Foto del espectáculo "L'Immédiat" de Camille Boitel |
Mis amigos futurólogos de la playa lo tienen muy claro: para ellos, estamos ya montados en “la gran cresta de los cambios”. Me lo decían el otro día mientras paseábamos por la playa, en un día de lleno casi total gracias al día soleado y a unas temperaturas más bien altas que invitaban al baño.
- Sí, Rumbau, grandes cambios se avecinan. Esta crisis que no acaba se está transformando en una “crisis” real, en el sentido de “catarsis fenomenológica de cambios”.
¡Caramba! Esos viejos cada día son más exquisitos.
- Pero no me negaréis que el dramatismo va en aumento.
- Claro, y eso no es nada, ya verás lo que nos espera.
- Os veo muy agoreros.
- En absoluto, siempre hemos considerado los cambios una necesidad y hay que verlos sobretodo desde una perspectiva evolutiva.
- Evolución que parece una involución…
- Por supuesto, ya sabes que la historia avanza con vaivenes de pasos unos hacia adelante y otros hacia atrás, aunque a veces ganan los que van hacia atrás…
- Pero bueno, ¿cómo veis el tema?
Bastides, que se había mantenido callado, dijo.
- Rumbau, es difícil practicar hoy la futurología, cuando en el día a día se viven ya los atisbos del futuro que intentamos anticipar. El avanzar de las olas históricas se parece al de las olas del mar: subimos cuando sube la ola, pero antes y después de la misma se baja a un profundo abismo. Hasta hace poco, lo menos que una ola de cambios podía durar era una generación entera. Hoy, se cuentan en años, lustros y, máximo, en decenios. De ahí esa pulsión generalizada, casi histérica, de querer estar siempre en la cresta de la ola: no queda otro remedio para evitar las caídas y las bajadas, antes y después de las subidas. Nuestra ilusión es que si estamos siempre arriba, podemos ver los paisajes, el horizonte, las direcciones, y olvidarnos así de los valles que rodean las crestas. Pero el caso es que nos encontramos en medio de una tempestad llena de olas de cambio que chocan entre si, con direcciones en absoluto coincidentes. Imposible por lo tanto de estar en la cresta de todas. Si te encaramas en una, las demás no tardarán en chocar contra ti y precipitarte al vacío. ¿Subir a todas a la vez? Eso sería lo propio, algo a todas luces irrealizable. Y sin embargo, es esto lo que intentamos hacer cada día en nuestras indagaciones sobre el futuro: subir a todas las olas de cambio y surfear por las crestas de las mismas, aunque esto nos obligue a cambiar constantemente de dirección.
- Muy bien explicado, Bastides –dice Mercadal con entusiasmo–, y lo de estar arriba sirve sobretodo para ver mejor. Ver lo que se está cociendo y hacia adónde vamos. Y aquí empiezan a aparecer algunas cosas claras: el grado de saturación de las interrelaciones en el mundo global empieza a cruzar umbrales críticos que obligan a ponerlo todo en cuestión y a replantearse no pocas cosas de esta vida. Todo ello nos lleva a una primera constatación: el hecho de estar viviendo un período de cambios civilizacionales tremendos, de los de largo alcance, sin duda.
- Pero los cambios van a peor, eso no me lo negaréis…
- Por supuesto, y el peligro es que no salgamos de las profundidades en las que nos estamos metiendo. Pero bien sabido es que lo que baja sube, tanto como lo que sube baja. Hoy es evidente que el sistema egoísta y amoral de la actual globalización capitalista es infumable e insostenible, por simples razones de inoperatividad, al mandar el planeta y la mayoría de la población a freir espárragos. La dirección es de bajada y parece que nadie puede detenerla. Y así será una temporada, pues por algo somos humanos, una especie que tiene por ley aprender a palos. Pero habrá reflujo. Fíjate que el modelo nos lo dan las élites que nos gobiernan y que se encaraman al vértice de la pirámide: todo vale para enriquecerse, no hay reglas válidas, el bien colectivo es un valor despreciable, la lucha es a muerte para llegar arriba o la ley del más fuerte. Con este modelo de “sálvese quén pueda”, vamos directo al caos y la sociedad se precipita a su desmoronamiento. Lo que sin duda despertará los instintos de supervivencia que responden a pulsiones inconscientes e incontrolables. Pero además, al ser la pirámide tan descaradamente amplia en su base, la dificultad de mantenerse en la cumbre es enorme sino imposible.
- Pero los poderes arriba son muy fuertes, y las inercias todavía más…
- Más peligrosas son las inercias que los poderes, desde luego.
- Entonces, para vosotros los movimientos de los Indignados y otros parecidos tienen un sentido y una dirección…
Imagen del espectáculo "Traversées" del Théâtre de l’Entrouvert |
- Dirección poca, sentido mucho. Son la reacción al modelo. Y cuando los sabios comentaristas de los periódicos les piden que ofrezcan alternativas, me pregunto quién es el guapo que sabe cómo se cambia un modelo que lleva siglos en marcha y que de pronto no funciona. Esos cambios no los provoca ningún partido ni movimiento en concreto, sino que suceden porque al cabo de muchas crisis y hecatombes, se imponen. Pero antes siempre hay quiénes lo anuncian o al menos lo sintomatizan. Los follones en Londres de este verano son pura mímesis colectiva del “campi qui pugui”, es decir, directamente inspirados en las leyes del neoliberalismo actual. Un artículo en el periódico lo explicaba muy bien el otro día. Fíjate lo complicado que lo tienen los políticos que representan a los poderes: amonestan el comportamiento salvaje y asocial de los insurrectos, cuando ellos mismos defienden dejar a las mayorías sin cojines sociales en los que guarecerse. La respuesta de los insurrectos anárquicos es: si ustedes preconizan el egoísmo salvaje de la ley del más fuerte, pues apliquémoslo sin tapujos y con franca energía: a robar supermercados o al primero que pasa por la calle.
- Eso explica el desconcierto general. Dicen los poderes: se acabó la fiesta, que mande el capital, y el que no tenga nada, burro por no tener. Por ejemplo, la imposición a Grecia de las draconianas reformas: se trata de sacrificar al más débil para salvar el sistema financiero europeo. Sacrificio para el bien común. Una idea bonita para un mundo bonito. Pero para el mundo del “sálvese quién pueda” y de la ley del más fuerte, es una razón difícil de tragar para los implicados.
- De todas formas, no me negaréis que la juerga que se ha vivido en el sur de Europa durante los últimos años ha sido nefasta y absolutamente insostenible.
- Eso también es verdad. Pero ha sido el típico engaño de las estafas piramidales. Convencer a la gente de que todos nos podemos enriquecer sin hacer nada, es decir, especulando con pisos y acciones, hasta que un día se descubre que ello es imposible, y la ilusión se rompe. Pero en el ínterin, los que han creado la burbuja se han hecho multimillonarios. Los bancos aquí tienen mucha responsabilidad, llevados de la mano de los especuladores financieros autodenominados “creativos”. Se derrumba el sistema, y a correr a salvar a los bancos, pues sin ellos nada se aguanta, pobrecitos, ellos que crearon la burbuja y que no dudarán en volver a las andadas, como se está comprobando.
- Pero bueno, entonces vuestros vaticinios son de que nos hallamos ante un gran cambio… ¿Pero qué cambio?
- Sí, un cambio civilizacional que deberá llevarnos a unas normas sociales y económicas de disintos signo, en las que el beneficio económico ya no será el único aliciente. Otros valores existen que piden a gritos reconocimiento y valoración objetiva, es deir, social y económica. Por ejemplo, la creatividad, las aportaciones positivas a la colectividad, la innovación en otros terrenos que no sean únicamente tecnológicos, empresariales o financieros, la entrega a servicios públicos de bien común, y otros por descubrir o aún por afirmarse. Y esto requiere un cambio de mentalidad enorme, es decir, tiene antes que desplomarse la vigente por reductora e insostenible. Y aquí está e peligro, pues cuesta mucho desengancharse de valores únicos. El reduccionismo, base de la imbecilidad, es una droga peor que la heroína. ¿De dónde te crees que han salido los fanatismos religiosos? Pura mímesis del monoteísmo fanático del capital para enfrentarse al mismo con un mínimo de condiciones, es decir, desde las mismas posturas reduccionistas de imbecilidad. Y sin embargo, nuestra visión a largo plazo nos indica que vamos por el buen camino, en el sentido contrario de bajar y bajar para poder luego subir con distintos rumbos. Por eso nuestra recomendación, hoy, es el ascetismo. La caída no hay quién la pare, pero no nos retiramos del ajetreado mundo, sino que permanecemos en él, con un objetivo: contemplar los cambios, para así meditar sobre ellos y crear los espacios suficientes de reflexión y distanciamiento.
- O sea, ejercéis de monjes urbanos…
- Llámalo como quieras. Y la playa de la Barceloneta es ideal para ello: en un oído, el ronroneo del oleaje que nos habla de los ritmos profundos y eternos de la mar; en el otro, los gritos y las histerias de la calle que llegan hasta la playa, como si fueran los estertores agonizantes de un mundo que se acaba.
Decido dejarlos en este punto, convencido de que estos dos sabios que pasean cada día por la playa dan más en el clavo de lo que pensamos.