La verdad es que estas elecciones han pasado volando, sin llamar demasiado la atención. Al menos en los círculos en los que me muevo. Y no son círculos pasotiles, sino más bien todo lo contrario. Cabe decir que la clase política catalana está bastante de capa caída. Bueno, también la española en general –por no hablar de la mundial...
Antes que nada, debo decir que yo soy de las pocas personas que conozco de mi entorno que defienden y valoran a los políticos de profesión, por la simple razón de que su trabajo para nada es ni envidiable ni tampoco demasiado grato, en los tiempos que corren –al menos para mi.
Hoy en día, los políticos deben serlo por ambición y por vocación, ambas cosas en proporciones altas y combinadas. ¿Pero quién es el guapo que se presta a pasarse horas y horas de reuniones, de convencer a unos y a otros, de tratar con todo tipo de temáticas y de personas, la mayor parte de las veces anodinas, absurdas, pelotas y, sobretodo, aburridas? Yo, desde luego, no. De ahí mi respeto y admiración por los que escogen este camino profesional, de los más arduos que conozco, una profesión que sólo premia a los más esforzados con pequeños minutos de gloria y de poder, más simbólicos que reales, si acaso ganan elecciones y se aúpan en cargos de importancia. La mayoría de las veces, las medias tintas mandan, con sus largas sesiones parlamentarias, o con las interminables y laboriosas comisiones temáticas, en los que se tratan temas tan variopintos como bizantinos.
Todo esto viene a cuento a raíz del descrédito al que, según los medios y los entendidos, ha llegado la clase política en nuestro país. Parece ser que eso es así, y en el caso de Cataluña, todavía más, sobretodo a causa del famoso sainete del Estatut, que destruyó la credibilidad de los políticos implicados –y, de rebote, de los no implicados– para bastante tiempo.
Creo que esta apreciación es correcta, y que los realmente salpicados son los que en aquellas horas infaustas ocuparon los primeros titulares y las grandes fotos. Me refiero a los Mas, Maragall, Carod, Saura y compañía, que compitieron como locos para ver quién llegaba más lejos en sus delirios soberanistas, para luego bajar a la primera de cambio a la “realpolitik” de los intereses y los cambalaches más rastreros, y a los vaivenes y regateos partidistas de poco vuelo. Al otro lado, Zapatero, que partía con un extraordinario capital de esperanza y de ilusión respecto a una nueva manera de hacer política, cayó también en el show del regateo y de la “foto”, empujado por una oposición del PP perfectamente anclado en el neonacionalismo madrileño, mal llamado español.
La operación del Estatut ha sido una ruina para Cataluña, en un sentido sobretodo político y moral, y sorprende que su máximo adalid, el entonces President Maragall, ahora se retracte y critique lo que no fue más que una jugada suya, alejándose de los resultados como si no tuvieran nada que ver con él.
¡Vaya!, pienso, yo que siempre había defendido el carácter contradictorio del político Maragall, ahora nos sorprende con esta actitud de estar por encima de los demás. Para ser fiel a su espíritu paradójico y contradictorio, que lo hizo tan interesante en su momento, podría haber criticado todo lo que quisiera el Estatut que salió bajo su impulso pero a la vez lo debería haber defendido como el que más, apoyando a los que se quedaron con el mismo, y dispuesto a defenderlo aunque oliera a moho y a lotería navideña. Aquí creo que Maragall se traiciona a si mismo, al hacerse de pronto el “bueno”, sin admitir que él representa como nadie las dos caras de la moneda estatutaria.
El único que estuvo apartado y que se miró todo el jaleo estatutario con distancia y aprensión fue Montilla, y curioso que sea él quién ha acabado siendo President y el único que saca votos y gana elecciones en Cataluña, a pesar de la mala prensa que tiene y del acoso mediático y rastrero al que es sometido. Este inmigrante cordobés establecido en Cornellà es, según mi opinión, el único político digno de estar dónde está y el único que mantiene un nivel de crédito si no alto, al menos mediano. Los demás, lo tienen por los suelos.
Esto lastra, como és lógico, al Govern de Montilla. Este Tripartito ha nacido no cojo, pero sí patizambo. Sus miembros compiten por hacer las cosas bien, como si hacerlo así fuera algo excepcional, después de los desaguisados del anterior Tripartito, cuando lo propio sería que en efecto se gobernara bien y no mal. Pero ante este esfuerzo de buena voluntad, algunos consejeros no dejan de hacer el ridículo una y otra vez, como el mismo Saura en el empeño de demostrar sus altos niveles de honradez y transparencia en la dirección de los Mossos, los cuales están hasta el moño de ser tratados como niños malos. O los consejeros de Esquerra Republicana, los cuales en cualquier momento pueden darnos la sorpresa y subirse al monte. El govern es como un barco de bucaneros maldiestros gobernado por un timonel inmutable y competente, el impávido Montilla, que brilla poco pero conduce con rigor y profesionalidad a su tripulación indisciplinada, de la que uno puede esperar los peores desaguisados.
Pero alguien tiene que gobernar Cataluña. Y creo que Montilla es, a pesar de todos los pesares, la mejor solución. Su discreción y su realismo son tantos tanto como su honradez, y la escasa altura de sus opiniones y puntos de vista está en consonancia con la de los mismos catalanes y sus representantes políticos, aquejados éstos por patologías delirantes de difícil curación, pues suelen pensar más en sueños que en realidades. En este sentido, ser pilotados por el piloto Montilla es para mi no sólo una sólida garantía, sino también lo máximo a lo que Cataluña, en estos momentos, puede aspirar.
1 comentario:
El President Montilla sap molt bé el que es fa. Coincideixo amb vostè. Que sigui cordobès no li treu mèrit, al revés, li dóna un valor afegit que cal tenir en compte. Un valor que no tothom sap veure, per desgràcia. Però temps al temps i, a la llarga, el rigor i la bona fe triunfaran sobre el politiqueig miop.
Gràcies pels seus comentaris sempre tan interessants.
Conrad Garcia i Ràfols.
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