domingo, diciembre 30, 2018

El Rey León

(versió en català)

Kevin Pluck [CC BY 2.0 ], via Wikimedia Commons

Cuando hablamos del Zoológico y de sus habitantes, uno de los que más llama la atención del público es el León. La razón es clara: pertenece a la Casa Real selvática y, pese a no utilizar ningún cetro, la corona se le da por supuesta. Esta principalidad jerárquica explica muchas cosas: de entrada, que sea el animal más feliz del Zoo. Sabido es que el león suele pasarse el día durmiendo, acostado al sol espantando las moscas con la cola. Se dice que es la leona quien caza y que el león se limita a rugir y, como es de esperar, a comerse las mejores partes del botín. Después, punteado por los bostezos, suele hacer una siesta que dura horas (20 al día, al parecer). En el Zoo, esta costumbre aún se realiza con más exactitud, ya que ni siquiera tiene que salir a cazar: los empleados del Parque le llevan diariamente la comida. Esto no es ninguna crítica ni los otros animales del entorno lo ven como un privilegio insultante: todo el mundo acepta esta realeza natural sustentada por la cabellera que le caracteriza, así como por la naturaleza extraordinaria de su rugido.

Se trata de una condición, la suya, perfectamente asumida por grandes y pequeños, felinos y cérvidos, aves y reptiles. Quizá no por las pulgas ni por las ratas, estas bestias impertinentes y mal educadas, pero no dejan de ser la excepción que confirma la regla. Nadie le niega ni el título ni el papel. Y sin él ser consciente, de alguna manera sí lo es, como lo manifiesta la tranquilidad de su gesto, que se impone sin tener nunca que justificarse. En el Zoo, esta condición real se acepta y se respeta: tanto los empleados municipales, veterinarios e investigadores, como el mismo público, saben que una corona invisible permanece siempre en su cabeza, del mismo modo que los reyes actuales de los humanos no necesitan llevar sus trajes y distintivos cada día. La verdadera diferencia entre unos y otros radica en que los reyes de naturaleza humana sí necesitan disfrazarse y ponerse la corona de vez en cuando, aunque sea una vez al año o una vez en la vida, para que la gente lo recuerde, mientras que el león, salvo en los dibujos animados y en las caricaturas, en la vida real nunca lleva corona. Por lo demás, las similitudes son grandes: en ambos casos, no se les exige ningún trabajo y se pasan la vida sin hacer prácticamente nada. Sólo han de "estar" y "ser", y de vez en cuando, "rugir".

Después de estas palabras introductorias al león, se comprenderá que cuando entré en el Zoo con ánimos de empezar a redactar esta crónica, una de las primeras cosas que hice fue visitar al Rey de la Selva. Era una manera de homenajearlo y de someterme a la jerarquía. Llegué y allí lo vi, bien, a las leonas es a quien vi, ya que ninguno de los señores estaba a la vista. De repente descubrí a uno: acostado entre un grupo de sus señoras. La cabeza reposaba sobre una piedra y de lejos semejaba un fardo de pieles doradas. Al verlo así dormido, pensé que parecía un rey destronado. ¡Pobre león! Y sin embargo, ¡qué prestancia y qué distinción! ¡Qué rostro de majestad e imperio! ¡Qué serenidad dura e indiferente! ¡Qué amplitud de frente regia y magna! ... ¡Y eso que sólo dormía!

Para verlo bien, tuve que esperar un rato, pero al final levantó la cabeza, miró al público, parpadeó dos o tres veces y, de repente, abrió la boca en un regio y magnífico bostezo. Las cámaras de fotografiar del público, que habían esperado aquel instante con ansiedad, dispararon todas a la vez, sin que al león le importara un bledo. Al terminar el bostezo, apoyó de nuevo la cabeza y volvió a su somnolencia.

Sí, no había duda, mi primera impresión había sido correcta: bajo aquella apariencia de lánguido aburrimiento, el León era el más feliz de los habitantes del Parque. Comprendí que el León ejercía su cargo con vocación, y que era en el Zoo donde mejor se expresaba su regia leonidad.

Además, de todos sus compañeros de Reino, creo que el León es quien tiene más justificada su reclusión. No porque haya hecho nada malo, ya que la mayoría de los leones que habitan en los parques zoológicos de las ciudades suelen ser buenas personas y no tienen asuntos pendientes con la justicia, ni la divina, ni la humana, ni la animal. No, su castigo, si de castigo puede hablarse, es por el símbolo que representa: el poder regio, la Monarquía. Ponerlo en un Zoo es encajarlo en una constitución. ¿Les molesta eso? No lo creo: se vive bien, el sueldo no es malo, el trabajo es poco y se mantienen las distinciones. Es desde el lado del Símbolo que pueden sentir algún escozor, o mejor dicho, una cierta nostalgia. Pero los humanos han aprendido, a lo largo de los siglos, que es mejor tenerlos en una jaula, aunque sea dorada. Que luzca su empaque, sí, pero entre cuatro paredes.

Vincenzo Gianferrari Pini [CC BY-SA 2.5 it ], from Wikimedia Commons
Para acabar de ensalzar su figura, nada mejor que ver lo que pasa cuando se le exhibe en el circo -o se la exhibía, ya que me parece que lo han prohibido-. Lo he visto varias veces, en directo y por televisión. El domador, disfrazado de Tarzán, busca siempre lo imposible: ser él el Rey, destronando a quien lo es por ley natural. Recuerdo que su figura, heroica entre las fieras, nunca lograba la realeza que buscaba. Era como si un domador simio pretendiera ser humano domando a unos humanos. Podía jactarse de su valentía, y eso nadie se lo discute, y aún de muchos otros atributos todos ellos dignos y meritorios (gracia, arte, tenacidad, astucia, picardía, mano izquierda, voluntad, heroísmo, elegancia, maña...) pero nunca el brillo de la corona pasaba de uno al otro. Daba la sensación de que las fieras obedecían por educación, como lo hacen los reyes coronados cuando asisten a los desfiles, a las bodas o a las inauguraciones, para no dejar en ridículo a quienes les dan de comer, actuando con afecto e incluso con mimo hacia el domador, por ejemplo dejándole poner la cabeza dentro de su boca sin comérsela. Y es que sabe muy bien el león que, por mucho que el otro lo pretenda, la corona no se la quita nadie. Porque la corona es él.

Llegados aquí, hay que volver atrás y centrarnos de nuevo en el deslumbramiento que nos ha provocado la imponente presencia de la fiera. ¿Realeza? Más bien deberíamos hablar de Dignidad para indicar las cualidades y la valoración que el león nos despierta. Sus atributos, que consideramos elegantes, majestuosos, nobles, dignos, indiferente a las banalidades, no son más que el espejo en el que proyectamos todas estas cualidades, un modelo natural donde poder encarnarlas.

¿Pero cuando comenzó esta manía y todo este jaleo de las proyecciones? El león, rey. La tortuga, sabia. El caballo, noble. El burro, tonto... Qué pesados somos… Y sin embargo, creo que constituye una de las aptitudes principales de los humanos. Millones de años de observarnos los unos a los otros propiciaron que al final, una de las especies, la nuestra, se diera cuenta de las diferencias. El primate homínido que se separó de la rama común de los chimpancés hace seis millones de años intuyó que mirar era ver al otro, adivinó la dualidad esencial de la percepción y, en la distancia entre el que mira y lo mirado, nació el espacio para lo que hemos llamado conciencia con un poquito de auto-conciencia. Desde entonces no hemos cesado de calificar y de ordenar los modelos que la naturaleza nos ofrece, proyectando en cada uno de ellos nuestras cualidades deseadas o desdeñadas. Así se crearon las primeras culturas animistas, que más tarde subieron de tono con las divinidades zoomorfas para acabar con los dioses personalizados.

Observar a los animales sin reprimir nuestra capacidad de proyección y desde la ingenuidad de una percepción apriorística, disfrutando de ello sin reparo, así como de los diferentes contenidos que la tradición les otorga, ¡qué delicioso entretenimiento!

martes, diciembre 18, 2018

¿Es posible salir del bucle independentista? Libertad, Alteridad, Fraternidad…


Esta pregunta me la voy haciendo día tras día sin encontrar a nadie con una respuesta convincente. La situación sigue tan complicada o más que nunca, según se mire, pues con los resultados de las elecciones en Andalucía se introducen nuevas variables que tienden a echar más leña al fuego. Y mientras todo el mundo se desgarra las vestiduras con la entrada de Vox en el tablero español, los nacionalistas catalanes más convencidos parecen estar encantados, pues ahora por fin podrán esgrimir razones de peso, según ellos creen, sin darse cuenta de que no están más que cavando su propia tumba. 

Voy a la playa, pues necesito hablar con mis amigos futurólogos, que suelen ver las cosas con distancia y sus ideas siempre son un alivio de relatividad y sosiego. 

Los encuentro frente al Club Natación Barcelona. Veo a Mercadal y a su lado a Bastides metido en uno de sus silencios contumaces. Con ellos van también Corominas y Paquito, los dos muy preocupados, caminando descalzos por la orilla del mar. 

- Buenas tardes a todos. ¿Qué os pasa que os veo tan cejijuntos?

- Bueno, la situación está muy complicada… -dice Paquito, profesor de historia en un instituto y independentista moderado. Parece asustado…

Mercadal me aclara la situación:

- Están preocupados por lo del viernes 21. Pero yo les digo que de nada sirve preocuparse, pues lo que tenga que pasar pasará, como siempre ocurre, y sanseacabó. 

- Pues yo no lo veo tan claro, Mercadal –dice Corominas–, por primera vez veo peligros que antes no existían, y el ambiente está muy caldeado…

- Y tienes razón, ¿pero qué le vamos a hacer? Fijaros que el momento es francamente divertido, si le sacamos todo el dramatismo escénico. Pedro Sánchez se la juega con su apuesta de venir a Barcelona, pero están más preocupados todos los demás que él mismo, lo que es un punto a su favor. Los de la ceba, quiero decir los independentistas, no saben muy bien qué hacer. Por un lado el cuerpo les pide guerra pero el cerebro y el canguelo les sugieren que no conviene excitarse demasiado. Los callejeros están eufóricos y en estado de exaltación máxima, esperando el cuerpo a cuerpo con los policías, con la esperanza de recibir muchos palos de los nacionales, a ver si consiguen revivir un poco de 1-O. Los del PP y Ciutadans se mofan de Sánchez y de su apuesta, pero saben que si le sale mínimamente bien, se asegura el futuro, pues el pueblo español prefiere llegar a acuerdos que a las manos. Todos gesticulan con muchas razones de peso pero quién parece estar más tranquilo es Sánchez, como si no tuviera nada que perder. Y en verdad que tiene poco que perder, pues ya lo perdió todo en Andalucía y sólo le queda salir airoso de Cataluña con los mínimos rasguños. ¿Se saldrá con la suya? He aquí la cuestión. No lo tiene fácil, desde luego…

- Todo el mundo dice que son días decisivos…

- Sí y no, Rumbau. Siempre se dice lo mismo, pero en realidad todo sigue su curso inalterable y predecible, pues son tan lamentables los posicionamientos de unos y de otros, que van al enconamiento sin remisión alguna, convencidos de tener la razón, y con ganas de conseguir la victoria final sobre el enemigo. Como si ello fuera posible…

- ¿Qué quieres decir? –le pincho–, ¿que nadie puede ganar?

- Exactamente. Y por eso se siguen peleando, porque saben que en el fondo nadie puede ganar y como se vive muy bien en el encono, pues siguen en ello a ver si les dura el chollo…

- Caramba, no lo había pensado así…

- Pero algún poco de razón tendrán unos más que otros… -protesta tímidamente Paquito, que no acaba de entender este relativismo del futurólogo…

- Que tengan o no razón es lo de menos, sin duda cada contrincante tiene la suya, de razón, todas ellas están muy bien sustentadas y son de peso, con mucho márketing por detrás las apoya, pero al tener la razón todos, no hay solución. 

- Pues entonces se impondrá la ley del más fuerte, ¿no?

- Sí y no. Hoy en día, ¿dónde está la fuerza? No, Corominas, el empate es mayúsculo y pétreo, un tapón más que peligroso, pues si sale disparado, la explosión afectará a todos…

- Entonces, ¿no ves la solusión por ninguna parte? Estamos condenados a este bucle de absurda irracionalidad?

- Sí, pues la salida evidente no puede venir de ellos, sino de otra parte. Mira hacia el sur y fíjate en los valencianos. A la chita callando, van mostrando el camino. Por ahora, son los más inteligentes del ruedo ibérico. Y mira también a Aragón y Zaragoza. Están aprendiendo lo que debería haber defendido el catalanismo, cuando aún tenía posibilidades…

- A qué te refieres…

- Pues a esa obviedad de que las diferencias, hoy en día, ya no son un motivo de separación sino que, por el contrario, son un evidente estímulo para la colaboración y la confraternización. Esta era la posición del catalanismo sano del primer Maragall y de cuando se hizo la Transición, cuando se veían las diferencias hispánicas como grandes acicates para la colaboración y el apoyo en aras de un desarrollo común basado en estas diferencias. Pujol rompió con esta idea al imponer el clásico nacionalismo del yo contra tú, de buscar en los demás el enemigo para afianzar así su sueño romántico de una Cataluña pura e independiente. Pero es de cajón: la solución está en este pequeño cambio de chip: exaltar las diferencias no para separarse, sino para unirse en el mutuo provecho. 

Bastides, que se había detenido y miraba fijamente al mar, arrancó a hablar con voz inspirada: 

- ¡En verdad en verdad os digo, que veo en el futuro una nueva revolución mundial que substituirá los tres principios de Libertad, Igualdad, Fraternidad, por la nueva tríada Libertad, Alteridad, Fraternidad! Fijaros cómo la Revolución Francesa, al imponer estos principios, impuso la fraternidad entre los que se sienten iguales, es decir, entre los que pertenecen a un mismo bando o nación, una igualdad de parte que les enfrenta a los que se sienten pertenecer a la otra parte, con lo que delimita la fraternidad al grupo o a la tribu. De aquí nacieron todas las guerras del siglo XX. Hoy hemos comprendido que la libertad, aplicada a la persona, debe aplicarse a su diferencia, pues todos tenemos derecho a ser diferentes, el uno catalán, el otro español, el otro gallego o valenciano, cada uno con su singularidad a cuestas y con ganas de exaltarla a sus máximos exponentes, y es en estas diferencias donde cabe aplicar la Fraternidad. La fraternidad entre iguales no tiene ni mérito ni sentido, pues no hay personas iguales, todos somos diferentes, de ahí que la base de todo es la Alteridad, que substituye a la falsa Igualdad, un concepto que sólo sirve para someter a los diferentes y hacerles creer que son iguales. 

Nos quedamos anonadados ante las palabras visionarias de Bastides, que parecía estar bebiéndolas del mismo horizonte, como si alguien se las estuviera dictando desde la lejanía, quizás algún dios de esos mediterráneos que ayudan a ver el futuro y que por lo visto se asoman a algunas playas, como la de la Barceloneta. 

- ¿Y crees que esto cambiaría las cosas?... –preguntó tímidamente Paquito, que no entendía nada.

- ¡Por Ra! –saltó Mercadal, a quien las palabras de su amigo lo habían excitado sobremanera–, ¡lo cambia todo! Este nuevo concepto abre las puertas del futuro como pocas veces lo había visto. ¿Quieres una política de acorde con esta nueva idea? Pues sólo tienes que desarrollar las tres palabras conjugadas entre sí, y tendrás todas las líneas tácticas y estratégicas a seguir. 

- Algo que los nacionalistas, sean del signo que sean, jamás podrán hacer, de ahí el parón en el que se encuentran. El tapón es la palabra Igualdad metida entre la Libertad y la Fraternidad. Sacarla y poner Alteridad permite que fluyan las diferencias y que Libertad y Fraternidad circulen y se apliquen universalmente. ¡Más claro el agua!

- Substituir el odio al diferente por la fraternidad y sacarle todo el rendimiento a la nueva situación. Y desde la libertad de poder ser diferente. Los independentistas coaccionan la libertad de los que no lo son, quieren imponer su igualdad de lengua y pensamiento, y la fraternidad sólo es aplicable a los del clan, a los del lazo amarillo, los demás son los enemigos a batir. He aquí su perversión: han traicionado al catalanismo, que sí entendía la suma de Libertad, Diferencia y Fraternidad. 

Los dejé al pasar de nuevo por el Club, aturdido por sus palabras. Y mientras me dirigía a las duchas, no podía dejar de pensar en lo que nos había revelado Bastides. ¿Acaso tenía razón y la nueva fórmula de la vieja tríada revolucionaria tenía que pasar a Liberté, Altérité, Fraternité?...