Debo confesar que el último encuentro con mis amigos futurólogos me ha sorprendido más de lo que suelen hacerlo normalmente. Quien ha seguido estas charlas en la playa, que he acabado llamando ‘Diálogos de Futuro’, ya habrá advertido de cómo les gusta a Mercadal y a Bastides perorar sobre la realidad del momento, siempre con una mirada dirigida al futuro, que es lo que a ellos más les interesa. Pues bien, en esta ocasión, ante mis preguntas e incitaciones a hacerles hablar, me respondió Bastides (Mercadal se había quedado en casa por un resfriado):
—Rumbau, en esta ocasión, solo cabe una respuesta: es la hora de callar.
Me quedé realmente desconcertado.
—¿Qué quieres decir, Bastides, con eso de que es la hora de callar?
—Pues lo que oyes, ante las situaciones que nos envuelven, lo mejor es no decir nada, callar.
—¿Y para qué sirve callar?
—Hombre, para nada, pero es que aún sirve menos hablar. ¿Hablar para qué? El error es creer que hay un porqué, un para, cuando en estos momentos no hay ninguno.
—Pero a ver, Bastides, siempre hay un porqué y un para qué, por ejemplo, el tema ese de las elecciones en Madrid, o el drama de Cataluña colapsada y parada en el tiempo. Creo que todo ello merece alguna consideración.
—En absoluto. Podemos hablar lo que quieras, pero es pura palabrería, simple cháchara, como se dice en castellano, que no sirve para nada. Si lo que quieres es vivir de ilusiones, entonces sí, habla todo lo que quieras, pero si nos queremos mantener en la estricta realidad, mejor callar.
—Bueno, algún motivo habrá para ello, ¿no?
—Sí, ver con más claridad el futuro y controlar el presente. Si hablamos mucho del hoy, todo se queda en agua de borrajas y en especulaciones que no llevan a ninguna parte, al revés, nos cubren la vista y se tapa el horizonte. Lo que tiene que suceder sucederá y poco vamos a remediarlo nosotros. Eso no quiere decir que haya que abstenerse a actuar o a votar, en absoluto, que cada uno haga lo que le corresponde y tiene por bien hacer. Pero las cosas siguen su curso al margen de nuestros deseos, y lo importante aquí es ver hacia dónde se dirigen estos acontecimientos, para que no nos coja el toro por la espalda, y sepamos a qué atenernos.
—¿Podrías explicarte un poco más?
—Para mí, los plazos de cuatro, cinco o diez años importan poco. Si se sobrevive a ellos, uno se da cuenta de que hay unas líneas por las que discurre el devenir, con sus zigzags correspondientes, y que es importante reconocerlas para poder subirse a ellas y sentir así el fulgor del tiempo a tu lado. Pero el tiempo ya sabemos que no se deja aprehender, a lo más que podemos aspirar es a olerlo y a saborearlo sin jamás tocarlo, a sentirlo cerca o incluso mejor dentro de uno mismo. Y cuando esto ocurre, olvídate de las palabras, pues todas ellas son ajenas y molestan al tiempo, que gusta discurrir solo con la compañía de los fragores ambientales, esa música sorda que producen los acontecimientos, pero sin letra.
—Mal está el asunto para los que gustan de escribir.
—Sí, ya sé que este es tu caso, pero harás bien, Rumbau, en esta ocasión en callar. Y observar. Es lo mejor que podemos hacer. Observar los acontecimientos, ver los vaivenes de las pasiones, las emociones desatadas que luego se convierten en cargos y en intereses muy concretos y específicos. No hay nada de malo en ello, así los animales en la selva producen todos sus sonidos, sus cantos y ruidos particulares, también los humanos nos manifestamos como lo que somos, animales urbanos en constante proceso de adaptación a contextos nuevos y difíciles.
—Pero precisamente por eso, es importante dilucidar cuales son las opciones mejores, valorarlas y votarlas buscando mayorías para las respuestas más convincentes.
—Desde luego, no seré yo quien impida a nadie hacerlo. Pero lo que importa en este momento es saltar a una nueva fase, salir de esta batalla insomne de las polaridades y de las posiciones de los que tienen la verdad en la mano. Y para ello, solo hay una vía posible: distanciarse y observar. Apartarse del ruido cacofónico y de las peleas entre las verdades consideradas todas ellas como únicas y verdaderas.
—Pero Bastides, precisamente porque existe esta disputa eterna entre polaridades enfrentadas, es necesario que surjan opciones de mediación que permitan encontrar vías terceras de superación. Lo que vosotros tantas veces habéis dicho de pasar del dos al tres.
—Cierto, un día u otro habrá que pasar de la época del dos a la del tres. Pero es un error pensar que ello pueda suceder metiéndose en medio de la contienda, negociando por las distintas bandas afín de encontrar puntos mínimos de acuerdo. La cháchara y la cacofonía vencen a toda posibilidad de saltar al tres, por una simple razón: las palabras impiden ir más allá de ellas, atrapan a todos los actores y aumenta la confusión.
—Pues vaya, esa es la política de los que buenamente quieren intermediar y romper con las parálisis de los enfrentamientos enquistados.
—Un intento que siempre será meritorio y justificado, no seré yo quien lo critique. Pero insisto en lo elemental: hace falta distanciación, silencio y una mirada observadora para encontrar el suelo que permita dar de verdad el salto al tres. El problema de los políticos es que están demasiado metidos en el berenjenal partidista y sus palabrerías son por lo general huecas. El silencio, en cambio, permite asentarse con un mínimo de consistencia, para tomar el impulso de la creatividad del tres. Piensa que hoy en día, las soluciones deben ser creativas, y esto hay que tomarlo al pie de la letra. Y una negociación nunca será una creación.
—Quizá tengas razón, pero lo veo muy radical, y por ello, muy poco operativo.
—En eso tienes razón, pero piensa que yo no pretendo ser operativo. Lo mío es observar para obtener las visiones del devenir que nos puedan ser útiles y novedosas.
—Sí, sí, comprendo, pero para los que necesitan solucionar sus problemas más inmediatos, quedarse parado es lo que menos sirve.
—Deja que conteste a esto con un sí y un no. Desde luego, vivir nos obliga a movernos y a batallar por la supervivencia, pero ya sería hora de empezar a tener esta posición doble que permite actuar y a la vez callar y mirar. Ser actores y observadores al mismo tiempo. Es algo que muy pronto habrá que enseñar en las escuelas, por supuesto. Y no me digas que no es posible, porque simplemente es la única solución si pensamos en saltos importantes de cultura y civilización. A los que mandan no les gusta que seamos dobles, capaces de actuar y pensar a la vez. Lo que quieren es que actuemos al dictado, según lo que ellos piensan y deciden. Nada de ser dobles ni de tener espejos interiores que nos dejen reflexionar. Para ellos, las dualidades están hechas para el combate, el doble lo quieren fuera y convertido en enemigo. Por ejemplo, así funcionan los nacionalismos: encerrarnos en un nosotros único, y convertir las alteridades en el enemigo. O el consumo que nos quiere sujetos a los dictámenes de la publicidad y de las campañas de opinión. Por eso es importante de vez en cuando callar, para dejar que esta parte que no actúa y mira pueda crecer y desarrollarse.
—Me parece muy bien lo que dices, Bastides, pero ahora que salimos de la pandemia, es natural que todo el mundo quiera salir a la calle, moverse y decir la suya. Ya hemos tenido suficiente parón.
—Sí, es verdad, y por ello insisto en lo mismo. Viene una época de euforia, de esas que suelen arrastrar a los humanos hacia vorágines de excitación. Lo veremos en breve, de hecho, ya se está viendo estos días, con el fin del estado de alarma, y en Madrid, con el éxito de Ayuso. Y me parece muy bien que así sea. Pero por eso mismo, urge tener activo el otro lado, esta parte que mira, calla, piensa y observa. Sin este contrapeso, seremos peonzas movidas por los caprichos y los azares que nos depare el futuro inmediato. Tenlo presente, Rumbau, pues es mucho lo que nos jugamos aquí.
Lo dejé en su paseo por la playa en dirección al Hotel Vela mientras me iba a las duchas del Club. Pocas veces he visto tan acertadas sus palabras y, sin embargo, ¡qué difícil es pararse cuando los vientos que soplan nos arrastran con tanta intensidad!
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