miércoles, marzo 09, 2022

Ucrania, Rusia y Europa: ¿cómo encajar el futuro?

 


Hacía tiempo que la realidad no alcanzaba semejante grado de excitación y de miedo al devenir, como el que vivimos hoy con la guerra de Ucrania. Y como ocurre en estos casos, acudo a la playa de la Barceloneta para hablar con mis amigos futurólogos.

Me los encuentro frente a los antiguos baños de San Sebastián y en seguida entro en materia, ya que tengo poco tiempo y pronto tendré que ir a las duchas del Club.

—No me diréis que las cosas no están que arden con el tema este de la guerra en Ucrania…

Responde Bastides, cosa extraña, ya que normalmente es Mercadal quien se arranca el primero en hablar.

—Ni que lo digas, Rumbau, ni que lo digas… Hace días que las cosas del presente se están complicando de forma indescriptible, estableciendo unas variables que de cara al futuro no hacen más que oscurecerlo. Menos mal que con tanta gente atrapada por las noticias, nos dejan el campo libre para mirar algo más allá. Aquí mismo, en la playa, parece que haya bajado el número de los habituales, y si vas por la calle, verás que a partir de una hora, sólo están los irreductibles y poco más. Y esto, para nosotros, es una gran ventaja.

—¿Y en qué se concreta esa visión clara del paisaje?

—Es una visión estratégica, la que se vislumbra en el horizonte. Nosotros siempre lo hemos dicho: Europa no será plenamente hasta que no haya incorporado en su seno a Turquía, Líbano, Irán y Rusia. Dejemos ahora, si quieres, los países que parecen más complicados, los del llamado Oriente Próximo, que siempre generan polémica cuando lo digo. Y fijémonos en el más europeo de ellos: Rusia. ¿Es que hay alguien que piense que Rusia es menos Europa que Polonia, Chequia, Hungría o Rumanía, por poner a algunos de sus vecinos? Yo diría que no.

—Caramba, Bastides, quizás tengas razón, pero en estos momentos, una y otra se han situado en las antípodas. Europa se está redefiniendo en oposición a Rusia, y todo el mundo dice que gracias a esta agresión en Ucrania, los europeos han encontrado la forma de fortalecer su cohesión.

—Es verdad. Y por eso hay tanta confusión. Se entiende que la historia se entretenga con estas trastadas, al fin y al cabo depende del capricho y la burrería de los humanos, que es mucha. Hombre, está claro que el Putin éste puede hacer saltar el tablero de juego por los aires, como parece que está haciendo, metiendo incluso de por en medio las armas nucleares. A la historia siempre le ha gustado caminar por el filo de la navaja, y por eso ha barrido a tantas poblaciones de este mundo, pero esto forma parte del juego de la vida, ya que siempre corremos el riesgo de que nos caiga un tiesto o una tortuga en la cabeza, como le sucedió al pobre Esquilo en Gela.

—Sí, está muy bien lo que dices, Bastides, ¿pero tú no crees que Europa puede salir muy esquilada de esta guerra?

—Por supuesto. Pero aquí lo que nos interesa es dibujar perspectivas de futuro, por una razón muy simple: las necesitamos si queremos salir del agujero en el que nos quieren colocar. Y el futuro, según nuestra visión, nos muestra una Europa que para buscarse a sí misma, necesita asociarse con Rusia. No con su sistema autocrático de ahora, una vergüenza para los propios rusos, sino con su espíritu cultural más profundo, que contiene unos valores y unas energías de las que nosotros carecemos. Tú piensa que este inmenso país ha vivido buena parte del siglo XX, como quien dice, en el congelador de la historia, sacrificados sus hombres y mujeres más nobles por el sistema comunista, provisto de una Inquisición que ríete de la española. En los deseos de libertad de los rusos actuales hay un poso de una gigantesca vehemencia soterrada, casi una espiritualidad libertaria que exuda un pathos de una trascendencia monumental. ¿Y tú crees que Europa puede prescindir de todas estas energías y valores? Sería su suicidio y no lo hará, por una razón muy simple: el mismo espíritu libertario insufla el continente europeo entero, y el impulso a la fragmentación que propugna la libertad aparece por un igual en ambos sistemas. Una fragmentación que se resuelve en la unión de la diversidad, que es el principal signo de identidad de la UE. Por eso todas las regiones de Europa, Rusia incluida, están abocadas a entenderse llevadas por estas ineludibles corrientes de fondo.


—Sí, es muy bonito lo que dices, pero mira cómo la Europa de la diversidad comienza a armarse hasta los dientes y a polarizarse con Rusia. ¿No crees que si se militariza, perderá ese espíritu de libertad?

—Sí y no. Por un lado es verdad que existe una respuesta entre histérica e hipócrita en esta reacción europea tan repentina de solidaridad armada. Pero por otra parte, es una necesidad que así sea. Además, el contacto con las armas y la guerra pone muchos puntos sobre las íes en lugares donde los puntos se habían esquilado, me refiero a tomarse con algo de seriedad ciertos aspectos que hasta ahora estaban en manos de la más absoluta frivolidad. Es evidente que las clases políticas del continente están muy deterioradas por esta exaltación de las mentiras que hemos vivido últimamente, pero cuando las cosas se ponen feas y la vida corre peligro, los vacíos se desinflan, las imposturas se desnudan, y se hacen visibles algunas de las certezas básicas. Mira cómo Borrell, que es uno de los pocos políticos inteligentes que tiene España, ha encontrado ahora su momento.

—¿Y cómo ves el papel de los EEUU?

—Es muy curioso lo que ha ocurrido con los americanos. Fíjate que sus servicios secretos habían adivinado las intenciones de Putin, pero en vez de callárselo y jugar con esta información según las leyes de la argucia y de la diplomacia inteligente, buscando detener la guerra, se dedicaron a pregonarlo. Tanto lo anunciaron, que al final parecía que lo estuvieran deseando, que los rusos metieran la pata hasta arriba invadiendo Ucrania. Creo que a los americanos esto les va muy bien: tienen a los europeos entretenidos, obligados a gastar en armamento, a militarizarse, mientras ellos se dedican a vender gas y petróleo, y a enfocarse en el Este, que es donde tienen sus problemas más grandes. Buscarán que el conflicto se pudra para que todos salgan esquilmados, se empobrecerá Europa y Rusia, y resolverá un poco su crisis y pérdida de influencia mundial.

—Pues sí que vamos bien...

—Será el momento ideal para este reencuentro entre Europa y Rusia, no desde las alturas, sino entre las poblaciones, que verán que todo es un engaño. Pero para que esto ocurra, se tiene que pudrir un poco más la situación y Europa debe reforzarse. Entonces las palabras rimbombantes, una vez salidas de las bocas de los políticos, se irán desgastando y perdiendo su fuerza hasta mostrar su vacío. Ahora es mejor callarse, escuchar y dejar que el tiempo haga su trabajo.

—Pero en Rusia, Putin parece tenerlo todo muy controlado.

—Hum... Ya veremos esto. Los rusos no son tontos y saben perfectamente a quién tienen en el gobierno. No será fácil quitárselo de encima, ni rápido. Esperemos que no ocurra como con Franco, que murió en la cama. Pero tarde o temprano vendrán los cambios.

—Y mientras tanto, ¿qué ocurre con los ucranianos?

—Este es el drama de toda esta historia, pero su resistencia tendrá en el futuro una gran importancia. Quizá pierdan la guerra pero habrán ganado un prestigio que influirá mucho en el pueblo ruso. Vendrán años trágicos de mucha desesperación, pero los vasos comunicantes con Europa serán cada vez más fuertes.

—Eso si Europa no pierde los estribos y en su polarización reniegue de los rusos, como si todos fueran Putin...

—Eso ocurrirá, sin duda; como decía antes, nuestros políticos tienen una altura muy bajita. Pero no debemos perder la confianza en Europa. Pronto verá la mayoría que donde antes estaban los estados, las naciones y los patriotismos de campanario, de repente Europa, que es una nada donde cabemos todos, tiene una fuerza y una importancia que no sospechábamos. Hasta los ingleses bajarán del burro y se acercarán a la UE.

—¿Cuándo crees que esto puede ocurrir?

—Hum..., todavía hacen falta unas décadas, Rumbau, así avanza la Historia, unas veces a trompicones, otras a paso de tortuga. Los ritmos son impredecibles, y cuanto más quiere correr un actor, más rápido se la pega. Creo que el caso de Putin es un buen ejemplo: ha querido correr y mira cómo se encuentra, estancado en un país que se le resiste, y con medio mundo mirándole como a un paria. Ha sido un trompicón, sin duda, que ha hecho tambalear el tablero de juego donde íbamos yendo más o menos a la deriva.

—Aquí muchos analistas dicen que mientras los occidentales se lo han estado mirando todo desde el día a día, eso que ahora llaman el 'presentismo', tanto los rusos como los chinos disponen de una visión estratégica a largo plazo. Y esto les da una superioridad a la hora de planificar las cosas y saber cómo actuar.

—Es verdad, pero se refiere a los políticos. En su conjunto, las cosas no son tan sencillas. Fíjate, cuando en un país hay una dictadura y sus cabecillas se ponen a planificar mirando el futuro, sin duda tendrán unas ventajas respecto a los gobernantes de los países 'presentistas', esto es evidente, pero, por el contrario, su visión será más estrecha, al provenir de una pequeña minoría de expertos, por mucho que esta minoría se sirva de las más avanzadas tecnologías de la previsión. Los planes estratégicos tienen unas desventajas importantes: condicionan y coartan la mirada colectiva de la población, al estar marcada esta por las directrices que emanan del gobierno; esto los hace muy eficientes pero poco creativos, puesto que quedan podadas las demás visiones estratégicas que podrían emerger como novedades interesantes y que se quedan sin salir del huevo. En los países liberales, que tienen sociedades abiertas, los políticos viven al día a día, cierto, lo que es muy negativo para el largo plazo, pero deja en cambio abiertas las puertas a una pluralidad de visiones estratégicas que pugnan entre sí y enriquecen la visión del futuro, que se vuelve más fecunda, real y competitiva.

—Es verdad, Bastides, pero los chinos creo que esto ya lo tienen previsto y resuelto, al concebir algunas universidades como islas liberales donde estudiantes y profesores pueden hacer lo que quieran, siguiendo los modelos de las universidades americanas.

—Sí, pero una cosa es la universidad, y otra la sociedad. Las universidades, hoy, por muy abiertas que sean, están constreñidas por sus métodos y códigos de investigación. Claro que hay muchas excepciones e investigadores geniales en todas partes, que avanzan como águilas del pensamiento. Pero las sociedades, cuando están abiertas, son el contrapeso que pueden hacer lo que las universidades tienen vetado, con el empuje de los emprendedores, artistas y empresarios que juegan a ser ellos mismos como estados independientes que hacen lo que les da la gana. Por eso digo que las previsiones que vienen del pensamiento encorsetado por el poder y por la ciencia disciplinada de las universidades, acaban convirtiéndose en delirios de la razón, que no tardan en chocar contra la realidad. Así han terminado, tarde o temprano, todos los regímenes dictatoriales, y no creo que los sistemas de rusos y chinos sean distintos.

—Muy interesante lo que dices, Bastides, pero mientras tanto, ¿qué hacemos con la invasión de Ucrania?

—Pues lo que estamos haciendo. Yo añadiría muchas tazas de tila y, sobre todo, no perder la visión estratégica del futuro europeo, que necesita a los rusos, no a los políticos, sino a su población y cultura, para llegar a ser lo que quiere y puede ser.

¡Caracoles con Bastides! Dejé a los dos amigos de la playa continuando su paseo, mientras yo me iba a las duchas, ya que acababa de sonar el himno del Club. No sé si me ha aclarado demasiado la situación que estamos viviendo, pero las palabras del zapatero futurólogo me siguen dando vueltas por la cabeza, como si realmente tuvieran una razón escondida que debiera descifrar.

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