Playa de Barcelona. Foto de |
Tras mi último encuentro con Mercadal, que me dejó bastante
preocupado, he ido a ver hoy a Bastides a la playa. Es importante el escenario,
pues cuando se observa a tanta gente tomando el sol, felices de bañarse en el
mar y gozando de la alegre despreocupación que da encontrarse en taparrabos,
uno tiende a relativizar los nubarrones de la política, a pesar de lo abultado
de las movilizaciones que se ven estos días en Barcelona. Lo abordo casi cuando
llegaba al Hotel Vela.
- Bastides, el otro día vi a Mercadal muy preocupado. ¿Cómo
ves tú las cosas?
- En verdad en verdad
te digo, que aún estando totalmente de acuerdo con nuestro viejo amigo, también
afirmo que por primera vez disiento de su enfoque, aunque comparta al cien por
cien sus palabras.
- Caray, Bastides, tendrías que haber sido político, con tus
afirmaciones y contra-afirmaciones, en eso no hay quién te gane...
- Aplico la razón contradictoria, Rumbau, uno de los avances
que el futuro nos tiene reservados. Pero lo que decía, debes entender que
Mercadal estuvo con fiebre unos días, sin poder venir a la playa, y eso te
obliga a ver las cosas desde posiciones oscuras. Pero insisto que aún estando
en desacuerdo, coincido con sus palabras, pues debemos atenernos a los hechos y
a la estricta realidad.
- Pero entonces ¿cómo lo ves el asunto del Procés y del
Referéndum?...
- Desde el punto de vista inmediato, lo veo mal, por una razón:
cuando todo se reduce a emociones, el juego pierde interés y se queda en simple
batalla de posiciones; a ver quién aguanta más. Pero lo malo no son las
emociones en sí, siempre dignas de ser vividas y tenidas en cuenta, sino el
hecho de ser fruto de manipulación: mientras unos ponen la carnaza, otros
dirigen los movimientos desde la frialdad de los intereses. Una situación enfermiza
que condena al ciego enfrentamiento, pues nadie se echa atrás: imposible
reconocer que se actúa manipulado, e imposible dar marcha atrás a la
manipulación.
- Interesante lo que dices...
- Jugar con emociones es jugar con fuego, como dice el
tópico, y al fuego sólo se le combate apagándolo. Habrá que esperar pues a que amaine el
incendio, y aquí está uno de los problemas inmediatos, pues este tipo de
incendios no se apagan con mangueras sino que es el tiempo el que marca su
declive, y eso siempre es una incógnita. ¿Quién es el guapo que sabe lo que el
tiempo querrá tomarse para hacer su trabajo? Habrá pues que esperar.
- Bueno, lo que dices tiene su lógica, desde luego. Pero
entonces, si lo ves tan complicado, ¿porqué sigues siendo optimista?
- Las razones son claras: de entrada, por deber profesional.
Ser futurólogo nos obliga a mirar el futuro de cara, lo que significa que siempre
se está abierto a lo novedoso, aunque no te guste, y, por lo tanto, a aceptar
lo que depara el devenir. Si no fuéramos optimistas, ¿acaso nos interesaría
mirar el futuro? Los pesimistas suelen encerrarse en aquellas partes del pasado
que le son gratas, pues desconfían de lo que está por llegar. Y la mayoría de
las veces, hay que reconocer que tienen
razón de hacerlo, pues no siempre las cosas son agradables sino todo lo
contrario. Ahora, por ejemplo, el pesimista dirá: vamos a una clara desestabilización
política y social, de modo que nada volverá a ser lo que era, y desde luego es
evidente que tiene razón. Pero para mí es mucho mejor encarar el asunto con
optimismo, para poder decir: en efecto, vamos a una clara desestabilización, a
una crisis que se comerá sin duda a sus protagonistas, con lo que habrá limpieza
de políticos, algo siempre necesario y positivo, y se obligará de paso a los
nuevos protagonistas a afilar sus razones y sus búsquedas de soluciones, pues
si no lo hacen, el público los despachará y se los sacará de encima, de modo
que habrá un plus de creatividad, el cual sin duda marcará un camino
interesante a desarrollar: ir hacia una descentralización real sin necesidad de
separación total. Es decir, se verán obligados a resolver una paradoja de las
más difíciles, y eso es muy importante, pues el futuro estará en manos de los
que consigan deshacer las contradicciones, no anulándolas, sino anudándolas
para crear los artefactos logísticos capaces de separar y unir a la vez.
- Sobre esto he hablado yo en relación con las marionetas, a
las que he llamado "artefactos de mediación"...
- Pues eso, y en este sentido no sería una mala idea que los
nuevos políticos empiecen a conocer estas realidades, y si para ello deben
aprender a hacer títeres, pues aquí estáis los titiriteros para que les
enseñéis este abc del futuro...
- ¡Admirable, Bastides!
- Lo que te decía, si lo miramos desde el enfoque optimista,
hay razones para pensar que no todo tiene porque ser negativo, a pesar de los
sinsabores y los contratiempos que habrá por el camino. Y aquí es donde vale la
pena confiar en la gente sencilla, la que no se incendia con banderas ni con las
ideas políticas y que, por el momento, sigue siendo una clara mayoría. Mercadal
llama a este sector la "canalla", en un sentido cariñoso y no
despectivo, y para él la "canalla" española es de las más inteligentes
del mundo, y muy en especial la catalana. Yo relativizo su entusiasmo, pues la "canalla"
por algo es canalla, valga la redundancia, y cuando deja de ser neutral y
decide tomar partido, es de una ferocidad tremebunda. Pero seguramente me
equivoco y prefiero inclinarme por la visión más moderna, dejando los viejos atavismos
como cosas del pasado.
- Comprendo lo que dices. Y es verdad que uno de los
peligros de la situación es que volvamos a las greñas, con esa excitación
actual por las banderas...
- Sí, hay aquí peligros que deberemos exorcizar. Pero bueno,
ya sabemos que el tiempo gusta de avanzar cómo le parece, y dar pasos atrás
como los cangrejos es una de sus maneras de avanzar sin avanzar, de modo que no
hay nada de raro en ello. Puede retrasar el orden natural de los
acontecimientos, eso sí, en el sentido que nosotros les hemos dado, pero dar un
rodeo no tiene porque ser malo. Fíjate que tropezar con la misma piedra es uno
de los métodos que mejor funciona para que los humanos aprendamos algo. Mira
Europa, la de veces de tropieza y vuelve a tropezar con lo mismo, y así va
madurando sin madurar, que es una de las formas más seguras de madurar. Pues
aquí en España pasa un poco lo mismo. Pero fíjate, Rumbau, que girando en
círculos como gusta avanzar la Historia, de pronto la realidad puede alcanzar
un umbral crítico que nos permita despegar hacia la verdadera madurez que es el
Mosaico Ibérico, ese marco de partes muy separadas entre sí que se juntan para dar
el salto hacia el futuro, a modo de artefacto paradójico que fomentando la
diversidad máxima, fomenta el trabajo conjunto, disparando la potencialidad
creadora de sus sociedades.
- ¡El Mosaico Ibérico!
- Un ideal, dirás, una utopía, bueno, no te digo que no. ¿Pero
acaso no nos despierta el apetito? Y fíjate que si no hubiéramos partido del
optimismo, jamás habríamos llegado a esta evidencia tan descomunal, la del
Mosaico Ibérico que sin solucionar nada, lo soluciona todo. ¡Admirable al cien
por cien!...
Dejo aquí esta conversación con mi buen amigo Bastides, para
no marear todavía más al lector con sus vaivenes contradictorios. Me quedo con
su "necesidad profesional" de optimismo, pues aunque no sea un
futurólogo como él, intuyo que más sano es mirar cara a cara el futuro, con
todos sus claroscuros, que quedarse anclado en el pasado.