Querido bloguero, no quiero con este título asustar a nadie, simplemente constatar un hecho que ya se venía a venir, pero que el otro día fue confirmado por una declaración institucional del Papa en la que decía que a partir de ahora, los valores de “Tolerancia” y “Diálogo”, hasta hace poco más o menos asimilables a posturas supuestamente cristianas y de la Iglesia Católica, deberían ser substituídos por el de la “Convicción”.
Decía el Papa más o menos: da igual que seamos pocos, que vayamos perdiendo clientela, lo importante es que defendamos con ardor y beligerancia nuestras posturas, buscando implantarlas al conjunto de la sociedad. Una táctica nueva que vale la pena analizar.
En realidad, no se trata de una gran novedad para nosotros, los españoles: desde hace tiempo que nuestros obispos nos tienen acostumbrados a esta actitud leninista-combativa: unos pocos, apoyados por medios poderosos, intentan doblegar la voluntad de los muchos. Aquí disponen de la COPE, emisora tristemente famosa por sus proclamas difamatorias, apocalípticas e incendiarias, así como de tremendos grupos de presión, tras fagocitar al principal partido de la oposición, el PP, con el que ha pactado un acuerdo táctico de acoso y derribo del gobierno de Zapatero. Sus maniobras para seguir controlando las asignaturas de religión y su oposición a cambios laicos en la sociedad y en la educación son igualmente bien conocidas.
Su Convicción los convierte en el principal grupo excluyente español: van contra los derechos de los homosexuales, contra las bodas de personas del mismo sexo, contra la liberación de la mujer en el matrimonio, contra el aborto, contra la eutanasia, contra las posturas dialogantes entre culturas y religiones, contra la descentralización democrática del estado, contra la libertad religiosa, contra el laicismo del estado y de la educación, en fin, contra todo lo que puede perjudicar el poder que todavía tienen sobre las consciencias de los españoles.
Su empeño en definir Europa por sus raíces cristianas, pasando por alto los tres últimos siglos en los que el laicismo ha luchado y vencido a la Iglesia para sacarse de encima el corsé religioso, es bien sintomático de sus afanes de seguir conservando sus amenazadas parcelas de poder. Pero su ofensiva no sólo pretender recuperar, sino reconquistar. Con la excusa del histerismo islámico, contrapone el histerismo cristiano. Eso gusta mucho a los recalcitrantes exclusivistas del bando de la guerra: nada mejor que un buen cuerpo de “convicciones bien asentadas” para mantener encendido el fuego guerrero. ¡Qué gran aliado para Bush y sus adláteres! Por eso de pronto, todos los peperos y belicistas del mundo se hacen “paperos”: ¡Viva el Papa y la Iglesia Católica! ¡Ella sí que defiende los valores de Occidente!, dicen estos suicidas de la civilización europea.
Su lucha contra el “relativismo” no es más que una lucha contra las libertades laicas de Occidente: la libertad de pensar cómo a cada uno le plazca y de actuar según dicta la propia conciencia, sin doblegarse a distados ajenos. Lógico que ataquen la libertad: precisamente es este “virus laico”, tan peligroso para ellos, el que les ha vaciado las iglesias. Pues si hay libertad de creencia y de pensamiento, ¿para qué someterse a dogmas ajenos?
De ahí que de pronto, el Papa se haya convertido en nuestro enemigo: pretende arrebatarnos esta libertad, imponernos modelos colectivos periclitados, incidir de nuevo en nuestras consciencias.
Sin embargo, algo me hace ser optimista. Su decisión de dejar la “Tolerancia y el Diálogo” y de pasarse al bando de los de la “Convicción”, convierte a la Iglesia en un partido beligerante más, en un grupo social decidido a competir con los demás. Es verdad que parte de posiciones de ventaja –dispone de la maquinaria vaticana, un monstruo de mil cabezas y raíces milenarias–, pero al someterse a las leyes del mercado de las ideas beligerantes que compiten entre si, con las mismas tácticas y técnicas de las demás, pierde su universalismo y el poderío “blando” del que antes gozaba. En vez de dejarse morir reinando en su disolución –a través de sus valores positivos de compasión, generosidad, amor y tolerancia–, la Iglesia prefiere luchar, desenpolvando sus famosos y ancestrales valores represivos y guerreros. Así retrasa su muerte y opta por el “morir matando”.
Algo lógico, desde luego, pues ¿qué es la Iglesia sino una entidad de poder enquistada en la sociedad occidental? Y la inercia de los poderes es resistir hasta la muerte.
Pero como decía antes, no hay bien que por mal no venga. En un mundo cada vez más polivalente y globalizado, dónde las ideas, las culturas, las diferencias y las actitudes distintivas van al alza en su proliferación y beligerancia, la erosión de la Iglesia Católlica está matemáticamente garantizada. Puede que a la corta saque algunos beneficios tácticos y locales (en España, por ejemplo, gracias a los nuevos convictos de la derecha; en Italia, su feudo, que controla desde siempre; en Polonia, dónde Hermes parece haber jugado una mala pasada a este desgraciado país, al poner al frente de su gobierno a dos gemelos retrógradas y papistas; o en algunos países latinoamericanos todavía sensibles a lo “papal-divino”), pero a la larga, su erosión relativizadora (la peor pesadilla para ellos) está garantizada.
¡Que los Dioses de la Razón nos escuchen y sean propicios!, es lo que deseamos los que estamos por la libertad individual de conciencia, por el “politeísmo mental”, por una sociedad laica, por el relativismo de las culturas y por la intersección creativa entre individuos, culturas, lenguas, razas y naciones.
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