miércoles, junio 19, 2019

El perro

Mosaico romano. Foto Wikipedia.

Estoy seguro de que más de alguno habrá pensado: este señor se entretiene con animales muy interesantes, sí, pero poco esenciales y muy periféricos respecto a nuestra especie. ¿Para cuándo una mención al perro, el animal más cercano y amigo del hombre, que comparte con nosotros casa y a veces una intimidad que supera la de la relación de los humanos entre sí o la del hombre con la mujer?

Quizás tenga razón este lector y toque ahora encararse con el amigo por excelencia y más antiguo de los humanos, ya que se calcula que nos acompaña a cazar desde el Paleolítico Superior como mínimo, es decir, durante los largos milenios que vivíamos subiendo y bajando paralelos a remolque de las glaciaciones, siguiendo los rebaños de renos y viviendo en cabañas y a veces en cuevas, donde los más osados se introducían para pintar en agujeros recónditos, bisontes, mamuts, ciervos... ¡Más de cuarenta mil años de convivencia! Y seguro que cualquier día encontraremos vestigios de una relación aún más antigua, tal vez incluso los perros acompañaban a los Neandertales, nuestros hermanos primos de la evolución, y porque no a los mismos australopitecos, o a la Eva Lucy, o a los más antiguos primates de la rama de los homínidos.... Se podría decir aquí que los orígenes de esta amistad se pierden en las brumas del pasado o, más concretamente, en los albores de nuestra historia.

Sí, un gran amigo de los humanos y, por eso mismo, un animal que hay que mantener a raya, como ocurre también entre nosotros mismos, o entre los componentes de un matrimonio o de una familia, ya que como dice el refrán, ‘a perro que no conozcas, no le espantes las moscas’, o ‘el que se acuesta con perros, amanece con pulgas’, o ‘cojera de perro y lágrimas de mujer, no son de creer " o "Gruñido de perro, berrido de niño, ronquido de hombre: tortura de mujer", etc.

En el Zoológico no hay perros. Se entiende, el público no aceptaría ver este animal tan humano encerrado en una jaula. Nos encontramos aquí ante la bestia a la que los humanos más nos hemos proyectado, especialmente en las dos últimas centurias, desde que la familia ha empezado a menguar y los problemas de soledad de muchos individuos se han solucionado a través del animal de compañía por excelencia: el perro. Animal de compañía... Una fórmula que define una profesión, un carácter, un estilo. Hay otros: el gato, el periquito, el canario, el loro... Pero por encima de todos, el perro. Ya antes he postulado el burro como el animal de compañía del futuro, pero me temo que aún estamos muy lejos para aceptar estas sofisticaciones del devenir... De momento, nos tendremos que contentar con el perro.

Animal de compañía... Esta extraña profesión, de las consideradas nuevas y modernas, muy urbana, pertenece al sector de los servicios, junto a los camareros, limpiadores, logísticos hoteleros y de los viajes, acompañantes femeninos y masculinos, basureros, conductores de tranvías, metros y autobuses, programadores de teatro, titiriteros, empleados de banco... Creo que en un futuro no muy lejano, este puesto de trabajo estará muy solicitado por animales de todo tipo, incluidos los humanos, se hayan o no mezclado genéticamente con otras especies del Reino. Ya empiezan a haber "personas de compañía", de momento centradas en la gente de cierta edad, pero estoy seguro de que pronto comenzarán a salir "hombres y mujeres de compañía" que se ofrecerán para maridos y esposas, con unas cualidades y unas prestaciones de servicio similares a las del perro -fidelidad, alegría de recibimiento, compañero de paseo, vigilancia de casa, etc- más las normales de la vida íntima y del hogar.

No cabe duda que esta nueva modalidad de personas de servicio acabará con las crisis matrimoniales, ya que las parejas dejarán por obsoletas las frágiles bases amorosas y las sustituirán por sólidos contratos laborales de convivencia, claros y explícitos, bien regulados por la ley. El amor quedará así desplazado a otras franjas de la vida, como ya hacían los antiguos griegos, que nunca mezclaban espacios y funciones tan diferentes, con la diferencia de que ahora esto será factible tanto para los hombres como para las mujeres. Para terminar este tema, indicar sólo como el futuro nos traerá seguramente figuras genéticamente modificadas del tipo "hombre perro" o "mujer perra" de compañía, las cuales cumplirán sus funciones con unas cualidades de prestación de servicio a años luz de las actuales.

Mientras tanto, sin embargo, tenemos al perro y los necesitados deberán satisfacerse con su compañía en espera de que el futuro saque las orejas por el horizonte. ¿Es una limitación? Si nos olvidamos del futuro y volvemos a nuestra realidad presente, veremos que sus virtudes siguen siendo tan altas y poderosas como siempre lo han sido. Por mucho que el tópico nos lo quiera refregar por la cara una y otra vez, lo cierto es que el amor entre un perro y su dueño puede llegar a ser tan intenso como verdadero. Conocida es la frase de que los perros aman con más fidelidad que las personas. Lo he visto en múltiples casos y es una verdad irrefutable. También he visto perros que, reflejados en dueños de malsanas intenciones, son capaces de arrancar una pierna al primero que se le acerque. En este sentido, es evidente que la certeza científica de que todos los perros provienen del lobo cobra de vez en cuando su prenda, para bien y para mal. El elemento salvaje y agreste existe, todos los perros llevan su "bestia" dentro, y no se os ocurra acercaros a su plato de comida. ¡Son animales, qué caramba, como nosotros! Pero por regla general, podemos asegurar que el trato con los perros conlleva un balance positivo, placentero y gratificante. A él nos debemos atener, pues, para ser justos con esta especie tan entrañable como curiosa.

Curiosa sobre todo por la variedad de formas que presenta. Aquí de alguna manera nos hemos avanzado increíblemente al futuro, cumpliendo al pie de la letra esta posibilidad de modelar a nuestro gusto, capricho y necesidad, las formas vivas de la existencia. ¿Queremos un perro que sirva para cazar conejos? Aquí lo tenemos. ¿Un para localizar trufas en el bosque? Yo he visto más de uno. ¿Otro para luchar y controlar los rebaños de toros? Ahora se pasean tan tranquilos por la Rambla. ¿Uno para pastorear rebaños de corderos? Los hay en abundancia. ¿Uno que se meta por los agujeros donde se esconden los zorros? En Inglaterra no paran de trabajar. Y no se distinguen por el color del iris de los ojos, o por el color de una pata o de la cola, sino por la forma entera del animal, ya que muy a menudo los diferentes tipos de perros son tan y tan distintos entre sí, que diríase que se trata de especies separadas: unos cercanos a las ratas, otros a los lobos, estos a los cerdos, los demás a los osos o a las salchichas... Y no es así, ya que dos perros, sean de la raza que sean, pueden siempre cruzarse entre sí y tener descendencia, la cual será una mezcla formal de los dos originarios. ¿No es esto una maravilla? ¿Y no es un aviso para navegantes del futuro de lo que nos puede pasar a nosotros, los humanos, si continuamos con nuestros experimentos? Creíble y desconcertante...

En esta cuestión de la multiplicidad de formas, hay gustos para todos. Uno ve por la calle dueños paseando perros tan diferentes entre sí, que maravilla la variedad de gustos y de amores que puede haber en la sociedad humana. Desde siempre, esta variedad ha inspirado a fotógrafos, dibujantes y caricaturistas, que han encontrado relaciones bien insólitas entre hombre y perro. El repertorio es muy extenso y remitimos al interesado a las enciclopedias y a los tratados existentes sobre este asunto.

Regresemos nosotros al Zoo y veamos cuáles son los perros que los empleados municipales han puesto en él. De entrada, hay lobos. De ellos proceden todas las estirpes, por exóticas que sean. Es interesante fijarse en el lobo, padre de esta gran familia de criaturas de la Tierra. Tiene a la vez un aire noble y un aire innoble. Impresiona por su fisonomía salvaje, pero a la vez parece que mira de reojo, que tenga siempre algo que ocultar, como si estuviera tramando desde una doble personalidad alguna jugada. Su mirada ambigua muestra signos de mala conciencia. Absurdo, ya que sabemos muy bien que los animales no pueden tener mala conciencia, pero no puedo evitar verlo así. Este gesto también lo he visto en los perros, cuando saben que han cometido alguna fechoría y disimulan removiendo la cola y arrastrándose por el suelo, manteniendo la distancia. ¿Será este germen extraño de mala conciencia, ya presente en los lobos, lo que los acercó a los humanos? En este aspecto, nos parecemos mucho, aunque ellos nos ganan en arrepentimiento y en la gestualidad que le corresponde.

Miremos, por ejemplo, un perro lobo. Se trata de una de las modalidades más nobles y elegantes de la especie. En el Zoo no lo tienen, ya que nadie comprendería que un animal de tan altas cualidades "humanas" estuviera encerrado en una jaula, cuando podría encontrarse en libertad y sirviendo para alguna tarea de servicio público. Yo, la verdad, los prefiero sin especialidad, sobre todo las de tipo vigilancia, ya que no hay nada más angustioso que ver a uno de esos perros que llevan los policías fronterizos o los vigilantes de metro, siempre atados y olisqueando, cabizbajos y con muy poca bonhomía, aunque seguramente deben ser muy buenas personas. Otra cosa son los adiestrados a guiar a las personas ciegas: aquí realmente uno queda admirado y sorprendido de la sabiduría, la paciencia y el buen corazón de estos animales, que parecen compartir con el dueño sus apuros y necesidades más íntimas.

Quiero citar también a un perro lobo que tenía un vecino mío en un quart de casa de la Barceloneta donde viví una temporada, por el inmenso recuerdo que guardo de él. Provisto de una estampa noble y poderosa, aquel perro lobo, que parecía estar destinado a ser un general de perros por no decir un rey o al menos un mariscal de campo, era de un talante pacífico, tranquilo, amable y solícito como nunca he visto en ningún animal. Cuando veía a una persona, se apartaba de la estrecha acera para dejarla pasar. Cuando jugaba con un cachorro o un perro faldero de estos pequeños y diabólicos, lo hacía con una docilidad y un cuidado increíbles para no hacerle daño y casi se podría decir, para no ofenderle con su superioridad física. Todos sus compañeros de especie lo apreciaban mucho, supongo que debido a estas virtudes, y por eso siempre venían a importunarle y a jugar con él. Pero esta humildad nunca le quitaba dignidad, al contrario, lo revestía de una categoría aún más superior, la que se desplegaba en todos sus atributos cuando yacía relajado y filosófico en la calle, indiferente a los coches, a los niños, a las pelotas y a las personas, pensando sin pensar, dejando simplemente al tiempo pasar mientras respiraba la magnitud de su grandeza. Aquel perro todavía se encuentra en su sitio, cada día más viejo y más sabio, seguramente con ansias de dejar este mundo que no está hecho para él, demasiado ruidoso e histérico. Y cuando se vaya al otro barrio, lo hará sin duda con la misma discreción y amabilidad con la que ha vivido durante toda su vida. Tan digno me parece este animal, que cuando voy a la Barceloneta, lo busco para saludarlo y despedirme de él, consciente de que se trata de un ser superior, a mucha distancia de sus vecinos tanto perros como humanos.

También es curioso constatar como los perros se acercan a la psicología de sus dueños, hasta el punto de compartir sus obsesiones y sus sentimientos más íntimos. Un amigo mío de estos inquietos y nerviosos que seguía comiéndose las uñas a los cincuenta años, tenía un perro pequeño y lanudo, uno de estos hiperactivos que parecen señores ingleses con bigote, debido a los pelos rubios que le cubren el cuerpo y la cabeza. Tenían una relación muy buena, salvo una costumbre que el perro había cogido cuando se encontraba solo en casa: mordisqueaba todos los muebles del comedor. Mientras uno se comía las uñas, el otro se comía los muebles. No había otra explicación. Tuvo que traspasarlo a otro amigo que no se comía las uñas, y el perro de inmediato dejó de roer sillas, patas de mesa y sillones.

Y ya que hablamos del perro, deberíamos mencionar a la hiena, que tanto se le acerca a pesar de pertenecer a la especie de los hiénidos (aunque también pertenece a la familia de los cánidos) y estar dotada de unas cualidades mucho más indignas e indecorosos que los lobos. Se diferencian de estos por la mezquindad y los atributos negativos que se les supone, que manifiestan con las siniestras carcajadas que han hecho famosa a esta especie. Ríen y comen carroña, las malas bestias, en compañía de los buitres y otros bichos desagradables, una vez los esforzados cazadores han abandonado sus presas. En el Zoológico dan un poco de pena, ya que su maldad no puede manifestarse en toda su grandeza, al no poder disputar y robar carroñas por el mundo. Por eso aparece siempre con el rabo entre piernas, escarnecida y sin ganas de reír.

En el Zoo de Barcelona hay también unos cuantos licaones, una especie de perros salvajes cercanos a los lobos, pero dotados de unas formas nobles y elegantes. Habitan en el sur del desierto del Sahara y muestran una gran inteligencia en la caza, con estrategias de grupo muy avanzadas de persecución y ataque. Por desgracia, y como sucede con los lobos, se encuentran en aguda fase de extinción, y creo que es una de las especies que los Zoos pueden acabar salvando para el devenir.

Para terminar este capítulo del perro, sólo nos queda hablar de los rasgos que nos parecen más distintivos y particulares de esta especie. Olvidémonos del lobo, que ya hemos tratado y definido suficientemente, y contemplemos un espécimen cualquiera de perro, sea pequeño o grande, indigno, noble o faldero. Sorprende su respiración rápida, lo que le hace sacar la lengua a menudo y le da mucha sed, sobre todo cuando ha corrido un rato. Una actividad pulmonar que creo está en la base de su reconocida bondad. A diferencia de los gatos y de los felinos, que pueden tener uñas poderosas y agresivas, las patas de los perros son inofensivas, aunque los ejemplares más grandes pueden llegar a tener mucha fuerza y arañar un poco. Muerden y pueden hacer mucho daño, eso es cierto, pero por alguna razón y por regla general, prefieren oler antes de morder, es decir, ponen un elemento reflexivo por delante del agresivo. Se lo miran, se lo huelen y se lo piensan. Sin duda su olfato poderosísimo tiene que ver con esta tendencia a la reflexión.

Pero quizás lo que más les diferencia de los otros animales es la mirada. Sus ojos suelen ser atentos, expresivos, solícitos y llenos de empatía. Quiere decir esto que son capaces de comprender y asimilar emociones a través de la mirada, como tantas veces hemos podido comprobar nosotros. Se ha descubierto recientemente que los perros, a diferencia de los lobos, tienen unos músculos que les levantan la parte interior de las cejas, para inspirar ternura en los humanos. El músculo, llamado levator angular oculi medialis o LAOM (i), se habría desarrollado recientemente y se explicaría por la interacción con nuestra especie. Un truco de mimetismo que buscaría un parecido con la mirada de los niños, de ojos muy abiertos.

Por cierto, su capacidad mimética me lleva a recordar a un perro que tuve una vez, hace muchos años de ello, que se llamaba Feixuc y que aullaba cuando yo tocaba la flauta. Era una respuesta automática, podía pasarme media hora tocando, que él lo hacía aullando. Era como si cantara, con la mirada perdida en el infinito y un aullido aterciopelado que subía y bajaba por la escalera tonal con una cierta sintonía con el sonido de la flauta, mientras permanecía medio acostado y con el morro estirado. Aún lo oigo cuando cierro los ojos y tomo una flauta.

Volviendo atrás y a modo de conclusión, podemos afirmar sin duda alguna que los perros establecen contacto con nosotros a través de los ojos. Una mirada que no quiere imponerse, sino que es atenta, receptiva y mimética. No tienen el orgullo ni la voluntad ni la ambición de lo humano, emociones que desconocen y de las que no recelan. No compiten, por tanto, con nosotros, lo que les abre las puertas al entendimiento y a su sometimiento jerárquico. Una sumisión histórica pero que siempre se ha mantenido dentro de unos límites de dignidad reconocidos por ambas partes. Es decir, amigos del humano pero libres en su espacio y en su dignidad. Algo que hoy no siempre sucede, como todo el mundo sabe.

(i) Ver aquí.

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