lunes, agosto 30, 2021

¿Es el Momento Afgano el Momento Europa?


¿Es posible que el actual Momento Afgano, que tanta tinta está derramando en periódicos y centralitas de información, se convierta en el Momento Europa? Así de rotundo se mostró el otro día Bastides, el futurólogo de la Barceloneta, cuando comentamos la situación.

      —Mira, Rumbau, hoy todo el día están hablando de la decadencia de los EEUU y del mundo occidental en su conjunto, y qué duda cabe que tienen toda la razón del mundo. Pero si lo miramos con detenimiento y bajo el prisma de la visión futura, te diré que bien podría ser el arranque de un resurgir europeo, cuando nadie da dos duros por ella. 
      Se detuvo mirando el horizonte del mar, como suele hacer en sus paseos de la playa.
      —Lo que ha quedado claro es lo siguiente: un estado como el americano, que suele subcontratar la mayoría de sus servicios esenciales para ocuparse de una invasión y de un proyecto político de transformación, como planificó para Irak y para Afganistán, está condenado al fracaso. Así al menos lo ha demostrado en ambos casos. La razón es clara: se abandona cualquier intento de cohesionar una línea de acción política, como por ejemplo se hizo en Europa y Japón tras la Segunda Guerra Mundial. Esta carencia tan grave de los EEUU les incapacita para cualquier proyecto complejo que en el futuro pretendan liderar fuera de sus fronteras. 
      Todo esto es evidente, creo yo. Se dice que Rusia y China son los grandes vencedores, además de Pakistán, Irán y Turquía. A bote pronto, es una deducción lógica, pues desaparece de un plumazo la presencia americana y occidental en un cruce de caminos tan importante como es Afganistán. Rusos y chinos pueden hacer sus negocios con mejores condiciones, Pakistán se enorgullece de tener su ‘patio trasero’ bajo control, Irán ve surgir a su vera un poder aparentemente similar, y Turquía se friega las manos pensando en mediar para medrar.
      Pero atención, disponer de un patio trasero como Afganistán no es ningún chollo, por mucho que crean controlarlo. Más que un motor de retaguardia, yo diría que es un lastre de carga inútil. Y la corrupción que acompaña a todo régimen teocrático totalitario, en un país que vive del opio, no augura influencias muy positivas.
      Para Irán, no creo que el dolor de muelas que siempre ha sido el tema afgano vaya a desaparecer. Por el contrario, podría ir en aumento. Desde luego, cierra vías de evolución positiva a Irán, y esto, por mucho que lo celebren los ayatolás gobernantes, para el país es y será un lastre en un patio trasero que nunca han controlado. 
      Turquía puede medrar, pero enredarse en los negocios del Gran Juego petrolero, con la droga en medio, es un mal asunto. 
      En cuanto a Rusia, su experiencia afgana les dice que lo mejor es mirárselo desde lejos. Si ya Chechenia se conquistó a un precio tan alto, saben que el precio a pagar por Afganistán es inasumible para cualquier potencia. 
      El problema para sacar réditos de la situación está en la misma esencia del poder ruso: su empecinamiento totalitario que solo piensa en las ganancias geoestratégicas. Este freno congénito que supone la mirada corta que solo busca aprovecharse del momento, peca de esto, de su poca capacidad estratégica abierta al futuro. 
      Lo mismo cabría decir de China, a pesar de que ellos sean los únicos que manejan líneas estratégicas de intervención a largo plazo. Lo pueden hacer por el carácter totalitario de su orden interior, que les garantiza disciplina y acción consensuada en el tiempo. Pero el egoísmo imperial de un poder absoluto suele chocar pronto con sus límites, y la historia ha demostrado hasta qué punto un país como Afganistán es un avispero de esos que no se dejan controlar: la tendencia china a la política del ‘limón estrujado’ saca tiros por la culata y despierta feroces reacciones locales y de la competencia interesada en lo mismo. 
      Queda Europa. A simple vista, es la potencia más incapaz de tejer estrategia alguna ni de intervención operativa posible. Su fragmentación la paraliza, demasiadas divisiones nacionales para un tema tan complejo. Y, sin embargo, lo asombroso del caso es que Europa es hoy en día el único poder mundial que, por muy débil que sea, dispone de un estado constituyente que en sí mismo constituye ya un proyecto estratégico a corto y largo plazo de resolución de los problemas.
      Lo que define a Europa es el principio de la unión de las diferencias respetando su diversidad, un principio que, pese a todas las dificultades y los obstáculos, ha conseguido establecerse e incluso ensancharse hasta alcanzar sus 27 países actuales. 
      Un poder débil que tiene la llave de la solución de los problemas más importantes que tiene el mundo: ¿cómo gobernar la complejidad de un conjunto de países, muchos de ellos históricamente enfrentados entre sí, sin llegar a las manos?
      Muchas leyes y regulaciones. La paciencia de las miradas que buscan los denominadores comunes capaces de tejer complicidades, intersecciones y proyectos conjuntos. Y un avance lento y milimétrico.
      Con la caída de los EEUU en su actual incapacidad operativa de intervención compleja, solo queda Europa como único referente de un poder imperial que sin embargo huye del totalitarismo y acepta la visión compleja de la realidad. 
      Un imperio no imperial que finalmente es al que se llama cuando se trata de allanar y superar diferencias, de apagar fuegos con soluciones mayormente paliativas, pero que muchas veces son las únicas posibles si no se quiere caer en la intervención simplista y destructora de los poderes militares y autoritarios. 
      Por eso digo, Rumbau, que el Momento Afgano puede ser en realidad el Momento Europa, aunque nadie se lo crea ni apueste por ello. Mejor así, su forma de avanzar es la de ‘avanzar sin avanzar’. La fuerza actual de Europa es su debilidad, por mucho que cueste creerlo.
      Claro que podría ser que me esté adelantando y que aún falte un poco para este despertar sin despertar europeo. Pero esta lentitud forma parte también de la fuerza oculta de su ser sin ser, su verdadera arma secreta. Por cierto, ¿no es esta misma la característica principal de la España de las Autonomías, ese ser sin ser que la define sin acabar de definirla?

Caramba con Bastides, pensé. ¿Será verdad eso que dice y que Europa surja de pronto como referente mundial? Quizá sea mejor que nadie se entere, para que a nadie se le ocurra chafarle la gaita.

domingo, julio 25, 2021

¿Un país sin solución, o la solución sin solución del no-consenso consensuado a la vuelta de la esquina?


Playa de la Barceloneta
Playa de la Barceloneta

Estimado amigo bloguero, a pesar de lo que me recomendaron mis amigos de la playa en nuestro último encuentro (decían así: ‘Llegan tiempo de euforia. Es la hora de callar’), no puedo resistir la tentación de no quedarme callado, tales son las cosas que pasan o, mejor dicho, que no pasan. En efecto, ¿dónde está la euforia? Con la llegada de esta quinta ola del COVID, en ninguna parte. Más bien regresa el pesimismo. Dicen los periódicos: ‘Hombre, ¡pero si en España está a punto de caer una lluvia de millones!’. Dudo que a los seres normales nos caiga una gota de estos millones.

Voy a la playa y ataco a los futurólogos, en la persona de Bastides, pues Mercadal se ha ido unos días con su sobrina a la casita de la costa.

—¿Cómo lo ves Bastides? ¿Crees que este país tiene solución?

Se queda pensando un rato, la mirada puesta en el horizonte del mar, el lugar por donde suelen llegar sus visiones.

—La tiene poca, Rumbau, pues hoy en día nadie se entretiene en buscar soluciones, sino en crear problemas y vocear las diferencias. Y la razón es de peso: por mucho que uno se esfuerce, las soluciones deben ser compartidas y bien sabemos que lo propio del momento es que las soluciones sean particulares, es decir, distintas y por lo general opuestas a las contiguas, de modo que no hay manera de consensuar solución alguna, pues todos tienen muy claros sus objetivos y sus soluciones, que siempre son distintas, verdaderas e irrenunciables.

—Pero no deja de ser ridículo que nadie baje de burro para hallar los puntos comunes de cualquier tema. Es infantil.

—Tú lo has dicho. Ni siquiera cuando hay emergencias graves se ponen de acuerdo. Fíjate en lo del COVID, cada uno peleando por su cuenta.

—Porqué todavía no ha llegado una crisis grave de verdad. Ya verás cómo las cosas cambian cuando esto suceda.

—Es verdad, nos estamos acercando a este punto, y las sociedades ya tienen previstos los mecanismos: estados de excepción y manu militare.

—Pues si que vamos bien…

—De todas formas, Rumbau, a veces hay que mirar las cosas desde su lado positivo, que siempre lo hay. Fíjate que esta situación de imposible consenso, de que todo el mundo vaya a la suya, es algo que venimos pronosticando desde hace tiempo. Estamos en una época de fragmentación, en la que nadie se pone de acuerdo con nadie. Todos tienen razón, la suya, claro, y nadie baja del burro. ¿Es esto negativo? Sí, si nos empeñamos en verlo como un problema a solucionar. No, si aceptamos que es imposible ponerse de acuerdo. Se trata de cambiar el chip, como dicen los jóvenes. En vez de verlo como algo negativo, lo podemos mirar como algo positivo: que cada uno crea lo que quiera y viva la pepa. Cuidado, no es cosa de risa. Si todo el mundo exalta sus verdades que son siempre distintas a las demás, al final el peso de estas verdades quedará forzosamente relativizado, y entonces, sin necesidad de llegar a acuerdos, se alcanzará el consenso del no consenso.  Una situación de stand by, que dirían los técnicos, este estado de parada forzosa de los aparatos para no gastar energía.

—Pues no lo veo como una gran solución, francamente…

—Es el futuro que nos espera. Y lo mejor que podríamos hacer es institucionalizarlo: aceptarlo como algo inevitable y valorarlo en positivo. De ahí que nosotros hayamos visto como lo más viable la solución polimonárquica: todos monarcas de sí mismos, cada uno con su especialidad temática. Las coronas siempre tienen algo de absoluto, con lo que se respeta el principio de la verdad universal de cada una, pero al haber miles de cabezas coronadas, se acepta también la pluralidad de las mismas como algo incontestable. Sin renunciar a lo absoluto, se acepta su radical relativización, y para manejarse entre tantas cabezas coronadas, lo mejor es regular de algún modo esta multiplicidad de absolutos. De ahí que hayamos visto los nuevos parlamentos polimonárquicos, así como la figura del Rey de Reyes que corresponderá a los monarcas de la vieja usanza, que ahora verán a su alrededor un guirigay creciente de nuevas coronas a las que tendrán que aceptar y reconocer.

—Caracoles, Bastides, lo has explicado muy bien pero no sé qué pensar sobre el asunto…

—No hay nada que pensar. Se acepta o no se acepta. Y si se acepta, dejas abiertas las puertas del futuro, para encauzar la multiplicidad, exaltar las diferencias y promover la creatividad exultante de tantas cabezas coronadas. ¡De cajón, Rumbau!

—¿Y las soluciones? Porque los problemas seguirán existiendo.

—Deberán encontrar sus modos de resolución en el nuevo contexto polimonárquico.

—Pero con este guirigay de miles de palos monárquicos, no habrá quién se entienda…

—Es justo lo contrario: lo difícil es que dos se pongan de acuerdo. En cambio, si son muchos, entonces hay que recurrir a complejos logiciales capaces de alcanzar una respuesta a la pregunta planteada. Desde luego se necesitará práctica y hasta que no se forme una nueva casta de funcionarios, salidos de las escuelas de gobernanza polimonárquica de Alcañiz y Reus, los cuales, por sus capacidades creativas dejarán de llamarse funcionarios —todos tendrán titulaciones de doctor para arriba—, no se podrá avanzar en estas importantes cuestiones. El nombre popular con el que serán llamados estos avanzados creativos de la organización social será el de Los llampecs de Reus, tal será su velocidad de acción resolutiva y la síntesis a la que habrán llegado.

—¡Admirable, Bastides!

—Lo es, Rumbau, aunque falta mucho para alcanzar estos estados avanzados de civilización. Cuatro o cinco décadas como mínimo.

—Y entretanto, ¿qué pasará con Cataluña y su Independencia?

—Pues lo de siempre: el stand by del que te hablé antes. El choque perenne contra la pared de lo imposible. Décadas de parón y decadencia. Tendrán que esperar a la emergencia polimonárquica que tendrá lugar en Valencia y Murcia, y solo entonces veremos como el nacionalismo a la vieja usanza, ese ‘nosotros’ inamovible de los creyentes en la patria catalana, se irá deshaciendo como un terroncillo de azúcar, mientras se va implantando el nuevo sistema de la soberanía individual o grupal de las cabezas coronadas: independientes, sí, pero uno a uno, y desde intereses temáticos particulares, compitiendo todos con todos en el conjunto peninsular, lo que activará el intercambio y la colaboración competitiva entre ciudades, comarcas, pueblos y regiones. Reyes, príncipes, princesas y pajes se intercambiarán entre los distintos linajes, afín de alcanzar más notoriedad y buscar sinergias acentuadas de colaboración, con lo que se despertará ese nuevo concepto geográfico del Mosaico Ibérico, que superará de una vez por todas las viejas rencillas, las deslealtades independentistas y toda la sinrazón separatista de los separadores, sean de uno u otro lado.

Realmente, tenía Bastides uno de sus días inspirados y quedé admirado de sus explicaciones. Para quien quiera saber más sobre el Polimonarquismo y sus extravagantes ideas, puede ver el blog sobre el Futuro donde se han publicado algunas de sus cartas (ver aquí)

Lo dejé a la altura del Hotel Vela y regresé a las duchas del Club, mientras sus ideas seguían dando vueltas en mi cabeza. ¿Estábamos realmente condenados al no-consenso consensuado de tantas verdades irrenunciables como cabezas coronadas habrá en el mundo?

domingo, mayo 16, 2021

Llegan tiempos de euforia. Es la hora de callar

Debo confesar que el último encuentro con mis amigos futurólogos me ha sorprendido más de lo que suelen hacerlo normalmente. Quien ha seguido estas charlas en la playa, que he acabado llamando ‘Diálogos de Futuro’, ya habrá advertido de cómo les gusta a Mercadal y a Bastides perorar sobre la realidad del momento, siempre con una mirada dirigida al futuro, que es lo que a ellos más les interesa. Pues bien, en esta ocasión, ante mis preguntas e incitaciones a hacerles hablar, me respondió Bastides (Mercadal se había quedado en casa por un resfriado):

—Rumbau, en esta ocasión, solo cabe una respuesta: es la hora de callar.

Me quedé realmente desconcertado.

—¿Qué quieres decir, Bastides, con eso de que es la hora de callar?

—Pues lo que oyes, ante las situaciones que nos envuelven, lo mejor es no decir nada, callar.

—¿Y para qué sirve callar?

—Hombre, para nada, pero es que aún sirve menos hablar. ¿Hablar para qué? El error es creer que hay un porqué, un para, cuando en estos momentos no hay ninguno.

—Pero a ver, Bastides, siempre hay un porqué y un para qué, por ejemplo, el tema ese de las elecciones en Madrid, o el drama de Cataluña colapsada y parada en el tiempo. Creo que todo ello merece alguna consideración.

—En absoluto. Podemos hablar lo que quieras, pero es pura palabrería, simple cháchara, como se dice en castellano, que no sirve para nada. Si lo que quieres es vivir de ilusiones, entonces sí, habla todo lo que quieras, pero si nos queremos mantener en la estricta realidad, mejor callar.

—Bueno, algún motivo habrá para ello, ¿no?

—Sí, ver con más claridad el futuro y controlar el presente. Si hablamos mucho del hoy, todo se queda en agua de borrajas y en especulaciones que no llevan a ninguna parte, al revés, nos cubren la vista y se tapa el horizonte. Lo que tiene que suceder sucederá y poco vamos a remediarlo nosotros. Eso no quiere decir que haya que abstenerse a actuar o a votar, en absoluto, que cada uno haga lo que le corresponde y tiene por bien hacer. Pero las cosas siguen su curso al margen de nuestros deseos, y lo importante aquí es ver hacia dónde se dirigen estos acontecimientos, para que no nos coja el toro por la espalda, y sepamos a qué atenernos.

—¿Podrías explicarte un poco más?

—Para mí, los plazos de cuatro, cinco o diez años importan poco. Si se sobrevive a ellos, uno se da cuenta de que hay unas líneas por las que discurre el devenir, con sus zigzags correspondientes, y que es importante reconocerlas para poder subirse a ellas y sentir así el fulgor del tiempo a tu lado. Pero el tiempo ya sabemos que no se deja aprehender, a lo más que podemos aspirar es a olerlo y a saborearlo sin jamás tocarlo, a sentirlo cerca o incluso mejor dentro de uno mismo. Y cuando esto ocurre, olvídate de las palabras, pues todas ellas son ajenas y molestan al tiempo, que gusta discurrir solo con la compañía de los fragores ambientales, esa música sorda que producen los acontecimientos, pero sin letra.

—Mal está el asunto para los que gustan de escribir.

—Sí, ya sé que este es tu caso, pero harás bien, Rumbau, en esta ocasión en callar. Y observar. Es lo mejor que podemos hacer. Observar los acontecimientos, ver los vaivenes de las pasiones, las emociones desatadas que luego se convierten en cargos y en intereses muy concretos y específicos. No hay nada de malo en ello, así los animales en la selva producen todos sus sonidos, sus cantos y ruidos particulares, también los humanos nos manifestamos como lo que somos, animales urbanos en constante proceso de adaptación a contextos nuevos y difíciles.

—Pero precisamente por eso, es importante dilucidar cuales son las opciones mejores, valorarlas y votarlas buscando mayorías para las respuestas más convincentes.

—Desde luego, no seré yo quien impida a nadie hacerlo. Pero lo que importa en este momento es saltar a una nueva fase, salir de esta batalla insomne de las polaridades y de las posiciones de los que tienen la verdad en la mano. Y para ello, solo hay una vía posible: distanciarse y observar. Apartarse del ruido cacofónico y de las peleas entre las verdades consideradas todas ellas como únicas y verdaderas.

—Pero Bastides, precisamente porque existe esta disputa eterna entre polaridades enfrentadas, es necesario que surjan opciones de mediación que permitan encontrar vías terceras de superación. Lo que vosotros tantas veces habéis dicho de pasar del dos al tres.

—Cierto, un día u otro habrá que pasar de la época del dos a la del tres. Pero es un error pensar que ello pueda suceder metiéndose en medio de la contienda, negociando por las distintas bandas afín de encontrar puntos mínimos de acuerdo. La cháchara y la cacofonía vencen a toda posibilidad de saltar al tres, por una simple razón: las palabras impiden ir más allá de ellas, atrapan a todos los actores y aumenta la confusión.

—Pues vaya, esa es la política de los que buenamente quieren intermediar y romper con las parálisis de los enfrentamientos enquistados.

—Un intento que siempre será meritorio y justificado, no seré yo quien lo critique. Pero insisto en lo elemental: hace falta distanciación, silencio y una mirada observadora para encontrar el suelo que permita dar de verdad el salto al tres. El problema de los políticos es que están demasiado metidos en el berenjenal partidista y sus palabrerías son por lo general huecas. El silencio, en cambio, permite asentarse con un mínimo de consistencia, para tomar el impulso de la creatividad del tres. Piensa que hoy en día, las soluciones deben ser creativas, y esto hay que tomarlo al pie de la letra. Y una negociación nunca será una creación.

—Quizá tengas razón, pero lo veo muy radical, y por ello, muy poco operativo.

—En eso tienes razón, pero piensa que yo no pretendo ser operativo. Lo mío es observar para obtener las visiones del devenir que nos puedan ser útiles y novedosas.

—Sí, sí, comprendo, pero para los que necesitan solucionar sus problemas más inmediatos, quedarse parado es lo que menos sirve.

—Deja que conteste a esto con un sí y un no. Desde luego, vivir nos obliga a movernos y a batallar por la supervivencia, pero ya sería hora de empezar a tener esta posición doble que permite actuar y a la vez callar y mirar. Ser actores y observadores al mismo tiempo. Es algo que muy pronto habrá que enseñar en las escuelas, por supuesto. Y no me digas que no es posible, porque simplemente es la única solución si pensamos en saltos importantes de cultura y civilización. A los que mandan no les gusta que seamos dobles, capaces de actuar y pensar a la vez. Lo que quieren es que actuemos al dictado, según lo que ellos piensan y deciden. Nada de ser dobles ni de tener espejos interiores que nos dejen reflexionar. Para ellos, las dualidades están hechas para el combate, el doble lo quieren fuera y convertido en enemigo. Por ejemplo, así funcionan los nacionalismos: encerrarnos en un nosotros único, y convertir las alteridades en el enemigo. O el consumo que nos quiere sujetos a los dictámenes de la publicidad y de las campañas de opinión. Por eso es importante de vez en cuando callar, para dejar que esta parte que no actúa y mira pueda crecer y desarrollarse.

—Me parece muy bien lo que dices, Bastides, pero ahora que salimos de la pandemia, es natural que todo el mundo quiera salir a la calle, moverse y decir la suya. Ya hemos tenido suficiente parón.

—Sí, es verdad, y por ello insisto en lo mismo. Viene una época de euforia, de esas que suelen arrastrar a los humanos hacia vorágines de excitación. Lo veremos en breve, de hecho, ya se está viendo estos días, con el fin del estado de alarma, y en Madrid, con el éxito de Ayuso. Y me parece muy bien que así sea. Pero por eso mismo, urge tener activo el otro lado, esta parte que mira, calla, piensa y observa. Sin este contrapeso, seremos peonzas movidas por los caprichos y los azares que nos depare el futuro inmediato. Tenlo presente, Rumbau, pues es mucho lo que nos jugamos aquí.

Lo dejé en su paseo por la playa en dirección al Hotel Vela mientras me iba a las duchas del Club. Pocas veces he visto tan acertadas sus palabras y, sin embargo, ¡qué difícil es pararse cuando los vientos que soplan nos arrastran con tanta intensidad!

miércoles, abril 14, 2021

Miedo al futuro: cuando las proclamas ocultan lo que no dicen


Playa de Barcelona.

A esta conclusión he llegado tras hablar con mis amigos de la playa, a los que recurro siempre que no veo las cosas claras. Pero en esta ocasión, más que iluminar, han oscurecido el panorama. No por pesimismo, sino por mareo. Pero dejemos que nos lo expliquen mis amigos futurólogos de la Barceloneta: el zapatero y visionario Romà Bastides, y el médico jubilado y astrólogo de afición Josep Mercadal.
    —Aunque a ti te lo parezcan, nunca las cosas han estado claras. Y menos ahora, cuando vivimos un apagón de luces casi total.
    —¿A qué te refieres, Bastides?
    —Nunca al tiempo le ha gustado mostrar sus intenciones. Solo cuando nadie se lo pregunta, al relajarse en su marcha incontenible, deja entrever las direcciones a las que se dirige. Pero hoy vivimos un período en el que todos nos preguntamos por la orientación de nuestro avance que parece ir a ninguna parte. ¿Hay un rumbo? ¿Hay un sentido? ¿Hay final feliz? Ante tantas preguntas y tanto desasosiego, el tiempo, que siempre ha tenido fama de ser muy puñetero, calla como una tumba. Ni una pista, ni una ventanita donde poner el ojo y aguzar la vista.
    —Pero vosotros siempre habláis del futuro, por lo que sospecho que algo estaréis viendo o intuyendo… ¿Tú que piensas, Mercadal?
    —Comprendo lo que dices y es verdad que entrevemos no pocas cosas. Pero Bastides está hablando de lo que sucede a nuestro alrededor, y es verdad que el actual momento es más de apagón que de iluminación. Para nosotros, que aplicamos el principio contradictorio de la utilidad opositiva, es obvio que lo mejor para ver algo es cuando no se ve nada, pues entonces podemos aplicar los sistemas de la visión indirecta y de los espejos cruzados, que sirven para ver sin ver lo que quieres ver. Pero estos métodos aún no se enseñan en las escuelas y es normal que solo sirvan a unos pocos.
    —¿Quieres decir que lejos de ser un impedimento, la oscuridad de la que hablamos es un acicate, o incluso una condición necesaria para vosotros?
    —Por supuesto. Pensaba que ya lo sabías. Por eso nuestra época es tan interesante: todo el mundo se desgañita para saber lo que vendrá, y el tiempo nunca había callado tanto como ahora. De aquí el gran estímulo que es para nosotros la oscuridad que nos envuelve, indispensable para poder ver algo.
    —¡Menudo galimatías, Mercadal! Dime al menos algo de lo que ves.
    —No seré yo tan indiscreto. Solo te diré lo que pienso sobre este mal uso de las palabras: ¡puro miedo al futuro, Rumbau! Estamos tan pegados al pasado y a nuestras rutinas y costumbres, que cualquier invento es bueno para evitar ver de cara lo que ocurre y nos acosa. Pero mejor se lo preguntes a Bastides, que hoy parece tener puesto el periscopio.
    Bastides, siempre tan reservado, tenía ganas de hablar esta tarde.
    —Mira, Rumbau, lo que hoy veo con claridad es que las cosas no son lo que parecen ser. Esto para empezar. Hay muchas razones para pensar así. Pero la principal es esta: el exhibicionismo del que adolece nuestra época, este pregonarlo todo a voz en grito, convencidos los que hablan de sus verdades, con esta impúdica desfachatez y chulesca osadía con la que los entendidos y los políticos se sienten obligados a perorar, es el indicio patente de que nada de lo que dicen es la verdad de lo que dicen.  Para escuchar y entenderlos, hay que dar la vuelta a sus palabras. Si dicen que apuestan por tal cosa, busca de inmediato la contraria. Si prometen que jamás harán eso o aquello, da por seguro que se trata de un aviso de que ya se están preparando para ello. Los hablantes hoy sufren el acoso de la lengua, que se burla de los que hablan por hablar, y como nadie sabe hacia a dónde vamos, todo lo que afirman es falso, pero tiene la ventaja de dar pistas claras sobre lo que de verdad ocurrirá: lo contrario de lo que dicen como lo más fiable. Conclusión: solo lo oculto nos puede revelar el futuro, de ahí que tengamos que afinar nuestras ópticas con los mecanismos tradicionales para estos menesteres: visión oblicua, el rebote, la curvatura de los reflejos y el cruce de los caminos.
    —¡Caracoles, Bastides, me has dejado patidifuso!
    —Así las gasta el tiempo hoy. Y mira lo que te digo, creo que el famoso Procés nuestro de cada día, ese invento de la Independencia de Cataluña, a la larga, se convertirá en un ejemplo de manual de lo que estoy diciendo: si recogemos todo lo que se ha dicho, veremos que todo es una suma de mentiras como una casa y que lo sigue siendo, de modo que para saber por dónde andamos, no hay más remedio que dar la vuelta y ver lo que hay detrás de sus palabras y proclamas. El problema es que, en la mayoría de los casos, detrás no hay nada, de modo que los proclamantes se quedan esclavos de sus palabras, atrapados en sus mentiras, sin opción de ir a las verdades ocultas porque estas no existen. Bueno, siempre hay algo detrás de las fachadas, pero cuando lo que entrevés es tan lastimoso y prosaico, cuando los intereses y las realidades esas que se esconden disimuladas son tan burdos y soeces, entonces casi lo mejor es no perder el tiempo, dejar que digan, esperar que las burbujas se vayan pinchando, y dedicarse a cosas más interesantes. Por eso nosotros estamos focalizando nuestra mirada mucha más allá de los años cincuenta de este siglo, cuando, paradójicamente, todo aparece mucho más claro.
    —¿Te refieres a la FEAA y a los polimonarquimos?
    —En efecto. Cuando todo está todavía más negro y confuso, la única solución consiste en concretar e ir al grano, por eso nosotros hablamos incluso de personajes que están por nacer, con sus nombres y apellidos. Dirás que es falso e inventado. Bueno, a ver, ¿quién es capaz de contradecirnos? ¿Quién puede demostrar que tales personas no existirán? Yo creo que nadie. Y eso nos da una libertad cuyas alas son las que nos llevan tan lejos.
    —Lo has explicado muy bien, Bastides, aunque también tengo que decirte…, ¡que te compre quién te entienda!
    —Por eso nadie nos va a comprar, Rumbau, y este espacio de libertad del que gozamos es lo mejor que podemos tener. Un regalo de los cielos, créeme.
    Los dejé con sus palabras dando vueltas en mi cabeza, más liado que una peonza. Pero por detrás de lo que pensaba y sentía, ¿acaso tendrían razón mis amigos y el quid del asunto no sería más que dar la vuelta a las palabras y ver lo que nadie, ni tú mismo, quieres ver? Me fui directo a las duchas, ansioso de meterme en esa oscuridad a cuyo través y revés, mis amigos veían con tanta claridad lo que estaba por acontecer.