sábado, julio 22, 2006

Vivir en el mito: las cadenas del pasado, las alas del futuro.

Nacer bajo el impulso del mito es lo normal en cualquier fundación de una nueva ciudad o de un nuevo estado. Forma parte de la tradición humana. En el caso de Israel, su mito fundacional es una suma de contenidos simbólicos todos ellos de alto calibre: a- regreso a la Tierra Prometida tras dos mil años de ausencia, b- se acabó la diáspora, el judío errante encuentra por fin una tierra dónde instalarse, que además es la suya propia, de allá dónde procede, c- perseguidos por todo el mundo, diezmados por el horror nazi, los supervivientes hallan por fin una base sobre la que levantar un proyecto de futuro capaz de juntar libertad, dignidad y bienestar. Un proyecto con esta base mítica fundacional, tiene el futuro asegurado, al menos a corto plazo. Así se ha podido comprobar, al levantarse de la nada y convertirse en un país moderno, eficiente y democrático.

Sin embargo, el problema surge cuando del mito fundacional sobresalen y se imponen aquellos contenidos que tienen que ver más con el pasado y, consecuentemente, con una visión sesgada de la realidad. Creo que eso es lo que le ha ocurrido a Israel, al haberse impuesto una visión propia del mundo, de ellos mismos y de los territorios dónde se han afincado, en la que importa más el derecho y la legitimidad jurídica proveniente del pasado –cuya continuidad ha sido interrumpida por nada menos que dos mil años–, que la basada en la realidad. Una legitimidad, por lo tanto, que encuentra sus bases en mitos del pasado.

Nada que decir a ello, si el presente no da problemas. Pero si los da, entonces, el resultado es lo que se observa día a día en Isarel: si la realidad no gusta, se la substituye por la deseada.

Creo que la única posible solución para su supervivencia, es la de inventarse un nuevo mito fundacional de futuro. Es decir, invertir las referencias, dejar el pasado como simple punto de partida, y ponerse a inventar un proyecto de futuro en el que Israel se inscriba en la realidad de la zona, capaz de integrar a sus vecinos, y no en una realidad falsa o inventada de la misma.

Parece fácil, e incluso pensarán muchos que Israel ya tiene este proyecto, pero muy me temo que es una empresa de las más difíciles de hacer. Sobretodo porque el choque con la realidad ha sido tan traumático, que las heridas son muchas y los males tal vez irreversibles. Desde luego, requiere de una nueva generación de políticos capaces de querer enfrentarse a los problemas desde la complejidad y la aceptación de la realidad. Eso exige abandonar las recetas militaristas que no son más que la expresión de una actitud retrógrada y simplista, impropia de las exigencias de nuestra época. ¿Puede hacer esto Israel? Yo creo que sí, materia gris tiene suficiente para ello, y tarde o temprano el choque les debería hacer ver la realidad verdadera, no la inventada. El problema es que se hayan cruzado umbrales peligrosos de no retorno. Con un cambio en la política americana cabría ser optimistas. O con el derrumbe de la misma. Aunque entonces tal vez sea demasiado tarde.

No se dan cuenta los israelitas que sus vecinos y enemigos tienen también proyectos de futuro, algunos de los cuales pueden llegar a implantarse, aunque sea en un estadio muy embrionario, pero con más fuerza de la que se imaginan. Sólo necesitan una perspectiva de aceptación de la complejidad por un lado, y el arrojo necesario para desatarse del pasado y enfocarse hacia el futuro. Los palestinos, conducidos sistemáticamente a callejones sin salida, podrían alcanzar este umbral de asentamiento mítico. El problema es que están demasiado “enganchados” a la realidad israelita, habiéndose constitutído con el tiempo en una verdadera “sombra” de sus enemigos –atrapados por la dinámica acción-reacció, sin posibilidad de distanciarse de ella. Pero quiénes sí podrían hacerlo son los libaneses descendientes de sus últimas generaciones guerreras.

El Líbano es un taller o laboratorio increíble para el desarrollo de los nuevos paradigmas políticos basados en la complejidad. Tanto su historia como su misma realidad física se basan en la complejidad de su entramado social, en el que se cruzan tranversalmente todas las diferencias étnicas, religiosas y culturales de la región. La larga guerra civil sirvió para que las facciones se conocieran unas a otras hasta la médula, y tras combatirse entre si durante quince años, los viejos líderes volvieron a juntarse en un único parlamento en cuanto se hizo el alto el fuego definitivo. Es cierto que no se ha llegado muy lejos en la articulación de un funcionamiento normal del estado (cómo la actual crisis pone de relieve), pero ésta debería ser la labor de los políticos más jóvenes, sucsores de los líderes guerreros.

Ahora, el país vuelve a estar sacudido por las fisuras de siempre, la fragmentación sale a flote ante la nueva situación de ruina y catástrofe, pero tal vez es posible imaginar que la síntesis de esta fragmentación, que el asesinato de Hariri provocó, se acentúe como reacción colectiva al descabellado ataque de Israel. Si ello sucediera, Líbano podría convertirse en el país con más futuro de la región, al asentarse y posicionarse sobre unas bases fundacionales nuevas que partan de la realidad estricta, acepten la tremenda complejidad en la que se encuentran (tanto local como regional e internacional) y se orienten hacia el futuro de la región, dibujando los papeles que cada sujeto de la zona deberían tener en él.

Si ello ocurriera, el país de los cedros, gran perdedor de esta última contienda, podría convertirse en el verdadero vencedor. En efecto, Israel lo tiene muy difícil para reinventarse como país capaz de integrar la región: su espíritu guerrero y la acumulación de odios circundantes encierran a este país en un verdadero cascarón mítico que lo ancla en el pasado y le impide proyectarse hacia el futuro. Y hoy en día, un país que no se invente su propia realidad proyectada al futuro, acaba sucumbiendo a los que sí la tienen.

¿Podría el Líbano actual, tras surgir de las cenizas de su último incendio, renacer e inventarse como un país nuevo, atado a un pasado glorioso y trágico, pero dotado de un aliento fundacional que sitúe sus referentes en el futuro? Difícil pero posible.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una caja de pandora ha abierto con este tema. Nada más complicado y denso que la trama mitológica que subyace al pensamiento judío y a la creación del estado de Israel. Por un lado, mito de pasado, como dice usted, pero también de futuro: pueblo elegido, llegada del Mesías, regreso a la tierra prometida... Me sumo a lo que dice, porque aunque haya futuro en esos mitos, se refieren todos a un conjunto, el del "pueblo elegido", es decir, a un "nosotros" que viene del pasado para llegar al final de los tiempos... ¿Y quién quiere llegar al "final de los tiempos" hoy en día? Sólo los monoteísmos, especialmente los judeo-cristianos, aunque el musulmán se está dejando contaminar por esos. Algo caduco, desde luego.
Hoy en día, los mitos se construyen sobre el individuo, no sobre los "nosotros". Su naturaleza apocalíptica arrastra muchos muertos en su caída. Esos ataques de Irael, ¿no son su caída, el finiquito que hay que pagar para su jubilación, los precios de su autodestrucción? Lo mismo en Irak, entregados los otros monoteísmos a una orgía de mutuo exterminio.
Todos esos monoteísmos se acabarán yendo a pique. Tal vez sea ése el inicio de su fin...
P.J.