viernes, septiembre 15, 2006

El elegante avestruz



Volví el otro día al Zoo. Cómo tengo la tarjeta de socio, puedo entrar cuando quiero durante todo el año. Un alivio poder visitarlo sin prisas, sin la obligación de tener que verlo todo. Esto último no se lo recomiendo a nadie: a la hora y media, ya no se distingue entre un guepardo y un canguro, y tanto te da ver cóndores que castores. Sobretodo a una cierta edad, pues me imagino que los niños tienen más cuerda y se cansan menos.

Me entretuve con los avestruces. Están junto a la entrada principal del Parque y me quedé maravillado contemplándolos. Lo que más choca es su porte femenino, por lo que sorprende que sea una ave que se escribe en masculino. ¡Parecen viejas damas de otra época, cubiertas de pieles astrosas y polvorientas, que les caen por los lados y les obligan a caminar con paso saltarín, balanceándose con una cadencia elegante y antigua! Quedé fascinado ante aquella visión inesperada. ¡Qué manera de caminar, con qué cadencia dudosa, entre tímida y coqueta! Pero de pronto, la vieja dama se para y se queda con la boca abierta, sus labios en pico, largos y duros, abiertos. Parada por un asombro, no se sabe cuál, los ojos excitados, tal vez sufre de hipertensión, aunque al cabo se cierran dejando la boca abierta, y te das cuenta que en realidad está echando una cabezadita. ¡Bendita señora! Aunque luego me entero que es macho: tiene las plumas negras.

Su cuello es largo y rugoso, casi de reptil, pero muy elegante, flexible y ondulado. Sus patas, nerviosas y huesudas, al ir desnudas la hacen aún más coqueta. ¡Qué animal más raro e intrigante! Parece que sea la primera vez que veo un avestruz.

Me entero luego que se ha convertido en un animal de cría, que empieza a haber granjas de avestruces por todo el mundo (sobretodo en Estados Unidos, aunque ya empieza a haberlas en España), pues de él se aprovecha todo: la piel (muy apreciada en las pasarelas, Armani la exhibe con asiduidad), las plumas, la carne, la grasa y las uñas (para pisapapeles, pues son muy duras). ¡Pobre avestruz! Sólo imaginarlo sin sus plumas me llena de indignación, ¡qué ignominia! Un animal tan noble que suele vivir, dejado en libertad, ¡entre 60 y 70 años! Con una dieta sana, libre y sin depredadores, igual llegaría a los cien. Los suelen matar a los 10 meses de edad, más tarde la carne ya es demasiado dura. ¡Qué disparate!

¿Porqué los humanos debemos alimentarnos de carne?, me pregunto ante estas crueles realidades. Patos, pollos, cerdos, ovejas, vacas… y ahora, avestruces. Y los canguros, que me olvidaba… Comprendo que cuando emergíamos como especie, necesitáramos ese plus en proteínas. La caza ha sido un arte y una necesidad durante miles y miles de años. No hace mucho descubrimos la ganadería y la matanza sistemática. Hasta llegar a la actual industria alimenticia. Pero ahora que ya somos urbanos, que nos hemos cepillado casi todos los bosques salvajes y las selvas retroceden año tras año, es un poco absurdo que todavía necesitemos matar a otros animales para alimentarnos. ¿Acaso somos caníbales? Estoy seguro que de aquí a doscientos años, pasaremos por tales: asesinos en serie de animales.

Ante esta realidad, las Corridas de Toros me parecen una antigualla noble y elegante, un anacronismo respetuoso y comprensivo, casi civilizado. Claro que deberán desaparecer, pero cuando eliminemos los mataderos –aunque puestos a hablar de matanzas, antes están las guerras por eliminar, creo, pues también los humanos somos animales a los que hay que respetar.

Pero no quería hablar de éso sino del avestruz. Lo estuve contemplando casi una media hora, fascinado por su inmovilidad. Apenas cambió de sitio. De vez en cuando hundía su pico entre las plumas, para rascarse, supongo. El cuello se giraba con elegancia, y sólo movía un poco el cuerpo, balanceando sus capas y ropajes, mientras sus piernas tiesas parecían temblar un poco. Al final me fui, pues tuve la impresión que con mi insistencia invadía su vida privada. Y para dejar paso a los niños y a las familias que se acercaban también asombradas pero con prisas.

Seguí paseando por el Parque, pero aquella primera impresión del avestruz se me quedó grabada en la mente. Pensé que no valía la pena continuar. ¿Acaso mis visitas estarían limitadas a un único animal?, me dije asustado. Bueno, para eso se hace uno socio. Vi la Cabra Hispánica frente a los avestruces. Sería el objetivo de mi próxima visita. Y es que encima de un peñasco, en una jaula que casi no lo parecía, algo escondido detrás de un arbusto, vislumbré a un Cabrón que me había echado el ojo. ¿Será Satanás?, pensé. No, era un Macho Cabrío español, de mucho cuidado, provisto de una inmensa barba y con unos cuernos de armas tomar. Lo saludé y me respondió con un resoplido.

- Hoy no –le dije.- Mejor quedamos la semana que viene.

No pareció muy convencido, pero al instante me ignoró.

¡Qué lujo!, pensé, tener a esos animales en tu propia ciudad, poderlos visitar cada día si quieres, charlar con ellos y descifrar sus pensamientos. Ese mismo Cabrón, ¿qué estaría pensando?... Pero lo dejo para otro día. Hoy me quedo con el avestruz. Con “ella” en el recuerdo tengo más que suficiente.

No hay comentarios: