le temblaban ligeramente. Al final me fui, al tener la impresión de que de tanto mirarlo, invadía su privacidad. Y para dejar espacio a los niños y a las familias que se acercaban impactadas también, pero con prisas, gritos y preocupaciones.

Seguí paseando por el Parque, pero aquella impresión del Avestruz permanecía clavada en mi mente. Pensé que no valía la pena continuar. ¿Acaso mis visitas deberán limitarse a un único animal?, me pregunté consternado. Bueno, por eso uno se hace socio amigo del Zoo. Vi entonces a una Cabra Hispánica frente a los avestruces. Sería el objetivo de mi próxima visita. Y es que por encima de una roca, en una jaula que casi no lo parecía, atisbé un Cabrón que me había clavado el ojo. ¿Será Satanás?, pensé. No, era un Macho Cabrío español de mucho cuidado, provisto de una larga barba y unos cuernos imponentes. ¿De qué provincia de España sería?, me dije asustado. Lo saludé y me contestó con un soplido.

- Hoy no -le dije- Mejor quedamos para la próxima semana.

No pareció demasiado convencido, pero al instante me ignoró.

¡Qué lujo!, pensé, tener todos estos animales en tu propia ciudad, poderlos visitar si quieres, charlar con ellos y descifrar sus pensamientos y sus emociones. Claro que sería mejor tenerlos más cerca de tu casa y poderlos ver cada día sin tener que pagar una entrada. Ese mismo Cabrón, ¿qué debería estar pensando? Pero lo dejé para otro día. Me quedaba con el Avestruz. Con el recuerdo de "ella" tenía más que suficiente.

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