miércoles, agosto 30, 2006

Reflexiones sobre el Líbano a finales de agosto.


Querido bloguero, ha pasado agosto y la guerra del Líbano parece que ha llegado a su fin. Sin embargo, el suelo de aquel frágil país sigue temblando aún, no sólo de indignación, sino también convulsionado por el terrible panorama de destrucción que han dejado tras si los bombardeos israelíes.

La realidad de la guerra muestra sus efectos y el país entero debe acomodarse a una agenda que le ha sido impuesta de improviso y que desde luego no figuraba en sus previsiones. Creo que hemos sido testigos una vez más de esta nueva estrategia inventada por los ideólogos de la ultraderecha americana consistente en “crear nuevas realidades”, tirando por la borda los equilibrios y las componendas habituales que solían mediar en los conflictos. Es decir, “crear nuevos escenarios por la vía de la imposición militar y los hechos consumados”.

Se trata de una estrategia de corte evidentemente imperialista que se pretende de largo alcance, muy defendida por los llamados “ideólogos neocons”, y que postula la acción directa y decidida de “hacer historia”, dejando para los demás las labores de interpretarla, de adaptarse a los nuevos escenarios, de cura de las heridas, etc. Así, el poderío militar americano, teóricamente imbatible, sería el encargado de abrir las nuevas realidades reventando las situaciones enquistadas de bloqueo a su expansión estratégica (Irack, Siria, Irán…) mientras sus aliados sólo medianamente militarizados (Europa, Japón, Canadá, Australia…) serían los encargados de la labor secundaria de asistencia post-traumática.

A esta estrategia, hasta ahora practicada por los EEUU, se ha adherido Israel con su última campaña en el Líbano, así como en sus tácticas de acoso y derribo de la sociedad palestina. Una muy peligrosa decisión del estado judío, porque su situación geográfica la convierte en agudísima y a la vez en fragilísima punta de lanza de los ideólogos imperiales americanos.

¿Se ha dado cuenta la sociedad civil israelí de la terrible situación en que ha dejado a su país vecino, el Líbano, con el que tiene más puntos de contacto y más posibilidades, a corto y largo plazo, de entablar relaciones provechosas y normales de vecindad? Es como si los americanos, enfadados porque entran tantos inmigrantes ilegales por las fronteras de Méjico, decidieran un día bombardear a este país dejándolo arruinado y en total bancarrota. Por muy agresivas y violentas que sean las mafias fronterizas, me extrañaría que el gobierno de los EEUU decidiera un día declarar una guerra total de destrucción a Méjico.

Lo mismo se podría decir respecto a los palestinos. A no ser que no exista, por parte israelí, voluntad alguna de llegar un día a mantener mínimas relaciones de buena vecindad con sus vecinos más inmediatos.

Es decir, Israel ha querido actuar con idéntico lenguaje al de su gran valedor, los EEUU, sin tener en cuenta que las probabilidades de éxito de esta estrategia radical no están en absoluto garantizadas, al menos a corto plazo. Y para los países y sociedades implicados y cercanos a los escenarios cambiantes, es decir, los que necesitan ser “dinamitados y recompuestos” según las doctrinas del expansionismo global, hablar de “corto plazo” es hablar de guerra, destrucción y muerte. Puede que a largo plazo las tesis imperiales globalizantes acaben ganando la partida, aunque es posible que para aquel entonces sean otros poderes regionales los que se aprovechen de los resultados. Pero los pueblos y países situados en las “zonas de cambio” deberán sufrir por ello los azotes más cruentos de la guerra.

Ridículo para Israel: cuando existan nuevas fuentes de energía substitutorias del petroleo (esperemos que ello ocurra pronto y sean libres y baratas), su enroque geoestratégico ya no tendrá ningún sentido y, cómo los demás países del Mediterráneo, deberá contentarse en vivir básicamente del turismo –si es que en aquel entonces queda en pie alguna piedra por enseñar y algún judío para hacer de guía…

El peligro de la estrategia neoconservadora americana es que se lleve con ella a varias generaciones de sociedades culturalmente avanzadas. ¿Será capaz de resistir Europa las consecuencias tremendas de esta estrategia delirante? ¿Cuántas generaciones deberán pasar para que los odios de las poblaciones más afectadas entren en su declive? ¿Aguantará muchas décadas más Israel su conversión en un estado militarizado? ¿De qué manera se podrán plantear, en estos escenarios casi apocalípticos, los urgentes problemas de supervivencia de la especie en el planeta? Preguntas que requerirían rápidas respuestas.

martes, agosto 22, 2006

La caída en picado del pasajero de avión.


Me acuerdo de niño cuando los aviones de línea eran caros y escasos, y se trataba al pasajero como si fuera un privilegiado al que se debía agajasar lo máximo posible. Supongo que la razón era más que nada para vencer el miedo natural a volar de la gente: gracias a un trato mimoso, se convencía a los que tenían que viajar que lo hicieran en avión. Más peligroso, pero más rápido y, sobretodo, un lujo.

Luego las líneas aereas se fueron consolidando, desaparecieron las líneas marítimas regulares, y volar se convirtió en habitual. El trato de mimo y privilegio se mantuvo, aunque ya rebajado por los primeros síntomas de normalización. El plástico empezó a substituir a los metales y al crital, y la comida bajó unos cuantos grados de calidad.

Ya sabemos lo que ha ocurrido en los últimos años: profusión de compañías de bajo coste, gran pelea por bajar precios y eliminación de todas las chucherías ofrecidas a los pasajeros (sólo se mantienen, rebajadas a lo estándar plastificado, para los billetes de primera clase). Muchas compañías ya no reservan asiento, se entra en los aviones como en un autobús, y los azafatos y azafatas nos tratan con alegre desparpajo y familiaridad, por no decir con el mayor descaro.

Pero la degradación en el trato hacia el pasajero de avión no sólo viene de las compañías. La elevaron a su máximo los terroristas del 11-S, que no dudaron en estrellarse contra las torres gemelas, importándoles un bledo la vida de los pasajeros así com las propias. Ante tamaña atrocidad, los estados, sobretodo los que están en “guerra contra el terrorismo”, no tardaron en sumarse a la campaña. Y así, para responder publicitariamente a los atentados o a las amenazas de ellos, no dudan en servirse de los pobres pasajeros de avión, tratándolos como a ganado a los que hay que martirizar siempre un poquito más. He oído relatos de viajeros que han volado estos últimos días, especialmente de aeropuertos británicos, y sus relatos son absurdos y kafkianos.

Otro síntoma de esta caída en picado de la condición del pasajero de avión, es la huelga de empleados del aeropuerto de Barcelona en plena campaña turística de agosto: miles de pasajeros quedaron abandonados en los fríos halls, muchos perdieron los vuelos, sus escasas vacaciones y, además, se quedaron sin maletas. A ninguno de los empleados se les ocurrió que con su protesta estaban hundiendo el verano a tantos usuarios. ¿Y qué?, debieron pensar, ¿acaso no son pasajeros de avión?

Sí, en tan sólo treinta o cuarenta años, constato con horror cómo se ha pasado del tacto mimoso al trato degradante. ¿ A qué se debe esta falta de respeto hacia el pasajero de avión? ¿Qué han hecho para merecer este trato? ¿Será un síntoma determinante de los nuevos tiempos que corren o se avecinan? ¿Un ejemplo o una consecuencia más de la masificación mundial?

El rico y el moderno antes viajaba y se movía mucho. Era el prototipo del “sportman” y se vanagloriaba de serlo. Ahora, viaja el proletariado: el turistico y el migratorio. Los ricos y poderosos se quedan en casa. Como máximo, se desplazan en sus yates o en sus aviones privados. Ahí está el lujo. Para las velocidades y las comunicaciones, ya está el Internet y la videoconferencia.

¿Quién querrá viajar en avión? Los titiriteros cómo yo hace tiempo que substituímos la furgoneta por el avión (lo que era un indicio de por dónde irían los tiros), y me imagino perfectamente a los futuros teatreros del mañana, los dedicados a los “bolos de batalla”, decirse entre ellos:

- ¿A dónde vas de bolo mañana?

- Yo a Singapur.

- Yo lo tengo en Hongkong, y pasado mañana en Ciudad del Cabo.

Mientras que la compañía de mayor éxito y con el caché más alto, dirá:

- Yo en la vuelta de la esquina, en la parroquia del barrio.

Seguro, seguro que será así…

lunes, agosto 21, 2006

El Rey León.


Cuando lo ves en el Zoo, parece un rey destronado. Y sin embargo, ¡qué porte! ¡Qué rostro de majestad e imperio! ¡Qué serenidad dura e indiferente! ¡Qué anchura de frente regia y magna!

Encerrado en su espacio, a una distancia considerable del público, lejos de los cacahuetes y de las burlas humanas, el León parece aburrido. En efecto, su máxima actividad es el bostezo, que practica constantemente en cuanto abre los ojos. Duerme casi todo el día y sólo se digna levantar la cabeza en contadas excepciones. Ése es el momento esperado por padres, madres y niños, o mejor dicho, por sus cámaras, que se ponen en guardia en cuanto ven el menor movimiento. Los más listos lo intuyen, y disparan al acto, pues adivinan que las ocasiones son pocas.

Sin embargo, y a pesar de esta apariencia de languidez y aburrimiento, sospecho que el León es el más feliz de los habitantes del Parque. De entrada, no tiene que ir a cazar –le dan la comida dos veces al día–, lo que ya es un primer alivio para él. Todo el mundo sabe que es la Leona la encargada de buscar alimento, y que el macho participa casi a regañadientes. ¿Por qué tiene que hacerlo? ¿No es el Rey? ¿Acaso no basta con el porte, con disponer de una melena tan vistosa? No, el León ejerce su cargo con vocación, y es en el Zoo dónde mejor se expresa su leonidad regia.

Además, de todos los animales, creo que es el León el que tiene más justificado su encierre. No por haber hecho nada malo en concreto, pues la mayoría de los leones que habitan en los parques zoológicos de las ciudades suelen ser buenas personas y no tienen cuentas pendientes con la justicia, ni la divina, ni la humana ni la animal. No, su castigo, si de castigo se puede hablar, es por el símbolo que representan: el poder regio, la monarquía. Ponerlo en el Zoo es encajarlo en una constitución. ¿Les molesta eso? No lo creo: se vive bien, el suelto no es malo, no se pega golpe y se mantienen las distinciones. Es desde el lado del Símbolo dónde pueden sentir escozor, o mejor dicho, nostalgia. Pero los humanos han aprendido, a lo largo de los siglos, que mejor es tenerlo en una jaula, aunque ésa sea dorada. Qué luzca su porte, sí, entre cuatro paredes.

Por último, y para acabar de ensalzar la figura del Rey León, nada mejor que ver lo que ocurre cuando se la exhibe –o se la exhibía, pues creo que ya no está permitido– en el circo. Lo he visto varias veces, en directo y por la televisión. El domador, disfrazado de Tarzán, busca siempre lo imposible: ser él el Rey, destronando al que por ley natural lo es. Recuerdo que su figura, heroica entre las fieras, jamás alcanzaba la realeza que pretendía. Era como si un domador simio pretendiera ser hombre domando a los humanos. Podía alardear de valentía, y eso nadie se lo discute, y de aún muchos más atributos todos ellos dignos y meritorios (gracia, maña, arte, astucia, picardía, tesón, mano izquierda, voluntad, heroísmo, elegancia, etc) pero jamás el brillo de la corona pasaba del león a su cabeza. Daba la sensación de que las fieras obedecían por educación, como lo hacen los reyes coronados cuando asisten a desfiles, bodas e inauguraciones, para no dejar en ridículo a quiénes les dan de comer, actuando con cariño incluso hacia el domador, por ejemplo dejándole poner la cabeza en su boca, sin comérsela, pues si algo sabe el león es que por mucho que el otro lo pretenda, la corona no se la quita nadie. Pues la corona es él.

viernes, agosto 18, 2006

Visita al Zoo


He aprovechado que estoy en Barcelona durante el mes de agosto para visitar un lugar entrañable de la ciudad: el Zoo. Un lugar que conozco desde niño y que con una cierta regularidad he ido visitando, de modo que los cambios y tranformaciones que ha sufrido con los años, no constituyen para mi una excesiva novedad. Y, sin embargo, cada vez que voy lo encuentro cambiado y, sobretodo, más “deshumanizado” o, dicho en otras palabras, más “animalizado”. Me explico.

Sabido es que cualquier Zoo en cualquier ciudad del mundo se configura como un espacio limítrofe donde la especie humana es puesta lado a lado con algunas de las demás especies animales del planeta. Cuando empezó esta costumbre, por allá el siglo XVIII y XIX, supongo, la distancia que había entre uno y otro lado era abismal: los humanos, con sus vestidos elegantes de la época, pasaban con una altanería irreductible junto a las jaulas donde las fieras salvajes eran exhibidas como una atracción singular de exotismo existencial sobre la Tierra. En esta línea hay que situar la exhibición de algunos indígenes humanos “cazados” en países no civilizados (indios de la Patagonia, negros de Africa, etc) expuestos en los zoos junto a las fieras habituales. Es decir, la distancia civilizacional entre los visitantes y los seres expuestos era grande, al menos visto desde la perspectiva de cualquier observador imparcial perteneciente, como es lógico, a la especie humana del bando de los civilizados.

El darwinismo creó cierta confusión y hubo muchos chistes y juegos de imágenes sobre la cercanía entre nosotros y los simios. Pero por mucho que en algunos lugares pusieran sombreros, pantalones y falditas a los monos, la distancia entre unos y otros siguió siendo grande.

Pues bien, es esta distancia, que durante todo el siglo XX se ha mantenido más o menos inmutable, la que he visto tambalearse en mis últimas visitas al Zoo. Y no porque de pronto se haya expandido una conciencia de aproximación humana hacia las otras especies, en absoluto, sino por un simple fenómeno de “nivelación de las diferencias” o de “eliminación de las distancias” que se ha producido de un modo espontáneo y natural.

Tiene que ver, desde luego y en primer lugar, con la masificacion global de nuestras actuales culturas urbanas, que ha rebajado hasta límites increíbles los atributos de distinción de los humanos en general: atuendos cada vez más deshinibidos, pantalón corto generalizado, calzado playero, lenguaje desacomplejado, marcada impudicia, convivencia familiar relajada y, sobretodo, esa gran novedad que constituye la incorporación de un tercer ojo captador de imágenes, fijas o móviles, que se encarga de retener en sus retinas digitales lo que se visita, aliviando así a los dos ojos habituales de la cara, los cuales se contentan en ver, con perezosa indiferencia, lo secundario y anecdótico del lugar.

El segundo factor de deshumanización o animalización de los Zoos debe buscarse en este tremendo laminado que la cultura de la masificación ha hecho y sigue haciendo con éxito creciente sobre la identidad de las personas, cuyos yoes o egos quedan reducidos a un mínimo común denominador bastante estándar de la especie, muy lejos de los fatuos y engreídos egos antiguos, los que se paseaban con sombrero de copa y largos vestidos vistosos, cada uno de los cuales se creía o era portador de grandísimos atributos. Incluso el peso y el grosor de los egos de los ricos y poderosos actuales no difieren demasiado de los de la media estándar mundial, pues todos ellos han vivido y se han alimentado, y aun más que otros, de la televisión y otras chucherías acanallantes, bollicaos y donuts incluídos.

La forma por un lado (atuendos, zapatillas, gorras deportivas, lenguaje parco, convivencia deshinibida, familia relajada….) y el contenido por el otro (egos laminados y miniaturizados por la modernidad) constituyen, creo yo, la causa de una deshumanización galopante que en las calles no siempre es fácil de advertir, pero que en un lugar como el Zoo, destaca con flagrante evidencia. En los actuales Parques Zoológicos, la distancia entre animales humanos y otros animales queda reducida de una manera drástica como jamás lo había visto yo en ningún otro lugar. Por eso, en la euforia de esta constatación tan extraordinaria, me he atrevido a hablar de una “animalización creciente” de los Zoos, no porque los animales habituales sean más animales, sino porque los humanos se han acercado a sus hermanos planetarios a grados increíbles de cercanía. Es decir, se han “animalizado” en un claro proceso de acercamiento y de hermandad, desde luego inconsciente, que auguro como uno de los cambios más importantes del próximo siglo.

¿Para bien o para mal? Dado mi natural optimismo y mi fe incondicional en el futuro de la especie humana, sin duda para bien, mal pese a los agoreros. He aquí alguna de las razones:

- una miniaturización de los egos no deja de ser un requisito indispensable para poder pasar de una cultura de la Afirmación Impositiva de grandes egos a otra de Abertura al Otro, a base de egos más pequeños. Si, ya sé que entonces está el peligro del populismo, pues la teoría dice que egos pequeños son fáciles de manipular, pero últimamente me estoy dando cuenta de que esto no tiene por qué ser así: la masa de egos empequeñecidos es capaz de poner más sentido común, en sus decisiones colectivas, que minorías selectas de grandes yoes hiperdesarrollados. Pero en fin, me limito a una primera constatación, sin entrar en las disquisiciones resultantes.

- la “animalización” de la especie humana es un primer paso indispensable para que, de una vez por todas, reconozcamos nuestra condición animal, es decir, que somos básicamente animales, ocupando un lugar en este planeta muy cercano al de los demás animales que son nuestros hermanos biológicos. Creo que esta conciencia de animalidad es indispensable para llegar a alcanzar un día una conciencia planetaria, que nos permita desarrollar procesos de gobierno mundial, políticas de sostenibilidad, etc.

Para hoy, bastan estas dos razones. Suficientes, creo, para justificar mi optimismo así como mi empeño por acudir al Zoológico de vez en cuando. Tanta es mi ilusión al respecto, que no he dudado en sacarme el carnet de socio del Zoo de mi ciudad, de modo que tengo acceso gratuito durante un año al mismo. Un privilegio que espero hacer partícipe a los queridos blogueros que siguen, con fidelidad inquebrantable, las páginas de este blog.

viernes, agosto 11, 2006

La nueva campaña terrorista o el márketing fascista.

Parece ser que es éste un verano de campañas: la militar en Líbano, la de los incendios forestales en Galicia, la de los trabajadores de Iberia en el aeropuerto de Barcelona, y ahora la de los terroristas que iban a explotar líquidos en unos aviones que volaban de Gran Bretaña a Estados Unidos.

De todas ellas hay de qué ocuparse y preocuparse, pero sobre la última me gustaría explayarme ante el tamaño de la misma.

Sorprende precisamente el tamaño de la campaña, pues por suerte pudo detenerse el cometido terrorista de la misma, que no hubiera sido de menor envergadura. ¿Por qué precisamente en pleno mes de agosto, cuando los aviones y los aeropuertos están en sus máximos, los poderes policiales, bien aconsejados por sus gobiernos correspondientes, han lanzado esta campaña de pánico, proclamanado a viento y platillo los peligros de los que nos han salvado? ¿No es propio de los servicios secretos de inteligencia actuar desde el secreto y la inteligencia? Podrían haber atajado el problema y resolver el asunto con más discreción y diligencia. Así se hizo en otras ocasiones, por ejemplo cuando lo del famoso zapato explosivo.

Resulta muy sospechoso que justo en el momento en que las opiniones públicas occidentales empiezan a enfrentarse a sus gobiernos por el bochornoso apoyo a la campaña estival israelita en Líbano y Gaza, lancen su campaña de acoso al terrorista, lo que permite al gran estratega Bush extrapolar los hechos y hablar de la lucha contra los ”fascistas islámicos”, guiñando un ojo a sus amigos de Israel, quiénes por elemental regla de tres deben enfrentarse también a los mismos fascismos.

¿Pero de qué fascismos habla Bush? Aquí los únicos fascistas son los que pueden permitírselo, es decir, los que disponen del poderío para serlo. Pues por muy democrático que sea Israel, su guerra contra los Palestinos es una guerra fascista, y a su ataque al Líbano le corresponde el mismo nombre.

Esta campaña mediática contra el terrorismo huele a chamusquina. No digo que no existan unos locos capaces de hacer las barbaridades publicitadas por la prensa del mundo (por cierto, que con tanta publicidad, los voluntarios a mezclar líquidos van a multiplicarse como ratas), pero una operación mediática tan bien concertada sobre la desactivación de los líquidos hace pensar que hay mucho “márketing fascista” por en medio.

Ya sabemos la propensión al márketing que tienen hoy los actuales gobernantes mundiales. Los de Al Queda, que estudiaron en la misma escuela, son también unos expertos en el tema. Ambos extremos se apoyan y se necesitan, y ambos lo saben perfectamente. De modo que si una operación de unos sale mal, los otros ya se encargan de publicitarla aunque sea en negativo, recalcando el fracaso de la misma. Así ambos avanzan y se sustentan mútuamente en sus tácticas de márketing, a costa de la vida de unos cuantos miles de civiles que para los dos bandos no valen nada.

Por eso huele a chamusquina la actual campaña antiterrorista, pues ayuda por un igual a los dos bandos a sustentar sus posiciones extremas y nihilistas.

Israel y sus delirios.

Sigo, querido bloguero, con el tema ese de la destrucción del Líbano que acapara la actualidad y las conciencias aun despiertas de Europa.

La situación es la que sigue: todos nos extrañamos de que un país democrático pueda recurrir a las matanzas indiscrimanadas de inocentes (con este terrible alto porcentaje de niños en el cómputo) y al derribo planificado de infrastructuras civiles, pero los defensores de Israel lo justifican porque están en guerra, y en la guerra, por lo visto, todo vale. Esto lleva a la indignación de los que todavía piensan que en el mundo hay un futuro distinto a la simple militarización del planeta. A los más motivados emocionalmente en el conflicto, ansiosos de responder con la misma moneda y de participar ellos también en la matanza, lleva al terrorismo.

Tras leer muchos comentarios, me parece que el fondo de la cuestión se halla en el tipo de estrategia seguida por el estado de Israel desde su fundación, basada en el acoso y en la guerra. Tras el fin de la segunda guerra mundial, el sionismo se consolidó como un movimiento fundacional necesitado de tierras dónde instalarse, uniendo los principios de defensa con los de conquista. Se defiende conquistando, se conquista para defenderse. La ocupación de tierras se legaliza por el principio de los hechos consumados tras aplicar la ley del más fuerte. Si eso no funciona “a las buenas”, se consigue “a las malas”. Esta fusión entre el discurso defensivo y el discurso guerrero es lo que constituye la esencia de la estrategia israelita. Algo que se explica por las terribles circunstancias que generaron la creación del estado de Israel. Que las naciones de Europa se sacaran el problema de encima trasladándolo a Palestina, es un hecho consumado del que es imposible a estas alturas decir nada.

Todo movimiento fundacional parte de un mito, e Israel lo tenía bien servido: volver a la Tierra Prometida e instalarse de nuevo en Jerusalem tras dos mil años de ausencia. Que hubiera por allí habitantes y propietarios era un detalle que no debería ser obstáculo a la gran misión. Se comprende que con esta fuerza fundacional del mito que la sustentaba, más la experiencia del Holocausto, Israel naciera con una energía imparable.

Pero cuando uno llega a un sitio y quiere instalarse en él para prosperar y tener una vida agradable, lo propio es llevarse bien con los vecinos. Sin embargo, resulta que los vecinos eran los dueños de las tierras que ellos querían para si, y por lo tanto, nada de relaciones vecinales. Y lo que al principio fue un problema secundario de minucias resuelto con decididas artimañas, se fue convirtiendo en un problema cada vez mayor.

Un problema irresoluble porque en ningún momento Israel puso en cuestión su estrategia de acoso y ocupación. Lo confirma el hecho de que en todos los casos que han habido de tranquilidad y cese el fuego con los palestinos, en vez de aprovecharlos para sentar mínimas bases de encuentro, los israelitas han roto sistemáticamente las treguas, con gestos represivos exagerados que volvían a desencadenar la dinámica de acción y reacción.

Si buscaran realmente soluciones de verdad, ¿por qué ensañarse con la población civil palestina, y ahora con la libanesa y su precario estado, cuya mayoría no comparte los odios de los grupos extremistas? Todo el mundo sabe que el terrorismo no se vence con represiones ciegas y generalizadas, sino con soluciones policiales y políticas combinadas. Pero con su estrategia de acoso sistemático, el resultado no puede ser más que aumentar el volumen popular del odio, incorporando a muchas personas que antes eran críticas con los extremistas.

Por ejemplo, hubieran podido hacer una intervención quirúrgica contra Herbolá, que hubiera encontrado la neutralidad de las demás facciones libanesas y así congraciarse de alguna manera con el movimiento popular antisirio que ha surgido espontáneamente en los últimos tiempos. Pero eso, por lo visto, les interesaba poco. La opinión de los libaneses es un cero a la izquierda. Han optado por la brocha gorda, por la pura lógica conquistadora, expansiva y militarista, que desprecia a todos sus vecinos, cuyas vidas no valen nada.

Tal vez se buscaban resultados estratégicos muy bien calculados por los analistas, pensando en Irán como foco del problema, pero la realidad sorprende siempre a los delirantes. Herbollá es un partido libanés y sus milicianos gente arraigada a la tierra que defienden. Nacidos para defenderse y atacar al invasor israelí, han aprendido muy bien de sus derrotas y saben cómo enfrentarse a un enemigo superior. Su gran baza es el fanatismo religioso, que les hace perder el miedo a la muerte.

El resultado es que en la práctica y en el día a día, Israel no hace más que rodearse de una marea demográfica de odio que ven a Israel como un estado anómalo, aborrecible y criminal. ¿Es esto una táctica inteligente? Lo es sólo si se parte de una única premisa: lo importante es la guerra, pues así conquistamos nuevos territorios y consolidamos los que ya hemos conquistado. ¿Pero acaso pretenden conquistar el Líbano? Saben que no se les permitiría. ¿Entonces por qué enemistarse con todo el país entero, que será siempre un país vecino, el más próximo y avanzado de la zona? ¿Sentían talvez celos de su florecimiento turístico justo cuando éste empezaba a despuntar? No hay que menospreciar este último factor.

Seguramente buscan resultados a largo plazo, pensando que en cincuenta o setenta años, Israel será dueño de todo Oriente Medio, tras haber aplastado cualquier resistencia a su alrededor. Los americanos, por su parte, allanan el terreno con sus intervenciones en la periferia. Pero creo que esto es “soñar tortillas”, como decimos en catalán. A largo plazo, Israel tiene las de perder, por varios motivos: 1- por demografía, pues los países árabes se multiplican mucho más, 2- por acumulación del odio: al cruzar los umbrales de lo soportable, los odios acumulados generan movimientos súbitos que nadie puede prever, así como grupos guerrilleros que no temen la muerte, 3- por cambios en el equilibrio mundial de fuerzas: nada asegura la perennidad de la supremacía israelita-americana, 4- por acanallamiento moral: convertirse en un país fuera de la ley es cada vez más difícil e insoportable en un mundo interdependiente, 5- por enardecimiento de las poblaciones árabes periféricas, convenientemente excitadas por la inteligente estrategia americana en la zona (Irak, etc), empeñada en sumergirlas en el caos.

Una postura así no busca soluciones. La única solución para ellos es que nadie se les enfrente, que haya sumisión total de los vecinos, de los enemigos y de los amigos que ven con ojos críticos su acción. ¿Puede eso triunfar a la larga?

Su último delirio es caer en el juego de las estrategias regionales: lo iniciaron los EEUU en Irak, con los resultados catastróficos bien conocidos por todos. Juegan a ello igualmente los dirigentes iraníes y los burdos servicios secretos sirios, empeñados ambos en su supervivencia. Tambien Hamás y Herbolá se han dejado arrastrar por esas ilusiones. El juego consiste en pensar que es posible cambiar países, poderes y equilibrios regionales desde los despachos de los estrategas y los analistas, a bombazos y a base de emocionales conspiraciones suicidas, o con la ayuda de los satélites y los misiles. Al adoptar esta línea, Israel deja de ser un país arraigado en la región (es decir, solidario con sus vecinos) y se convierte en un ente extraño a ella (lo mismo, por cierto, que le puede pasar a Herbolá, al ponerse tan descaradamente bajo la órbita de Irán, aunque su matirio en el campo de batalla puede mitigar este peligro). ¿Busca así Israel consolidarse? Cuando más se mueva y alardee de músculos, más pegados tendrá a las terroristas que se arriman a su cuerpo para morir juntos. Es como si quisiera sacarse los moscones de encima enbadurnándose de mieda.

Así parece avanzar Israel: rodeándose de enemigos que le siguen con odio mortal. Como tienen la bomba atómica, pueden morir matando. ¿Es éste su destino? ¿A dónde les llevará su delirio?