La dificultad de entender el comportamiento de Israel respecto a sus vecinos reside en la confusión dada entre sus planteamientos estratégicos aparentes y los camuflados. Aparentemente, la reacción de Israel atacando el Líbano se explica como una lógica respuesta de un país que es atacado por otro. Sin embargo, la cosa es más compleja. De entrada, no es el Líbano quién ha atacado, sino una guerrilla autónoma dentro del país. Y es que la acción de Herbolá le ha venido que ni pintada a Israel: por fin sufren un ataque de verdad, que permite respuestas que no requieren explicaciones. Ahora podemos responder y atacar como un estado normal, dicen –mientras en el patio trasero podemos seguir haciendo el trabajo sucio con los palestinos, cuya guerra equiparamos de paso con la legalmente condenable de los chiítas de Herbolà, a los que llamamos Líbano. Esta necesidad de ocultar el fiasco de su política criminal con los palestinos es lo que explica la altisonancia gratuita de su ataque al país de los cedros, buscando un enfrentamiento clásico generalizado con sus enemigos de siempre, en el que pueden desplegar sin vergüenza ni reparo alguno su potencial militar, y ganar todas las batallas.
La necesidad de tener dos estrategias, la una visible y la otra escondida, creo que proviene del miedo y de la resistencia camuflada que tiene Israel en buscar de verdad una solución a los problemas con sus vecinos. Conscientes de que su mismo origen como estado está marcado por una apropiación ilegal de tierras que tenían dueños y a los que se despachó sin contemplaciones de uno u otro modo, jamás ha pretendido resolver de verdad los contenciosos con sus vecinos palestinos, pues sabía que puestos bajo la ley, tenían todas las de perder. Su política, desde un principio, se ha basado en el principio de “los hechos consumados”, los cuales son inamovibles y deben ser aceptados por todo el mundo, guste o no guste a los que salen perjudicados. En realidad, el mismo proceso de creación y consolidación del estado consistió básicamente en crear una situación irreversible de “hechos consumados”. Las sucesivas guerras con los estados árabes vecinos sirvieron para “legitimar” estas apropiaciones, que así podían ser camufladas como “conquistas de guerra”. De ahí que la guerra sea tan importante para Israel: es la mejor excusa y el camino más claro para obtener “derecho” –el derecho de conquista y el que da la victoria y la superioridad militar.
Eso explica que cada vez que plantee una solución a cualquiera de los problemas gordos que tiene, en vez de utilizar las metodologías racionales propias de la resolución de problemas (reunión, mediación de un tercero, diálogo, intercambio de posturas, negociación, regateo, avance por pasos, etc), recurra al uso de la fuerza. Que el resultado sea una “reacción violenta” de los así tratados no importa (al menos a corto plazo): se los define como terroristas y los costes de su acción (hasta ahora pocos) es el precio que Israel debe pagar para ir creando “derecho de guerra”. El resultado de esta táctica es el conocido mecanismo de acción-reacción que al dispararse adquiere dinámicas aberrantes, como es la del recurso extremo de los suicidios-bomba, el destrozo de infrastructuras y barrios residenciales, la masacre de civiles, etc.
Esta táctica tiene una doble estrategia: por un lado, está la oficial esgrimida consistente en proclamar que su objetivo es buscar una consolidación definitiva del estado israelita a base de imponer por la fuerza una relación cordial y difinitiva con sus vecinos. Es evidente que esta proclamación, que es suficiente para sus naturales aliados (implicados éstos en mantener su viabilidad como estado), no cuela ni puede convencer a sus enemigos, pues lo único que en realidad busca es su rendición incondicional y el sometimiento total y absoluto a sus dictámenes. La segunda estrategia camuflada, que no puede ser dicha, pero que subyace y explica las tácticas emprendidas, es la ocupación sistemática de los territorios, haciendo la vida imposible a sus ocupantes para que se vayan, se sometan o simplemente se vayan al infierno. Esta segunda estrategia, que ningún israelita jamás aceptará, es sin embargo la que prevalece y se expresa con descaro en los actos de represión contra los plestinos.
La cuestión es saber si estos objetivos camuflados conseguirán finalmente realizarse. Parece a corto plazo que sí, pues no sé como van a seguir viviendo los palestinos en un infierno como en el que se encuentran. Pero el gran problema de esta estrategia es que no puede ser completamente explicitada, empujando literalmente a centenares de miles de seres humanos fuera de sus fronteras o mandándolos directamente al hoyo. La misma historia del pueblo judío impide la “solución final” que subyace en esta estrategia de acoso a los palestinos. Y ésta es su principal tragedia y contradicción, con la que tarde o temprano deberá enfrentarse. Contradicción de la que Israel puede salir muy malparado si espera demasiado en plantearse y resolver. La dinámica guerrera es ciega y el alegado principio de supervivencia, cuando es atizado por el miedo y la demagogia, puede conducir un país a la locura. El desproporcionado ataque al Líbano, que está arruinando injustamente a este país justo cuando intentaba levantar cabeza después de su larga guerra civil, es un ejemplo del acanallamiento al que puede conducir la dinámica militarista desatada.
El problema es que Israel cruce, sin darse cuenta, el Rubicón de lo soportable que haga irreversible su andadura. Sus victorias inmediatas podrán ser seguras, pero el desenlace histórico de su empeñó estará condenado al fracaso.
1 comentario:
Estoy de acuerdo con usted. Me parece que Israel está cruzando todos los límites de lo permisible. Si sigue así, y no creo que vaya a desistir, se va a convertir en un país fuera de la ley, un país criminal. ¿Puede un país así sobrevivir? La razón de la fuerza parece decir que si. Pero yo no las vería tan claras....
J.P.
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