miércoles, marzo 07, 2007

Excluyentes e Incluyentes

Querido bloguero,

tras mi última entrega en la que citaba las palabras de mis buenos amigos de la playa, Bastides y Mercadal, me he quedado con las ganas de seguir reflexionando y de comentar algunos de los conceptos expuestos por esos dos pacíficos ciudadanos que se miran el presente y el futuro con tanta distancia y filosofía.

Me refiero concretamente a la distinción que hizo Mercadal entre políticos excluyentes y políticos incluyentes. Creo que aquí nuestro querido amigo astrólogo (Mercadal, además de doctor jubilado, es un astrólogo de los que se toman esta ciencia adivinatoria muy en serio) dio en el clavo.

Pues el tema hoy en día es la multiplicación de los conflictos la mayoría de ellos irresolubles, ante los cuales sólo caben dos actitudes: o se incluye a las partes en conflicto en la categoría de lo posible y lo armonizable, o se les excluye y combate pensando en su eliminación. No cabe duda que hasta ahora, la fórmula seguida ha sido la segunda: el conflicto se resuelve con la guerra, se gane o se pierda, y se acabó el problema. Es decir, se excluye lo que molesta, lo diferente, lo que se opone. Este principio sólo reconoce un sujeto: el propio. Es un sistema, pues, de sujeto único. Ya sea por descaro egoico, o por convicción ideológica, o por abrazo redentor, al Otro se le combate y posee. Este principio está tan arraigado en la especie, que defender otro casi parece un disparate.

El sistema incluyente propuesto por Mercadal es nuevo y desconocido, y por ello mismo, desconcierta al público. Nuestro astrólogo de la playa parte de una premisa clara: hoy en día, nada debe ser excluído. La armonización sólo puede llegar si Todo entra en el juego. De alguna manera, el mundo moderno urbano ya parece apostar por este principio: en la ciudad actual, uno se encuentra con lo más inimaginable y todos los gustos pueden ser satisfechos.

- ¡Pero bueno! -le digo algo extrañado-, ¿y los terrorismos qué? ¿Acaso hay que dejarse matar?

- Que se cumplan las leyes y que haya regulación –contesta impertérrito.- El que no las sigue, que lo pague. Para eso están la policía y las cárceles.

- ¡Pero entonces hay exclusión!

- No de entrada. Además, yo no llamaría a éso exclusión. Se trata de respetar unas reglas del juego. Reglas que cada vez deben ser más sofisticadas y exigentes en admitir las diferencias y los matices, pero dejando claras unas líneas de respeto mutuo infranqueables. Se trata de llegar a contratos sociales dónde los diferentes puedan encontrar sus modos de ubicarse. Si no hay espacio para ellos –cómo suele ocurrir tantas veces–, pues entonces se inventa. Aquí es dónde las sociedades y los políticos, en vez de proclamar tanto sus principios y creencias, deberían afanarse en ser creativos para ampliar las bases capaces de acoger la extraordinaria variedad de diferencias en juego. Es al no haber espacio para ellas cuando estalla el conflicto.

- ¿Y qué tiene que ver esto con la actual situación?

- Según mi modo de ver –señala Mercadal–, Zapatero ha intentado crear un espacio de normalidad democrática para el independismo vasco. Para ello, ha jugado la actitud incluyente: nada de anatemas, se dialoga con quién sea, incluso con el mismo diablo. Desde luego, no lo ha conseguido. Es normal. Sería iluso pensar que lo puede todo. Además, el entorno no acompaña. Pero sí ha conseguido un doble objetivo: uno: el mundo llamado “abertzale” ha entrado en una dinámica de pretensiones o de simulacros de diálogo en pos de actuaciones no violentas, y dos: al hacerlo, ha dejado al descubierto y puesto bajo la luz de los focos su catadura moral: sin los ropajes épicos bajo los que se escondían, la imagen de degradación mostrada es apabullante, y uno piensa que difícilmente podrán mantener sujeta a su clientela del mismo modo que la tenía antes.

Le escucho y me asombra ver que tiene razón en lo que dice. En efecto, escuchar a los “abertzales” es algo bochornoso y sus juicios parecen salidos de la edad de piedra. ¿Qué fieles seguidores tendrán?, se pregunta uno. ¿Acaso ese diez por ciento de vascos que dicen ser sus seguidores son los del famoso RH negativo que les obliga a perder masa encefálica?

- Pues bien –continía Mercadal–, que Zapatero haya metido el dedo en la llaga vasca y haya conseguido ésto, es algo extraordinario. Fíjate que su táctica es la de hacer encajable lo inencajable. Y por eso se le han echado todos encima. Pues aquí hay una paradoja todavía sin resolver: si no hay espacio para esos energúmenos, ¿adónde se les sitúa? La tozudez incluyente de Zapatero dice: no hay espacio pero lo habrá. Lo tiene que haber. Hay que inventarlo. O sea, se resuelve la paradoja dando un paso creativo.

- Pero en verdad no parece que haya dado con ese espacio –le digo algo confuso.

- No, desde luego, todavía no existe, y por eso el proceso va dando tumbos de aquí para allá, pero sí se ha conseguido algo: que hablen, que manifiesten sus pretensiones. Su postura es que no hay que asustarse de las palabras. Que cada uno diga lo que quiera. ¿Que su pretensión es incorporar Navarra al País Vasco? Pues que lo digan. Como si quieren incorporar Aragón, Cataluña o al mismísimo Japón. No importa. Que digan lo que les pase por la cabeza. Que hablen y se atrevan a proclamar sus ideas. Pero de inmediato se les dice: sí, sí, muy bien, decid lo que queráis, pero debéis abandonar la violencia. Nada de ETA, nada de bombas ni terrorismo callejero. Eso no parece gustar a los abertzales, entonces se ponen chulos y sale a relucir la catadura moral de los que asesinan por querer tener razón. Pero no se atraven a actuar, o lo hacen de escondidas, escondiendo la mano, casi disculpándose. Sólo por haber conseguido eso, creo que Zapatero merece todo mi respeto y mi confianza.

Me asombra el punto de vista de Mercadal, pero debo confesar que simpatizo con sus ideas. Pienso que al aprobar el matrimonio entre homosexuales, Zapatero ha realizado de alguna manera algo parecido, ensanchando el espacio social para que quepa en él esta diferencia. Curioso que despierte tantos oponentes. ¿Por qué la gente necesita espacios cerrados, estrechos? ¿A qué viene este gusto por la exclusión? ¿Tanto necesitan algunos de chivos expiatorios a los que adosar sus carencias y frustraciones?

Según este modo de ver, la fisura ideológica de hoy en día estaría entre los que siguen apostando por la exclusión (método viejo) y los que se inclinan por la inclusión. En el sector de la inclusión puede haber mucho bobo, normal dada la actual variedad cromática de la especie urbana, y eso provoca rechazo a muchos por simples razones de estética. Pero no creo que haya demasiadas alternativas: o entramos en una fase inclusiva de aceptar las diferencias por profundas, raras e impresentables que sean, ensanchando para ello el espacio disponible (social y mental), con las correspondientes reglas de juego bien definidas (he aquí la faena de los políticos), o seguimos en el esquema exclusivo de toda la vida que lleva al planeta y a todos nosotros al desastre.

Tal vez el mayor reto sea el de incluir a los excluyentes. Que incluso ellos encuentren un lugar dónde poder ejercer sus obsesiones, sin pasarse de la raya. ¿Lo logrará Zapatero en España? Si tales son sus objetivos, hay conflictos para rato… Y si lo lograra, aunque sólo fuera en un 20 o 30%, tendríamos Zapatero para largo tiempo. ¿Y no lo está logrando acaso, aceptando con flemática resignación que sus oponentes se manifiesten cada dos por tres? Una actitud tan valiente como peligrosa.

¿Será la solución del mundo abrir por fin todas las Cajas de Pandora que se han mantenido cerradas durante siglos y siglos? ¿Pero no es eso lo que vemos reflejado en el día a día de telediarios y periódicos?... ¿Lograremos acaso encontrar la fórmula universal incluyente que evite que todo salte por los aires?... Y si existe ya y no la vemos, ¿cuál es y dónde se encuentra?

Preguntas y respuestas que dejamos para otro día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Tienen razón los adivinos de la playa! Meter a la gente en la cárcel no es excluirlos, sino al revés, "incluirlos". No meterlos sí que sería excluirlos, dejarlos fuera, para que siguieran chinchando. ¡Cómo no lo había pensado antes!...