Regreso al tema de la pontificación, que se me quedó corto el otro día.
¿Pontificar para qué?, se preguntarán muchos, y yo el primero. Todos quieren decir la suya. Curioso este fenómeno. Los analistas no se cansan de calificar el actual cacareo de “ingentes toneladas de basura”, puro spam sociológico. Todo el mundo lo sabe, y sin embargo, nadie se calla. ¿Qué compulsión nos ha picado a los mortales humanos? La más banal de las vidas de la ciudad encuentra su caso interesante, ilustrativo, único, incluso ejemplar. El más tonto de los señores nos quiere dar lecciones (sin ir más lejos, aquí un servidor…). Los programas de radio y televión no dan abasto en su empeño de recoger opiniones, afirmaciones, comentarios… La oferta de pontificadores supera la demanda que hay de ellos, aunque curiosamente los espectadores parecen estar encantados de atender, escuchar, opinar y a su vez, criticar y reopinar…
Antes la gente estaba más callada. Lo más normal era aceptar que no se sabía nada y que sólo los entendidos, sabios, médicos, curas y ricos tenían razón y derecho para expresarse. Hoy, nadie duda en agruparse en asociaciones de defensa del derecho a expresarse, aunque sea para decir nada, hola, qué tal, muy bien, aquí estoy, viva la Pepa, yo creo que... ¿Es eso positivo o negativo? Es difícil tomar partido, aunque yo me inclino por lo primero. Lo confirma el hecho de que la pontificación se ha convertido en negocio. Incluso los chinos se suman al cacareo. La publicidad y sus canales televisivos serían, en este contexto, pontificación empresarial. Por eso hay tantos actores, personas que quieren aprender a cacarear en público y a vivir del cuento. En cuento de contar cuentos, de expresarse, de decir lo que se piensa, de convertirse en una voz. Pontificio de bolsillo. Banalidad mitral. La multiplicación de los púlpitos.
Ejecutantes de un concierto poli-cacofónico, eso es lo que parece que somos, la individualización masificada, cada uno con su cetro de plástico que hemos comprado al supermercado de la esquina. Esto es para muchos una pesadilla. Para otros, una liberación, un estallido de posibilidades. Tampoco es verdad que todo sea puro spam. Pues los mensajes se cruzan cual hierbajos que una vez podridos se convierten en humus fértil, pasto para los rumiantes del futuro. En todo caso, abono-spam. Aquí nos situamos a nuestras anchas, blogueando como locos, incontinentes retóricos de un barroco vacío, insipidez desacomplejada, etc.
El pontificio, pues, se masifica y se expande (se ex-spam-de) acallando los púlpitos pontificiales de antes, que se ven cubiertos y desbordados por este vocerío que ya no los respeta, como si cada persona de este planeta tuviera su propio Vaticano. Bueno, como suele ocurrir en estos casos, el vacío que dejan unos raudo corren a llenarlo otros: los Googles, Yahoos, Microsoft y demás compañías se reparten el negocio con el beneplácito de todos. Esos Vaticanos tienen la virtud de ser menos papales y sobretodo algo más efímeros que el de Roma. A mar revuelto, ganancia de los pescadores más avispados. Pues sí, por qué no, en ésas estamos...
1 comentario:
Pontificar, acertada palabra. No está mal eso de que cada uno es su propio Vaticano. Con su cúpula de San Pedro a cuestas! Cual caracoles con su tumba y su baba pontificadora... Tiene razón cuando dice que mejor millones que uno solo. Finalmente acabaremos pensando, leyéndolo a usted, que la ecuación bloguerismo = borreguismo no es todo lo verdadera que parece. Bienaventurado sea, santo patrón de los blogueros!
Le saluda
Paco Llorca
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