sábado, abril 06, 2019

La tortuga


 
Tortuga de las Islas Galápagos. Foto de AnuPrieto. CC BY-SA 4.0. Wikipedia.
Puestos a hablar de animales lentos, no podíamos dejar de fijarnos en la tortuga, este animal que goza de tanta simpatía entre los mortales, muy en especial en los del gremio de las letras.

En efecto, desde siempre se ha tenido a la tortuga por un animal sabio y filosófico, debido principalmente a su lentitud pero también a su longevidad, que le permite disfrutar de vidas casi tan largas como las nuestras y en algunas ocasiones, aún más. Conocido es el caso de Harriet, la tortuga que Darwin atrapó en las islas Galápagos y abandonó en un zoológico de Australia. Esto ocurrió en 1835. Harriet murió el 23 de junio de 2006, con 176 años, edad confirmada por los especialistas en tortugas que la examinaron.

¡176 años! Si el caracol multiplicaba por dos las dimensiones del tiempo a causa de su concha, Harriet lo estiró, el tiempo, tanto como pudo, cruzando los años y los siglos como un barco imbatible en dirección al futuro. Al final fue vencido por la mano implacable de Cronos, pero ya las había visto tanto, de duras y de maduras, que sin duda se moría de ganas de morir. No es de extrañar que Harriet haya inspirado a sabios y artistas, y que incluso se haya escrito una obra de teatro titulada "La Tortuga de Darwin", escrita por el dramaturgo de Madrid Juan Mayorga y representada por la actriz Carmen Machi con dirección de Ernesto Caballero.

Cuando se han vivido tantos años, se han vivido también muchas vidas, como la experiencia indica a los propios humanos. Los ciclos temporales, tan asociados a los biológicos, geográficos y cósmicos, se imprimen y se acumulan en estos animales de larga duración, dotándolos de una extraña y retorcida memoria que de algún modo exteriorizan en sus morfologías visibles, que un buen lector sabría detectar en los estrías de su piel o en las caóticas micro-variaciones de sus escudos que el tiempo construye según estructurados criterios de simetría biológica.

Un animal con esta longevidad seguro que debe identificarse con la memoria misma del planeta, una memoria ambulante provista de coraza y siempre con los pies en el suelo. Por cierto, a una tortuga -o a un caracol- no tendría ningún sentido hacerle la típica pregunta "¿dónde vive usted?", al vivir siempre allí donde se encuentra. ¡Qué conciencia temporal de presente y de estar allí donde se está debe dar esta convicción tan orgánica e íntimamente sentida capaz de afirmar: "¡yo vivo donde estoy!". Y, además, con la memoria de los ciclos cósmicos y planetarios encima. Una lección para los terrícolas actuales, que de tanto ir para arriba y para abajo, ya no sabemos dónde vivimos, cuando la Respuesta es clara: allí donde tenemos los pies.

En el Zoológico de Barcelona, ​​hay varias tortugas, siendo la más espectacular una gigante que vive junto al Rinoceronte y al Hipopótamo, en un terreno limitado pero suficiente como para que este impresionante animal pueda filosofar mientras pasea con su proverbial parsimonia de una punta a otra de su jaula. En realidad, no es ninguna jaula sino un espacio abierto, rodeado de una pequeña valla, y que cuenta con una escenografía que imita una arquitectura elemental, de puertas bajas y ciclópeas, hechas a medida de tortuga. Imparte clases en silencio a quien las quiere escuchar sin pizarras y sin moverse demasiado del terreno donde está. Este sencillo hábitat tan sólo separado del público por una pequeña barandilla que no alcanza los cuarenta centímetros de altura, nos indica las posibilidades de convivencia de estos animales que podrían vivir tan tranquilos en los espacios verdes urbanos, mínimamente protegidos por simples cercas de poca altura. Una compañía asegurada en el tiempo por su proverbial longevidad.

Illustration from Brockhaus and Efron Encyclopedic Dictionary (1890—1907)- Wikipedia
¿Cómo se explica esta longevidad extraordinaria de las tortugas? Sin duda los especialistas en estos reptiles dotados de una cubierta ósea que hace de casa, de escudo y de cámara térmica, sabrán mejor que nosotros los motivos, como por ejemplo su lento metabolismo, por el que algunas tortugas de agua pueden estar muchas horas sin respirar. Ahora bien, como humildes usuarios observadores que somos del Zoo, no podemos dejar de hacernos la siguiente reflexión: ¿no será este arnés óseo la caja de resonancia que permite a las tortugas afrontar los días, los años y las décadas, mientras la hacen crecer con paciencia de santo, ampliando poco a poco sus escudos, al igual que los árboles elaboran su corteza? Una caja de resonancia hecha de tiempo acumulado que es la coraza dorsal pegada a la columna vertebral, de modo que esta se alimenta directamente del tiempo osificado de la capucha ósea que la recubre... Es como si la fuerza energética que fluye a través de la columna vertebral proviniera del tiempo filtrado y almacenado en la coraza, por lo que se podría decir que la tortuga vive en un tiempo que se ha hecho ella misma, después de haberlo filtrado, destilado y materializado en la armadura que la protege. ¡Extraordinario!

Eso sí, al igual que todos los reptiles, la tortuga es un animal ectotérmico, es decir, que depende para su actividad metabólica de la temperatura externa o ambiental. ¿Se trata de una ventaja o de un defecto? Crea una dependencia al entorno, esto es cierto, pero por otro lado te permite vivir sin tener que comer tanto, a diferencia de las aves y de los mamíferos, que nos pasamos todo el día consumiendo y quemando calorías. La actividad es más reducida, lo que favorece la longevidad, ya que durante las horas más frescas no hay suficiente energía para moverse. Dependen del sol, como los lagartos, cocodrilos y serpientes, pero las tortugas pueden usar la coraza de radiador, lo que no les da más movilidad -son lentísimas como todo el mundo sabe- pero sí les permite mantener sus constantes vitales sin correr de un extremo al otro como les pasa a los otros reptiles, desnudos en el entorno. Esto convierte a las tortugas en unos seres equilibrados y meditativos por naturaleza y obligación, y poco compulsivos a la hora de alimentarse. Al depender de la temperatura del ambiente, viven asociados al entorno y a los ciclos cósmicos y planetarios, por lo que dentro de su irracionalidad de animal no autoconsciente, practican en el día a día la asociación del microcosmos con el macrocosmos, una de las máximas aspiraciones de los sabios y místicos de este mundo. Se entiende que todos los pueblos hayan doctorado a la tortuga en Filosofía y Letras, tan nítidas como son las evidencias de su sabiduría natural.

Tanto la tortuga como el caracol son arquitectos de su propia casa que llevan íntimamente atada al cuerpo, al ser parte sustancial del mismo. Los dos animales se pueden ocultar en ella, uno dentro de la concha, el otro en la armadura. Es quizás esta característica de tener casa propia lo que los hace tan cercanos a nosotros. Y a la vez tan lejanos, al llevarla siempre encima. No hay duda de que, desde este punto de vista, los dos son animales íntimamente conservadores. Ahora bien, se trata de un conservadurismo inteligente y orgánico, muy diferente al humano, más asociado éste a los egoísmos de la posesión. Se lo podría definir como un conservadurismo que tiene que ver con la captación, el filtrado, el uso y el almacenamiento del tiempo y de la energía, dos palabras que vuelven locos a los humanos. Tiempo y Energía… Sin tantos aspavientos y con tecnologías de base, caracoles y tortugas nos pueden enseñar sofisticadas y refinadísimas metodologías sobre estas cuestiones tan importantes. Creo que las actuales inversiones de I + D de los estados y de España en particular, deberían tener en cuenta el estudio de los caracoles y de las tortugas, con la intención de incorporar a nuestro saber la antiquísima sabiduría de estos animales. ¿Para qué correr tanto si es mejor ir despacio? Desde un punto de vista más centrado en los aspectos simbólicos y filosóficos del tema, son los monasterios y las universidades humanísticas las que deberían aplicarse a su conocimiento.

Del «tempus fugit» de los humanos, alcanzar el «tempus meum» de las tortugas, ¿qué más podemos desear?

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