domingo, junio 17, 2007

FESTIVAL DE MARIONETAS EN LISBOA

(cartel del Festival)

Tuve la oportunidad de estar en Lisboa del 7 al 11 de junio para participar en el Festival Internacional de Marionetas e Formas Animadas (FIMFA LX), que organizan los dos incansables titiriteros Luis Vieira y Rute Ribeiro, del grupo A Tarumba, con la ayuda en logística y producción de la eficiente Dora Nobre, y en colaboración con el Museu da Marioneta.

Hice el viaje en compañía del artista pintor y dramaturgo de carrera Jorge Raedó (ver blog), quién aprovechó para tomar algunas imágenes de la ciudad así como en recorrer sus lugares más emblemáticos. El sábado 9 se sumó al equipo la dramaturga catalana Anaïs Schafft, buena amiga de Jorge, con ganas también de conocer Lisboa.

Hacía unos tres años que no estaba en esta ciudad que conozco bien, pues viví en ella año y medio durante los insólitos meses que duró la Revolución de los Claveles, en los años 1974 y 75. No hay que decir que desde aquel lejano entonces hasta hoy, la ciudad ha cambiado mucho, para bien y para mal, como sucede con todas las ciudades europeas entregadas a las inevitables metamorfosis de la modernidad.

Mejora del transporte y new look.


(estación de metro del Chiado, de Alvaro de Siza. Foto Jorge Raedó)

En la actualidad, Lisboa ofrece unos servicios al cliente –me refiero al cliente turístico– realmente excelentes. De entrada, los medios de transporte han mejorado mucho –como el flamante nuevo metro con estaciones y vagones de diseño muy bien iluminados (lo que no ocurre en otras ciudades como Barcelona, siempre tan exagerada en watios subterráneos), con sistemas de entrada y salida eficientes, precios asequibles y opciones variables de billete según la duración de la estancia, etc. A destacar la nueva estación del Chiado con sus largas escaleras y túneles rampantes, por lo visto obra del arquitecto Álvaro Siza, provista de una iluminación excelente y de un techo abovedado maravillosamente cubierto de pequeñas piezas blancas de cerámica, imitando creo las primeras estaciones del metro de París.


(pase del metro comprado para 5 días)

Me sorprendió que la tarjetita que sirve para entrar y salir automáticamente del metro, de color azul y muy manejable, llevara la silueta del poeta Pessoa, con su nombre escrito, y que el rectangulito dónde se hallan inscritos los datos digitalizados fuera una etiqueta con el nombre de la Rua Garret, la famosa callecita del Chiado en cuyo extremo final se encuentra el Café Brasileira. Es decir, las autoridades han optado por el reclamo turístico literario, al convertir a Fernando Pessoa en una figura-icono con la que identificar Lisboa. Una idea para algunos quizás detestable, pero que yo considero inteligente y muy saludable, pues amplía el campo del abanico turístico, hasta hace poco centrado exclusivamente en el Fado, el Gallo portugués, el Porto y el Vinho Verde, y en la Virgen de Fátima.

Otra innovación, a mi entender afortunada, es la incorporación del Tranvía como icono turístico: se le ve reproducido de muy distintas formas y tamaños, y aparece en camisetas, copas, vasos, ceniceros, bolitas de cristal con nieve, pañuelos, bandejas, azulejos y cuadros (tengo que reconocer que compré bastantes de estos objetos, ante el reclamo de tan magníficos souvenirs). Creo que la combinación Tranvía-Pessoa ilustra perfectamente el nuevo perfil turístico escogido por los responsables lisboetas, en su afán por colocar la ciudad en el ránking de las ciudades más visitadas de Europa. Si Barcelona optó en su día por el eje arquitectónico constituído por Gaudí al frente y los nuevos diseñadores urbanísticos en la cola, Lisboa ha optado por el eje Fados-Tranvía-Pessoa-Siza, no tan llamativo desde el punto de vista de la atracción de masas (especialmente chino-japonesas), pero sí más elegante, en busca quizás de un perfil de turista más culto y refinado, que sin duda debe existir.

La explotación turística del Tranvía no sólo consiste en su reproducción fetichista sino también en su uso directo como medio de transporte: en efecto, se mantienen las líneas clásicas –aunque han desaparecido muchas, todo hay que decirlo– , como la que parte de Martin Moniz, sube a Graça, bordea Alfama, baja por la Sé, cruza la Baixa, sube hasta Praça Comoes, sigue por Bairro Alto, se acerca a San Bento y aterriza en el magnífico Parque da Estrela, o los que van en línea recta de Praça do Comerço hasta Belém. Es posible incluso alquilar un Tranvía para grupos: los ves pasar llenos de turistas y no se detienen en las paradas, lo que produce un cierto desasosiego a los que esperan pacientemente la llegada del de verdad. Esto ha creado una nueva generación de conductores jóvenes que substituyen a los viejos de antes y que porporcionan una imagen de juventud y colorido al Tranvía (pues muchos de los conductores suelen ser inmigrantes de color) muy atractiva.

Vitalidad del Chiado, Bairro Alto, Alfama y Castelo.

Se puede decir que desde el Rossio y Praça Figueira, con sus extensiones naturales hacia el Tajo (las ruas perpendiculares de la Baixa establecidas por el Marqués de Pombal después del terremoto de 1755) y hacia la Avenida da Libertade, las zonas más vitales (y turísticas) de Lisboa parten precisamente de dicho centro nuclear hacia las alturas: unas hacia el Chiado y Bairro Alto, otras hacia Alfama, Castelo y Graça.

(estatua de Fernando Pessoa en la terraza del Brasileira)

El Chiado es el paraíso del turista tranquilo y burgués que sólo busca tranquilidad, buenas fotografías, un adecuado surtido de tiendas y terrazas concurridas. Todo aquí es ejemplar y equilibrado, desde la magnífica reconstrucción de los famosos Almacenes do Chiado (obra de Alvaro Siza), la discreta peatonización de la calle Garret, la subida por el ascensor que te lleva directamente desde la Baixa al Convento do Carmo, el perfumado y tranquilo Largo do Carmo, el concurrido Largo do Chiado dónde se encuentra el Café Brasileira con la estatua de Fernando Pessoa compartiendo una “bica” (nombre popular del café) con los demás clientes de la terraza (y dónde los forofos del poeta pueden fotografiarse sentados en su falda), la Praça Camoes, etc.

De allí se extiende el Bairro Alto, lugar emblemático de la noche lisboeta, en el que se encuentran los bebederos para la juventud, la cual suele ocupar las calles llenándolas de jolgorio y de un fuerte olor a cerveza. Hay bastantes Casas de Fados en esas callecitas, muy turísticas aunque con artistas siempre correctos y recomendables, en las que los incautos suelen dejarse desplumar por los avispados camareros –cómo nos ocurrió a Jorge y a mi, atrapados por la euforia del vino sumado al Fado, tras la primera noche de función.

Subiendo de la Baixa hacia el otro lado, llegamos a la Sé, la vieja catedral lisboeta. Por cierto, que descubrimos allí un pequeño restaurante, bastante conocido por lo visto, llamado “Estrela da Sé”, muy recomendable por sus precios, su fantástico plato de bacalao asado (a tiras, sin pizca de espinas y nada aceitoso, con huevo, patatas y perejil todo troceado), su postre “do convento” hecho con cabello de ángel, sus reservados antiguos de madera y una decoración que no ha cambiado para nada en los últimos cien años.

Allí empieza el barrio de Alfama, que por las noches se llena de amantes del Fado y de noctámbulos ansiosos de encontrar rincones poéticos y “típicos”. Conozco dos lugares recomendables: El Clube do Fado y A Parreirinha de Alfama, ambos excelentes para escuchar a buenos cantantes de Fados. No los visité en esta ocasión, pues mi acompañante tuvo suficiente con una única sesión en el Bairro Alto.

Pero si se sigue la ruta del tranvia, llega uno al Largo de Santa Luzia y al Largo das Portas do Sol, buenos miradores para el Tajo y la misma Alfama que se desparrama hacia abajo como un tapiz urbano suspendido sobre el río. Desde allí, sólo hay que subir un poco por las empinadas callejuelas hasta llegar al Castelo. Fantásticas vistas de Lisboa le esperan al visitante. Y un lugar tranquilo, muy bien ajardinado, dónde reposar, hacer buenas fotografías, tomar el sol o esconderse bajo la sombra de un árbol. Pero lo más interesante sin duda alguna son las pequeñas tiendas más algun restaurante que se encuentran antes de entrar en el Castelo. Tiendas magníficas repletas de objetos que sintetizan las quintaesencias más entrañables y horteras de Lisboa y de lo portugués, los cuales le atraerán y le obligarán a gastar su dinero, si sufre, como yo, de este gusto por la extravagancia sintética del souvenir.

Los más atrevidos, tras visitar el Castelo, subirán por la Calçada de Graça y alcanzarán la terraza que hay delante de la iglesia del mismo nombre (muy recomendable su visita): un lugar ideal para descansar, tomar un café en la terraza de un chiringuito muy bien surtido, o simplemente sentarse en un banco y contemplar la vista de otras zonas de Lisboa, como la que se extiende por encima de Martin Moniz y que está dominada por la gran superficie del Hospital de Sao José.

Estas rutas, que he descrito con un cierto aire displicente, tienen para mi un profundo significado sentimental, pues en todos estos lugares he vivido momentos mágicos, tremendos y dramáticos en distintas fases de mi vida, los cuales están inscritos en las piedras, los adoquines y en las paredes de sus casas y edificios emblemáticos, algunos caídos, otros iguales que siempre. Momentos que durante esta visita de junio han revivido en mi memoria e imaginación, duplicando y triplicando los distintos planos visuales de la ciudad, de modo que en vez de cinco días, en realidad me parece haber estado una o dos semanas, aunque esta ilusión, bonita pero falsa, sólo sea eso, una mera ilusión.

Lo que más he añorado son los cafés que ya no existen y en los que tantas horas consumí, como el magnífico Café de Lisboa, en la Baixa, o el Café Palladium, al inicio de la Avenida da Libertade. Pero no soy yo persona que se deje llevar por la nostalgia. He quedado satisfecho con pasar unas cuantas horas en el Café Nicola del Rossio, visitar el Brasileira ni que sea como pequeña obligación impulsiva e irreprimible, o desayunar en la inevitable Suiça. Pero la terraza del Largo do Carmo ha sido un descubrimiento que desconocía, y sentarme en el café que hay en el Parque da Estrela fue una maravilla de paz e inspiración.

Lo más negativo: el Largo do Intendente, esta pequeña placita que está a la altura de la parada de metro Intendente en Almirante Reis. Allí está la mejor tienda de cerámica de Lisboa (todavía en pie, pero con las paredes algo carcomidas por el tiempo). La placita y sus alrededores eran antiguamente un lugar de nobles prostíbulos populares, poblados por señoras y señoritas muchas de ellas provistas de gafas (detalle curioso que pudimos comprobar en una visita que hicimos en 1974 Rafael Sender, Mariona Masgrau y yo mismo), todas muy entrañables y portuguesas de antes. Pues bien, el Largo do Intendente es hoy en día un lugar extremadamente degradado y casi diría que peligroso, ocupado por personajes depauperados, muchos en estado de deshaucio humano, carne prostibularia minada por la pobreza y la enfermedad.

Los antiguos barrios populares da Moureria y Costa do Castelo, situados en la zona popularmente llamada de Socorro (¡qué nombre más afortunado!) tienen hoy un aspecto cutre y abandonado, que contrasta con la imagen turística de sus barrios vecinos alrededor del castillo. Todavía no han llegado en ellos los nuevos “buscadores de oro” urbanos, con sus inversiones, sus compras y restauraciones. Son las dos caras de la moneda: junto a la imagen rica y risueña, la depauperada y tristona del subdesarrollo. Con ello Lisboa se pone al día y prefigura uno de los futuros posibles (o más bien, presentes) de Europa.

Las funciones y el Festival.

Debo decir que fui invitado para hacer dos funciones del espectáculo “A Dos Manos” (un clásico mío que llevo desde hace años y que me ha permitido viajar por todo el mundo –menos por Latinoamérica–, motivo por el cual a veces lo llamo mi “pasaporte”) en el Teatro Trinidade.

(montando " A dos Manos" en el Teatro Trinidade. Foto Jorge Raedó)

Todo un lujo, pues este teatro es uno de los más nobles y emblemáticos de Lisboa, situado a dos pasos del Largo do Carmo y del Chiado, muy cerca de dónde debería estar el legendario Teatro do Bairro Alto, dónde Antonio José da Silva, más conocido como O Judeu, estrenó sus óperas de marionetas en el siglo XVIII, antes de que el terremoto de 1755 destruyera el teatro y todo vestigio de sus títeres y máquinas teatrales –y antes de que la Inquisición quemara vivo a O Judeu en uno de sus últimos Autos de Fe.

Claro que las actuaciones no eran en el escenario grande del Trinidade sino en su Sala Estudio, situada en las alturas del teatro, con una capacidad para sesenta espectadores aunque muy bien acondicionada para el tipo de espectáculo que es “A Dos Manos”.

Pude ver allí al grupo francés OM PRODUCK con el robot-espectáculo o el espectáculo-robot “Ça vous regarde”, de Michel Ozeray y Kamal Hamadache. Ideal para el espacio, pues sólo requería de un círculo de unos veinte o treinta espectadores en cuyo centro el personaje robot se movía e interactuaba con el público. Y la verdad es que el espectáculo me gustó y gustó mucho a los presentes: no todos los días es posible ver un títere abstracto tan magistralmente articulado por medios mecánicos a través de ordenadores, y que con la ayuda de una inteligente banda sonora y un delicado juego de luces, sorprende, maravilla e interactúa con los espectadores que lo rodean. ¿Títere, robot, máquina, juguete…? Qué importa lo que era si tenía vida y los allí presentes proyectábamos en él nuestras dudas, suposiciones, imágenes e interrogantes. Cosechó muchos aplausos y el respetable se fue con ojos brillantes y soñadores.

Las funciones de “A Dos Manos” salieron redondas las dos que estaban programadas en el Trinidade y en ambas se llenó la sala hasta la bandera –o sea, las sesenta sillas. Recibí muchos aplausos y parabienes, vino la crítica, y asistió también en la segunda el música Joao Torre do Valle, intérprete de guitarra portuguesa que conocí en Macao y que estuvo actuando junto con Fernando Alvim en el Teatro Malic un par de veces con dos cantantes de Fados. Fue un placer saludarle. Mi amigo Fernando Alvim no pudo asistir por problemas de salud.

Del Festival, pocas cosas más pude presenciar, pero las que vi (dos) me gustaron ambas.

Para empezar, la rusa de origen siberiano Olga Alexandrova, que actuó en la sala capilla del Museo de la Marioneta (después hablaré de este magnífico Museo, pues merece un capítulo aparte). Su espectáculo reproducía en realidad el espíritu de viejos ritos siberianos de raíces milenarias, relacionados con la cultura chamánica. Consistía en la escenificación de tres momentos de la vida humana tratados como bodas: el nacer, el aparejamiento y el morir. Con el recurso de un vestido que sintetizaba y reunía elementos simbólicos y tradicionales del folclor Udmurt, más el uso de un tambor, dos muñecos y algunos pocos elementos naturales más (arena, una madera...), Olga Alexandrova consiguió hacernos entrar en un mundo exótico aunque lejanamente conocido, al ser el propio de las culturas humanas preneolíticas, cuando nuestros ancestros viajaban en grandes grupos unidos a los rebaños de renos y dibujaban en las cuevas imágenes de mamuts, bisontes, caballos, osos... El espectáculo, de una ingenuidad desarmante y a la vez teatralmente muy elaborado, consiguió cautivar al público y hacernos partícipes de su espíritu iniciático y lleno de simbología, extraordinaria síntesis depurada de miles de años de historia humana.

El otro espectáculo fue más bien un divertimento de calle a cargo del actor francés Serge Boulier, miembro solista del grupo Bouffou Théâtre. Presentó su Kitch Club, un cabaret sofisticadísimo hecho de pequeños gags y sostenido únicamente por las expertas manos del manipulador, por sus juegos gestuales y de palabras, y por pequeños personajillos definidos por un subido Kitch estilístico. El strip-tease de una cursi pero muy sensual muñequita Barbie (cuyas braguitas eran extraídas con suma delicadeza mediante unas pequeñas pinzas), los perritos sabios, o el coro final de Cancán, fueron algunos de sus números más brillantes. Serge Boulier mantuvo siempre al público entregado a sus labores y cosechó abundantes bravos y aplausos de los allí reunidos.

Los interesados en saber más del Festival, pueden consultar la página web http://www.tarumba.org/internat.htm, dónde hallarán el programa completo.

El C.A.Ma y A Tarumba.

(fachada del C.A.Ma)

Toca ahora hablar de los dos titiriteros que dirigen el Festival y que son asimismo artífices directos del denominado C.A.Ma o Centro das Artes da Marioneta, e, indirectamente, del Museu da Marioneta.

Con las siglas C.A.Ma se define el proyecto que Luis Vieira y Rute Ribeiro, fundadores y directores del grupo A Tarumba, están desarrollando para la creación de un Centro dedicado a las Artes de la Marioneta. Instalado junto al Museu da Marioneta –de hecho, ocupa partes del mismo edificio del Convento das Bernardas, sede del Museu–, el C.A.Ma consiste en un pequeño e íntimo espacio de exhibición, más otro local dónde se ubica un fondo de documentación y de programación abierto al público y desde dónde piensan editar publicaciones periódicas relacionadas con el tema. Busca también desarrollar nuevas acciones artísticas y despertar el interés de los artistas contemporáneos por el mundo interdisciplinar y creativo de la marioneta, lo que repercutiría también en la captación de un público nuevo y joven.

En realidad, Luís Vieira y Rute Ribeiro persiguen, con A Tarumba, dotarse de tres herramientas básicas que permitan consolidar su proyecto y asentarse en el tejido artístico y cultural de la ciudad:

1- la misma compañía con sus espectáculos de creación, que presentan tanto en Portugal como en los Festivales Internacionales de Marionetas del Mundo,

2- el FIMFA Lx o Festival Internacional de Marionetas e Formas Animadas, que tiene lugar durante el mes de mayo y junio en Lisboa, y del que son directores artísticos,

3- y el C.A.Ma, dedicado a la formación e investigación, amén de funcionar como Centro de Documentación y Difusión.

Objetivos que gracias a sus altas dosis de voluntad y a un “savoir faire” fruto de la humildad, del trabajo silencioso del creador y de una inteligente visión estratégica, sin duda están en camino de realizarse. La cercanía y la complicidad que tienen con el Museu da Marioneta garantizan por otro lado la viabilidad del proyecto, al estar sustentado por una institución oficial, abierta, original y creativa.

El Museu da Marioneta.

(fachada del Museo)

Ha sido una total sorpresa para mi visitar este museo que ha encontrado en el Convento das Bernardas (un viejo y maravilloso convento recién restaurado por el Ayuntamiento de Lisboa) el lugar ideal para exhibir sus magníficas colecciones y desarrollar elaborados programas de talleres, funciones y visitas.

El artífice de este pequeño milagro –tener un museo moderno, dinámico y bien organizado– es su actual directora, Maria José Machado Santos, quién se ha tomado muy en serio el proyecto del mismo. Para ello se ha rodeado de un equipo consistente en ocho mujeres y un único representante del género masculino –tal vez para las labores de carga y arrastre del material–, lo que demuestra su inteligencia y explica que todo funcione tan bien. Y lo digo por experiencia: a causa de una desafortunada pérdida de una maleta del grupo danés Sofie Krog Teater, y ante la necesidad de cubrir un hueco en la programación del Festival, tuve la oportunidad de realizar una tercera actuación en la sede del Museo, una magnífica capilla convertida en teatro. Y la verdad es que todo funcionó tan a la perfección y con un trato tan exquisito, que sólo pueden salir de mi boca palabras de elogio y sinceros parabienes.

(la capilla teatro del Museo)

Cabe decir que este museo nace de un primer impulso desarrollado por la compañía Os Bonecos de Sao Lorenzo e o Diabo, creada por la constructora de títeres Helena Vaz y el músico José Alberto Gil, quiénes abrieron con anterioridad una primera versión del museo en la zona do Castelo, al que llamaron Museo Nacional da Marioneta. De hecho, las marionetas de este grupo constituyen uno de los platos fuertes de la colección del actual museo, pues Helena Vaz es una constructora que elabora cada marioneta como si fuera una obra de arte en si, como muy bien puede apreciarse en las salas que se le dedican.

El otro plato fuerte de la colección son los títeres y retablos de varios marionetistas portugueses de los que, si no fuera por el museo, se sabría bien poco: Henrique Delgado, la familia Duarte, Joaquim Pinto, Manuel Rosado y Antonio Dias. Entregadas generaciones de titiriteros que llegaron a disponer de compañías compuestas por varios titiriteros y ¡orquestas de hasta cinco y seis músicos! Tampoco podían faltar los internacionalmente conocidos Bonecos de Santo Aleixo, hoy puestos en escena por los actores del Centro Cultural de Évora. Igualmente importante es la presencia del Teatro de Mestre Gil, creado por Augusto de Santa Rita, poeta y hermano de quién fue uno de los grandes pintores futuristas de Portugal, Santa Rita pintor, gran amigo de Fernando Pessoa.

Y para acabar con las marionetas portuguesas, dos figuras femeninas que marcaron el teatro de títeres de los años cincuenta y sesenta: Lilia da Fonseca, artífice del conocido Teatro de Branca-Flor, y Lena Perestrelo con su Teatro de Bonifrates.

Completan estas colecciones otras de marionetas y siluetas procedentes de la China, la India, Indonesia, Birmania, el Bunraku japonés, los Pupi sicilianos, los Mamulengos de Brasil, el Punch and Judy, varios magníficos Polichinelas franceses...

Como puede apreciarse, está lo esencial para entender la evolución y la realidad de un género que cabe situar en los orígenes del teatro y cuyos inicios se confunden con los primeros pasos de las más señeras civilizaciones humanas.

A Igreja e Convento de Sao Domingos de Lisboa.

(interior de la Iglesia de Sao Domingos. Foto de Jorge Raedó)

Y termino mi crónica lisboeta con la mención de esta iglesia situada en el centro de Lisboa, es decir, en el mismo Rossio, cuya visita impresiona a quienquiera se digne entrar en ella. La causa de esta tremenda impresión es de orden estético, y consiste básicamente en la restauración que se hizo hace pocos años de su interior, tras un incendio ocurrido en 1959 (de hecho, una primera versión de la iglesia ya fue destruída en 1755 por el terremoto y reconstruída años después). Tras quedar terriblemente afectada, con las piedras y las hermosas columnas carcomidas por las llamas, hubo una primera reacción restauratoria en taparlo todo, de modo que no se viera la acción del fuego, que para los católicos huele siempre a azufre. Pero cuando hace unos años se decidió restaurarla de nuevo, se tomó la sabia e insólita decisión de dejar a la vista la estructura pétrea del edificio tal como había quedado, y el resultado es realmente deslumbrante.

No sólo se ve en toda su magnitud el efecto devastador de las llamas en la sólida piedra, sino que se consigue la imagen impactante de un interior de iglesia vista como si se hallara sumergida bajo el mar, pues la erosión del fuego recuerda a veces la del agua, ambos elementos tan diferentes pero tan parecidos en su acción destructora: el primero por el ardor de sus prisas infernales, el segundo por el paciente pero implacable paso del tiempo. El barroco desnudado de sus adornos típicos de madera y oropel, se hace mil veces más barroco en la iglesia de Sao Domingos de Lisboa, gracias a las ondulaciones de sus columnas carcomidas, a los lametones de las llamas en las altas paredes de piedra o a las negruras todavía visibles en algunas partes por la acción del fuego. Curioso saber que en esta iglesia se reunía el tribunal de la Inquisición para mandar al fuego a herejes y judíos...

(Igreja do Carmo)

De alguna manera, se ha seguido aquí el mismo criterio que el aplicado en el Convento do Carmo, junto al Chiado, cuando su magnífica iglesia fue devastada por el terremoto de 1755: en vez de reconstruirla, se prefirió dejarla tal como estaba, con sus nervios, columnas y arcos todavía en pie, pero sin techo alguno. Tal vez la inclinación portuguesa por el elemento nostálgico y la melancolía, tópico parece ser bastante ajustado a la realidad –y del que tanto jugo turístico le saben extraer los naturales del país–, explique esa tendencia a la timidez restauratoria, como si la capital del Fado, además de los clubes y restaurantes destinados a su culto, necesitara el añadido de importantes monumentos de piedra consagrados a la Saudade.

Quién quiera anticiparse a la Historia y ver una imagen simbólica y post-apocalíptica del futuro de la Religión Católica, nada mejor que acudir a la susodicha iglesia de Sao Domingos y dejarse llevar por la doble visión de los tiempos superpuestos. Para mi, uno de los más atractivos e impactantes rincones de lisboa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lisboa, antigua y señorial... Su descripción me hace revivir momentos lejanos en el tiermpo pero cercanbos en mi corazón. Yo también conocí el Portugal de los Claveles y bebí de los néctares románticvos de aquella revolución sentimental. Aunque al final, la fuerza de los poderes, con sus fusiles, mitras y cuentas millonarias, se impuso como Dios manda. Queda un regusto de aquellos días todavía en el ambiente de ciertos barrios lisboetas, aunque la realidad del turismo, como muy bien nos indica en su texto, se extiende como una mancha de aceite por todos ellos. Pero no hay bien que por mal no venga, y disponer de nuevos souvenirs tal vez sea un consuelo para algunos, aunque no para mi. Pero que sigan los tranvías es algo que habrá que agradecer siempre a la infame industria turística.
Le saluda cordialmente
L.P.