En el sentido físico de la palabra: denso y pesado. Lo que la ciudadanía ha pedido desde hace tiempo. Ya pueden lanzarle andanadas y bombazos, aguanta como si estuviera sostenido desde el fondo de las aguas por el mismísimo Neptuno.
Sí, creo que eso es lo que la llamada opinión pública pedía a gritos. Durante el anterior Tripartito, críticos y opinadores se pusieron las botas cebándose contra el vaivén de las posiciones maragallianas, que hoy se inclinaban por un lado y al día siguiente por el otro. Ahora, que Montilla ha anclado con cemento al nuevo Tripartito, los mismos críticos y opinadores que antes buscaban solidez, hoy buscan la alegría del vaivén y critican con aspereza la quietud monolítica del actual Govern. ¡Vaya!, pienso, ¡en qué quedamos!... ¿No querían seriedad, “seny”? Pues ya lo tienen. Y según creo, por bastante tiempo.
La verdad es que ya me parece bien esta rigidez del Tripartito conducido por el piloto Montilla, impávido ante los vientos y los huracanes. Creo que es una lección que se merece la ciudadanía catalana. Con Maragall tuvo ésta la oportunidad de saber lo que era el “seny” mezclado con la “rauxa”, y el experimento disgustó a todos, pues al President Pasqual le salía más la pandereta de la “rauxa” que la porra del “seny” (a diferencia de Pujol, maestro indiscutible de su sucesor en el cargo, igualmente ambifacial, pero a quién le pesaba más el lado “señero” que el “jocoso”). La ciudadanía no comprendió que la combinación contradictoria de ambas inclinaciones es el secreto del buen gobernante y exigió a gritos un retorno a la seriedad. Lástima, porqué Maragall era una figura ideal para una pedagogía ciudadana dirigida a entender las dobles caras de la vida. La inmadurez del pueblo de Cataluña exigió orden y coherencia. Montilla vino a colmar esta necesidad.
¿Es eso malo? En absoluto. Lo mejor que le podía ocurrir a Cataluña. Cuando los oriundos de un país o de una región se ponen tan tontos como aquí se han puesto, con las consabidas solicitaciones estatutarias y sus peleas de gallinero, estos oriundos necesitan un correctivo que conduzca las cosas de nuevo por su cauce. Y nadie negará al señor Montilla coherencia y valentía a la hora de defender los intereses de la región. Sobretodo en unos momentos en los que España se comporta como una “loca” en el sentido más folclórico de la palabra: con el regreso del nacionalismo madrileño, mal llamado español, España vuelve a acercarse a los clichés más jocosos y disparatados del esperpento valleinclanesco. Ante estos desvaneos de la “gracia española”, nada mejor que un piloto de acero a lo Montilla, capaz de resistir los embistes y torear el temporal. Y si es cordobés, mejor que mejor, por sus genes toreros (aunque su gestualidad los esconda).
Que el torero Montilla sea presidente de la Generalitat es una lotería que a Cataluña le ha tocado por la gracia del Destino. Ya lo dije, creo, en otra ocasión: sólo un inmigrante que sabe de verdad lo que significa instalarse en una nueva tierra puede ser capaz de llevar a cabo políticas adecuadas de integración. Y eso es lo que necesita Cataluña, y no sólo Cataluña, sino España y Europa entera. He aquí el mayor reto del futuro, que tenemos ya en el más estricto presente: las oleadas de inmigrantes deben integrarse y participar de la vida local lo antes y mejor posible. Para ello hace falta dinero, voluntad política e imaginación. Creo que Montilla y el PSC, con sus dos socios tripartitos bien agarrados por el pescuezo, pueden cumplir con esta misión fundamental y llevar a Cataluña por las sendas del sentido común. Si España, en el ínterin, se va de juerga y se mete por peteneras, allá ella con su “Destino en lo Universal”. Cataluña, bien conducida por el timonel Montilla, marcará, sin menoscabo de chanzas y zancadillas, las sendas ineludibles del futuro.
Curiosas paradojas de la política…
Bienvenidos, Benvinguts, Welcome, Bienvenus! Estáis invitados al blog personal de Toni Rumbau: Un retablo de títeres, ópera, música, política, viajes.... Intersecciones. Una ventana abierta al mundo.
miércoles, abril 25, 2007
lunes, abril 23, 2007
Éxito de la presentación del libro "Malic, l'aventura dels titelles"
Vestíbulo de la Sala Beckett con los invitados en la presentación.
La presentación que tuvo lugar el lunes 16 de abril en la Sala Beckett de Barcelona fue todo un éxito por la gran cantidad de personas asistentes. Respecto a la misma presentación en si, con los parlamentos y discursos, tuvo muy buena acogida, siendo considerada por los presentes como un "acto muy teatral".
Intervino en primer lugar Toni Casares, director de la Beckett y anfitrión del acto, quién dio la bienvenida a los presentes con las siguientes palabras: "Benvinguts al Teatre Malic!". Habló del libro y también explicó la circunstancia de que su padre fuera el "abogado Casares" que sale en el libro y que animó a Mariona Masgrau a irse al extranjero, para no cumplir una absurda condena de último franquismo. Decisión que estableció el rumbo de toda una aventura vital y, en definitiva, del argumento del libro presentado.
Eugenio Navarro, Marta Soro, Toni Rumbau, Luisa Rodríguez, Marta Otzet y Pilar Gálvez.
Alfred Arolas habló luego con ponderación y siempre con honestas y francas palabras, apoyando al autor al que su editorial ya ha publicado otras obras, "todas ellas harto extravagantes", según precisó. Tras defender y alabar esta trayectoria, anunció otros posibles títulos en un futuro próximo (concretamente, la versión castellana del presente libro y el título "La Colla de la Platja i el Futur de Catalunya", una recopilación de cartas dirigidas a sus conciudadanos del futurólogo de la Barceloneta Romà Bastides.
Tomó la palabra entonces Alfonso de Lucas, amigo personal del autor, quién habló con palabras nobles y sonoras sobre el libro. Alabó su estilo, escrito en un catalán que le encanta, al diferenciarse del "normativo estándar impuesto por las instituciones", según indicó, así como por el pronunciado "estilo cervantino" en su cultivo de la lengua catalana, cuya característica principal es el uso de la frase larga, sonora y festiva. Explicó luego varias anécdotas personales vividas con el autor, que hicieron reir mucho al público. Su parlamento cosechó muchas palmas y bravos, y encandiló a los presentes.
Marta Raventós, Anna Bohigas, Toni Rumbau y Neus Purtí.
A continuación, el autor dijo algunas palabras de agradecimiento, e inmediatamente leyó una carta de Mariona Masgrau, ausente del acto por causas médicas, que fue largamente aplaudida. Después tocó el turno de una carta enviada por el mismísimo Malic desde la Patagonia, que hizo mucha gracia al público. Sus últimas palabras fueron dicho con lengüeta, a petición propia de Malic, lo que provocó no pocas hilaridades.
martes, abril 03, 2007
Malic, l'aventura dels titelles
Presentació del llibre: "Malic, l'aventura dels titelles"
Anuncio la presentació del llibre "Malic, l'aventura dels titelles", escrit per mi mateix i editat per Arola Editors.
L'acte tindrà lloc el dilluns 16 d'abril de 2007, a les 8h15m, a la Sala Beckett – Obrador Internacional de Dramatúrgia, c/Alegre de Dalt, 55 bis (barri de Gràcia).
Faran la presentació Toni Casares (director de la Sala Beckett), l'editor Alfred Arola, el meu amic Alfonso de Lucas i jo mateix.
Autobiografia artística de La Fanfarra i del Teatre Malic per un costat, i llibre de memòries per l'altre.
Diu Toni Casares en el pròleg del llibre: «Ve't aquí un llibre útil, divertit i interessant. També un document necessari i sorprenent. Ve't aquí l'experiència d'una vida, envejable i fascinant, dedicada al món dels titelles i al teatre en general.»
Un llibre sobre titelles i teatre que parla també del pas del temps, de la Revolució dels Clavells portuguesa, de la Transició espanyola, de la fi de la Unió Soviètica, en el que es viatja a Egipte, a l'Índia, al Pakistan, a Jerusalem durant la primera guerra del Golf, a la Xina i a Macau…
Diu Toni Casares en el pròleg del llibre: «Ve't aquí un llibre útil, divertit i interessant. També un document necessari i sorprenent. Ve't aquí l'experiència d'una vida, envejable i fascinant, dedicada al món dels titelles i al teatre en general.»
Un llibre sobre titelles i teatre que parla també del pas del temps, de la Revolució dels Clavells portuguesa, de la Transició espanyola, de la fi de la Unió Soviètica, en el que es viatja a Egipte, a l'Índia, al Pakistan, a Jerusalem durant la primera guerra del Golf, a la Xina i a Macau…
Us espero! Ah, hi haurà copa i picandó!!!!
domingo, abril 01, 2007
Richard Bradshaw, un clásico vivo del Teatro de Sombras.
Tuve la gran suerte de asistir el otro día a una de las representaciones del sombrista australiano Richard Bradshaw en el teatrillo de Eugenio Navarro La Puntual, y la verdad es que la hora que duró la función fue toda una demostración de gracia, sabiduría, oficio, arte, maña, buena voz e ingenio.
Ya había visto con anterioridad una primera versión de este espectáculo, del que recordaba algunos momentos brillantes y antológicos, pero cuya mayor parte se me había borrado de la memoria. Recuerdo que fue en el Festival de Títeres de Londres del año 1979, durante el primer viaje de La Fanfarra a un país extranjero, un festival de excepción por la calidad de sus participantes. Fueron muchos los espectáculos que nos impresionaron, desde el grupo Triangel de Holanda, la compañía sueca de Michael Meshke, Roser de Alemania, el Bread and Puppet de Peter Shuman, la compañía Drak de Praga, por sólo citar a los más conocidos. Y entre ellos, dos espectáculos de sombras que por primera vez nos abrieron los ojos sobre las posibilidades de esta especialidad teatral: el teatro de sombras turco del Karakoz a cargo de Metin Ozlen y el teatro del australiano Richard Bradshaw.
Del Karakoz nos sorprendió la vitalidad de un género que aparentemente agonizaba en sus estertores históricos. Y de Bradshaw, la actualidad de las sombras como lenguaje vivo, altamente poético, exigente en la manipulación pero dotado de una técnica relativamente sencilla.
La verdad es que aquel viaje a Londres transformó a La Fanfarra, que a partir de aquel momento empezó a elaborar espectáculos mucho más poéticos y sofisticados, y en los que imprescindiblemente había varias escenas de sombras combinándose con las marionetas de hilo.
Pues bien, uno de los causantes de este cambio estilístico fue Richard Bradshaw, que el domingo 27 de mayo de este año 2007 he vuelto a ver en La Puntual.
Tuve la suerte de verlo de muy cerca (me pusieron a un lado del escenario, tan repleto estaba el teatro de público), con lo que también pude observar, además de lo que ocurría en la pantalla, lo que ocurría en la cara de los espectadores, y muy en especial en la de los niños que ocupaban las primeras filas. ¡Una gozada poder ver gozar a los demás, sin distinción alguna de edad, mientras uno mismo goza de lo lindo como espectador!
No sólo vi a Richard Bradshaw en plena forma, sino que su espectáculo, con los años, se ha actualizado con profusión de nuevos números y un estudio profundo de las posibilidades técnicas del manejo de las siluetas, mientras a la par ha adquirido la madurez del “buen vino” (es decir, de una manipulación que se eleva a la maestría). En efecto, pocas veces está más justificada la aplicación de la palabra Maestro para referirse a un titiritero que en el caso de Richard Bradshaw. Un Maestro de las sombras, por su originalidad, su limpieza en la manipulación, su gracia en el estilo de los sketch y las siluetas, sus canciones escenificadas que son una verdadera delicia, y por su extraordinaria humildad. Pues el artista engreído, por muy bueno que sea, jamás merece el título de Maestro.
Y es que Richard Bradshaw es de esos pocos titiriteros que a pesar de su fama y maestrría, al acabar la función se lamenta por el fallo en un gesto de tal figura que sólo él ha visto, se preocupa por el efecto de tal o cual número, y se comporta con una humanidad apabullante. Sólo he conocido a otro titiritero con semejantes cualidades: el argentino Javier Villafañe, preocupado siempre por la reacción del público tras una función suya, cuando a sus setenta años le sobraban dotes y gracia.
El Maestro Bradshaw inició su faena con el número clásico del Puente Roto, sketch sacado del repertorio francés del teatro de sombras del siglo XVIII, que el australiano actualiza y sobretodo “humoriza” con un elevado sentido del humor bitánico (o australiano, supongo, aunque desconozco sus atributos específicos). En la pequeña pantalla de su teatrillo fueron desfilando números potentísimos, como el de los pies que se transforman en formas y figuras extravagantes, el boxeador que se pelea con el cuero que coge vida propia y golpea por delante y por detrás. Por cierto, que este número del boxeo tuvo una agradable reprise en forma de bis al acabar el espectáculo, en una escena cuidadísima y muy lograda de teatro dentro del teatro, y en la que se involucra al mismísimo público.
Sería muy largo enumerar todos los diferentes sketch de la obra. Sublimes las típicas canciones inglesas con su correspondiente escenificación (una delicia para los públicos de habla inglesa, pero que los catalanes del domingo también siguieron con gran placer). El número del circo cuyos intérpretes son un cisne, un ratoncito y un hipopótamo debe considerarse ya un clásico del género. Pero quizás el número que más fama le ha dado y con el que salió a matar cerrando el espectáculo, sea el del Supercanguro, basado en una canción escrita por el mismo sombrista, en la que la figura de este simpático canguro convertido en superhéroe hace las delicias del público. Una figura entrañable que sintetiza la gracia poética y mitológica de Bradshaw.
Una mitología casera y contemporánea, hecha ya para niños y poblaciones del siglo XXI, pues su máxima expresión es la metamorfosis: el cambio constante de forma y de identidad. Las cosas son y no son lo que aparentan ser. Y las figuras y siluetas que vemos en la pantalla se transforman constantemente en otros personajes, en otras caras y figuras. Un arte antiguo y artesanal que nos habla de los fenómenos más inquietantes y cotidianos del futuro.
Ya había visto con anterioridad una primera versión de este espectáculo, del que recordaba algunos momentos brillantes y antológicos, pero cuya mayor parte se me había borrado de la memoria. Recuerdo que fue en el Festival de Títeres de Londres del año 1979, durante el primer viaje de La Fanfarra a un país extranjero, un festival de excepción por la calidad de sus participantes. Fueron muchos los espectáculos que nos impresionaron, desde el grupo Triangel de Holanda, la compañía sueca de Michael Meshke, Roser de Alemania, el Bread and Puppet de Peter Shuman, la compañía Drak de Praga, por sólo citar a los más conocidos. Y entre ellos, dos espectáculos de sombras que por primera vez nos abrieron los ojos sobre las posibilidades de esta especialidad teatral: el teatro de sombras turco del Karakoz a cargo de Metin Ozlen y el teatro del australiano Richard Bradshaw.
Del Karakoz nos sorprendió la vitalidad de un género que aparentemente agonizaba en sus estertores históricos. Y de Bradshaw, la actualidad de las sombras como lenguaje vivo, altamente poético, exigente en la manipulación pero dotado de una técnica relativamente sencilla.
La verdad es que aquel viaje a Londres transformó a La Fanfarra, que a partir de aquel momento empezó a elaborar espectáculos mucho más poéticos y sofisticados, y en los que imprescindiblemente había varias escenas de sombras combinándose con las marionetas de hilo.
Pues bien, uno de los causantes de este cambio estilístico fue Richard Bradshaw, que el domingo 27 de mayo de este año 2007 he vuelto a ver en La Puntual.
Tuve la suerte de verlo de muy cerca (me pusieron a un lado del escenario, tan repleto estaba el teatro de público), con lo que también pude observar, además de lo que ocurría en la pantalla, lo que ocurría en la cara de los espectadores, y muy en especial en la de los niños que ocupaban las primeras filas. ¡Una gozada poder ver gozar a los demás, sin distinción alguna de edad, mientras uno mismo goza de lo lindo como espectador!
No sólo vi a Richard Bradshaw en plena forma, sino que su espectáculo, con los años, se ha actualizado con profusión de nuevos números y un estudio profundo de las posibilidades técnicas del manejo de las siluetas, mientras a la par ha adquirido la madurez del “buen vino” (es decir, de una manipulación que se eleva a la maestría). En efecto, pocas veces está más justificada la aplicación de la palabra Maestro para referirse a un titiritero que en el caso de Richard Bradshaw. Un Maestro de las sombras, por su originalidad, su limpieza en la manipulación, su gracia en el estilo de los sketch y las siluetas, sus canciones escenificadas que son una verdadera delicia, y por su extraordinaria humildad. Pues el artista engreído, por muy bueno que sea, jamás merece el título de Maestro.
Y es que Richard Bradshaw es de esos pocos titiriteros que a pesar de su fama y maestrría, al acabar la función se lamenta por el fallo en un gesto de tal figura que sólo él ha visto, se preocupa por el efecto de tal o cual número, y se comporta con una humanidad apabullante. Sólo he conocido a otro titiritero con semejantes cualidades: el argentino Javier Villafañe, preocupado siempre por la reacción del público tras una función suya, cuando a sus setenta años le sobraban dotes y gracia.
El Maestro Bradshaw inició su faena con el número clásico del Puente Roto, sketch sacado del repertorio francés del teatro de sombras del siglo XVIII, que el australiano actualiza y sobretodo “humoriza” con un elevado sentido del humor bitánico (o australiano, supongo, aunque desconozco sus atributos específicos). En la pequeña pantalla de su teatrillo fueron desfilando números potentísimos, como el de los pies que se transforman en formas y figuras extravagantes, el boxeador que se pelea con el cuero que coge vida propia y golpea por delante y por detrás. Por cierto, que este número del boxeo tuvo una agradable reprise en forma de bis al acabar el espectáculo, en una escena cuidadísima y muy lograda de teatro dentro del teatro, y en la que se involucra al mismísimo público.
Sería muy largo enumerar todos los diferentes sketch de la obra. Sublimes las típicas canciones inglesas con su correspondiente escenificación (una delicia para los públicos de habla inglesa, pero que los catalanes del domingo también siguieron con gran placer). El número del circo cuyos intérpretes son un cisne, un ratoncito y un hipopótamo debe considerarse ya un clásico del género. Pero quizás el número que más fama le ha dado y con el que salió a matar cerrando el espectáculo, sea el del Supercanguro, basado en una canción escrita por el mismo sombrista, en la que la figura de este simpático canguro convertido en superhéroe hace las delicias del público. Una figura entrañable que sintetiza la gracia poética y mitológica de Bradshaw.
Una mitología casera y contemporánea, hecha ya para niños y poblaciones del siglo XXI, pues su máxima expresión es la metamorfosis: el cambio constante de forma y de identidad. Las cosas son y no son lo que aparentan ser. Y las figuras y siluetas que vemos en la pantalla se transforman constantemente en otros personajes, en otras caras y figuras. Un arte antiguo y artesanal que nos habla de los fenómenos más inquietantes y cotidianos del futuro.
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