Foto de Jürgen Schoner (GFDL or CC-BY-SA-3.0, via Wikimedia Commons). |
Y fue al constatar esta carencia, cuando de repente comprendí, en el ínterin de mis visitas al Zoo, que los animales que se dignaban a hablar con nosotros eran los verdaderos profetas del futuro, al ser los únicos seres vivos que, dotados de una cierta conciencia, todavía estaban poco atrapados en las redes culturales de la abismal decadencia humana. Claro que no es fácil entender ni interpretar sus dotes visionarias y de anticipación, dado que sus lenguajes son la mayoría de veces herméticos y poco estudiados por los humanos. Y es por ello tan importante empezar a explorar su habla y atrevernos a entender y a interpretar sus palabras, que no siempre son claras sino todo lo contrario, aún más oscuras que la mayoría de los profetas de la antigüedad. Pero no por ello incomprensibles. Y si existe un animal que no ha dejado de hablarnos desde el silencio y la lentitud de su larga existencia y milenios de convivir con nosotros, este es sin duda el caracol.
Antes de nada, que nadie crea que nos encontramos ante un animal apático y sumiso, carente de cualquier impulso de libertad. Tenía un amigo que durante una temporada se dedicó a criar caracoles. Era una persona bastante competente, disciplinada y eficiente a pesar de su tendencia a la vida alegre. Pues bien, un día que durmió más de la cuenta tras una noche de empinar el codo en demasía, se encontró con la sorpresa de que todos los caracoles encerrados en la cabaña donde vivían, se le habían escapado. El animal lento por excelencia como es el caracol, por el que nadie apostaría dos centavos en una carrera contra una tortuga, demostró que podía vencer al vigilante humano. Como podemos constatar, el principio de libertad se encuentra en los niveles más elementales de la animalidad estricta.
El caracol es, en efecto, un animal singular, difícil también de ver en el Zoológico, ya que está sin estar al no ser exhibido, como ocurre con el escarabajo. Y, sin embargo, se trata de uno de los animales más importantes y significativos que existen, sobre todo por la impresionante carga simbólica que llevan encima. En este sentido, constatamos que el caracol no se ha prodigado demasiado como animal sagrado, aunque los aztecas lo tenían como símbolo de la fertilidad (más adelante hablaremos de su curioso sistema reproductor) y, entre los Mayas, se asociaba a los caracoles con el inframundo y con la muerte, además de ser una representación de la vida y del agua, así como un símbolo femenino del nacimiento. Se encuentran también en la iconografía maya individuos ancianos que cargan o emergen de un caracol. ¿Representaban quizás la sabiduría o la oscuridad de la que emergían en un segundo nacimiento?
Extraña que no haya sido animal sagrado en más culturas del mundo, o tal vez lo es en algunas que desconocemos sin que nos lo hayan dicho todavía. Los surrealistas le dieron una relevancia especial, al considerarlo una entrada al mundo oculto del inconsciente. Joan Miró, por ejemplo, escribió en 1925 el libro "Étoiles en des Sexes d’Escargots". Y García Lorca, en "Los Encuentros de un Caracol Aventurero", lo convierte en un "pacífico burgués de la vereda".
De hecho, es posible que en el futuro lo veamos instalado en algún tipo de pedestal, como parece indicar el guiño de algunos ecologistas, concretamente los partidarios del llamado "Decrecimiento" y del "Movimiento Slow", que lo utilizan como símbolo.
La razón de esta deferencia no es nada baladí: el caracol es uno de los únicos animales del planeta que sabe cómo hacer crecer y decrecer su cáscara, es decir, su casa, ya que cuando se ha hecho suficientemente grande, la sigue desarrollando pero en decrecimiento. Utilizando un lenguaje ecológico, dice el experto en caracoles: "Construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra espiras cada vez más amplias; luego se detiene de golpe y empieza a hacerlo en decrecimiento, ya que una sola espira de más daría a la concha una dimensión dieciséis veces mayor, lo que sobrecargaría al animal en vez de contribuir a su bienestar. Si siguiera aumentando su productividad, ésta sólo podría servir para paliar las dificultades creadas por esta ampliación de la concha. Es decir, pasado el punto límite de la ampliación de las espiras, los problemas de un crecimiento excesivo se multiplicarían en progresión geométrica, mientras que la capacidad biológica del caracol sólo puede, en el mejor de los casos, seguir una progresión aritmética."
¡Increíble! ¡La inteligencia del caracol hila tan fino que sabe cuándo detenerse para no pasarse de rosca! Esto como mínimo exige un doctorado en física y matemática. ¿Pero a qué universidades estudian estos animales? ¿En el Parque Zoológico? Lo duda, nunca he visto allí ni aulas ni paraninfos, y menos para caracoles. Sin duda se trata de un fenómeno de inteligencia natural, que la intimidad sustantiva de este animalillo sabe cómo dirigir y aprovecharse de ella. ¿Acaso es inteligencia emocional? Si fueran mamíferos, todavía, pero un caracol pertenece a la subclase de los gasterópodos pulmonados, y por estas alturas de la taxonomía animal, creo que de emociones hay pocas. ¡O quizás me equivoco y sí las hay, pero de una sutileza tan refinada y exquisita que ya nos gustaría a nosotros, los humanos, tener a mano emociones de este calibre y calidad.
Tenga en cuenta que estos animalillos tan pequeños, tratadas siempre con desinterés y displicencia, o simplemente con el apetito del recolector de caracoles que sale después de llover para pillarlos pensando en una buena caracolada, son en realidad pequeñas joyas de la naturaleza cuyos rasgos biológicos nos dejan totalmente boquiabiertos y desconcertados. ¿Saben acaso que los caracoles son hermafroditas, que un único ejemplar produce tanto espermatozoides como óvulos, y que tienen a la vez pene y órgano receptor? Pero no lo pueden hacer solos, sino que necesitan juntarse en una cópula amorosa que puede durar entre 4 y 7 horas. ¡Siete horas! Lo suelen hacer de noche y en épocas cálidas y húmedas, lanzándose uno al otro una saeta espiral de carbonato cálcico, que desaparece dentro del órgano receptor, donde se disuelve y libera el esperma. ¡Una flecha, la misma estrategia de Eros pero literalmente aplicada al acto amoroso!
También es interesante saber que la vida de un caracol del género Hélice, que son los más cercanos a nosotros, suele durar entre 2 y 3 años, debido a la omnipresencia de los depredadores y los parásitos, pero si se les dejara en unas condiciones idóneas, algunos caracoles podrían llegar a vivir... ¡hasta 30 años! Insólito, sí señores.
Pero regresemos a los aspectos simbólicos del caracol, que son los que nos interesan a nosotros, para destacar la peculiar relación que tienen con el tiempo. La lentitud es su consigna de vida, la emoción íntima y sustantiva que los define como especie. Dicho en otras palabras, los caracoles tienen tiempo, les sobra por todos sus lados, y por eso van tan despacio. Tienen tanto tiempo, que incluso se construyen la casa encima mientras van haciendo su camino, comiendo hojitas por aquí, mordisqueando piedrecitas de cal por allá. Fijémonos en la simbología de la cáscara: un tiempo "acaracolado" sobre sí mismo. Es como si disfrutara de dos dimensiones temporales, algo insólito en un ser vivo: mientras avanza en la línea recta del tiempo normal, en paralelo, vive otro proceso temporal que gira sobre sí en espiral, y que sabe además cómo ir hacia adelante y hacia atrás, crecer y decrecer, para evitar la sobrecarga. ¿Dos y tres años de vida? Yo los multiplicaría por tres o por cuatro o por diez, si se tiene en cuenta esta segunda dimensión temporal plegada sobre sí misma que es la concha.
Creo que de esta sustantividad íntima del caracol es de donde nosotros, los humanos, podemos extraer algunas lecciones. Su vivencia del tiempo, que es lenta, doble y controlada, constituye un modelo increíble, que deberíamos aprender lo antes posible, si no queremos que las velocidades de nuestras culturas urbanas nos manden a paseo en unos pocos años. Una emoción sutil y estratégica que multiplica el tiempo, lo retuerce sobre sí mismo y todo ello sin ningún aspaviento, ya que el caracol es un animal discreto y silencioso, sin ninguna pretensión.
El silencio, otra dimensión o, mejor dicho, otra cualidad importante del caracol. Propia de los animales lentos por naturaleza. Se podría decir que caracoles, escarabajos (los que van por tierra, claro, porque los que vuelan parecen aeroplanos) y tortugas -por citar sólo los más conocidos- constituyen los singulares monjes de un monasterio que es la naturaleza entera. Unos monjes que han hecho voto de silencio, lentitud y discreción, y que no paran de trabajar. También sería interesante proponer una carrera entre individuos de estas tres especies. ¿Quién ganaría? Parece que la tortuga, al ser la más grande, avanzaría seguramente más deprisa. Sus pasos, a pesar de ser tan lenta, son más largos que los del escarabajo, de patitas finas y escasas, y más eficaces que el reptar baboso del caracol. Hay que tener en cuenta, sin embargo, el factor distracción que siempre cambia los resultados de estas carreras. ¿Cuál de los tres sería más fácil de distraer? Deberíamos realizar la prueba, que yo desgraciadamente no he podido hacer, pero creo que sería la tortuga, seguida del escarabajo, la más distraída. Si fuera así, ¡acabaría ganando el caracol!
Sea como sea, un monasterio poblado de monjes de esta calidad de silencio, lentitud y dominio del tiempo, sería sin duda de una utilidad extrema para la sociedad humana, donde todos, monjes y seglares, deberíamos ir a estudiar con urgencia. Quizás así entenderíamos algunas de sus anticipaciones proféticas, como la que nos indica que en un futuro no muy lejano, los humanos incorporaremos también diversas formas de vivir el tiempo a la vez, una hacia adelante y la otra dando vueltas creativamente sobre nosotros mismos. Tiempo al tiempo…
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