¿Es posible que el actual Momento Afgano, que tanta tinta está derramando en periódicos y centralitas de información, se convierta en el Momento Europa? Así de rotundo se mostró el otro día Bastides, el futurólogo de la Barceloneta, cuando comentamos la situación.
—Mira, Rumbau, hoy todo el día están hablando de la decadencia de los EEUU y del mundo occidental en su conjunto, y qué duda cabe que tienen toda la razón del mundo. Pero si lo miramos con detenimiento y bajo el prisma de la visión futura, te diré que bien podría ser el arranque de un resurgir europeo, cuando nadie da dos duros por ella.
Se detuvo mirando el horizonte del mar, como suele hacer en sus paseos de la playa.
—Lo que ha quedado claro es lo siguiente: un estado como el americano, que suele subcontratar la mayoría de sus servicios esenciales para ocuparse de una invasión y de un proyecto político de transformación, como planificó para Irak y para Afganistán, está condenado al fracaso. Así al menos lo ha demostrado en ambos casos. La razón es clara: se abandona cualquier intento de cohesionar una línea de acción política, como por ejemplo se hizo en Europa y Japón tras la Segunda Guerra Mundial. Esta carencia tan grave de los EEUU les incapacita para cualquier proyecto complejo que en el futuro pretendan liderar fuera de sus fronteras.
Todo esto es evidente, creo yo. Se dice que Rusia y China son los grandes vencedores, además de Pakistán, Irán y Turquía. A bote pronto, es una deducción lógica, pues desaparece de un plumazo la presencia americana y occidental en un cruce de caminos tan importante como es Afganistán. Rusos y chinos pueden hacer sus negocios con mejores condiciones, Pakistán se enorgullece de tener su ‘patio trasero’ bajo control, Irán ve surgir a su vera un poder aparentemente similar, y Turquía se friega las manos pensando en mediar para medrar.
Pero atención, disponer de un patio trasero como Afganistán no es ningún chollo, por mucho que crean controlarlo. Más que un motor de retaguardia, yo diría que es un lastre de carga inútil. Y la corrupción que acompaña a todo régimen teocrático totalitario, en un país que vive del opio, no augura influencias muy positivas.
Para Irán, no creo que el dolor de muelas que siempre ha sido el tema afgano vaya a desaparecer. Por el contrario, podría ir en aumento. Desde luego, cierra vías de evolución positiva a Irán, y esto, por mucho que lo celebren los ayatolás gobernantes, para el país es y será un lastre en un patio trasero que nunca han controlado.
Turquía puede medrar, pero enredarse en los negocios del Gran Juego petrolero, con la droga en medio, es un mal asunto.
En cuanto a Rusia, su experiencia afgana les dice que lo mejor es mirárselo desde lejos. Si ya Chechenia se conquistó a un precio tan alto, saben que el precio a pagar por Afganistán es inasumible para cualquier potencia.
El problema para sacar réditos de la situación está en la misma esencia del poder ruso: su empecinamiento totalitario que solo piensa en las ganancias geoestratégicas. Este freno congénito que supone la mirada corta que solo busca aprovecharse del momento, peca de esto, de su poca capacidad estratégica abierta al futuro.
Lo mismo cabría decir de China, a pesar de que ellos sean los únicos que manejan líneas estratégicas de intervención a largo plazo. Lo pueden hacer por el carácter totalitario de su orden interior, que les garantiza disciplina y acción consensuada en el tiempo. Pero el egoísmo imperial de un poder absoluto suele chocar pronto con sus límites, y la historia ha demostrado hasta qué punto un país como Afganistán es un avispero de esos que no se dejan controlar: la tendencia china a la política del ‘limón estrujado’ saca tiros por la culata y despierta feroces reacciones locales y de la competencia interesada en lo mismo.
Queda Europa. A simple vista, es la potencia más incapaz de tejer estrategia alguna ni de intervención operativa posible. Su fragmentación la paraliza, demasiadas divisiones nacionales para un tema tan complejo. Y, sin embargo, lo asombroso del caso es que Europa es hoy en día el único poder mundial que, por muy débil que sea, dispone de un estado constituyente que en sí mismo constituye ya un proyecto estratégico a corto y largo plazo de resolución de los problemas.
Lo que define a Europa es el principio de la unión de las diferencias respetando su diversidad, un principio que, pese a todas las dificultades y los obstáculos, ha conseguido establecerse e incluso ensancharse hasta alcanzar sus 27 países actuales.
Un poder débil que tiene la llave de la solución de los problemas más importantes que tiene el mundo: ¿cómo gobernar la complejidad de un conjunto de países, muchos de ellos históricamente enfrentados entre sí, sin llegar a las manos?
Muchas leyes y regulaciones. La paciencia de las miradas que buscan los denominadores comunes capaces de tejer complicidades, intersecciones y proyectos conjuntos. Y un avance lento y milimétrico.
Con la caída de los EEUU en su actual incapacidad operativa de intervención compleja, solo queda Europa como único referente de un poder imperial que sin embargo huye del totalitarismo y acepta la visión compleja de la realidad.
Un imperio no imperial que finalmente es al que se llama cuando se trata de allanar y superar diferencias, de apagar fuegos con soluciones mayormente paliativas, pero que muchas veces son las únicas posibles si no se quiere caer en la intervención simplista y destructora de los poderes militares y autoritarios.
Por eso digo, Rumbau, que el Momento Afgano puede ser en realidad el Momento Europa, aunque nadie se lo crea ni apueste por ello. Mejor así, su forma de avanzar es la de ‘avanzar sin avanzar’. La fuerza actual de Europa es su debilidad, por mucho que cueste creerlo.
Claro que podría ser que me esté adelantando y que aún falte un poco para este despertar sin despertar europeo. Pero esta lentitud forma parte también de la fuerza oculta de su ser sin ser, su verdadera arma secreta. Por cierto, ¿no es esta misma la característica principal de la España de las Autonomías, ese ser sin ser que la define sin acabar de definirla?
Caramba con Bastides, pensé. ¿Será verdad eso que dice y que Europa surja de pronto como referente mundial? Quizá sea mejor que nadie se entere, para que a nadie se le ocurra chafarle la gaita.