domingo, febrero 14, 2010

Ombliguismo versus Red: el dilema de Cataluña

(foto de Dimitridf)

Con ganas de charlar sobre la actualidad, me dirijo en busca de mis amigos los futurólogos de la Barceloneta, a los que encuentro en compañía de Corominas, el periodista de La Vanguardia a punto de jubilarse. Caminan los tres por la arena mojada de la playa, y me sumo al paseo con ganas de escucharlos.

- Parece que está calentita la semana… -les lanzo para animarles a hablar.

- ¿Te refieres a la política local? –contesta Mercadal.

Hago que sí con la cabeza y Corominas, mordaz como siempre, resume la situación.

- Desde luego, en Cataluña el Tripartit está más averiado que nunca. Querrían bailar la sardana a tres, pero la mayor parte del tiempo se pelean como gatos.

- Han querido practicar la coalición, lo que es un buen indicio civilizatorio –dice Bastides con ponderación–, pues no es nada fácil gobernar a tres. Y eso que constituye un buen sistema, si se parte de la igualdad de las partes, pues el número tres impide el empate. Pero como gobierna en ellos la desigualdad, practican la zancadilla con demasiada regularidad, lo que les reporta contrapieses y desengaños. Yo pronostico por el momento la gobernación a dos. Y no me estoy refiriendo a nuevas coaliciones, sino a un sistema que se implantará en el futuro de una doble presidencia, que se sustenta en el principio que mejor ser dos que uno. Aunque falta mucho para estas mejoras de la democracia.

- ¿Un goberno con dos presidentes? –digo entusiasmado por la propuesta de Bastides,- parece una buena idea…

- Ya hablé de ello en mis cartas –se refiere Bastides a la recopilación de cartas escritas por Bastides y publicadas en “La Colla de la Platja i el Futur de Catalunya”, editado por Arola Editors– y creo que era una buena predicción. Pero fíjate si falta aún, que la simple coalición es todavía un escollo de difícil gobernanza. Pero insisto en que es un avance civilizacional.

- El problema es que la democracia, hoy por hoy, no da para más, al menos tal como está montada –dice Mercadal–. Dependemos de tantos factores ajenos a nuestro control, que es absurdo pretender gobernar con una cierta autonomía. Pero como no queda otro remedio, es importante que se haga al menos con conocimiento de causa, me refiero a aceptar la impotencia, sin engañar a los ciudadanos. Fíjate en Zapatero: su gran error es no hablar con sinceridad a la gente, al substituir la realidad por los deseos. Puede gustar al principio a los más idealistas, pero a la larga tanto voluntarismo acaba viéndose como ignorancia. Y por muy tonta que sea la gente, en realidad tampoco lo es tanto.

- Entonces, si tan poca cosa pueden hacer los políticos, ¿cuál es su cometido…? –les pregunto interesado por sus palabras.

- Tejer la red de los enlaces horizontales. Creo que éste es el único camino para la democracia: organizarse en horizontal, frente a las altas verticalidades de los poderes supranacionales que pretenden imponerse al mundo. Y eso sí lo pueden hacer los políticos. Por ejemplo, aquí en Barcelona, el alcalde Hereu acaba de mostrar el camino equivocado: su candidatura a organizar unos Juegos de Invierno, cuando Zaragoza planea lo mismo. Lo propio del político que sabe de táctica y estrategia es pactar y asociarse con los vecinos, para hacer red. Levantarse en singular por encima de los demás es un gesto que se ridiculiza a si mismo, una caricatura del político que a falta de ideas, decreta ocurrencias absurdas. Una oportunidad fallida que se quedará en agua de borrajas, dálo por seguro.

- Red… Has dado en el clavo, Mercadal –salta Bastides con entusiasmo–, una labor que requiere abertura de espíritu, valentía de movimientos, gusto por lo contrario y por la paradoja… Maragall estuvo en un tris de conseguirlo, pero le falló ganar en el momento apropiado. Luego, o ya era demasiado viejo, o lo ataron con tantos condicionantes y se perdió con el Estatut. Montilla podría haberlo hecho, pero le falta arrojo. O más bien estrategia. La estrategia de la relación en red. Lo poco que pueden hacer los gobernantes es organizar lo local, y eso se hace extendiendo la red, es decir, buscar sinergias colaborativas en búsqueda de soluciones racionales a los problemas. Y puesto que ésos son globales y afecta siempre a colectividades y vecindades, no hay más remedio que extenderse en red. Ojo, no es un extenderse de dominio sino de colaboración, que es muy diferente. Y Catalunya lo tiene claro: el eje mediterráneo más la antigua Corona de Aragón. Parece mentida que no lo vean. O peor aún: lo ven, pero no actúan.

- Y avanzar aún más hacia el resto de España. Demasiado mirarse el ombligo es lo que le ha pasado a Cataluña. Para contrarrestar el poderío de Madrid, sólo hay una lógica: la España en red. Se frena así el gigantismo del centro, pues si las periferias se unen en retículas bien enlazadas y se extienden hacia el centro, llenan el vacío sobre el que pretendía levantarse el chulismo madrileño. Pura matemática. Pero por de pronto, aliarse con los vecinos.

- Pues igual tenéis razón –suelta Corominas, impresionado por las palabras de sus amigos–. Aparentemente son los socialistas los más dispuestos a entender de estas estrategias, pero no parece que lo estén practicando. En cambio, si los de Convergencia se hicieran con esta visión de futuro, podrían arrasar. Pero muy me temo que se hallan en una incipiente fase soberanista, puro oligocentrismo y decadencia…

- El problema es que el árbol oculta el bosque, y nuestros políticos no ven más allá de sus narices. Son los empresarios y algunos periodistas visionarios los que están ojo avizor. Hacen gestos y claman en el desierto, pero necesitan a los políticos para que les abran los caminos… -advierte Mercadal.

- Supongo que os estáis refiriendo a estos acercamientos con Valencia que algunos periódicos han promovido…

- Sí, pero no sólo. La red, Rumbau, la red es lo importante. Pero tiempo al tiempo. todavía somos jóvenes como especie, España tiene por delante décadas trascendentales por recorrer, y deja que pasen unos años, deja que pasen un par de cientos de años…

Lo dice Bastides mirando el horizonte. El mar, tranquilo y plano como es propio en un día frío de invierno, parece ocultar este futuro que mis amigos ven a lo lejos. Futuro invisible que se atreven a postular, mientras yo intento adivinar sin conseguirlo sus trazos efímeros…