jueves, julio 26, 2007

Pepe Otal ha muerto.

Pepe Otal en el Teatro Malic. Al fondo, Mariona Masgrau y una amiga.

El titiritismo español vuelve a vestirse de luto. Pepe Otal, el gran marionetista de Albacete instalado toda su vida en Barcelona, murió la noche del 24 de julio, después de la función realizada en el Festival de Caglari, en Cerdeña, Italia, que organiza Antonino Murro. Actuaba con “La Divina Comedia” junto con Pep Gómez.

Una pérdida que se suma a la de Mariona Masgrau hace apenas dos meses: dos constructores y creadores de marionetas, dos mundos personales propios de indudable originalidad, infatigables trabajadores y titiriteros los dos de taller, ambos amigos y aliados en varios de sus espectáculos, y buenos amigos personales: no en vano Pepe era el padrino de Octavi, hijo de Mariona y mío.

Siempre consideré a Pepe Otal una excepción en el ambiente titiritil catalán y español. No sólo por lo más evidente de su personalidad: esa entrega a un modo de vivir libre –libertario en tantos de sus aspectos– que lo había convertido en una “avis rara” del mundillo alternativo barcelonés (sonadas eran las fiestas que organizaba en su taller, dónde acudían poetas y titiriteros en largas noches de arte y jolgorio), sino que también su excepcionalidad residía en otros aspectos para mi aún más interesantes.

De entrada, su nobleza de espíritu, que se transmitía a su porte, siempre provisto de digna elegancia (sobretodo cuando iba trajeado de capitán de barco), y a su hablar rico de viejo castellano. No por nada era oriundo de Albacete, vecino a la Mancha, y algunos genes espirituales de la zona, que los Molinos de Viento expanden con sus originales toques de locura literaria, le debieron alcanzar al nacer. Pues creo que no es exagerado decir que Otal tuvo aires Quijotescos en unos casos y Cervantinos en otros muchos, al ser doble su aventura: creador artístico de mundos de ficción y personajes que le doblaban en la realidad (sus espectáculos con sus cientos de títeres y marionetas); y aventurero y personaje literario él mismo de los de verdad, es decir, de los que viajan y se la juegan, en sus dos vertientes de titiritero y de piloto de barco, luchando tantas y tantas veces contra Gigantes, Leones y Molinos de Viento, imaginarios y reales...

Por cierto, características que también residían en su colega femenina Mariona Masgrau, aventurera del arte y aventurera de la vida por un igual.

Esta dignidad y ese porte de castellano viejo, siempre atento a los amigos, valiente contra los enemigos, reservado y poco dado a la cháchara vacía, seductor cuando lo quería, sabio sobre las cosas de la vida, fueron las principales y para mi más impactantes características de Pepe Otal. Alguien que no se dejó llevar por los imperativos mercantiles de la época, que no se arrodilló ante las instituciones, que se burló de las exigencias de servitud de éstas, que fue capaz de defender el “no acabado” de los espectáculos (en una época dónde lo que más se valora son los “acabados”, es decir, la “forma”, la “pièce bien faite”: que no se rompa un hilo, que no falle el micro, que la música suene bien, importando un pito lo que contiene la obra y se dice en ella ).

De ahí su abominación de los ensayos, que sabía justificar muy bien ideológicamente, aunque yo siempre lo achaqué a su pereza visceral por pérdidas para él inútiles de tiempo (lo que fue gran tortura para sus programadores, como a mi me tocó más de una vez sufrir, viéndole estrenar en mi teatro sin apenas ensayos previos, lo que me obligó más de una vez a ponerle un director casi a la fuerza). ¿Pero acaso no tenía derecho a no querer ensayar, si ésa era su real voluntad? Y si las cosas no salían bien, asumía con espartana y filosófica resignación los resultados, es decir, importándole un bledo la opinión de los demás –aunque valoraba mucho la de sus amigos.

Rasgos que definen al personaje que Pepe Otal esculpió de si mismo con el tesón de los años, a través de sus obras, pero sobretodo a través de sus talleres que fueron dos: el de la Barceloneta y, ya en su segunda etapa, el de la calle Guardia, en el Raval barcelonés. Fueron los talleres de Pepe verdaderos templos a su persona y a su manera de entender la vida. Todo en ellos rezumaba Pepe Otal. De entrada, sus dependencias más íntimas, allí dónde vivía, invitaba a sus amores y tenía sus libros personales, repletas las paredes y las estanterías de objetos de valor hechos por él mismo: cuadros, barcos, dibujos, pinturas, carteles, fotografías, objetos esculpidos, calaveras y muertos por doquier, buscando siempre un aire de camarote de barco –con el que surcaba los océanos de su aventura, fuera en mar o en tierra.

Luego, el taller propiamente dicho, muy bien organizado, con sus cientos de títeres, muñecos y marionetas colgados como jamones en unos casos, formando grupos, en cuadros estudiados, mezclados con mil elementos de atrezzo y decorados. Y la presencia de sus amigos, amores y colaboradores en fotos y otros recuerdos, de los grupos con los que tuvo contacto, que fueron muchos, carteles, postales, dedicatorias... Un museo-templo del titiritero que se sabía demiurgo y lo disimulaba con un falso ateísmo que en realidad decía: “no hay más Dios que Yo”.

Hace poco escribí un texto para la revista Fantoche sobre Pepe Otal. Decía en él que Pepe era un personaje tan admirado y respetado por la profesión, que era tal vez “el único caso de titiritero aún joven –aunque maduro– y en activo que ha recibido, sin haber fenecido, varios homenajes en vida”. Afirmación que por desgracia deja de ser cierta, pues los merecidos homenajes que pueda recibir a partir de ahora Pepe, ya no contarán con su presencia ni con la de su pipa irónica sacando humo como una locomotora en combustión de nuevas ideas y fabulaciones.

Mi pésame, pues, a su madre, hermana y sobrinos, a Alicia, su última compañera, a Pep, su último colega titiritil, y a todos los que lo tenían como a un padre, un amante o un hermano.

Pepe Otal, como Mariona Masgrau hace dos meses, ha muerto. Dejaron ambos de ocupar un lugar concreto, situables en el tiempo y en el espacio, y ahora que han fenecido, se expanden por la geografía mítica en la que vivieron y ellos ayudaron a crear y a crecer. Juntos deben estar riéndose de nosotros, pues ambos compartían ese don libertario de la valentía y la distancia irónica. Los encontraremos siempre en los mundos dobles de la realidad, allí dónde lo tangible se asocia a lo que está presente y no se ve. Dos personajes entrañables al alcance siempre de sus amigos y de los titiriteros del mundo.

¡Larga vida a los dos amigos!


Toni Rumbau

Paso al frente de Turquía

Querido bloguero, Turquía acaba de dar una lección de democracia en estas últimas elecciones ganadas tan limpiamente por Erdogan. Creo que estamos ante unos momentos decisivos en la historia de este país, al resolverse de un modo civilizado y democrático el contencioso planteado por el ejército y unos partidos laicos cada vez más inclinados hacia la derecha nacionalista, y el partido islamista moderado de Erdogan, que representa a las nuevas clases populares emergentes que quieren acercarse a Europa y cambiar a este gran país.

La paradoja de que sea un partido supuestamente islámico el encargado de hacer las reformas necesarias para convertir a Turquía en un país moderno ha vuelto a hacerse evidente. Curiosa paradoja que no lo es tanto si se entiende lo que representa en realidad el partido de Erdogan: el fenómeno emergente de las nuevas clases emprendedoras turcas, lanzadas al mundo de los negocios, cuyas raíces populares han conseguido atraer el voto de unas masas que ansían convertirse en una nueva clase media entregada al consumo y a las promesas de bienestar social y económico. Unas enormes clases medias que, de vencer en la actual coyuntura política, podrían convertirse en el gran flotador que permita a Europa mantenerse a flote en su precario flanco sudeste, en peligro constante de desestabilización.

En efecto, las maniobras estratégicas de los EEUU e Israel respecto a Irak, Siria, Líbano e Irán –maniobras que buscan descaradamente la desestabilización– convierten a Turquía en un país al borde del abismo. Una situación que podría convertirse en explosiva si la derecha nacionalista turca, con la ayuda del ejército kemalista, consiguiera imponerse: intervención armada en el Kurdistán, crisis democrática y, consiguientemente, económica, con la caída de la lira turca y de las esperanzas de biesnestar y recuperación económica del país, etc. Un cuadro que la victoria de Erdogan debería poder evitar.

La ceguera de Europa de insistir en cerrar las puertas a la esperanza turca de poder entrar un día en Europa es, desde luego, altamente suicida. Curioso que países como Francia y Alemania, tradicionalmente poseedores de potentes visiones estratégicas, se dejen arrastrar por el ombliguismo nacionalista que impide ver más allá de sus narices. La “Grandeur” de unos y el “gigantismo” de otros deben ser las causas de esta infausta ceguera. Más el virus ideológico del vaticanismo papal, que intenta por todos los medios convertir Europa en un bastión cristiano.

Creo que Zapatero debería aquí aliarse con ingleses e italianos para crear una estrategia europeísta abierta a Turquía. Si Sarkozy no se priva de decir lo que piensa con tanto descaro, ¿por qué los que opinan lo contrario se callan? Quién calla, otorga y, en este caso, se corre el peligro de rendirse a un discurso que va contra una concepción abierta y laica de Europa.

De momento, bienvenida sea la victoria de Erdogan en Turquía.