La verdad es que yo también estaba deseando charlar un rato con los futurólogos de
Los encontré como siempre caminando tan tranquilos por la arena mojada. Iban callados, rumiando los temas del presente desde los cuales trazan sus líneas de futuro, a veces lejanísimas, otras más cercanas. Nos saludamos efusivamente tras tantos días sin vernos y al acto empezamos a charlar, muy contentos ellos de encontrar a alguien con ganas de escucharles.
Cómo es lógico, les pregunté sobre la noticia de estos días: la semana negra de las finanzas, en lo que todo el mundo define ya como el crack del 2008, comparable o incluso peor al de 1929.
- Sí, estamos impresionados, ¡cómo no lo vamos a estar! –dijo Mercadal–, fíjate que nosotros situamos la primera gran crisis mundial muy por delante en el calendario, y de pronto nos cae en pleno 2008. ¡Impactante, Rumbau!
- Cierto, cierto –añadió Bastides con vehementes gestos de cabeza–, piensa que nuestros cálculos la situaban unos veinte años más tarde, y ¿sabes qué significa eso? ¡Pues que el tiempo corre que es un contento!
- ¡Vuela, Rumbau, vuela, ésta es la cuestión! Y esto nos ha obligado a adelantar nuestras previsiones. Es algo que ya sospechábamos y de lo que venimos hablando todo este verano, la aceleración del empuje de los tiempos humanos, pero jamás hubiéramos imaginado tal potencia. ¡Impresionante!
- ¿Pero no estáis preocupados por la crisis? –les pregunto, sorprendido por el cariz que tomaban sus respuestas.
- Por supuesto, claro que sí, como todo el mundo. Me lo comentaba mi sobrina el otro día, parece que los bancos dan los préstamos en cuenta gotas. Bueno, no hay bien que por mal no venga, pues aunque la gente necesite dinero, peor es depender de los bancos. Pero lo importante es la aceleración de que te hablaba. Esto sí que es toda una novedad.
- Tienes razón, Bastides –intervino Mercadal, que escuchaba con mucha atención a su amigo zapatero–, piensa Rumbau que una de las consecuencias de la crisis actual es el recrudecimiento de los problemas climáticos, pues las medidas aprobadas en Kioto y que tanto han costado refrendar en los encuentros posteriores, se irán al traste con el parón económico. ¿Y sabes lo que significa eso? ¡Pues la aceleración del estallido de
Estaba realmente extrañado del entusiasmo mostrado por los dos futurólogos. Comprendía que aquel par de viejos jubilados no tenían nada que temer sobre la crisis actual, pues no tenían hipotecas ni jugaban en la bolsa ni eran personas que pidieran créditos a los bancos. Pero aún así, me costaba comprender la animación que sentían.
- Perdona, Mercadal, pero no entiendo vuestro entusiasmo. Comprendo que toque fibras íntimas respecto a vuestras predicciones de futuro, pero de ahí a alegrarse...
- No nos alegramos de la crisis –contestó Bastides muy serio–, pues sabemos lo mal que lo van a pasar muchos, sino de la aceleración de los cambios que ha representado su irrupción. Piensa que nosotros ya somos mayores, y nuestras predicciones situaban la actual crisis global allá por los años 25 o 30 de este siglo, de modo que difícilmente llegaríamos a verlo. De ahí nuestra alegría, pues al estallar ahora no sólo nos permite observarla, sino que acelera las siguientes, y según proporciones geométricas, pues tal es el sino de los tiempos, que empuja las cosas con loca vehemencia, de modo que lo que esperábamos para de aquí a cuarenta, sesenta o incluso cien años, es posible que acabemos viéndolo en vida durante los próximos años. ¿No es eso increíble?
Tuve que reconocer que razón no le faltaba. Aquel par de viejos futurólogos se alegraban de la aceleración histórica que les permitía ver con anticipación sus predicciones. ¡Extraordinario!, pensé.
- ¿Pero qué queréis decir con eso de la aceleración? –les pregunté, para ver si me aclaraban sus puntos de vista, siempre tan interesantes.
- Lo que quiere decir Bastides –respondió el astrólogo Mercadal, propenso a refrendar las palabras de su amigo, el vidente zapatero de
Parte de razón tenía el exmédico y astrólogo.
- Pero no todo es negativo. Piensa que no hay bien que por mal no venga, y no sería esta crisis una excepción. El bien es que obliga a replantearse el sistema de abajo a arriba, y aunque las soluciones que se tomen no servirán para evitar que la crisis se repita (piensa en los intereses en juego y en los poderes que hay detrás de ellos, muy poderosos todavía), al menos es un primer aviso y un primer ensayo de respuesta. Nosotros hemos previsto tres grandes crisis, la última de las cuales debería estallar a principios del siglo XXII. ¡Imáginate qué significa que la primera haya estallado ya! ¡Pues que la tercera seguramente nos caerá mucho más cerca, antes seguramente de los cincuenta de este siglo! Esto cambia todas nuestras predicciones y nos obliga a rehacer el calendario de arriba abajo –concluyó Mercadal en tono misterioso.
Caminamos un rato con las palabras revoloteando en nuestros cerebros excitados, aprovechando aquel trecho de playa tranquilo y casi sin bañistas. Bastides se mojó la cara y yo hice lo mismo, metiéndome hasta cintura en el mar, pues el calor apretaba lo suyo, a pesar de estar ya en octubre.
- Dijiste que estamos en un primer ensayo de respuesta. ¿Acaso no consideras oportunas las medidas adoptadas por los dirigentes mundiales en sus últimas decisiones tomadas estos días? –le pregunto a Mercadal.
- Lejos de mi juzgar a nuestros políticos, que seguro que saben mucho más que nosotros. Yo no sabría ni por dónde empezar. Pero algo sí comprendo: lo que están intentando es que la actividad prosiga, que la cosa no pare, que nadie se asuste, que se recupere la confianza... ¡Pero si el problema es ése! ¡Ojalá cundiera la desconfianza! Eso obligaría a replantearse las cosas. ¡Pero si todo sigue como hasta ahora, no hacen más que agravar el problema! ¿Harán cambios? Parece que quieren regular los disparates de la virtualidad financiera. Lo lograrán a medias, pues la fantasía humana no tiene límites, y mientras los objetivos sigan siendo los que son, nadie impediré que los más listos se las ingenien para engañar a los más tontos. ¿No es éso la ingeniería financiera y la bolsa? Bueno, da igual, pues éste no es el problema. El verdadero problema está en los objetivos, en la producción, en el statu quo, como antes se decía. ¡Y eso es lo que debe cambiar!
- ¡Os veo muy revolucionarios! –les dije para provocarles.
- En absoluto, Rumbau –contestó Bastides con su tono lento y ponderado.– El asunto es muy simple. Nosotros pensamos que la gravedad de los problemas no se plantearía hasta de aquí a bastantes años, lo que desde luego aumentaría la gravedad de la crisis y la dificultad de encontrar soluciones. Esta aceleración nos excita porque significa que las soluciones pueden estar más cerca de lo sospechado. Aunque todavía nos falte un buen trecho para alcanzarlas, desde luego. Por de pronto, no hay consciencia alguna de globalidad en los temas del planeta y de la especie, sino únicamente en lo bancario, lo que no deja de ser una trágica chiquillada de nuestros políticos. Pero ya veremos si recuperan la confianza de la gente. ¿Confiar en los que juegan sucio y siempre tienen las de ganar? ¿En los que se aprovechan de nuestras necesidades y que a la primera de turno, al primer tropiezo, nos echan a la calle? Pues eso es lo que pasa y seguirá pasando. Han soltado mucho dinero para asegurar los bancos, pero las hipotecas, que yo sepa, no han bajado ni un ápice. La gente no es tan tonta, y los bancos no dejarán de ser bancos. Rumbau, todavía veremos cosas que hasta ahora situábamos fuera de nuestro alcance. Ya lo verás, el tiempo vuela que es un contento, te lo decía al principio, y esta acelaración nos traerá sorpresas.
Seguimos paseando, callados, impresionados por las palabras de Bastides. Miré al horizonte y me pareció ver una claridad mayor, como si las cortinas del devenir se hubieran corrido para dejar paso a lo que estaba por venir, que según mis amigos se hallaba ya en el umbral del escenario de los hechos. Y como si pescara mis pensamientos, remató Mercadal:
- ¡La función va empezar en el gran teatro del mundo! Prepárate Rumbau, pues tú que eres más joven, todavía verás el primer acto de lo que se avecina.
Una gaviota aterrizó a nuestro lado y se nos quedó mirando, como si hubiera entendido las palabras del emérito doctor. Y aquella mirada tan salvaje me pareció reflexiva, propia de quién sabe que su vida está en nuestras manos. Una mezcla de sensaciones de responsabilidad y de culpabilidad me invadió. Todos nos detuvimos, conscientes de lo que nos estaba diciendo aquella ave sin palabra alguna. Y un silencio preñado de significaciones, más denso que el propio planeta Tierra, nos envolvió a los tres.