martes, diciembre 26, 2006

MELODAMA

Había visto esta obra de Eugenio Navarro hacía tiempo y deseaba volver a verla para refrescar las imágenes que me habían quedado de ella. Por eso decidí acercarme el otro día al Espai Brossa, dónde se representaba dentro del ciclo dedicado a títeres para adultos llamado por los responsables de la sala: “La Revolta Poètica dels Titelles”. Buen título, por cierto, para ilustrar una programación compuesta de tres obras (“La Sonrisa de Federico García Lorca” del grupo Bambalina de Valencia, “Melodama” y “El cap als núvols”, de la joven compañía catalana Playground) más un homenaje, el dedicado al marionetista Jordi Bertran que está a punto de celebrar su trenta aniversario.

Por desgracia no pude ver la primera de las obras ni estar en el homenaje, pero sí que estuve, como dije antes, en una de las funciones de Melodama y, a pesar de conocer la obra, tuve de nuevo una absoluta y grata sorpresa. Antes de entrar en detalle, les recomiendo que vayan rápido, si es que aún están a tiempo, y asistan a las últimas representaciones. Si no, busquen las próximas funciones y aunque tengan que desplazarse a alguna población lejana, no duden en hacerlo.

Lo más impresionante de este espectáculo es que la sencillez de sus medios y estructura no impide que, a medida que va avanzando el reloj de la representación, vaya en aumento la emoción del espectador, pues la obra consigue engancharte y te arrastra en su inocente juego con inusitada i sorprendente fuerza. No sólo eso: el espectáculo empieza y acaba cerrando el círculo del inicio con una coherencia rotunda, al situar los contenidos de la obra que sólo adquieren plena significación tras llegar al final.

El responsable de la dirección escénica es Jordi Prat i Coll, artífice también de este “tour de force” dramatúrgico, que se sirve de los lenguajes del cine y de los dibujos animados, amén del mismo lenguaje de los títeres, hartamente conocido por Eugenio Navarro, director de la compañía, y su colega en la manipulación y constructor de los títeres, Martí Doy. Cosiendo todo este conjunto está la importante música de Matías Torres, único sonido del espectáculo (pues la obra es muda en cuanto a palabras), así como el vestuario excelente de Águeda Miquel, las luces acertadísimas de Quico Gutiérres y las estructuras del retablo de Tero Guzmán.

Los elementos son muy sencillos y el espectáculo es de esos que viajan en una maleta y un par de bultos: dos teatrillos o retablos de títeres, abiertos y sólo con un fondo de ciclorama en cada uno de ellos, van desarrollando una acción que avanza en paralelo o en yuxtaposición, representada por un cuerpo reducido de personajes.

La obra empieza con dos muñecos simétricos vestidos de blanco evolucionando cada uno en el recuadro de su respectivo teatro. Son dos seres perdidos en el espacio, inmersos en una música trascendente y galáctica. De pronto se encuentran, se sorprenden un poco, pero inmediatamente son arrastrados otra vez por las corrientes invisibles que los balancean en movimientos lentos y simétricos.

De pronto, la escena se corta y surgen los personajes reales de la historia que se va a contar: un melodrama de los de antes, con suicidio incluído, resucitación y duelo. Para explicarla, los dos teatrillos son usados com si fueran dos viñetas. A veces se superponen, a veces se conectan entre si, otras son dos espacios separados y distintos. Con sencillísimos elementos escénicos, a través de una mímica elemental de cine mudo, se va narrando la historia: como la joven se deja seducir por un crápula que la lleva de viaje para al final abusar de ella y abandonarla. El rival, su par, algo bruto y poco fino, pero que la quiere de verdad, la sigue a todas partes pero llega demasiado tarde: en el hotel dónde ha sido abandonada, la chica acaba de tirarse por la ventana. Destrozado, vuelve al hogar de la joven, para cuidar de su tutora o abuela, una vieja desalmada. Ésta muere en un arrebato de furia. Entretanto, vemos en el otro teatrillo a la joven salvada por un anciano quién a su vez la emplea de sirvienta. Triste destino el suyo, encargada de desvestir y acostar a su viejo salvador. También éste muere, en un plano simétrico al de la abuela, en una escena hilarante y tremenda de estertores que se van callando. Aprovecha la joven para coger el dinero del anciano y regresa a casa rica, guapa y elegante. Gran alegría del novio bueno, pero surge en aquel momento el crápula por el que ella todavía siente algo… Un duelo resolverá la cuestión. Disparan y…. Regreso al origen, los dos títeres blancos dando vueltas por el espacio galáctico, dos almas que han perdido sus disfraces, sus máscaras, sus egos ridículos y melodramáticos, y que giran a la par, metidos en el torbellino absurdo de la nada…

Con sólo estos elementos, la obra ya funcionaría por si sola. Pero es que la solución dramatúrgica del doble teatrillo con los dos personajes simétricos que son y no son el mismo, carga el espectáculo de un valor simbólico añadido de sumo interés, al introducir la temática del Doble y de la Dualidad, intrínseca del propio lenguaje de los títeres. Temática que está inscrita en la estructura doble de la obra, y que abre y cierra el espectáculo. Es esta densidad dramatúrgica, planteada de un manera sencilla y en ningún momento pretenciosa, lo que confiere a Melodama un alto grado de interés artístico, filosófico y titiritil, tal como el público asistente pareció captar después de la función, premiando a los actores titiriteros con fuertes y prolongados aplausos.

Si a todo esto le añadimos el humor ingenuo y socarrón de Eugenio Navarro, que impregna de principio a fin toda la obra, la maestría constructora de Martí Doy, autor de los muñecos, y el buen hacer musical, de una funcionalidad impecable, de Matías Torres, no cabe duda que nos hallamos ante una propuesta teatral de primerísima calidad. Lo dicho: no se lo pierdan.

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