Creo, querido bloguero, que el título propuesto resume las opiniones expresadas por la mayoría de los medios. El Estatut ha sido aceptado por los catalanes con medido entusiasmo. Esta vez no ha ocurrido lo que últimamente sucede en los referéndums, cuando los electores llamados a escoger entre un Sí o un No, se dividen más o menos a partes iguales, buscando el menor consenso posible. Aquí ha habido consenso, y la compulsión relativizadora ha decidido optar por la abstención, lo cual demuestra un cierto grado de racionalidad política del electorado –al excluir claramente la opción del No.
La falta de entusiasmo se explica por el cansancio de los dos años de sainete estatutario. Creo que la participación lograda, un 49% rozando el 50, es incluso bastante alta y loable, pues el castigo podría haber sido mayor. Estos resultados, que deshinchan bastante las pretensiones grandilocuentes de los abanderados nacionalistas, refrendan la ley y, a la vez, la desrefrendan un poco, de modo que todos, tanto los partidarios del Sí como los del No, se sienten ganadores. ¡Virtudes de la democracia! Todos ganan y nadie pierde.
Parece, en efecto, que sea imposible hallar un consenso mayoritario ante una situación clara, pues las opiniones se disparan ipso facto hacia una polarización de las posturas –aunque éstas se expresen vía abstención. El resultado es un avanzar sin avanzar, un constante ponerse palos a las ruedas, como ocurre con la construcción europea y ocurrirá ahora con la nueva articulación de corte federalista que intenta imponerse en España. Los ciudadanos, enfrentados a sus dudas y a sus miedos, frenan cualquier proceso dinámico de cambio, y se instalan en posiciones de empate, resentimiento y oposición contradictoria.
Los sueños nacionalistas han recibido un cierto varapalo. Pero que no se engañen los nacionalistas del otro lado, es decir, los que sueñan con el centralismo español, pues la fragmentación de las posturas también les concierne a ellos. Es decir, jamás obtendrán mayorías aplastantes en sus posiciones. En este sentido, la posición de Esquerra Republicana ha sido también lamentable desde el punto de vista de su propio credo, pues con su defensa del No ha aumentado el desinterés por la mayoría nacional catalana. Lo cual ha sido un positivo factor de relativización.
Zapatero hubiera preferido mayor participación: se la habría lanzado a la cara del PP. Ahora se tiene que contentar con una defensa realista de los resultados. Aunque me parece que ha salido bastante bien librado del lance, al ganar un Sí claro con fervor escaso: eso le da fuerzas para tratar con una cierta equidistancia el tema autonómico, sin desengancharse a la vez del mismo. Servirá también para sacarse de encima a Maragall y apostar por un seguro Montilla que será más gris pero más fiel y pragmático. Igualmente las aguas quedarán suficientemente turbias y empantanadas como para que sea posible intentar su deseada socio-convergencia (una coalición PSC-CiU), aunque es dudoso que lo consiga.
El PP estará muy contento, pues podrá seguir en los derroteros apocalípticos-autopunitivos que tanto gustan a sus fieles seguidores, pero a su crítica desmesurada del Estatut, deshinchado por el referéndum, se le verá el plumero: algo que llama tan poco la atención del público, no merece tantas frases altisonantes. Sobretodo cuando todas las demás autonomías, y especialmente las gobernadas por ellos, están copiando el articulado catalán punto por punto.
Maragall debería abandonar raudo la política, para retornar a una visión más realita de la realidad: los sueños nacionales ya no incitan a ninguna mayoría. Mejor luchar por una ciudad que por un país. Es un buen momento para Montilla: su ideario es, desde el punto de vista del “seny”, el más “pujoliano” de todos, mucho más que el de Mas y sus huestes nacionalistas, siempre tan propensas al delirio pirotécnico. Montilla podría conectar con la media catalana, aunque su origen cordobés le restará votos entre los payeses. Respecto a sus paisanos andaluces, mucho me temo que lo vean también como un intruso, acostumbrados a ser mandados en catalán. Pero igual con la ayuda de Zapatero suena la flauta, aunque en el referéndum se han visto claramente sus limitaciones.
En fin, se acabó la fiesta. Lástima que la primera experiencia de izquierdas en Cataluña haya quedado truncada por la triquiñuela estatutaria y el jolgorio nacionalista. Los de Convergencia se han salido con la suya, forzando hasta el límite las contradicciones del Tripartito: sus componentes han caído de cuatro patas en la trampa. Difícil de recuperar la ilusión de partida y su energía. No creo que haya más tripartitos. Aunque siempre cabe soñar en lo imposible: ¡Ojalá Montilla se salga con la suya!…
Yo, querido bloguero, me voy a Grecia unos diez días.
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