jueves, noviembre 08, 2007

Cuando el pasado llega del futuro.

Querido bloguero,

abrumado por los compromisos de mis labores organizativas, productoras y creativas, centradas en la temática operística durante esta época del año, me he visto bastante imposibilitado de acudir a mi querido Club Natación Barcelona, del que soy socio. Puede que al lector le parezca trivial este contratiempo, lamentación más bien burguesa y decadente, pero sólo los que han vivido las mieles del citado Club pueden entender lo que digo.

Finalmente, este domingo pude escaparme bastante temprano por la mañana, que es cuando mejor se está. Además, es a horas tempranas cuando mis buenos amigos Bastides y Mercadal suelen pasear por la playa los días de fiesta. Me refiero a los dos futurólogos de la Barceloneta que en anteriores ocasiones he citado en este blog. Me cambié en el Club y salí disparado hacia la playa. Los encontré cuando se iban acercando con su paso lento y meditabundo hacia dónde termina la arena, lugar en el que se está construyendo en la actualidad un hotel de dimensiones por lo visto descomunales.

Nos saludamos, y en seguida vi que estaban hablando de política. Me alegré de ello, pues por lo general sus opiniones suelen revestir perfiles curiosos y por lo general bastante acertados.

- Estábamos comentando, Rumbau -entre nosotros, nos llamamos siempre por el apellido y de tú, aunque ellos sean bastante mayores que yo–, el drama éste de Cercanías, que por lo visto han colapsado después de estar durante años algo así como en abandono.

Se refería Mercadal a la catastrófica situación de los trenes comarcales que parten de Barcelona, llamados De Cercanías, que ha culminado estos últimos días en un parón total y absoluto, de modo que las autoridades han tenido que substituir los trenes por autobuses y barcos, aunque este último extremo ha sido por lo visto descartado.

- ¡Sí, un drama absoluto, sobretodo para los pobres usuarios que lo usan cada día! –dije yo, impresionado aún por las noticias al respecto leídas por la mañana en la prensa.

- Un drama, sí –puntualizó Mercadal–, pero drama relativo, al fin y al cabo.

- ¿A qué te refieres? –le pregunté sorprendido por aquellos deseos de desdramatizar algo tan explosivo.

- Pues que no hay para tanto. Veamos, entra dentro la lógica de las cosas de este mundo. Lo que se hace viejo, se estropea, y si no se cambia a tiempo, al fallar causa problemas que deben solventarse simplemente renovando lo que ya no sirve. Tal es la situación. No comprendo este rasgarse las vestiduras de unos y otros. Se les hizo viejo el tren y el sistema de vías, no lo vieron a tiempo, pues a arreglarlo. Creo que éso es lo que están haciendo ahora. El problema sería que no quisieran arreglarlo, o que lo solventaran con chapuzas. Entonces sí que sería un drama. Pero si están en ello y tan sólo es una cuestión de tiempo, pues paciencia y a pensar en otras cosas.

- Tú lo dices, Mercadal, porque ya estás jubilado, vives aquí al lado y jamás tomas un tren.

- No lo niego, pero no deja de sorprenderme esta exigencia casi sagrada de que la ciudad funcione sin tacha alguna. ¡Esto es imposible! Siempre debe haber un tiempo para las reparaciones, los cambios y la renovación de los utensilios. Pasa con las casas, con las calles, las aceras, el mismo Club tuyo que siempre está en obras...

Intervino Bastides que escuchaba con atención:

- Lo que Mercadal quiere decir es que nos hemos subido de tal modo al tiempo, que ya no concebimos momentos de parón ni retraso alguno. Y lo comprendo en parte, pues bien cierto es que tenemos prisa, pero la gente confunde la prisa de las épocas por la prisa absurda del día a día, que sólo consigue volvernos locos y cargarnos de ansiedad.

- ¿Qué quieres decir con las prisas de la época? –le pregunté, consciente de que había tocado algún filón de los que gustaba desarrollar el futurólogo de la Barceloneta.

- Tenemos prisa, Rumbau, pero no en llegar temprano al trabajo –allá cada uno con sus manías y necesidades– sino en salir lo antes posible de este atolladero de la sinrazón en la que nos hallamos metidos. Fíjate que los tiempos se han acelerado últimamente a marchas forzadas, y eso es bueno, pero todavía no están las direcciones claras, y en vez de conducirnos por líneas de creación, en consonancia con la esencia del tiempo, lo que hacemos es marearnos con circunvalaciones absurdas que no llevan a ninguna parte. Si hay averías, que se arreglen rápido, pero que dejen de marear la perdiz repitiendo lo mismo día tras día o creando dramas dónde no los hay. A eso me refería, ¿entiendes?

- Sí, lo comprendo, pero insisto en que para las personas normales que van a trabajar cada día, las prisas de la época les importan un pepino, mientras que las del momento son las que importan de verdad.

- Y tienes razón –apostilló Mercadal en defensa de su amigo–, y eso es debido a que la mayoría de la gente vive tan amorrada a la dura realidad, que es incapaz de abstraerse y observar las cosas desde una mínima altura y distancia. Pero aún así, puedo asegurarte que estos parones y averías son más útiles de lo que parecen: de entrada, sirven para que la gente normal aprenda a distanciarse del problema en si y lo sitúe en su justo lugar. Lástima que los políticos, con sus prisas electorales y sus fobias mutuas, lo aprovechen para tirarse los trastos. Su labor no es otra que distraer a los usuarios afectados, llamarles la atención para que no puedan distanciarse y entender el orden de las cosas. En vez de ser los motores del tiempo sano y creativo, los políticos y sus partidos son, hoy en día, palos en las ruedas del tiempo. Por eso hay que desdramatizar el tema, para no dejarse llevar por estas ansias absurdas de prisas irracionales, pues lo que es evidente es que arreglar Cercanías lleva su tiempo y no se hace de un día para otro, ¿verdad?

- ¡Tienes razón, Mercadal! –dijo un Bastides excitado por las palabras de su amigo astrólogo–, mejor harían las personas en dirigirse ya de una vez y sin cortapisas hacia el futuro, que es hacia dónde debemos mirar si no queremos quedarnos para siempre paralizados en la catástrofe. Sólo el futuro nos puede salvar, pues el pasado es un campo de minas, y el presente, un campo de batalla.

- ¡Pero cómo queréis avanzar sin tener en cuenta el pasado! –les digo yo algo escandalizado.

- ¡No nos olvidamos del Pasado –responde Bastides enigmático–, sino que ésste nos llega a través del futuro. Es lo que nosotros llamamos la gran inversión. El pasado debe ser conocido y debemos aceptarlo, pero sólo cuando nos llega desde el futuro: entonces aparece vivo, dinámico, capaz de provocar reacciones creativas, mientras que si nos llega del pasado, lo hace muerto, y al estar muerto, sólo produce rencores, discusiones sin fin, nostalgias insalvables y enquistaciones emocionales de difícil superación.

- ¡Exacto, Bastides! –dijo aún más entusiasmado Mercadal. Y dirigiéndose a mi, añadió:– Sabes, Rumbau, éste es uno de nuestros descubrimientos más importantes. En un futuro próximo, mirar hacia atrás estará prohibido. Eso no significa que deberá olvidarse todo, no, muy al revés, la memoria y la historia estarán en su máximo apogeo, pero en vez de llegarnos desde el pasado, lo harán desde el futuro. Ésta es la diferencia. Para que me entiendas, tiene que ver con la mitología. Ya sabes que los mitos siempre han sido patrones de repetición de hechos del pasado que nos remiten a los orígenes del grupo, del país, de la especie, etc. Pues bien, los mitos, hoy, lo son de futuro. Lo que funda las sociedades ya no está en el pasado sino en el futuro. ¡Radical diferencia! Mira la publicidad, las empresas, las marcas, los nuevos dioses del mundo... ¿Acaso no son proyectos de emprendedores que los postulan como operaciones de futuro? Cuando se hacen viejos, se acaban como mitos y son substituídos por otros nuevos, recién inventados. Las mitologías del presente son proyectos abstractos que cada uno se inventa para vivir en ellos el futuro. Y es desde este futuro ordenado según nuestros mitos particulares que nos llega el pasado, la memoria, nuestros muertos. Y fíjate bien en lo que te digo, gracias a esta inversión, los muertos nos llegan al presente desde el pasado a través del futuro “¡vivos”!, mientras que si vienen del pasado, lógicamente lo harían “muertos”...

Me quedé de piedra al escuchar aquellos argumentos extravagantes y casi diría que disparatados del ex-doctor astrólogo, siempre tan entusiasta en sus descubrimientos.

- Pero, pero... –quise decir a modo de protesta...

- No hay pero que valga, Rumbau. Las cosas son así aunque no le guste a todo el mundo. Tenemos motivos sobrados para afirmarlo.

- ¿A qué te refieres? –pregunté, esperanzado de arrancarles alguna confidencia del género de las jugosas.

- Hoy no toca, como diría nuestro emérito President Pujol. Pero un día te contaremos la Intercronomaquía...

- ¿La qué...? –pregunté sorprendido por aquellos atisbos de locura.

- Hoy no toca. Pero es evidente que tarde o temprano tendrás que conocer lo que sucedió en julio del 2005 en plena ciudad de Barcelona.

- ¿Y qué ocurrió entonces?

- Una importante reunión de muertos llegados del futuro. Pero ya basta por hoy. Volvamos sobre nuestros pasos, que se está haciendo tarde y es hora de desayunar...


No hubo manera de sonsacarle más sobre este tema tan misterioso. Les acompañé comentando los últimos partidos del Barça, a los que mis labores operísticas me habían alejado y, al llegar a la escultura dedicada al Quart de Casa, dónde cuatro cubos metálicos se superponen uno encima del otro, les dejé continuar su paseo. Regresé yo al Club y ocupé una tumbona junto a la piscina de agua fría procedente del mar. Tras cerrar los ojos, echado bajo un irradiante sol otoñal, dejé que las palabras de mis amigos futurólogos siguieran jugueteando en mi imaginación.

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