Hacía tiempo que la realidad no alcanzaba semejante grado de excitación y de miedo al devenir, como el que vivimos hoy con la guerra de Ucrania. Y como ocurre en estos casos, acudo a la playa de la Barceloneta para hablar con mis amigos futurólogos.
Me los encuentro frente a los antiguos baños de San
Sebastián y en seguida entro en materia, ya que tengo poco tiempo y pronto
tendré que ir a las duchas del Club.
—No me diréis que las cosas no están que arden con el
tema este de la guerra en Ucrania…
Responde Bastides, cosa extraña, ya que normalmente es
Mercadal quien se arranca el primero en hablar.
—Ni que lo digas, Rumbau, ni que lo digas… Hace días
que las cosas del presente se están complicando de forma indescriptible,
estableciendo unas variables que de cara al futuro no hacen más que
oscurecerlo. Menos mal que con tanta gente atrapada por las noticias, nos dejan
el campo libre para mirar algo más allá. Aquí mismo, en la playa, parece que
haya bajado el número de los habituales, y si vas por la calle, verás que a
partir de una hora, sólo están los irreductibles y poco más. Y esto, para
nosotros, es una gran ventaja.
—¿Y en qué se concreta esa visión clara del paisaje?
—Es una visión estratégica, la que se vislumbra en el
horizonte. Nosotros siempre lo hemos dicho: Europa no será plenamente hasta que
no haya incorporado en su seno a Turquía, Líbano, Irán y Rusia. Dejemos ahora,
si quieres, los países que parecen más complicados, los del llamado Oriente
Próximo, que siempre generan polémica cuando lo digo. Y fijémonos en el más
europeo de ellos: Rusia. ¿Es que hay alguien que piense que Rusia es menos
Europa que Polonia, Chequia, Hungría o Rumanía, por poner a algunos de sus
vecinos? Yo diría que no.
—Caramba, Bastides, quizás tengas razón, pero en estos
momentos, una y otra se han situado en las antípodas. Europa se está
redefiniendo en oposición a Rusia, y todo el mundo dice que gracias a esta
agresión en Ucrania, los europeos han encontrado la forma de fortalecer su
cohesión.
—Es verdad. Y por eso hay tanta confusión. Se entiende
que la historia se entretenga con estas trastadas, al fin y al cabo depende del
capricho y la burrería de los humanos, que es mucha. Hombre, está claro que el
Putin éste puede hacer saltar el tablero de juego por los aires, como parece
que está haciendo, metiendo incluso de por en medio las armas nucleares. A la
historia siempre le ha gustado caminar por el filo de la navaja, y por eso ha barrido
a tantas poblaciones de este mundo, pero esto forma parte del juego de la vida,
ya que siempre corremos el riesgo de que nos caiga un tiesto o una tortuga en
la cabeza, como le sucedió al pobre Esquilo en Gela.
—Sí, está muy bien lo que dices, Bastides, ¿pero tú no
crees que Europa puede salir muy esquilada de esta guerra?
—Por supuesto. Pero aquí lo que nos interesa es
dibujar perspectivas de futuro, por una razón muy simple: las necesitamos si
queremos salir del agujero en el que nos quieren colocar. Y el futuro, según
nuestra visión, nos muestra una Europa que para buscarse a sí misma, necesita
asociarse con Rusia. No con su sistema autocrático de ahora, una vergüenza para
los propios rusos, sino con su espíritu cultural más profundo, que contiene
unos valores y unas energías de las que nosotros carecemos. Tú piensa que este
inmenso país ha vivido buena parte del siglo XX, como quien dice, en el
congelador de la historia, sacrificados sus hombres y mujeres más nobles por el
sistema comunista, provisto de una Inquisición que ríete de la española. En los
deseos de libertad de los rusos actuales hay un poso de una gigantesca vehemencia
soterrada, casi una espiritualidad libertaria que exuda un pathos de una
trascendencia monumental. ¿Y tú crees que Europa puede prescindir de todas
estas energías y valores? Sería su suicidio y no lo hará, por una razón muy
simple: el mismo espíritu libertario insufla el continente europeo entero, y el
impulso a la fragmentación que propugna la libertad aparece por un igual en
ambos sistemas. Una fragmentación que se resuelve en la unión de la diversidad,
que es el principal signo de identidad de la UE. Por eso todas las regiones de
Europa, Rusia incluida, están abocadas a entenderse llevadas por estas
ineludibles corrientes de fondo.
—Sí, es muy bonito lo que dices, pero mira cómo la Europa de la diversidad comienza a armarse hasta los dientes y a polarizarse con Rusia. ¿No crees que si se militariza, perderá ese espíritu de libertad?
—Sí y no. Por un lado es verdad que existe una
respuesta entre histérica e hipócrita en esta reacción europea tan repentina de
solidaridad armada. Pero por otra parte, es una necesidad que así sea. Además,
el contacto con las armas y la guerra pone muchos puntos sobre las íes en
lugares donde los puntos se habían esquilado, me refiero a tomarse con algo de
seriedad ciertos aspectos que hasta ahora estaban en manos de la más absoluta
frivolidad. Es evidente que las clases políticas del continente están muy
deterioradas por esta exaltación de las mentiras que hemos vivido últimamente,
pero cuando las cosas se ponen feas y la vida corre peligro, los vacíos se
desinflan, las imposturas se desnudan, y se hacen visibles algunas de las
certezas básicas. Mira cómo Borrell, que es uno de los pocos políticos
inteligentes que tiene España, ha encontrado ahora su momento.
—¿Y cómo ves el papel de los EEUU?
—Es muy curioso lo que ha ocurrido con los americanos.
Fíjate que sus servicios secretos habían adivinado las intenciones de Putin,
pero en vez de callárselo y jugar con esta información según las leyes de la
argucia y de la diplomacia inteligente, buscando detener la guerra, se
dedicaron a pregonarlo. Tanto lo anunciaron, que al final parecía que lo
estuvieran deseando, que los rusos metieran la pata hasta arriba invadiendo
Ucrania. Creo que a los americanos esto les va muy bien: tienen a los europeos
entretenidos, obligados a gastar en armamento, a militarizarse, mientras ellos
se dedican a vender gas y petróleo, y a enfocarse en el Este, que es donde
tienen sus problemas más grandes. Buscarán que el conflicto se pudra para que
todos salgan esquilmados, se empobrecerá Europa y Rusia, y resolverá un poco su
crisis y pérdida de influencia mundial.
—Pues sí que vamos bien...
—Será el momento ideal para este reencuentro entre
Europa y Rusia, no desde las alturas, sino entre las poblaciones, que verán que
todo es un engaño. Pero para que esto ocurra, se tiene que pudrir un poco más
la situación y Europa debe reforzarse. Entonces las palabras rimbombantes, una
vez salidas de las bocas de los políticos, se irán desgastando y perdiendo su
fuerza hasta mostrar su vacío. Ahora es mejor callarse, escuchar y dejar que el
tiempo haga su trabajo.
—Pero en Rusia, Putin parece tenerlo todo muy
controlado.
—Hum... Ya veremos esto. Los rusos no son tontos y
saben perfectamente a quién tienen en el gobierno. No será fácil quitárselo de
encima, ni rápido. Esperemos que no ocurra como con Franco, que murió en la
cama. Pero tarde o temprano vendrán los cambios.
—Y mientras tanto, ¿qué ocurre con los ucranianos?
—Este es el drama de toda esta historia, pero su
resistencia tendrá en el futuro una gran importancia. Quizá pierdan la guerra
pero habrán ganado un prestigio que influirá mucho en el pueblo ruso. Vendrán
años trágicos de mucha desesperación, pero los vasos comunicantes con Europa
serán cada vez más fuertes.
—Eso si Europa no pierde los estribos y en su
polarización reniegue de los rusos, como si todos fueran Putin...
—Eso ocurrirá, sin duda; como decía antes, nuestros
políticos tienen una altura muy bajita. Pero no debemos perder la confianza en
Europa. Pronto verá la mayoría que donde antes estaban los estados, las
naciones y los patriotismos de campanario, de repente Europa, que es una nada
donde cabemos todos, tiene una fuerza y una importancia que no sospechábamos.
Hasta los ingleses bajarán del burro y se acercarán a la UE.
—¿Cuándo crees que esto puede ocurrir?
—Hum..., todavía hacen falta unas décadas, Rumbau, así
avanza la Historia, unas veces a trompicones, otras a paso de tortuga. Los
ritmos son impredecibles, y cuanto más quiere correr un actor, más rápido se la
pega. Creo que el caso de Putin es un buen ejemplo: ha querido correr y mira
cómo se encuentra, estancado en un país que se le resiste, y con medio mundo
mirándole como a un paria. Ha sido un trompicón, sin duda, que ha hecho
tambalear el tablero de juego donde íbamos yendo más o menos a la deriva.
—Aquí muchos analistas dicen que mientras los
occidentales se lo han estado mirando todo desde el día a día, eso que ahora
llaman el 'presentismo', tanto los rusos como los chinos disponen de una visión
estratégica a largo plazo. Y esto les da una superioridad a la hora de
planificar las cosas y saber cómo actuar.
—Es verdad, pero se refiere a los políticos. En su
conjunto, las cosas no son tan sencillas. Fíjate, cuando en un país hay una
dictadura y sus cabecillas se ponen a planificar mirando el futuro, sin duda
tendrán unas ventajas respecto a los gobernantes de los países 'presentistas',
esto es evidente, pero, por el contrario, su visión será más estrecha, al
provenir de una pequeña minoría de expertos, por mucho que esta minoría se
sirva de las más avanzadas tecnologías de la previsión. Los planes estratégicos
tienen unas desventajas importantes: condicionan y coartan la mirada colectiva
de la población, al estar marcada esta por las directrices que emanan del
gobierno; esto los hace muy eficientes pero poco creativos, puesto que quedan
podadas las demás visiones estratégicas que podrían emerger como novedades
interesantes y que se quedan sin salir del huevo. En los países liberales, que
tienen sociedades abiertas, los políticos viven al día a día, cierto, lo que es
muy negativo para el largo plazo, pero deja en cambio abiertas las puertas a
una pluralidad de visiones estratégicas que pugnan entre sí y enriquecen la
visión del futuro, que se vuelve más fecunda, real y competitiva.
—Es verdad, Bastides, pero los chinos creo que esto ya
lo tienen previsto y resuelto, al concebir algunas universidades como islas
liberales donde estudiantes y profesores pueden hacer lo que quieran, siguiendo
los modelos de las universidades americanas.
—Sí, pero una cosa es la universidad, y otra la
sociedad. Las universidades, hoy, por muy abiertas que sean, están constreñidas
por sus métodos y códigos de investigación. Claro que hay muchas excepciones e
investigadores geniales en todas partes, que avanzan como águilas del
pensamiento. Pero las sociedades, cuando están abiertas, son el contrapeso que
pueden hacer lo que las universidades tienen vetado, con el empuje de los
emprendedores, artistas y empresarios que juegan a ser ellos mismos como
estados independientes que hacen lo que les da la gana. Por eso digo que las
previsiones que vienen del pensamiento encorsetado por el poder y por la
ciencia disciplinada de las universidades, acaban convirtiéndose en delirios de
la razón, que no tardan en chocar contra la realidad. Así han terminado, tarde
o temprano, todos los regímenes dictatoriales, y no creo que los sistemas de
rusos y chinos sean distintos.
—Muy interesante lo que dices, Bastides, pero mientras
tanto, ¿qué hacemos con la invasión de Ucrania?
—Pues lo que estamos haciendo. Yo añadiría muchas
tazas de tila y, sobre todo, no perder la visión estratégica del futuro
europeo, que necesita a los rusos, no a los políticos, sino a su población y
cultura, para llegar a ser lo que quiere y puede ser.
¡Caracoles con Bastides! Dejé a los dos amigos de la
playa continuando su paseo, mientras yo me iba a las duchas, ya que acababa de
sonar el himno del Club. No sé si me ha aclarado demasiado la situación que
estamos viviendo, pero las palabras del zapatero futurólogo me siguen dando
vueltas por la cabeza, como si realmente tuvieran una razón escondida que
debiera descifrar.