lunes, octubre 08, 2007

El nacionalismo catalán a la deriva.

Querido bloguero,

voy a expresar en este texto una opinión particular sobre un tema que parece interesar mucho a los medios y a determinados políticos locales estos días, aunque no tanto, según creo percibir, a la ciudadanía común del país. Me refiero al deseo de “refundar el catalanismo” puesto de manifiesto por ciertos partidos, políticos e intelectuales nacionalistas.

Según se desprende de las opiniones oídas, el catalanismo habría colapsado y entrado en crisis con el tema del Estatut y sobretodo a causa de los últimos vaivenes electorales, que han puesto a la Presidencia de la Generalitat en manos de un cordobés que no habla muy bien el catalán y que además no se declara abiertamente nacionalista.

¡Anatema!, claman los puristas patriotas ante este desenlace sorprendente. El “pal de paller” que pretendía ser CiU de la conciencia nacional catalana (para lo cual, se dedicaron durante años y años a vapulear y a despreciar a los que no eran de la “casa nostra”) se ha quedado en simple espantapájaros que en vez de atraer asusta por sus delirios de grandeza y por sus maniobras rastreras del más barato politiqueo.

Esquerra Republicana, partida en dos su alma al querer gobernar sin dejar de ser independista, busca rizar el rizo de los equilibrios equidistantes entre unos y otros, lanzando por en medio andanadas absurdas e incendiarias a largo plazo, pues el corto lo tienen comprometido con el realismo del poder.

En medio, el callado y soso Montilla, sin despertar pasión alguna, a la chita callando, dirige con precisión la travesía del gobierno catalán por los páramos rutinarios de la gestión diaria, con una eficiencia que ya querrían haber tenido otros gobiernos más “alegres” pero menos operativos.

Cómo es lógico, los nacionalistas, que gustan mucho del verbo grandilocuente, de las palabras sonoras y pesadas, de los grandes sentimientos colectivos que comprometen y arrastran a las multitudes, consideran que Cataluña está en crisis sobretodo porque sus actuales mandatarios son “aburridos”. Lo que no dicen es que simplemente les molesta enormemente que les hayan quitado el poder, sobretodo cuando se habían creído ser los propietarios de la Patria. Quieren recuperar como sea este poder perdido, y para ello necesitan “refundar” lo que ya no les sirve en sus acometidas electorales.

Pero lo que sorprende de estos deseos de “refundación” es que sus portavoces insistan en lo mismo de siempre, subiendo unos grados lo que llaman “espíritu soberanista”. Es decir, histerizar un poco más la pretensión nacionalista. ¿Pero no estaba en crisis el planteamiento nacionalista tal como se había manifestado hasta ahora? Entonces, si lo que se hace es aumentar sus registros peticionarios y sus dosis emocionales, lo único que se va a conseguir es distanciarse todavía más de la ciudadanía común la cual, salvo las clientelas particulares de cada partido, van por otros derroteros. ¿O acaso quieren histerizar a la población entera? Insensata pretensión...

En estas circunstancias, me parece que el único capaz de refundar de verdad el catalanismo, en un sentido realista y práctico, es ni más ni menos que el denostado presidente Montilla. Desde su equidistancia y su desapego patriótico, debería levantar la voz para clamar, aunque sea sin las florituras de los grandes oradores, un catalanismo pragmático y abierto tanto a Europa como a España, lejos de las bofias y los resquemores separatistas que se sostienen en la exclusión del otro.

¡Qué pena que Maragall se haya pasado tan alegremente al bando de los emocionales colectivos! ¡Se esfumó aquel espíritu paradójico tan rico en energía contradictoria, por el que con el mismo arrojo tanto defendía a Cataluña como a España!

Creo que aquí es dónde cabe hablar de un nuevo Catalanismo, inteligente y con vistas al futuro, sin las ataduras mitológicas del pasado, capaz de aliarse con las regiones más pudientes y dinámicas de España y de Europa para crear nuevas sinergias energéticas e interesantes. Por ejemplo, en vez de buscar alianzas con las llamadas “nacionalidades históricas”, tocadas todas ellas por el mismo virus aislante, paranoico, autocomplaciente y ensimismador, buscarlas en las demás autonomías de menos raigambre histórica pero más dinamismo emergente y emprendedor (Valencia, Murcia, Baleares, Andalucía, Extremadura, Aragón, las Castillas...).

Un Catalanismo que huya del victimismo y la exclusión nacionalista y, a la vez, defienda un autogobierno suficiente y poderoso, bien administrado y financiado. Es decir, lejos de los centralismos españoles que pretenden volver a los viejos tiempos (y asentar a la chita callando el poderoso centro de poder en que se ha convertido Madrid), y lejos de los delirios nacionalistas que se enroscan en el ensimismamiento autocomplaciente.

¿Se atraverá a hacerlo Montilla? ¿Tendrá el empuje y el coraje suficientes para desarmar a las cacofonías de los que se repiten como loros con los viejos discursos de siempre, ya sean con la canción de la España Eterna, o con la de la Cataluña sufrida y vapuleada? Lo dudo, pero sólo veo en él y en algunas voces sensatas de su partido, a la figura capaz de articular este discurso.

¡Que Alá, y unas dosis equilibradas pero intensas de seny y rauxa, lo permitan!

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