El futuro de Cataluña

 (Versió en català)


Dos libros recién leídos me han impulsado a visitar a mis amigos futurólogos de la Barceloneta: ‘Infierno, Purgatorio, Paraíso’, de Jordi Ibáñez Fanés, y ‘El hijo del chófer’, de Jordi Amat. Una novela y un relato biográfico sobre el periodista Alfons Quintà. Unos libros que recomiendo a todo el mundo y que considero indispensables para entender la historia moderna de Cataluña. La novela ha recibido el Premio de la Crítica 2021 en España, y el libro de Amat ha sido un éxito editorial ensalzado por todos sus lectores. 


Los dos libros nos explican, cada uno desde perspectivas diferentes pero complementarias, como la deriva independentista del último decenio puede considerarse como el desenlace lógico y fracasado de lo que se ha dado en llamar el pujolismo


Impresionado por la lectura de los dos libros, acudo a ver a mis amigos futurólogos para comentarlos, aunque doy por supuesto que no los habrán leído. Los pesco cuando paseaban frente al Club Natación Barcelona, del que soy socio, y tras los saludos, paso a explicarles mis cuitas y los dos libros mencionados. El mar estaba precioso, con un sol amortiguado por cuatro nubes. 


Para mi sorpresa, Mercadal había leído el libro de Amat, atraído por las reseñas del mismo publicadas en los periódicos. No el de Ibáñez, que ha tenido menos repercusión en prensa, sin duda por su contenido, altamente incómodo para las élites nacionalistas catalanas y por ello acallado sin duda por los poderes mediáticos. 


—La impresión que me ha quedado tras leer estos dos libros, es que podemos considerar el Procés como un fracaso cada vez más acusado de las pretensiones del nacionalismo y su escapada hacia el independentismo. Un fracaso del catalanismo, que no supo resistirse a ser fagocitado por el pujolismo. Pero lo raro es que nadie hable de fracaso…


Mercadal, que conoce bien la temática, fue el primero en hablar:


—No te debe sorprender, Rumbau, a nadie le gusta reconocer que se ha equivocado en sus verdades, y menos los políticos, antes se irán a la tumba con ellas en la boca. Y sobre todo cuando todo el asunto se sustenta en una emoción, pues eso es lo que ocurre con ese asunto de las patrias, las banderas y los pueblos que dicen ser una nación. Todo es una emoción, como lo es la religión. Pero mientras en lo religioso hemos llegado a aceptar una libertad de culto y que cada uno pueda creer en lo que quiera, en lo de las patrias todavía no existe esta libertad de escoger, y los poseídos por la emoción de una de ellas, buscan y necesitan que los demás se plieguen a su fe. 


—Precisamente la novela de Ibáñez Fanés explícita esta idea de fracaso, indicándonos lo que parece la única solución del asunto: reconocer de una vez por todas el fracaso de cualquier proyecto nacionalista en cualquier país empeñado en el absurdo impositivo de considerar que somos un único pueblo.


Bastides, que escuchaba atentamente la conversación, intervino entonces:


—En verdad en verdad os digo que tienes todas la razón del mundo, Rumbau, en lo que dices, o dice este novelista, sobre la necesidad de reconocer los fracasos colectivos de todas las naciones. Y que solo cuando esto haya ocurrido en el mundo entero, podremos realmente entrar en fases nuevas de civilización colectiva. 


—Así lo dice la novela en boca de uno de sus personajes…


—Me tocará leerla, pues da en el clavo del asunto. Una reflexión, la que haces, que nos viene como anillo al dedo, pues ya sabes que nuestro interés está en el futuro, mientras que las cosas del pasado mejor dejarlas donde están, pues por algo el pasado pasado está. 


—¡De cajón, Bastides! —exclamó Mercadal corroborando lo que decía su compañero de fatigas. 


—¿Qué quieres decir?...


—Lo evidente: lo que nos incumbe aquí es ver qué líneas maestras son las que surgen de la realidad actual, para intentar dibujar los futuros posibles que tenemos delante. Y aquí debo decirte una cosa que no gustaría a según quién escuche: contra lo que los catalanes piensan, está más preparado el resto de España en tirar palante el carro optimista del futuro que nuestra querida Cataluña. ¿Y sabes por qué? Pues porque los delirios nacionalistas en España, a pesar de los enquistamientos que revisten, están mucho más derrumbados que en nuestros lares, donde el pinchazo del Procés no acaba de desinflar del todo la pompa del delirio independentista. Fíjate como esa España Una de la derecha irredenta está hoy representada mayormente por partidos como el PSOE y el PP, cuya España no tiene nada de Una, sino que se estructura según una visión casi federalista del Estado, quiero decir, con sus poderes autonómicos en ristre, cada uno defendiendo sus intereses particulares sin entrar en delirios nacionalistas cantonales. Mira en Andalucía como el PP está levantando poderes locales con total libertad y con la bendición de Madrid, como ocurre en Málaga, atrayendo capitales y desarrollando un proyecto de ciudad metropolitana avanzada, a pesar de sus reducidas dimensiones. Valencia y Zaragoza son otros ejemplos paradigmáticos, pugnando por convertirse en polos de desarrollo sin perder energías en luchas absurdas y quiméricas. O Galicia o la misma Extremadura, cada región con sus dimensiones y realidades. O Madrid, aprovechando su capitalidad. En todos estos lugares, la energía creadora de lo nuevo no tiene los frenos del resquemor hacia el vecino ni hacia el Estado, como existe en Cataluña, y solo tienen que lidiar con los condicionamientos heredados por la historia, los propios de nuestra España centralista hoy asaltada por una multiplicidad de flancos. 


—¿Quieres decir que lo que importa es disponer de un fracaso bien fracasado y reconocido?


—Así es. En el resto de España, la actual insurgencia catalana ha servido para que la gente abra los ojos y comprenda el absurdo de semejante movimiento, pues los independentistas catalanes se han retratado, para vergüenza nuestra, frente a los demás como lo que es: un disparatado levantamiento de ricos que de pronto se han  inventado a unos enemigos que son los del resto de España. Ellos han visto al ‘emperador desnudo’, mientras que los de aquí todavía se creen vestidos con sus ropajes revolucionarios de ‘gente buena y pacífica’ cargados de odio. Esta pedagogía ha sido muy útil para los españoles, y hay que esperar que por el efecto espejo de reflexión, pronto alcance a la misma Cataluña y aquí, los poseídos por las ‘verdades’ empiecen a verse tal como estamos todos, desnudos frente al mundo. 


—¡Caramba, Bastides, esto es muy contundente!


—Fíjate que si Cataluña se sacara de encima todo este ropaje inútil, y empezara a ver a los vecinos no como enemigos sino como posibles socios y amigos con los que tratar y si conviene camelar, otro gallo cantaría en el asunto de la política, de los negocios y del desarrollo. Con las estructuras y la experiencia que aquí tenemos, tendríamos toda España no digo a nuestros pies pero sí a nuestra merced, y ellos nos tendrían a nosotros para aprovecharse de todo lo bueno que tenemos aquí. Maragall tuvo esta idea en sus días buenos, pero el pujolismo ya se había hecho con la médula del catalanismo, marcando un camino que nos condujo a donde estamos, a este fracaso del que hablas. Ahora tenemos que apechugar con él, y ojalá el derrumbe total llegue pronto y sea mayúsculo, para pasar página lo más rápido posible. Entretanto, habrá que seguir aprendiendo de los españoles en su conjunto, a ver si conseguimos vernos tal como ellos nos han visto estos años:’ben tocats del bolet’, como decimos en catalán.  


—Perdona que te interrumpa, Bastides, pero esto que dices me recuerda el tema de la ‘alteridad catalana’, que alguna vez hemos hablado, un concepto que a mí siempre me ha interesado, al tener que ver con el asunto de las marionetas (ya sabes, lo del doble y todo eso). Lo decíamos así: ‘hasta que los catalanes no aceptemos nuestra alteridad fundamental, que es la española, no hay nada que hacer’. Lo que estás diciendo  se refiere a eso, pero teniendo en cuenta que esta ‘alteridad’ no la tenemos solo fuera de Cataluña sino que está en casa, en esta mitad de la población catalana que tiene el español como lengua materna y a la que el nacionalismo ignora o más bien subyuga con su prepotencia. ¿Cómo vamos a ser un país normal si no aceptamos esta alteridad fundamental de nuestros propios vecinos en casa?


—De cajón, Rumbau, de cajón. Pero lo que conviene es centrarse en el futuro. El politiqueo nosotros lo dejamos para los que gustan perder el tiempo en estas cosas, y nosotros, que ya tenemos una edad, no estamos para perder el tiempo. Nos tranquiliza una cosa: los delirios caen, tarde o temprano, por su propio peso. Se aplica aquí la ley de gravedad, nada del otro mundo. 


—Y este asunto del catalán y del 25% que se ha impuesto de castellano, ¿cómo lo veis?


—Bueno, se trata de uno de los disparates propios del Procés, el hecho de haber llegado a estos extremos, que la ley diga que debe aplicarse un mínimo de 25% de tiempo curricular en castellano. Pero bueno, ¿no dice el mismo Estatuto que el castellano es lengua oficial en Cataluña? ¿Y no sabe todo dios que aquí la mitad de la población es mayormente castellano parlante? Pues no creo que haya nada más que decir. Me remito a lo de antes: ¿cómo ven el asunto desde el resto de España? No cabe duda: como un disparate. Pues así lo tendríamos que ver nosotros, desde esta mirada exterior que no se deja engañar por vestuarios, razones y pompas inexistentes.


Mercadal, con ganas de decir la suya, intervino en aquel momento:


—Esto de la lengua es el otro hueso duro de roer que tiene el nacionalismo. A mi parecer, una trampa en la que ha caído el catalanismo, pues en esta cuestión antiguamente siempre fue mucho más cauto y respetuoso. Caramba, una lengua que quiere imponerse sobre la otra. Esto hacía el franquismo con el catalán. Recuerdo que fue una reivindicación básica de aquel entonces que había que respetar la lengua materna de los catalanes en la escuela, como un derecho fundamental. Finalmente se consiguió durante la llamada Transición. Y de pronto, el nacionalismo da la vuelta a la tortilla e invierte los términos: ahora toca suprimir el castellano. Dicen: aquí la lengua materna es la territorial, caramba, lo mismo que decía Franmco. Lo considero una trampa en la que el catalán se ha metido de cuerpo entero, y por mucho que el poder local ahora chulee con este tema, tarde o temprano tendrá que corregirse. No solo por derecho y justicia social y lingüista, sino por la propia supervivencia de la lengua catalana: poco podrá perdurar si se la acaba identificando con la ‘enemiga del castellano’. 


—Menudo tema, Mercadal… Ya sabes que hablar de ello se ha convertido en tabú en según qué círculos.


—Aquí está el problema del asunto. Y por eso hablo de auto-trampa que puede acabar ahogando al catalán. Ojalá no suceda y la sensatez y el sentido común se acaben imponiendo, pero muy me temo que llegamos tarde y que la cosa sólo puede acabar mal. Haber politizado hasta tales extremos la lengua es el gran pecado del pujolismo y su régimen, que ahora decimos que se derrumba. A ver si es verdad y esta mirada externa de la alteridad de la que habéis hablado arregle pronto las cosas.


—Aquí nos encontramos de nuevo con lo que decíamos antes, la lengua es también una emoción.


—Lo es y por eso tantos escritores dicen que su patria es la lengua con la que escriben y hablan. Ojalá el concepto de patria pudiera quedarse en las lenguas. Así, en una sociedad plurilingüe todos tendríamos tantas patrias como lenguas hablamos. Y por eso el nacionalismo impide que los niños amen y aprendan aquí las dos lenguas, porque sería enseñarles a amar a dos patrias. Por eso es tabú en Cataluña hablar de bilingüismo: ¿dos patrias? Ni hablar del peluquín. Como en la época de Franco: ¡Una, Grande y Libre! Y esta actitud es no solo perversa sino retrógrada, antipedagógica y anti-civilizatoria. Tener dos lenguas, tener dos patrias, ¡qué lujo y qué riqueza! Pero eso atenta al nacionalismo. Fíjate hasta qué punto este nacionalismo pujolista está impregnado de franquismo…


¡Caracoles! ¡Menuda conversación interesante! Oyendo a mis dos amigos futurólogos pensé qué gran lugar era la playa para poder hablar con libertad, sin miedo a que nadie te venga con tabús, condenas y malas caras. Una charla espléndida fomentada por dos magníficos libros, y paseando por la orilla del mar en la Barcelona más popular, y solo cubiertos por un taparrabos… ¡Qué gusto y qué lujo!


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