viernes, febrero 17, 2006

La realidad de lo imaginario.

Permíteme, querido bloguero, que en este texto largo y desdoblado en dos, hable de algunas de mis obsesiones más recurrentes, que tienen que ver con temas que aun siendo lejanos, son en realidad de la más estricta cotidianidad.

Uno de ellos es el anunciado por el mismo título: la naturaleza y la realidad de lo imaginario. El otro es el de la Intersección, viejo tema inspirado en la obra del poeta portugués Fernando Pessoa. Sólo una advertencia al lector precavido: que no se asuste si me ve saltar los siglos y los milenios como quién salta charcos por la calle. Estamos en un blog, y aquí cada uno puede hacer lo que quiera. Y si unos prefieren saltar de segundo en segundo, explorando lo que han hecho y pensado a lo largo de sus últimos cinco minutos de vida, otros como yo prefieren saltar de milenio en milenio con esos grandes zancos titiriteros que son el loco atrevimiento y la ignorante audacia. También aviso que seré largo y pesado, lo que va contra las reglas más elementales del blog, pero qué le vamos a hacer, si éste es el blog de un pesado...

Empezaré diciendo pues, y entrando ya en materia, que desde que el mono humano se separó del comportamiento animal estándar y entró en las vías de la conciencia pensante, no ha cesado de crear una segunda realidad paralela a la tangible, a la que ha dado siempre visos de realidad.

Se inició el proceso con las conocidas abstracciones chamánicas y animistas, por las que todos los animales y por extensión todas los seres vivos e incluso algunos objetos, fenómenso naturales, luna, planetas y astros, tenían una doble existencia de naturaleza digamos espiritual, representada por una entidad abstracta pero considerada como viva. A medida que las sociedades evolucionaron, y especialmente, a partir de la llamada Revolución Neolítica, el mono humano fue desarrollando esos mundos paralelos, que poblaron de dioses y otros seres antropomórficos, los cuales, junto a los espíritus animales de la vieja época, constituyeron los primeros edificios mitológicos de la especie –una especie de catedrales invisibles que se levantaban por encima o por debajo del nivel cero de la realidad humana.

Conviene destacar que sobre la realidad de estos primeros mundos imaginarios, pocos deberían dudar de la misma, aunque sí había actitudes más o menos escépticas o burlescas, como la misma literatura egipcia antigua ilustra y los griegos clásicos dejaron constancia.

Tras las religiones politeístas con sus familias de dioses, sus héroes y sus jerarquías celestiales, llegaron los monoteísmos que redujeron la categoría divina a un solo dios, elevando ad infinitum los niveles de abstracción de lo imaginario, que ahora adquiría dimensiones de absoluto. Se democratizaba a la vez el contacto con lo divino, accesible a todo ser humano, sin distinción de clase, etnia o cultura. La realidad de los dioses únicos seguía y sigue siendo incuestionable para millones de seres humanos, como la actualidad se encarga repetidamente de recordárnoslo.

La ciencia acabó con este monopolio religioso de lo imaginario. La modernidad otorga, en efecto, a lo imaginario una categoría de realidad menor, o en todo caso meramente simbólica, de “ficción” o “representativa”. Los números y el lenguaje matemático substituyen a la teología, y en los aspectos sociológicos, los nuevos medios de representación mecánica, electrónica y digital han revolucionado el tema imaginario, que baja de sus alturas celestiales y se instala en el día a día de las ciudades. Y mientras se afirma el auge laicizante de la representación imaginaria, las creencias religiosas disminuyen paulatinamente, en una relación directamente proporcional al nivel de riqueza y desarrollo de los países (según indican los últimos estudios sobre el tema).

El no va más del desdoblamiento imaginario es la mismísima World Wide Web, que ha doblado por dos la realidad del mundo, creando un espacio inexistente de cruce, intercambio e interacción que ya se postula como un mundo nuevo dónde a partir de ahora va a desarrollarse gran parte de la actividad humana.

Si nos atrevemos a observar ahora con la distancia y la perspectiva de los milenios la línea evolutiva del tema según el grado de separación existente entre lo imaginario y la realidad, veremos una curva que poco a poco va despegando del “suelo terraqueo” durante el llamado Paleolítico, sube unos cuantos niveles interesantes en las llamadas culturas Magdalenienses del Paleolítico Superior, despega ya elevándose con decisión hacia las grandes catedrales mitológicas a partir de la Revolución Neolítica y se dispara luego hacia el Absoluto con la llegada de los monoteísmos. La curva sufre de golpe un repentino movimiento de bajada con la Modernidad, manteniéndose desde luego aun con altos niveles de separación gracias a la persistencia de los monoteísmos pero con una tendencia imparable a la baja. Pero lo curioso de esta “bajada realista” de lo imaginario y que la convierte en interesante objeto de estudio, es que a medida que va acercándose al suelo, o sea, a la estricta realidad terraquea, se va ensanchando y complicando su grosor, creando una capa de una espesura creciente y de una complejidad galopante sobre la realidad del mundo.

Creo que esta imagen de la curva nos ilustra bastante bien sobre el papel que lo imaginario tiene y tendrá en el futuro, como complemento de la hasta ahora considerada “realidad estricta”. Realidad que de pronto se hincha y se convierte en dual y contradictoria, pues los objetos llevan irremediablemente asociados otros registros de realidad imaginaria de una complejidad creciente: valor de venta, valor de compra, valor estético, valores simbólicos, valor mediático, capacidad de conexión y contacto, valor trascendente para los que se lo quieran dar, valor de uso, valor decorativo, etc. De hecho, cada objeto va acompañado de su correspondiente doble campo respecto a su polaridad significado/significante, es decir, campo semántico alrededor del nombre y campo formal alrededor de la imagen, pudiendo además ambos campos tener una vida independiente y un desarrollo paralelo en las redes de internet, en los registros comerciales y publicitarios, etc. Igualmente por lo que se refiere a las corporaciones, grupos, empresas, familias e individuos. Por ejemplo, cada individuo se ve doblado por su propia representación cuya vida avanza en paralelo pero que también puede independizarse y cambiar, multiplicándose así las personalidades por varias, como ocurre en los dominios de Internet.

De los absolutos monoteístas que separaban ad infinitum los mundos de la realidad de los mundos imaginarios de Dios y del Más Allá, hemos entrado en una estrecha interpenetración de ambos mundos que se anudan en una cadena de gran espesor creando un entramado interactivo e intersectivo de una complejidad creciente.

Esta “bajada a la realidad” de lo imaginario obliga a individualizar las experiencias hasta ahora teledirigidas por los monoteísmos y demás religiones, dejando obsoletos los viejos edificios de poder con los que estas religiones se revelaban e imponían. Como consecuencia, se banaliza y desacraliza todo lo que hasta ahora estaba sujeto a la separación trascendente de lo religioso. Lo imaginario entra en la complejidad dual del mundo cotidiano con sus múltiples registros de desdoblamiento y multiplicación, penetra en los engranajes mercantiles e interconectados de la plaza pública del WWW, y desarrolla nuevas modalidades de relación de las que todavía no sabemos nada.

El problema es que esta bajada a la realidad de lo imaginario y de lo trascendente se realiza desde la misma actitud antigua de relación del mono humano consigo mismo y con el entorno, basada en la unidireccionalidad posesiva y dominante del sujeto que se cree dueño del mundo, al que reduce a simple objeto sin voz ni voto. Relación que sigue activa y vigente a través del principio de la Propiedad Privada. Los resultados son harto conocidos: una banalización y desacralización radical de la vida cotidiana, en la que cada persona vive el delirio de sentirse dueña absoluta de los objetos, es decir, de todo lo que es capaz de comprar y poseer en los supermercados del mundo, incluyendo claro está a las mismas personas, convenientemente puestas en las estanterías del mercado. Esta presunción de absoluto aplicada a la banalidad del consumo se convierte en una perversa caricatura de sí misma, en la que los humanos de Occidente aparecen como ególatras seres aniñados, ávidamente pegados a sus ridículas posesiones. Claro, esta imagen de “total vacío sacro” es la que tanto irrita a los que aún practican la sacralización de las distancias monoteístas. Es también la perfecta excusa para que estos se mantengan en sus trece. Igualmente justifica a los resacralizadores modernos que a través de las sectas y de las ofertas del new-age, hacen del tema su agosto.


La novedad del engranaje interseccionista.

Es en este panorama dónde hay que situar el elemento interseccionista que surge como nuevo modelo o paradigma de relación del animal humano consigo mismo y con el entorno. Se trata de una irrupción provocada por las actuales condiciones de complejidad del mundo, cuyas características principales son: 1- la desacralización producida por la ciencia, 2- irrupción de los nuevos sistemas imaginarios no religiosos de desdoblamiento y representación (fotografía, cine, televisión, internet...), 3- la explosión demográfica, 4- la urbanización creciente del planeta y 5- la geométrica aceleración de las interconexiones a través de las nuevas tecnologías de transporte y comunicación.

Este entramado o nudo de interconexiones e interdependencias desmonta el mito del sujeto absoluto, base de los principios monoteístas, y acciona los resortes duales e interseccionistas sobre los que se basa el nuevo paradigma de relación sujeto/objeto, del animal humano consigo mismo y con el mundo.

El mecanismo interseccionista es un metáfora extraída de Fernando Pessoa, quién la aplica en el llamado Interseccionismo, una especie de movimiento vanguardista inventado por él mismo y del que participó también su amigo Mario Sá de Carneiro y el pintor Santa Rita Pintor, así como su heterónimo Álvaro de Campos. Expresión única de este movimiento fueron los dos números de la revista Orpheu, aparecida en 1914 y dirigida por Pessoa. Movimiento que duró escaso tiempo y que acabó definitivamente con el suicidio en París de su íntimo amigo Mario Sá de Carneiro.

Lo interesante del recurso pessoano a la Intersección es la manera clarificadora en cómo se explica el proceso creativo de la percepción (y de la creación poética en el caso de Pessoa), fruto de una constante intersección entre los planos subjetivos y los planos objetivos, la cual crea un tercer plano distinto y con personalidad propia, es decir con un sujeto propio, plano que “trasciende” a los dos originarios. A este plano se le podría llamar como un nuevo “sujeto intersección”, ya que siendo un plano nuevo que resulta de la intersección, “actúa y habla” con voz propia, distinguiéndose de los sujetos/objetos originarios. Estos mecanismos son muy explícitamente puestos en práctica en el poema Chuva Obliqua, publicado en la revista Orpheu nº 2.

Al juntar elementos subjetivos con elementos objetivos para trascenderlos luego en una opción de realidad activa que los supera y los explica, de alguna manera este plano intersección se muestra capaz de ser o generar Mito. Así lo hace el mismo Pessoa en toda su obra (convirtiendo, por ejemplo, a Alberto Caeiro, uno de los heterónimos, en su propio Maestro). Pues ¿qué otra cosa son los heterónimos sino “mitos”, personajes míticos inventados por el mismo autor, capaces de crear su particular estructura mítica –fundadora de la constelación Pessoana?

El proceso interseccionista consiste pues en interiorizar los dos polos subjetivo y objetivo de la percepción –normalmente separados por la relación interior/exterior–, creando una polaridad dinámica e intercambiable dentro del plano de la mente. El sujeto, hasta ahora único rey de los interiores subjetivos, se desdobla en dos incorporando los planos objetivos de la sensación, y en este espacio interior polarizado de la conciencia tienen lugar las intersecciones.

En realidad, el mecanismo interseccionista produce un doble movimiento de desdoblamiento: el del plano sujeto y el del plano objeto. Es decir, de entrada se obliga al sujeto a desdoblarse en dos, en sujeto y objeto al mismo tiempo, algo que hasta ahora ha sido tabú. ¿Desmontar el principio de identidad? ¡Pecado mortal! Aplicado al pensamiento metafísico, es partir por dos a Dios, con lo que se le saca toda su autoridad. Desde el punto sociológico, es relativizar la propiedad privada, gran anatema. Desde la perspectiva individual, significa desmontar el mito de la personalidad egoica, que de pronto se ve como mínimo dualizada (y como se verá, multiplicada ad infinitum por el efecto especular de todo desdoblamiento). Eso es lo que hace Pessoa con los Heterónimos (de ahí su carácter precursor). Psicológicamente, es reconocer la dualidad consciente/inconsciente, yo/sombra, masculino/femenino, etc, lo que permite rebajar o normalizar los mecanismos proyectivos, que encuentran por fin a alguien dentro de sí mismo donde proyectar sus zonas oscuras e inconfesables –o, dicho en otras palabras, abriendo un espacio de autoproyección y, por tanto, de aceptación de las diferencias y las contradicciones propias. Respecto a la mitología, significa desheroizar al Héroe, que de pronto se encuentra cuestionado y reflejado en dos, lo que paraliza sus ímpetus expansivos y conquistadores. Volviendo a la metafísica, el Uno se hace Dos, el Espíritu se hace Materia, lo Absoluto concreto, lo Abstracto real, lo Sagrado banal, etc. Introduce un factor nuevo e inesperado de complejidad, la Paradoja, manera de indicar la coexistencia de dos opuestos, que penetra en lo más íntimo del Ser. Y la Paradoja, actúa como una especie de fuente de energía, capaz de producir emociones dónde antes sólo había dogma y aburrida afirmación; dinamismo creativo dónde antes sólo había eterna repetición de lo mismo; y se dota de emoción trascendente.

El desdoblamiento del plano objetivo añade valor de sujeto al objeto, que ahora también habla, se expresa, pide ser considerado de tú a tú. De alguna manera, a la desacralización del sujeto le corresponde una curiosa sacralización del objeto, abriendo la posibilidad de una mitología o metafísica del Objeto, hasta ahora relegado a un papel secundario en el imperio del gran Yo identitario. Esto obliga a revisar todos los sistemas de relación habidos hasta ahora con los demás animales del planeta, con las plantas y con la misma tierra. Igualmente, el Otro, visto hasta ahora como enemigo o como alguien a quién sojuzgar, comprar o poseer, adquiere un nuevo status de igualdad radical, que nos obliga a tratar con los demás monos humanos como si fueran seres tan libres y soberanos como lo podemos ser nosotros mismos.

Este doble desdoblamiento del sujeto y del objeto dispara un mecanismo de intersección a múltiples bandas, que el efecto especular permite multiplicar sin límite alguno, y cuya función se revela como Creadora. La producción creadora de la intersección se despliega a través de una extensa gama de intensidad, desde las emergencias más pegadas a la banalidad cotidiana hasta las más altas pretensiones del impulso creador. El Arte surge de esta dinámica, igualmente sometido a un amplio espectro de grados de intensidad. Lo más novedoso es tal vez la capacidad de crear Mito, algo hasta ahora reservado a la accción del Tiempo y de los sujetos colectivos. Y si crea Mitos, crea dioses, universos, mundos, modelos, sistemas... A un nivel más abstracto, la intersección entre Espíritu y Materia, entre Idea y Cosa, crea lo nuevo numinoso, espíritu dotado de realidad.

Habría que incidir aquí sobre otro de los efectos de la intersección de gran importancia, como es la abertura que genera de los indispensables planos, campos o “espacios de intersección”, es decir, el lugar dónde la intersección sucede. Dónde antes sólo había la presencia del Uno, del sujeto solo, se abre ahora un espacio. Con el fórceps del desdoblamiento, abrimos espacios interiores. En realidad, estamos reproduciendo el mismo mecanismo fundacional por el que surgió la consciencia: cuando los primeros homínidos se distanciaron de si mismos proyectándose en el entorno, abriendo un espacio (el primigenio espacio imaginario) que desde entonces ha sido el laboratorio cognoscitivo del mono humano. Este espacio inicial de la consciencia constituye lo que ha sido el Alma colectiva de la especie, con toda la complejidad metafísica y mitologizante de sus mecanismos interiores. Pero lo que sucede ahora es que la abertura del espacio de consciencia o de intersección, se produce al nivel del sujeto individual, con lo que permite crear “alma individual” –mientras que antes solo había la posibilidad de identificarse con un alma colectiva (siendo cualquier aventura individualizante caer en el puro ostracismo, cosa que evidentemente ocurrió en tantos casos).

El “alma individual” se constituye así en el espacio propio de cada uno dónde tienen lugar las intersecciones, de dónde surgen los nuevos mitos inventados, dónde nacen, viven y mueren los dioses particulares de cada uno, dónde la paradoja reina y nutre de una nueva energía emocional todos estos procesos creativos. A más intersección, más creación y más alma. El carácter paradójico de estas pulsiones que tienen lugar en todo el espectro de los posibles campos humanos (desde la fisicidad psicológica más elemental hasta las más refinadas elaboraciones de lo Abstracto) convierte a esta “alma individual” en algo numinoso, lleno de misterio, al que cada uno le puede dar los significados y las trascendencias que le apetezcan –aunque la pretendida duración eterna de la misma no deja de ser un mito de origen religioso que persiste colándose en la paganidad interseccionista (a no ser que en esta zona-laboratorio del alma individual dónde tienen lugar los desdoblamientos y las intersecciones, se produzca el famoso “chispazo alquímico” que da vida a lo nuevo nuevo…)

De alguna manera, hemos democratizado y bajado al campo de lo individual lo que anteriormente era sólo incumbencia de las más altas autoridades políticas y religiosas, así como de la misma acción del Tiempo, gran hacedor de todas las manifestaciones de la realidad. De este modo el Tiempo, a través de la intersección subjetivada, entra también en la dinámica creativa individual, es decir, entra en los dominios íntimos de la conciencia. El Tiempo se hace Tiempo Consciente al aliarse a este espacio íntimo interior. Deja de ser la medida objetiva de la sucesión exterior de las cosas, y surge y actúa como lo que es: la fuente primordial de energía y transformación. Llegar a entender los misterios del Tiempo actuando en la subjetividad de los espacios intersectivos es la gran incógnita del proceso interseccionista, y seguramente será la consecución de este logro lo que pueda despertar algún día la verdadera potencialidad creativa y civilizadora del mono humano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El tema es apasionante, desde luego, aunque duro de pelar. He seguido bastante bien su recorrido por la curva de la historia, pero luego con la intersección me he perdido un poco, la verdad. Creo que en efecto esta separación entre realidad e imaginario ha traído muchas desgracias, pero también ha sido fuente de muchas riquezas. Toda la cultura, sin ir más lejos, toda la civilización... O sea que está usted proponiendo una nueva civilización... ¡No es poca su pretensión! Aunque, por lo que he entendido, su tesis es que nuestra época ya nos está llevando a esta nueva "civilización" dónde lo separado se reduce y se queda en una "corta distancia", en un "face à face" entre lo de aquí y lo de Allá... Seductora hipótesis que desde luego debería demostrar con más argumentos. Lo del "engranaje interseccionista" ya me parece más cogido por los pelos. Pero en fin, felicidades por sus argumentaciones. Uno que lo lee

Casiopiro