Hace días que tenía ganas de ver a mis amigos futurólogos para comentar los últimos acontecimientos del mundo. Por fin ayer pude escaparme y, a pesar del frío, fui a la playa dónde encontré a Bastides y a Mercadal como siempre paseando por la arena mojada.
- Parece que la crisis no arrecia, al revés, que gusta de instalarse bien repantigada sobre bancos, tiendas y gobiernos… -les dije para animarlos a dar su opinión.
- Ya lo anunciaron los analistas, y la verdad es que no se han equivocado: esta crisis es una suma de crisis. Y quién no lo quiera ver, ciego está –contestó Mercadal muy contento.- Nosotros lo tenemos clarísimo: estamos al principio de una cascada de acontecimientos destinados a cambiar el mundo. Y fíjate que digo al principio, pues la cosa va para largo. Que luego el tema acabe mal es una posibilidad y, desde luego, muchos agoreros así lo pronostican. Pero ya sabes que nosotros preferimos ser optimistas, aunque no haya motivos objetivos para serlo.
- ¡Desde luego, cuesta ser optimista hoy en día! –les digo admirado de la capacidad de sobreponerse a los acontecimientos de mis dos viejos amigos.- Sobretodo cuando vemos que las soluciones a la crisis provienen de las mismas grandes corporaciones, cuyos intereses nada tienen que ver con el común de los mortales.
- Aquí está el problema. Las reacciones no están a la altura de las circunstancias. Pero, por otra parte, no debería extrañarnos que los políticos obedezcan a bancos y empresas, cuyos poderes son hoy por hoy incuestionables. Mira, Rumbau, parece evidente que esta crisis, por muy importante que sea, no va a cambiar en demasía el estado general de las cosas. Al revés, creo que lo va a empeorar. Aunque mi olfato me indica que faltan todavía unos años para lo peor. Y ya sabes que las personas no reaccionamos hasta no ver al mismísimo lobo en nuestras narices.
- ¿Quieres decir que vamos hacia crisis aún peores?
- Por supuesto –contesta Mercadal, que parece hallarse muy a gusto en esta temática–, y quién no lo quiera ver, ciego está. Los disparates se acumulan y aquí está el peligro de la situación: una suma de factores capaz de alterar los resultados habituales. Piensa en los disparates y en sus consecuencias: cuando se cometen a escalas globales y desde la masificación, entran en dinámicas de aceleración exponencial, como bien indican los estudiosos de la complejidad. Todo el mundo habla de eso y los más entendidos, exponen la situación con grandes luces de alarma. Pero nadie hace caso.
- ¿Pero a qué te refieres exactamente?
- Los escenarios son complicados. Por ejemplo, nadie parece asustarse de que la producción decaiga tan rápidamente en todo el mundo, generando paletadas de parados abandonados a su suerte. Eso ocurre aquí, en la China y en Honolulú. Pero fíjate que la filosofía que impera en el mundo de la industria es la reducción sistemática de la mano de obra. De modo, que sólo hay una solución a la crisis de las empresas: el despido. Hasta ahora, esas cosas ocurrían en un único país, o en una región de países, pero cuando ello ocurre en todo el mundo, las consecuencias son impredecibles. Los estados dicen que van a invertir para dar trabajo a estos ejércitos de parados, pero ¿cómo lo van a hacer con eficacia, cuando desde sus puestos mismos de mando no creen en una política de intervención estatal sino en la simple libertad de mercado y laboral? Curioso, ves a los funcionarios con sueldos asegurados predicando a sus conciudadanos desprotegidos de que deben espabilarse, que ya no hay seguridad en el trabajo, que monte cada uno su propia empresa, etc. Si predicaran con el ejemplo, serían más creíbles. Todo eso huele a chamusquina, y la gente no es tonta –aunque bastante sí lo es.
- Por cierto, que se me hace difícil entender cómo la gente, y especialmente los más jóvenes, no reaccionan ante el tamaño de los abusos. Me refiero a los llamados “contratos basura” que son una tomadura de pelo de mucho cuidado. ¿Pero qué autoriza a unos pocos a forrarse a costa de otros muchos que reciben sueldos de risa? Con las actuales condiciones de trabajo, estamos volviendo al siglo XIX. Creo que aquí la revolución conservadora de los Neocon debería empezar a plegar velas: su fracaso en los modelos económicos vigentes debería allanar el terreno a una revisión a fondo de todo lo que supuso de atraso civilizatorio.
Bastides habló con una seguridad tal que me dejó impresionado.
- Y lo mismo cabría decir sobre el tema del cambio climático –añadió Mercadal, muy excitado ante las palabras de su amigo zapatero–. Me sorprende que la solución a la crisis que proponen sea más de lo mismo: reactivar el consumo para que siga la producción… Nadie se atreve a romper la cadena y el desastre está asegurado. Como se dice, pan para hoy y hambre para mañana.
- ¡Pero hay que comer, Bastides! ¡La gente necesita trabajo, y las empresas dinamismo y el combustible necesario para seguir empleando a los trabajadores! Estas cadenas que tu quieres romper, son indispensables, la base de nuestras sociedades.
- El problema es que no tenemos ni idea de por dónde van los tiros. Algunos se atreven a proponer vías de desarrollo, pero nadie hace caso. Lo propio es seguir los caminos trilllados. Todo el mundo habla de creatividad y de innovación, pero a la hora de aplicarlos a los temas importantes, se recurre a lo caduco. Mentes abiertas, creativas y preparadas las hay, lo hemos visto estos días en los periódicos, con aportaciones algunas ricas y sugerentes, pero son voces clamando en el desierto. La apisonadora del desarrollo, con el peso implacable de la rutina, arrasa con todo.
- ¿Dónde está pues vuestro optimismo? –les pregunto, sorprendido por el cariz que ha tomado la conversación.
- En el futuro. El presente lo tenemos jodido, aunque nosotros lo veamos iluminado por las proyecciones del futuro que hay en él. Quiero decir que a la larga encontraremos las vías de escape a este callejón sin salida. Pero debemos aún tropezar con la misma piedra una y otra vez. Así es la condición humana, tan extraordinaria como burra. Aunque al final, acabe prevaleciendo el sentido común.
- Pues muchos lo dudan. Si de las emergencias os fiáis, la verdad es que los tiros pueden salir por la culata.
- Y saldrán por ella, sin duda, pero aquí hay unos factores sutiles a tener en cuenta. –Bastides, muy inspirado, se detuvo y habló con la mirada fija en el horizonte:– la capacidad de proyección de los idiotas, por muy estratégica que sea, se queda en el corto plazo ineludible, pues conservar el poder es lo que importa. Y es que el corto plazo no llega a ninguna parte, de ahí el colapso continuo al que estamos sometidos. En cambio, las proyecciones de los que miramos a largo plazo, porque el corto ya lo tenemos jodido, tiene más garantías de realización al asumir ritmos más largos y naturales de cambio y evolución, además de aceptar las interdependencias entre los distintos ámbitos y disciplinas, las cuales requieren más tiempo. Aquí se abren vías posibles, paisajes abiertos, espacios aptos dónde situarse. Para nosotros, se trata de simples ejercicios de imaginación que al estar basados en nuestra probada capacidad visionaria, adquieren veracidad y realismo.
- Comprendo… -contesté admirado del extraño raciocinio de mis amigos futurólogos.
- Lo que dice Bastides es muy importante –añadió Mercadal con mucha convicción.– Se trata de pensar con la imaginación, Rumbau, una facultad muy desarrollada pero cuyas aplicaciones se están desaprovechando. Y es que para que ser creativa, la imaginación requiere de espacios libres. ¿Lo entiendes? Sólo desde la libertad podremos pensar el futuro de acuerdo con los verdaderos intereses globales, locales e individuales. A eso se refería Bastides con sus palabras…
Eran ya las dos y media, y el sol otorgaba un agradable calorcito que amortiguaba el frío del agua de mar en los pies. Pensé que el ejemplo de mis amigos debería ser imitado por muchas más personas: otro gallo cantaría si la gente empleara su tiempo en analizar los problemas del mundo y en imaginar posibles vías de solución. Sin grandes palabras y con una modestia apabullante, aquellos dos ancianos sabios se inventaban el futuro, abrían espacios al presente y no se jactaban de ello.
Cómo siempre, salí caviloso hacia las duchas del Club Natación Barcelona, mientras Bastides y Mercadal seguían su paseo por la playa.
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