Tuve la suerte ayer de encontrar a los dos futurólogos de la Barceloneta paseando, cómo hacen cada día, por la arena mojada de la playa. Hacía un día espléndido, frío y seco pero muy luminoso. El agua del mar todavía mantiene una temperatura suave, aunque pronto lo perderá ante los rigores del invierno. Me sumé a su marcha inmediatamente, con el cuerpo bien protegido por un par de camisetas, feliz de gozar de su animada compañía, pues tanto sus opiniones como sus predicciones de futuro jamás me han defraudado ni creo que defraudarían al más escéptico e impasible de los paseantes playeros.
Contaba Mercadal las reflexiones que le había producido una discusión mantenida con un sobrino nieto suyo y sus amigos, jóvenes de apenas dieciocho años de edad, con los que tropezó en una visita realizada a su hermana Elisenda.
Decía Mercadal:
- Tengo que confesar que quedé impresionado por sus comentarios. Nosotros que a veces descalificamos a la juventud por su indiferencia...
- Nunca me oirás hablar mal de ella –protestó el zapatero Bastides–, ya sabes que tengo en muy alta estima a los jóvenes, y muy en especial a los jóvenes españoles, sin duda una de las juventudes más preclaras de Europa, aunque no la que más, que sigue siendo la alemana, según he podido advertir en mis indagaciones sobre el tema.
Los escuchaba estupefacto, pues parecía bastante raro que dos viejos de más de setenta años se dedicaran a indagar cuestiones de tanta complejidad sociológica.
- ¿Y por qué te impresionó? –pregunté con ganas a Mercadal.
- Por la sagacidad de sus opiniones. Hablamos del futuro, que ellos veían muy negro. Ya sabes que tanto Bastides como yo somos dos impenitentes optimistas, lo cual no tiene demasiada justificación hoy en día, y si digo que lo somos no es porque seamos tontos, sino porque los dos tenemos visiones del futuro que avalan indirectamente nuestro optimismo.
Hizo una pausa para ver si lo seguía, y prosiguió con el mismo tono entusiasta:
- Lo propio de las personas sensatas y racionales es inclinarse por el pesimismo, como aquellos jóvenes hacían, inspirados por una visión científica del mundo propia de quién se halla en fase de estudios. Pero lo sorprendente fue constatar la profundidad de sus análisis y la razón de sus dudas e inquietudes. Se preguntaban, por ejemplo, hacia dónde deberían dirigir sus ímpetus de rebeldía, cuando ya las generaciones anteriores habían derribado sin contemplación los viejos ídolos y tabús. ¿Dónde estaban las batallas de las vanguardias de hoy en día? De alguna manera, planteaban el vacío de nuestra época, pero sin lamentaciones, pues lo abordaban con el extraño pragmatismo de quién quiere acometer sus deberes históricos con el mínimo desgaste y la máxima eficacia.
- ¡Caramba!... –contesté impresionado por la larga perorata del viejo Mercadal.
- Estos jóvenes llegarán mucho más lejos que nosotros, en su empeño de arreglar las cosas de este mundo –apuntó muy convencido Bastides.– Piensa, Rumbau, que el mundo se encamina hacia procesos cada día de mayor abstracción. Los lenguajes que utilizan los jóvenes, me refiero a estos asuntos del Internet y de los móviles, con la mensajería como tema estelar, son sistemáticamente criticados por los intelectuales de lo viejo, al ver en ellos síntomas de cretinismo cultural y de banalización escalofriante de los contenidos. Lo cual es a todas luces cierto, pero también lo es que la mensajería así simplificada es un paso más hacia la utilización de lenguajes cada vez más abstractos, los cuales son lógicamente más simples y sintéticos, motivo por el que toman esta apariencia de bobería y banalidad. Sin embargo, hay aquí mucho error apreciativo y estratégico, pues la comunicación sintética da alas a la capacidad de abstracción, el mejor ariete contra las barreras diferenciales que separan países, personas y culturas. Propicia la interconexión constante y acumulativa, y eso genera los famosos tejidos sociales que dan alas a las emergencias y, a través de sus nudos de complejidad multidimensional, a la implosión de lo nuevo.
Habló Bastides atrapado por uno de esos arrebatos de inspiración que tanto impresionan a sus escuchantes, yo el primero. Mercadal, entusiasmado por las palabras de su colega en futurología, exclamó:
- ¡Es eso, Bastides, es eso! ¡La multidimensionalidad de los agujeros negros que son los nudos dónde se concentran la información y el cúmulo de los intercambios! ¡Al implosionar, generan mundos nuevos! ¡Es de cajón!
Tras unos minutos de silencio, prosiguió el astrólogo, retomando el hilo de su pensamiento:
- Pero lo que más me sorprendió de mi sobrino nieto fue la convicción sobre la necesidad de alcanzar una conciencia planetaria como única solución de partida para arreglar las cosas de este mundo. Sólo entonces, dijo con un aplomo sorprendente, tendrá sentido defender, proteger y desarrollar lo local y lo concreto, desde la conciencia global que acepta la complejidad y la multidimensionalidad del mundo. Ideas que socavan tanto las tentaciones nacionalistas, excluyentes y aislacionistas, como las globalistas uniformadoras propias del totalitarismo de lo abstracto. ¿Te das cuenta? Jóvenes hablando de conciencia planetaria...
- Eso parece ciencia ficción... –dije muy admirado con el fin de darle ánimos y alimentar su vehemencia verbal.
- ¡Es el futuro que se nos hecha encima, Rumbau! Estos jóvenes, aun sin saberlo, se ejercitan en el lenguaje abstracto que simplifica pero eleva, para desde arriba dilucidar los temas conflictivos. Para ello deberán aprender a proyectarse en el futuro, cuyo suelo es el único válido para sustentarse en la búsqueda de las soluciones. Pues sólo desde el futuro es posible superar el pasado.
Fingí sorpresa ante esta defensa tan irracional del futuro, tema ya conocido del que gustaban mucho hablar. También pensé que tratándose de dos futurólogos, era lógica aquella declaración de principios tan rotunda.
Mercadal, que vio la confusión en mis ojos, intervino para decir:
- Aquí entra el tema mitológico.
- ¿Te refieres a vuestras ideas sobre los mitos actuales, que en vez de sustentarse en el pasado, lo hacen en el futuro?... –dije, informado como estaba de sus ideas al respecto.
- Exacto –contestó Mercadal–, al ser los mitos proyectos de modelos hechos para automodelarnos a partir de ellos...
- ¡Mitos que en vez de ser un regreso a los orígenes, suceden y se arraigan... en el futuro! ¡Inaudito! –exclamé para darle ánimos.
- Tú lo has dicho, ¡inaudito!, pero tan cierto como dos y dos son cuatro. Hablé de ello con mi sobrino y sus amigos, y me miraron algo confusos, pero sin la extrañeza que veo en tus ojos. Pues para ellos, es normal pensar en paradojas, aunque no lo sepan. Viven estos jóvenes rodeados de contradicciones que les superan pero que deben encajar para vivir y seguir avanzando en sus carreras. ¡Y esto es nuevo!, ¿te das cuenta?...
Asentí convencido realmente de que tenían razón, más por el ardor de sus palabras que por la racionalidad de las mismas.
- Todo esto de los ordenadores es pura ejercitación para ir un paso más allá hacia una civilización mental, capaz de superar las etapas primitivas basadas en las emociones, en las pulsiones de atracción y repulsión –añadió Bastides en un tono hermético.
- ¿Una civilización mental? A qué te refieres... –dije afín de sonsacarles más sobre aquel tema.
- Es el lógico colofón de las tendencias actuales –interpuso Mercadal a modo de aclaración.– La gente se queja de la publicidad, por ejemplo, pero deberían comprender que es el síntoma más claro de que estamos entrando en una fase nueva de civilización, en la que las guerras se ganan en las mentes y no en los campos de batalla. Por eso es importante disponer de una cabeza bien puesta y ordenada, si no quiere uno que los vientos publicitarios y la propaganda se te la lleven a la primera de tres, y te conviertas en un esclavo de vulgares magnates sin alma.
- Eso explica que la guerra de Irak se dé por ganada cuando todo indica que está perdida, pues para los estrategas americanos cuenta más el diseño de futuro con victoria incorporada que la realidad de los resistentes atrapados en sus emociones de combate. Éstas ganan sobre el terreno, pero a base de sucumbir en la batalla, pues el único dividendo que sacan es la muerte de sus propios combatientes más la de los civiles obligados a acompañarles al otro barrio. Estas tácticas de guerrilla emocional ganan a corto plazo, pero en el largo, no pueden nada contra las estrategias mentales de los que se dedican a planificar el futuro. Y si Bush tiene dificultades en convencer de la victoria a sus conciudadanos, es porque él mismo vive atrapado por las religiones y el maniqueísmo emocional, de modo que es incapaz de elevarse hacia lo abstracto que permite ver los verdaderos campos de batalla, con sus ganadores y perdedores reales, virtuales todavía, pero verdaderos más tarde.
Habló Bastides de un tirón, mirando el horizonte del mar rizado, de un vivo y brillante color azul. Calló luego, agotado seguramente por el esfuerzo realizado. Mercadal, impresionado por las palabras de su amigo, calló también, y los tres caminamos en silencio por la orilla del mar.
Pensé que la tarde ya no daría más parlamentos de aquel calibre, pero decidí acompañarlos un rato. Los pocos bañistas que había en la playa nos miraban pasar indiferentes. No tardaría el día en plegarse tras esconderse el sol en su lecho de casas. Y aunque un vientecillo fresco empezaba a hacerse notar, seguí caminando junto a mis amigos futurólogos, rumiando como ellos el futuro...
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