jueves, abril 13, 2006

Italia dividida


He aquí de nuevo evidenciado un claro síntoma de la época: las poblaciones tienen que estar divididas, no hay manera de llegar a consensos unitarios. Ocurrió con el referéndum francés a la Constitución Europea, en Alemania durante las últimas elecciones y ahora en Italia: empate o casi empate. Creo que se trata de una constante que cada vez irá a más, la necesidad de expresar una diferencia, de ir a la contra. Si las ofertas son dos, el conjunto se divide en dos. Si hubiera más ofertas, seguro que el público se repartiría entre ellas. Lo que importa es no estar de acuerdo, disentir, opinar, afirmarse, distinguirse. Es curioso ver como se reparten equitativamente las tendencias casi a partes iguales, buscando inexorablemente el empate.

Un embrollo para los políticos, que gustarían de mayorías claras. ¿Qué hacer en estos casos? Una solución es la seguida por Alemania: gobierno de coalición entre las partes enfrentadas, es decir, apostar por el consenso contradictorio, ya que no es posible alcanzar el unitario. Requiere, desde luego, cierta madurez política. La otra es aceptar las reglas del juego: quién gana, aunque sea por un solo voto, gobierna. En este sentido, la nueva ley electoral italiana, que otorga automáticamente mayoría absoluta al vencedor, es una buena solución. Con tal que los perdedores acepten la derrota y la ley electoral.

Otro tema es el porqué la gente sigue votando a Berlusconi, por mucho que cumplan con las tendencias sociológicas hacia lo contradictorio. El dominio de la televisión y del 90% de los medios explica algo, desde luego. Pero no todo, supongo. Tampoco podemos decir que la mitad de los italianos son tontos, aunque lo parezcan. Otras explicaciones debe haber. Sin duda los sociólogos sabrán explicarlo. Entretanto, y mientras delucidan la cuestión, el Cabaliere seguro que ya está tramando la siguiente pirueta, que dejará muy admirados a los unos y a los otros.

Yo que pensaba que la época de los políticos cínicos había pasado, y resulta que la realidad me lleva la contraria. Aunque tal vez no estuviera tan equivocado. Al fin y al cabo, es tanta la desfachatez del cinismo berlusconiano, lo disimula tan poco, hace tanto alarde del mismo, que muchos pensarán que es el más sincero de todos, pues no oculta a nadie que es un tramposo, que estafa, compra, engaña y manipula. Para muchos de sus votantes, esto debe ser sinónimo de sinceridad y honradez: ése al menos no lo oculta, nos lo dice abiertamente, mientras que los demás, con su máscara de honorabilidad… ¿Será ésa la explicación?

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