martes, junio 06, 2006

LOS CHON CHON EN LA PUNTUAL.

Ha sido un placer asistir a una representación de los Chon Chon en La Puntual, el teatrillo de Eugenio Navarro de la calle Almirall Vermell de Barcelona. El título de la obra era “Juan Romeo y Julieta María” (presentaron el día anterior “Tresespinas”, basada en tres textos del conocido titiritero y dramaturgo argentino Roberto Espina, que yo no pude ver). Había visto esta loca versión de la tragedia de Shakespeare hace un tiempo, creo que fue su estreno en España, y ya me gustó entonces. Ahora, la obra ha ganado en ritmo, gracia, estilo y desparpajo. Una delicia que los asistentes en la Puntual, abarrotado de gente, disfrutó a carcajada limpia y premió con prolongados y merecidos aplausos.

Los Chon Chon son un grupo de titiriteros compuesto por el chileno Miguel Oyarzún y el argentino Carlos Piñero. Viven normalmente en la ciudad de Córdoba, Argentina, y dos veces al año suelen venir a las Españas para realizar una gira por los festivales, teatros y ciudades que a lo largo de los años se han convertido en incondicionales suyos. Los descubrió Eugenio Navarro en 1997, actuando en Buenos Aires, en la Calle de los Títeres, y fue él mismo quién les organizó las primeras funciones en España en algunos festivales de confianza, en el Teatro Malic de Barcelona y otras muchas ciudades en número de cuarenta. El espectáculo era “Los Bufos de la Matinée”, y con ellos ocurrió lo que a Julio César: “vini, vidi, vinci”. Era lo que muchos estaban buscando hacía tiempo: un grupo “ligero”, de poco “bulto” (sólo dos personas, y un teatrillo sencillo, austero, apto para todos los públicos y escenarios), fresco, divertido, poético y, lo más importante, inteligente. Algo que en el terreno de los títeres siempre es muy de agradecer.

El estilo de los Chon Chon no puede ser más sencillo y, a la vez, más sofisticado. Se cumple aquí la ley que dice que lo más difícil es decir más con menos. Pues bajo la apariencia global de sencillez, se esconde una técnica muy elaborada y un “savoir faire” siempre inspirado y exquisito. Lo que más sorprende es la gracia que tienen en la manipulación –cuidada, sutil, apaciguada, “dulce” y detallista– y en la improvisación –escuchar a los dos presentadores habituales del espectáculo, el Abuelo y Arraskaeta, es una verdadera delicia: con sus dejes argentinos, sus ironías, sus juegos de palabra y las referencias constantes que hacen al lugar dónde actúan, se ponen al público en el bolsillo a los dos minutos. Pero lo bueno es que ambos titiriteros, Carlos y Miguel, juegan a sorprenderse entre si durante la representación, acentuando las ocurrencias y los juegos improvisados, de modo que en más de una ocasión a ellos mismos se les escapa la risa...

El Romeo y Julieta que presentaron en La Puntual tiene como principal virtud el gran aliento de libertad que trasciende del retablo. En efecto, los Chon Chon no dudan en pasar de un registro al otro con total desparpajo y aún así, la obra nunca chirría, a pesar de que los registros utilizados van de un extremo al otro. Primero son los dos presentadores habituales que introducen título, argumento, actores y personajes. Sus gracias son la habituales, con los agradecidos gags de las escaleras (cuando bajan por una escalera de caracol que se “encalla” y nunca termina o cuando el Abuelo escoge la escalera mecánica, mucho más suave y rápida...) y sus divertidas improvisaciones. Luego, se pasa al registro del teatro dentro del teatro, cuando los títeres-actores, cuatro, se disponen a disfrazarse para hacer los diferentes papeles de la obra. Luego entramos ya en el Romeo y Julieta, cuya trama sin embargo no consigue nunca arrancar debido a las intromisiones de los otros registros. Tras la escena del enamoramiento y la “casualidad de los apellidos”, surge de pronto un fantasma, procedente de los interiores del retablo, o tal vez de otra obra de la compañía, que interrumpe la función con clásicos juegos titiritescos de persecusión y estacazo. Y cuando nos preguntamos hacia donde acabará el asunto, aparecen por sorpresa los mismos titiriteros, que intervienen a su vez en la trama y que precipitan el desenlace de la obra. Lo más divertido es cuando el Abuelo dice: “ahora viene la parte pedagógica del espectáculo”: uno espera que van a contar el argumento shakespeariano al público, pero lo que hacen es pedir a los padres que se lo cuenten ellos a sus hijos cuando lleguen a casa...

Este pasar de un registro a otro, alternando los lenguajes que van dirigidos ora a los niños ora a los adultos, sacando las manos y las cabezas los titiriteros cuando se les antoja, dota al conjunto del espectáculo de un envidiable aire de libertad. Parecen decir: aquí todo es posible, hacemos lo que nos da la gana, que nadie se rasgue las vestiduras, y sin embargo, el espectáculo fluye y grandes dosis de poesía son derramadas al público, que lo recibe sin darse cuenta de ello, desde una sencillez sin aspavientos, hasta que al final uno no tiene más remedio que levantarse, y entre aplauso y aplauso, exclamar: “¡chapeau!”.

La maestría de los Chon Chon pertenece a esta linea titiritil argentina cuyo principal referente fue el poeta y titiritero Javier Villafañe, que los españoles tuvimos la suerte de conocer en su última época. Consistente en un uso minimalista y estilizado del oficio, procede a su vez de las semillas dejadas por García Lorca en Argentina. El joven Javier Villafañe de entonces quedó atrapado por el espíritu lorquiano, para el cual los títeres no eran más que otra manera de hacer y decir poesía. Espíritu que cultivó a lo largo de su vida, dejando una huella profunda no sólo en su país, sino en toda Latinoamérica y, más tarde, en España (recuperando de este modo una tradición que el Franquismo cortó de raíz). Los Chon Chon –desconozco si conocieron o no directamente a Villafañe– se sitúan en esta misma línea: un registro dificilísimo de cultivar, pues tan fácil es caer en las ñoñerías infantiloides como en las cursilerías poetizantes. Hace falta modestia e inteligencia a la vez, ser poeta y disponer de un importante instinto dramático. Algo que Carlos y Miguel, de los Chon Chon, poseen de sobra.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Coincido en todo lo que dices. ¡Viva los Chon Chon!

Anónimo dijo...

Curioso mundo el de los títeres. Confieso que no lo conozco en absoluto. Me gusta su blog por lo que tiene de singular, pues junto a sus comentarios sobre política y otras cosas de la vida, nos habla de vez en cuando sobre títeres. Esos "personajes dobles", como usted los llama... Tal vez deberíamos fijarnos más en ellos, para aprender así a ser otros aunque sea sólo de vez en cuando, escapando de nuestras identidades tan férreamente monolíticas, por las que tantos luchan hasta la muerte. Identidades... Miserias de la especie humana. Los animales no sufren de este virus. No duda que sea bueno tenerlas, pero mejor sería que algún pudiéramos convertirnos en uno de esos retablos de títeres, con el humor y la variedad de voces y caras que suelen tener. La vida sería más animada y los conflictos encontrarían más rápidas soluciones. ¿No le parece? Y gracias por su blog
J.P.

Anónimo dijo...

la escalera es de los dimauro....mecanicaaaaa.