martes, abril 16, 2019

'El Mal de Penélope', novela doble de Gustavo Hernández Becerra


Acabo de leer casi de un tirón la novela del colombiano instalado en Tarragona, Gustavo Hernández Becerra, un escritor reconocido en los medios literarios catalanes por la calidad de sus trabajos, y bien conocido asimismo por el público de la actual Tarraco, no sólo por sus anteriores novelas publicadas sino por las columnas y los artículos que han ido apareciendo en los periódicos de la ciudad, de exquisita factura. 

Sin pretensiones de ejercer de crítico literario -especialidad ajena a mis labores-, sí que me gustaría comentar la obra leída a modo de simple comentario de texto de alguien que, siendo titiritero como soy, gusta también de las artes literarias. 

Y si me atrevo a hablar de 'El Mal de Penélope', es porque en cierto modo y dando muchos rodeos al asunto, la he visto como una novela lejanamente titiritera. Lo digo no porque se le vean sus hilos, guantes y varillas, sino por el juego de distanciamiento barroco que el autor hace con su historia, a la que le da la vuelta como a un calcetín y se permite manipularla para mostrarnos a sus personajes por delante y por detrás, desde dentro y desde fuera, cuerdos y locos, mortales e inmortales, de carne y hueso o espectrales, vivos o muertos. Y todo ello sin esconder al autor-titiritero-manipulador, como es propio hacer hoy en los teatros de títeres, en los que ya nadie se esconde  tras los retablos, sino que se sale y se entra de ellos, unas veces con disfraz y otras sin. 

Nos encontramos, en efecto, ante una novela doble, pues lo que se nos cuenta en la primera parte, es también lo que se cuenta en la segunda, pero como si entre la primera y la segunda hubiera un espejo de estos de Alicia y medio cóncavos que te dejan entrar al otro lado de la realidad, con la distorsión propia de este tipo de espejos. 


Gustavo Hernández Becerra. Fotografía de Alba Mariné para una entrevista publicada en el Diario de Tarragona.

Una historia dramática que tiene la virtud de ir a los extremos del más desgraciado patetismo para instaurarse en definitiva en una especie de patrón universal -aunque particular- de la tragedia humana, pues los máximos alcanzados por el mal de la protagonista son tan grandes y están tan ahítos de infortunio, que podríamos decir que se elevan hacia una totalidad en el repertorio de las desgracias humanas. En efecto, ¿acaso el descarado comportamiento del protagonista masculino y su maldad acanallada no son el espejo generoso que, en el mosaico de sus aspectos cuarteados, permite reflejarnos en la gama de nuestros canallismos particulares de tres al cuarto? Y lo mismo puede decirse de las desgracias de las féminas aquejadas por el maltrato y el abuso, sean leves o elevadas, las cuales ven reflejados sus matices en este mapa tan completo del dolor y de la infamia que es la vida de la protagonista femenina.

Así es la primera parte, un relato en primera persona desde la subjetividad de la víctima, de modo que la lectura nos mete en el laberinto interior de una vida destrozada por una acumulación exponencial de las desdichas. 

Pero he aquí que en la segunda parte surge el titiritero escritor, con ganas aparentes de mirar el drama desde fuera, desdoblándose en dos autores que pugnan por la misma historia, uno escondido tras el retablo, y el otro con ganas de jugar su papel en el escenario. 

Aparente distanciamiento, pues en seguida nos percatamos que la mirada del segundo autor que entra desde afuera es en realidad la mirada de una serpiente que gusta enroscarse a la historia para meterse en ella, estrecharla con su cuerpo sinuoso, para al fin morder y ser mordida por ella, la historia, que ahora se nos aparece poliédrica y llena de ángulos y equívocos, tan compleja como la vida misma. 

El barroquismo del que hemos hablado se encuentra en esta preciosa multiplicación de puntos de vista, que van pasando de una boca a la otra, dando a la historia tantos matices que el inicial drama de una única voz acaba siendo lo que ya apuntábamos al principio: el acopio de un manojo de historias que las dos manos de un único autor se van pasando entre sí.

Pero los reflejos se multiplican, y el episodio de la falsa muerte del protagonista, que lo convierte en un mortal-inmortal, es decir, en un muerto-vivo, provoca la aparición de otra voz, que se suma a los dos autores y a los varios personajes principales, como es la de Emilín, convertido en escritor precoz cuya obra se introduce en la trama con tremenda prestancia bajo la forma no menos delirante de un western de maravillosa serie B. 

La obra se alza como una columna barroca de múltiples voces enroscadas entre sí, retablo dinámico de personajes confrontados en los espejos de la mirada. Pero la gracia es que todo ello sucede con la perfección de un engranaje literario de orfebre, con un texto que rezuma riqueza, gracia e ironía, sin que ello rebaje el dramatismo, sino al revés, aunque al dispararse el registro delirante, se consigue distancia, dejando que la barbarie, el dolor y el acanallamiento sean vividos y vistos desde lejos, o desde la otra esquina de la calle. Distancia que posibilita la reflexión, aunque luego la locura del titiritero-narrador nos haga bajar de nuevo al barro de la desdicha.

Columna barroca aunque también sirve la imagen de la cebolla, pues la obra no hace más que desplegar las dimensiones ocultas que se hallan plegadas en las palabras, en los hechos y en los personajes, aplicando así las teorías cuánticas que tanto seducen al protagonista, sobre todo esas que dicen que las partículas pueden estar a la vez en dos sitios diferentes. De alguna manera, 'El mal de Penélope' es un intento de aplicar esta teoría en la vida cotidiana de las personas, estableciendo la posibilidad de que un drama sea en realidad varios dramas superpuestos, con sus puertas ocultas de salida que hay que buscar en los pliegues de las dimensiones escondidas. Aunque el autor no busca tanto las salidas como las distancias que permiten enfocar y desenfocar para entender las cosas desde perspectivas diferentes, lo que no deja de ser lo mismo. 

También me pareció un logro capaz de entusiasmar al lector la abertura de los espacios interiores de los personajes, esa ampliación de lo subjetivo que permiten, con perdón, los fórceps de la escritura. Algo que ocurre en el monólogo interior de la primera parte y en el desarrollo de los personajes de la segunda, con esa genial muerte sin muerte vivida por el protagonista narrador al que se le debe sumar la sub-novela del western que cobra vida en su delirio para acabar cerrando la obra con uno de estos 'otros personajes plegados' como es El Legañas. 

Creo que 'El Mal de Penélope', en mi modesta opinión, es una novela radicalmente moderna, propia de una óptica avanzada que va más allá del siglo XXI, pues en ella se plantean vías de despliegue y de desarrollo del conocimiento que acepta la complejidad de un mundo de múltiples dimensiones y lo junta a una visión crítica y autocrítica, pues se basa en el puro y simple ejercicio de la auto-observación, disciplina básica del futuro. Distancia, auto-conocimiento, multiplicación de la identidad, dualismos cuánticos y abertura de las dimensiones plegadas. ¿Qué más podemos desear? De indispensable lectura.

'El Mal de Penélope' está editada por la Editorial Cuanto Te Quiero, de Tarragona.

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