martes, junio 13, 2006

ÚLTIMAS REFLEXIONES SOBRE EL ESTATUT

Querido bloguero, quedan ya pocos días para que se acabe el tema éste, de modo que lo que tenga que ser dicho, que sea dicho sin demora. Pero, ¿qué más puede decirse sobre el Estatut? ¿Acaso no se ha dicho todo? Ha llegado un punto en el que todo son obviedades, y la necesidad del Sí, una evidencia suficientemente evidenciada. Los del No insisten en sus razones, tan razonadas como repetidas, sin convencer más que a sus fieles y adeptos. A estas alturas, la cuestión es la asistencia. ¿Irá mucha gente a votar?

Yo sí iré. Me gusta votar. Será que me he convertido, con la edad, en un conservador. O tal vez no, y los conservadores son los que se quedan en casa, por pereza o por convicción ideológica. O porque les importa un pito. Esto último lo entiendo más. Aunque la actitud de los que no van a votar porque están descontentos, resentidos o desengañados de los políticos, me parece hipócrata y muy comodona. Como si los políticos fueran unos seres excepcionales a los que se les debe exigir todo. Són lo que son –o sea, “lo que hay”–, por dejadez consentida de la masa, que renuncia a sus responsabilidades y las traspasa a los elegidos. Las carencias que no queremos ver en nosotros mismos, las traspasamos a los políticos y nos quedamos tan panchos, como si fuéramos ciudadanos perfectos, jueces imparciales de los actos ajenos. Claro que son unos impresentables, la mayoría de las veces, ¿pero acaso no lo son porque proyectamos en ellos nuestra propia impresentabilidad?

Durante todo este año de Estatut, los políticos han convertido la política en un verdadero sainete, un culebrón, es cierto, pero yo me pregunto, ¿quiénes son los que durante todo el mismo año se han tragado los culebrones y los “reality-shows” infectos que echan por la tele? No los políticos, que se pasan el día con su propio sainete, en reuniones o en el Puente Aéreo (aunque algunos seguro que también miran la tele, tal vez con ansias de aprender), sino la masa que se encandila con los actores culebronistas, con el exhibicionismo basura, pero que ante el espectáculo igualmente culebronista de los políticos, ¡se indigna!

“Vaya”, dirá el bloguero lector, “¡qué defensa de los políticos! Puede ser que tenga razón este señor del blog, pero por mucho que diga, eso no quita que el espectáculo haya sido deplorable, y que los políticos protagonistas del enredo hayan quedado tan enredados en él, que no haya buen desenredador que pueda desenredar el desaguisado enredo”. Sustento su opinión, querido bloguero lector, pero la matizo con mis considerandos de orden pragmático que me parecen suficientemente válidos.

Otra razón esgrimida para no votar es la del tipo ideológico de la izquierda ácrata y radical. Tiene mucha tradición, y es difícil polemizar con ella, pues posee argumentos de sobra, muy probados y contundentes. Menos mal que es minoritaria, pues pertenece a élites filosóficas y muy exigentes, capaces de profundizar en las esencias del meollo, con apreciaciones no siempre fáciles de entender, sólo para los iniciados en el verbo analítico y en la radicalidad denunciante, con gestualidades e incluso disfraces a veces muy pronunciados.

Aunque también es verdad que en países como Francia, patria de la razón pensante, esas posturas tienen muchos adeptos. Y en Alemania, impregna muchas capas de la juventud urbana y universitaria. Sus formulaciones son acertadas todas ellas, de una gran verdad, pero eso no impide que siga pensando en ir a votar. No sé muy bien la razón, seguramente por simple pragmatismo sociológico, por prejuicios desideologizantes, o por mantener en pie la ficción democrática... Puro conservadurismo, sin duda, pero prefiero una ficción que propone a otra que impone, por muy falsa y manipulable que sea la primera.

El voto no arregla nada, tal vez tampoco sirva para nada, pero te otorga, aunque sea sólo en la ficción de la teoría, poder decisorio y soberano sobre la marcha de lo público y del país. Esta sensación, por muy falsa que sea, nadie te la quita. Y es una maravilla ver, los días de votación, a tantos ciudadanos anodinos que normalmente ves en la calle, en las tiendas, en los mercados, en los toros o en los portales de las casas, acudir todos (o bastantes de ellos, un 60% más o menos) a los centros de votación, cumpliendo con el principio de que “a cada ciudadano, un voto”, seas pobre, rico, tonto, cojo o viejo. Y mientrastanto, contemplas a los políticos encerrados en sus cuarteles, callados y expectantes, ansiosos de conocer el veredicto de las urnas que hará ganar a unos y perder a otros. Una delicia.

Sin duda la democracia tiene mucho que desear, aprender y cambiar[1], pero una forma de mantener vivo el aliento que la sustenta, hoy por hoy, es gozar del derecho de voto. Por eso creo que vale la pena ir a votar. En el caso del Estatut, “Raison oblige”, motivo más que suficiente para votar que sí.

[1] yo de entrada aumentaría el número de parlamentos y de senados del país, poniéndolos como mínimo en cada provincia española, para pasar luego a cada ciudad de más de 50.000 habitantes. La complejidad del mundo exige más complejidad representativa. Ya sé que suena raro, pero la descomunalidad del sainete sería aún mayor, lo que traería no poca diversión, y nos sentiríamos más partícipes y representados. Volveríamos así a los orígenes de la democracia griega, cuando cada Polis era independiente y soberana, aunque habría que evitar lo de las guerras constantes entre ellas, para lo que servirían los parlamentos regionales, seguidos de los nacionales, del europeo y del mundial, así como unas reglas de juego consensuadas, con una misma ley de ciudadanía común, abolición de la esclavitud, etc.

2 comentarios:

jaume dijo...

muy sutil querido Toni su reflexión. Llegando ya a cotas elevadísimas de refinamiento político en su propuesta al margen. No es ninguna mala idea, estoy totalmente de acuerdo que a más complejidad, más se debe abrir el espectro de representantes, pero sugiero también más poder del ciudadano normal en las decisiones de cada día: como? voto electrónico. "Web,web ,web" que sin duda diría ahora un Hamlet del software libre.Más representatividad y más internet. eso.

Redacción Blog dijo...

Sí, querido Jaime, creo que el futuro está en una multiplicación de parlamentos y senados, y seguramente para ahorrar, serán la mayoría virtuales, lo que es una lástima, pues la idea de que cada provincia o ciudad tenga su senado y su parlamento, con sus sillones y sus ujieres, es muy sugestiva. Pero el Internete se impone, como bien dices. Lo que pasa es que entonces, al ser parlamentos y senados virtuales, no tendrán que ser necesariamente regionales, es decir, que no tendrán que corresponder a una región geográfica concreta. Lo que significa que podrán nacer nuevas regiones no geográficas, o raras asociaciones entre regiones alejadas entre si... Además, al ser tan fácil y barato tener parlamentos y senados virtuales, cualquier comarca o incluso pueblo podrán tener los suyos, de modo que la cosa podría dispararse...
Creo que España es un país idóneo para que sus pueblos investiguen en estas cuestiones: su tendencia innata a los particularismos va en esta dirección. Como dice mi buen amigo de la playa, Romà Bastides, el zapatero de la Barcelona, España pasará a llamarse en el futuro la FEAA, cuyas siglas significan Federación Española de Autonomías Autodeterminadas, primer paso para la progresiva desintegración de las distintas autonomías en otras aun más pequeñas. Según Bastides, nunca España logrará tanta cohesión interna como con la FEAA, una paradoja sin duda que espero algún día nos aclare.
Por cierto, ¿cómo anda Chile de regionalismos? ¿Hay autonomías? ¿Se descentraliza?... Aunque creo que aquí hay mucho sentimiento patrio...
Bueno, sigamos reflexionando y a ver qué pasa el domingo con el famoso Estatut.
Un abrazo
Toni