Sigo, querido bloguero, con el tema ese de la destrucción del Líbano que acapara la actualidad y las conciencias aun despiertas de Europa.
La situación es la que sigue: todos nos extrañamos de que un país democrático pueda recurrir a las matanzas indiscrimanadas de inocentes (con este terrible alto porcentaje de niños en el cómputo) y al derribo planificado de infrastructuras civiles, pero los defensores de Israel lo justifican porque están en guerra, y en la guerra, por lo visto, todo vale. Esto lleva a la indignación de los que todavía piensan que en el mundo hay un futuro distinto a la simple militarización del planeta. A los más motivados emocionalmente en el conflicto, ansiosos de responder con la misma moneda y de participar ellos también en la matanza, lleva al terrorismo.
Tras leer muchos comentarios, me parece que el fondo de la cuestión se halla en el tipo de estrategia seguida por el estado de Israel desde su fundación, basada en el acoso y en la guerra. Tras el fin de la segunda guerra mundial, el sionismo se consolidó como un movimiento fundacional necesitado de tierras dónde instalarse, uniendo los principios de defensa con los de conquista. Se defiende conquistando, se conquista para defenderse. La ocupación de tierras se legaliza por el principio de los hechos consumados tras aplicar la ley del más fuerte. Si eso no funciona “a las buenas”, se consigue “a las malas”. Esta fusión entre el discurso defensivo y el discurso guerrero es lo que constituye la esencia de la estrategia israelita. Algo que se explica por las terribles circunstancias que generaron la creación del estado de Israel. Que las naciones de Europa se sacaran el problema de encima trasladándolo a Palestina, es un hecho consumado del que es imposible a estas alturas decir nada.
Todo movimiento fundacional parte de un mito, e Israel lo tenía bien servido: volver a la Tierra Prometida e instalarse de nuevo en Jerusalem tras dos mil años de ausencia. Que hubiera por allí habitantes y propietarios era un detalle que no debería ser obstáculo a la gran misión. Se comprende que con esta fuerza fundacional del mito que la sustentaba, más la experiencia del Holocausto, Israel naciera con una energía imparable.
Pero cuando uno llega a un sitio y quiere instalarse en él para prosperar y tener una vida agradable, lo propio es llevarse bien con los vecinos. Sin embargo, resulta que los vecinos eran los dueños de las tierras que ellos querían para si, y por lo tanto, nada de relaciones vecinales. Y lo que al principio fue un problema secundario de minucias resuelto con decididas artimañas, se fue convirtiendo en un problema cada vez mayor.
Un problema irresoluble porque en ningún momento Israel puso en cuestión su estrategia de acoso y ocupación. Lo confirma el hecho de que en todos los casos que han habido de tranquilidad y cese el fuego con los palestinos, en vez de aprovecharlos para sentar mínimas bases de encuentro, los israelitas han roto sistemáticamente las treguas, con gestos represivos exagerados que volvían a desencadenar la dinámica de acción y reacción.
Si buscaran realmente soluciones de verdad, ¿por qué ensañarse con la población civil palestina, y ahora con la libanesa y su precario estado, cuya mayoría no comparte los odios de los grupos extremistas? Todo el mundo sabe que el terrorismo no se vence con represiones ciegas y generalizadas, sino con soluciones policiales y políticas combinadas. Pero con su estrategia de acoso sistemático, el resultado no puede ser más que aumentar el volumen popular del odio, incorporando a muchas personas que antes eran críticas con los extremistas.
Por ejemplo, hubieran podido hacer una intervención quirúrgica contra Herbolá, que hubiera encontrado la neutralidad de las demás facciones libanesas y así congraciarse de alguna manera con el movimiento popular antisirio que ha surgido espontáneamente en los últimos tiempos. Pero eso, por lo visto, les interesaba poco. La opinión de los libaneses es un cero a la izquierda. Han optado por la brocha gorda, por la pura lógica conquistadora, expansiva y militarista, que desprecia a todos sus vecinos, cuyas vidas no valen nada.
Tal vez se buscaban resultados estratégicos muy bien calculados por los analistas, pensando en Irán como foco del problema, pero la realidad sorprende siempre a los delirantes. Herbollá es un partido libanés y sus milicianos gente arraigada a la tierra que defienden. Nacidos para defenderse y atacar al invasor israelí, han aprendido muy bien de sus derrotas y saben cómo enfrentarse a un enemigo superior. Su gran baza es el fanatismo religioso, que les hace perder el miedo a la muerte.
El resultado es que en la práctica y en el día a día, Israel no hace más que rodearse de una marea demográfica de odio que ven a Israel como un estado anómalo, aborrecible y criminal. ¿Es esto una táctica inteligente? Lo es sólo si se parte de una única premisa: lo importante es la guerra, pues así conquistamos nuevos territorios y consolidamos los que ya hemos conquistado. ¿Pero acaso pretenden conquistar el Líbano? Saben que no se les permitiría. ¿Entonces por qué enemistarse con todo el país entero, que será siempre un país vecino, el más próximo y avanzado de la zona? ¿Sentían talvez celos de su florecimiento turístico justo cuando éste empezaba a despuntar? No hay que menospreciar este último factor.
Seguramente buscan resultados a largo plazo, pensando que en cincuenta o setenta años, Israel será dueño de todo Oriente Medio, tras haber aplastado cualquier resistencia a su alrededor. Los americanos, por su parte, allanan el terreno con sus intervenciones en la periferia. Pero creo que esto es “soñar tortillas”, como decimos en catalán. A largo plazo, Israel tiene las de perder, por varios motivos: 1- por demografía, pues los países árabes se multiplican mucho más, 2- por acumulación del odio: al cruzar los umbrales de lo soportable, los odios acumulados generan movimientos súbitos que nadie puede prever, así como grupos guerrilleros que no temen la muerte, 3- por cambios en el equilibrio mundial de fuerzas: nada asegura la perennidad de la supremacía israelita-americana, 4- por acanallamiento moral: convertirse en un país fuera de la ley es cada vez más difícil e insoportable en un mundo interdependiente, 5- por enardecimiento de las poblaciones árabes periféricas, convenientemente excitadas por la inteligente estrategia americana en la zona (Irak, etc), empeñada en sumergirlas en el caos.
Una postura así no busca soluciones. La única solución para ellos es que nadie se les enfrente, que haya sumisión total de los vecinos, de los enemigos y de los amigos que ven con ojos críticos su acción. ¿Puede eso triunfar a la larga?
Su último delirio es caer en el juego de las estrategias regionales: lo iniciaron los EEUU en Irak, con los resultados catastróficos bien conocidos por todos. Juegan a ello igualmente los dirigentes iraníes y los burdos servicios secretos sirios, empeñados ambos en su supervivencia. Tambien Hamás y Herbolá se han dejado arrastrar por esas ilusiones. El juego consiste en pensar que es posible cambiar países, poderes y equilibrios regionales desde los despachos de los estrategas y los analistas, a bombazos y a base de emocionales conspiraciones suicidas, o con la ayuda de los satélites y los misiles. Al adoptar esta línea, Israel deja de ser un país arraigado en la región (es decir, solidario con sus vecinos) y se convierte en un ente extraño a ella (lo mismo, por cierto, que le puede pasar a Herbolá, al ponerse tan descaradamente bajo la órbita de Irán, aunque su matirio en el campo de batalla puede mitigar este peligro). ¿Busca así Israel consolidarse? Cuando más se mueva y alardee de músculos, más pegados tendrá a las terroristas que se arriman a su cuerpo para morir juntos. Es como si quisiera sacarse los moscones de encima enbadurnándose de mieda.
Así parece avanzar Israel: rodeándose de enemigos que le siguen con odio mortal. Como tienen la bomba atómica, pueden morir matando. ¿Es éste su destino? ¿A dónde les llevará su delirio?
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