Playa de Barcelona.
A esta conclusión he llegado tras hablar con mis amigos de la playa, a los que recurro siempre que no veo las cosas claras. Pero en esta ocasión, más que iluminar, han oscurecido el panorama. No por pesimismo, sino por mareo. Pero dejemos que nos lo expliquen mis amigos futurólogos de la Barceloneta: el zapatero y visionario Romà Bastides, y el médico jubilado y astrólogo de afición Josep Mercadal.
—Aunque a ti te lo parezcan, nunca las cosas han estado claras. Y menos ahora, cuando vivimos un apagón de luces casi total.
—¿A qué te refieres, Bastides?
—Nunca al tiempo le ha gustado mostrar sus intenciones. Solo cuando nadie se lo pregunta, al relajarse en su marcha incontenible, deja entrever las direcciones a las que se dirige. Pero hoy vivimos un período en el que todos nos preguntamos por la orientación de nuestro avance que parece ir a ninguna parte. ¿Hay un rumbo? ¿Hay un sentido? ¿Hay final feliz? Ante tantas preguntas y tanto desasosiego, el tiempo, que siempre ha tenido fama de ser muy puñetero, calla como una tumba. Ni una pista, ni una ventanita donde poner el ojo y aguzar la vista.
—Pero vosotros siempre habláis del futuro, por lo que sospecho que algo estaréis viendo o intuyendo… ¿Tú que piensas, Mercadal?
—Comprendo lo que dices y es verdad que entrevemos no pocas cosas. Pero Bastides está hablando de lo que sucede a nuestro alrededor, y es verdad que el actual momento es más de apagón que de iluminación. Para nosotros, que aplicamos el principio contradictorio de la utilidad opositiva, es obvio que lo mejor para ver algo es cuando no se ve nada, pues entonces podemos aplicar los sistemas de la visión indirecta y de los espejos cruzados, que sirven para ver sin ver lo que quieres ver. Pero estos métodos aún no se enseñan en las escuelas y es normal que solo sirvan a unos pocos.
—¿Quieres decir que lejos de ser un impedimento, la oscuridad de la que hablamos es un acicate, o incluso una condición necesaria para vosotros?
—Por supuesto. Pensaba que ya lo sabías. Por eso nuestra época es tan interesante: todo el mundo se desgañita para saber lo que vendrá, y el tiempo nunca había callado tanto como ahora. De aquí el gran estímulo que es para nosotros la oscuridad que nos envuelve, indispensable para poder ver algo.
—¡Menudo galimatías, Mercadal! Dime al menos algo de lo que ves.
—No seré yo tan indiscreto. Solo te diré lo que pienso sobre este mal uso de las palabras: ¡puro miedo al futuro, Rumbau! Estamos tan pegados al pasado y a nuestras rutinas y costumbres, que cualquier invento es bueno para evitar ver de cara lo que ocurre y nos acosa. Pero mejor se lo preguntes a Bastides, que hoy parece tener puesto el periscopio.
Bastides, siempre tan reservado, tenía ganas de hablar esta tarde.
—Mira, Rumbau, lo que hoy veo con claridad es que las cosas no son lo que parecen ser. Esto para empezar. Hay muchas razones para pensar así. Pero la principal es esta: el exhibicionismo del que adolece nuestra época, este pregonarlo todo a voz en grito, convencidos los que hablan de sus verdades, con esta impúdica desfachatez y chulesca osadía con la que los entendidos y los políticos se sienten obligados a perorar, es el indicio patente de que nada de lo que dicen es la verdad de lo que dicen. Para escuchar y entenderlos, hay que dar la vuelta a sus palabras. Si dicen que apuestan por tal cosa, busca de inmediato la contraria. Si prometen que jamás harán eso o aquello, da por seguro que se trata de un aviso de que ya se están preparando para ello. Los hablantes hoy sufren el acoso de la lengua, que se burla de los que hablan por hablar, y como nadie sabe hacia a dónde vamos, todo lo que afirman es falso, pero tiene la ventaja de dar pistas claras sobre lo que de verdad ocurrirá: lo contrario de lo que dicen como lo más fiable. Conclusión: solo lo oculto nos puede revelar el futuro, de ahí que tengamos que afinar nuestras ópticas con los mecanismos tradicionales para estos menesteres: visión oblicua, el rebote, la curvatura de los reflejos y el cruce de los caminos.
—¡Caracoles, Bastides, me has dejado patidifuso!
—Así las gasta el tiempo hoy. Y mira lo que te digo, creo que el famoso Procés nuestro de cada día, ese invento de la Independencia de Cataluña, a la larga, se convertirá en un ejemplo de manual de lo que estoy diciendo: si recogemos todo lo que se ha dicho, veremos que todo es una suma de mentiras como una casa y que lo sigue siendo, de modo que para saber por dónde andamos, no hay más remedio que dar la vuelta y ver lo que hay detrás de sus palabras y proclamas. El problema es que, en la mayoría de los casos, detrás no hay nada, de modo que los proclamantes se quedan esclavos de sus palabras, atrapados en sus mentiras, sin opción de ir a las verdades ocultas porque estas no existen. Bueno, siempre hay algo detrás de las fachadas, pero cuando lo que entrevés es tan lastimoso y prosaico, cuando los intereses y las realidades esas que se esconden disimuladas son tan burdos y soeces, entonces casi lo mejor es no perder el tiempo, dejar que digan, esperar que las burbujas se vayan pinchando, y dedicarse a cosas más interesantes. Por eso nosotros estamos focalizando nuestra mirada mucha más allá de los años cincuenta de este siglo, cuando, paradójicamente, todo aparece mucho más claro.
—¿Te refieres a la FEAA y a los polimonarquimos?
—En efecto. Cuando todo está todavía más negro y confuso, la única solución consiste en concretar e ir al grano, por eso nosotros hablamos incluso de personajes que están por nacer, con sus nombres y apellidos. Dirás que es falso e inventado. Bueno, a ver, ¿quién es capaz de contradecirnos? ¿Quién puede demostrar que tales personas no existirán? Yo creo que nadie. Y eso nos da una libertad cuyas alas son las que nos llevan tan lejos.
—Lo has explicado muy bien, Bastides, aunque también tengo que decirte…, ¡que te compre quién te entienda!
—Por eso nadie nos va a comprar, Rumbau, y este espacio de libertad del que gozamos es lo mejor que podemos tener. Un regalo de los cielos, créeme.
Los dejé con sus palabras dando vueltas en mi cabeza, más liado que una peonza. Pero por detrás de lo que pensaba y sentía, ¿acaso tendrían razón mis amigos y el quid del asunto no sería más que dar la vuelta a las palabras y ver lo que nadie, ni tú mismo, quieres ver? Me fui directo a las duchas, ansioso de meterme en esa oscuridad a cuyo través y revés, mis amigos veían con tanta claridad lo que estaba por acontecer.