lunes, junio 30, 2008

Noche de Sónar

Tratando el tema de cómo la juventud gusta desmelenarse los fines de semana, dijo Mercadal el otro día:

- Según he podido saber, las dosis de jolgorio son sustanciosas y el frenesí de los jóvenes por divertirse bailando los ritmos de la noche, considerable. Lo digo no por experiencia, aunque ya me gustaría a mi echar de vez en cuando canitas al aire, sino por lo que me cuentan mis sobrinos, algunos en la edad del pavo y muy duchos en estas labores. Por lo visto, las sesiones suelen durar noches enteras, y las horas de cierre cada día son más tardías…

- Ya sabes, Rumbau, que esta materia tiene que ver con el gusto de nuestra época por el despelote y la deshinición –aclaró Bastides, que estaba muy atento a las palabras de su amigo astrólogo–. Aunque también se explica por las ganas de dejarse llevar por los tambores atávicos que generan ritmo, los cuales están muy desarrollados por las potentes gravedades de la música actual, que alcanza niveles de enorme profundidad gracias al uso electrónico del sonido.

Me encantaba escuchar a aquellos dos ancianos referirse a la música moderna que se baila en las discotecas con semejantes términos. Se notaba que ninguno de los dos las habían pisado últimamente o tal vez nunca, aunque mostraban un buen conocimiento de las mismas. Tomando el hilo de la conversación dije:

- Precisamente ayer fui al nuevo recinto ferial que se encuentra más allá de la Granvía, cerca de la llamada Plaza de Europa, dónde se celebraba la última noche del Sónar, este macro evento de la música electrónica que ha adquirido unas dimensiones increíbles. Nunca había estado allí, y visitar aquellos espacios tan inmensos bajo el sonido de la música me pareció impresionante. Imaginaros grandes hangares para aviones convertidos en salas de concierto. ¡Realmente, el mundo está cambiando a una velocidad de vértigo!

Eso era lo que gustaban oir mis amigos, y picaron el anzuelo al acto.

- ¡Ni que lo digas! –exclamó Mercadal con énfasis.– Estoy seguro que aquí nos perdemos no pocos síntomas que indicarían muy claramente vetas de futuro a explorar. ¿Y qué te pareció el conjunto?

- Bueno -contesté-, lo más sorprendente era el flujo de gente entrante, todos jóvenes y muy deshinibidos, cómo diríais vosotros. Si se tiene en cuenta que la entrada mínima eran 50 euros, pensé que el éxito de la convocatoria era rotundo. Cuatro escenarios, contabilicé, más varias áreas de reposo o más bien de entretenimiento, con bares y puestos de salsichas, crepes y frutas, más unos autochoques muy solicitados. Lo que más me sorprendió fue el volumen de los altavoces, capaces de hacerte vibrar el cuerpo como si fueras una hoja, difícil de aguantar para quién no está acostumbrado. Los asistentes, sin embargo, se sentían la mar de cómodos, lo que indicaba una condición de usuarios regulares. Difícil de describir, sin duda os inspiraría mucho asistir a uno de esos eventos.

- El problema es el horario, piensa que a las nueve, yo ya estoy en la cama –dijo Bastides muy serio, quién en efecto solía levantarse muy temprano para pasear por la playa antes de la salida del sol y ver así los amaneceres que en la Barceloneta suelen ser esplendorosos.- Pero me hago la idea. Conocemos esas vibraciones de cuando la Fiesta Mayor del barrio, en la que hay conciertos al aire libre. Impresionante cómo dices, en efecto. Yo creo que la juventud necesita acostumbrarse a esos estados vibratorios, que son los propios del siglo XXI, con sus zumbidos de guerra, aviones y grandes aglomeraciones urbanas. De alguna manera vacían los cerebros y así éstos se hallan más aptos para lo nuevo y lo inesperado, que requieren estados de zero. Piensa que lo propio del futuro inmediato es la descolocación, ir de un sitio para otro, y los que se quedan en un mismo lugar, deberán aprender a vivir en cacofonías sonoras de alta intensidad vibratoria. De ahí la moda de los Ipots, los móviles y demás artilugios que acostumbran los oídos al ruido y plastifican el cerebro. Todo tiene su lógica y su utilidad.

- Es verdad, Bastides –intervino animado Mercadal, ansioso siempre de dar su opinión–, la sociología de la vida moderna exige estos requisitos y pocos escapan a ellos. Aquí interviene el factor Tiempo, del que ya hemos hablado tantas veces. Sabido es que la sonoridad y la música son los vehículos más claros para la indicación del Tiempo, y nuestra época está regida por Cronos y su nuevo poder acelerativo. El viejo titán impone su ley y los humanos nos doblamos a esa exigencia, para lo que debemos aprender a vivir agarrados a su lomo. Los que no se aúpan a tiempo, se quedan en las cunetas de estas inmensas autopistas en que se ha convertido la Modernidad. Allí los carroñeros se los comen, y perdonad esta fea expresión. Es lógico que los jóvenes quieran aprender a resistir el ruido del Tiempo y a soportar sus prisas y sus decibelios. Es puro instinto de supervivencia.

- Pues algo de razón debéis tener –digo divertido al escuchar las palabras de Mercadal-, pues ayer una de las cosas que más me chocaron eran las prisas con las que entraban todos los ocupantes al recinto ferial. Entraban y se dirigían raudos a sus puestos, que intuyo no siempre conocían, pero lo que no era óbice para que todos marcharan al mismo compás y con la misma energía. Luego, una vez llegados ante los escenarios, las prisas se transformaban en bailoteos. Uno de los grupos, belga creo que era, con uniforme blanco y pajarita, hacía una música que parecía una banda sonora de guerra, con bajos que retumbaban cual explosiones, y agudos que parecían sirenas cantaoras y agudísimas…

- Vivimos en un estado de guerra permanente, eso dicen algunos y creo que hay mucha verdad en esta afirmación, por eso la música suena muchas veces a combate y a campo de batalla, para acostumbrar a la gente y dar a todos sus raciones de guerra, aunque sea de momento sólo sonora. Guerra del Tiempo contra lo que huele a viejo y a pasado, a carcundia y a putrefacto. Y los que se resisten, no tardan en ser arrasados por las máquinas que cepillan el terreno.

- Pero habrá otras maneras de adaptarse a esta Modernidad de la que habláis… -digo yo, algo asustado por las implacables palabras de los futurólogos.

- Por supuesto, pero ésta de la música y los ritmos de la noche es la más popular y asumida. La llamada música culta, especialmente la nueva que se hace en los laboratorios y en las minoritarias salas de conciertos, es otra manera de cabalgar el tiempo, más sutil e inteligente: en vez de dejarse llevar por los ritmos que te llevan directamente al hoyo, es decir, al final de trayecto, estos músicos intentan “dar forma” al Tiempo, explorando otras maneras de percibirlo así como nuevas dimensiones del mismo. Son los verdaderos exploradores del futuro, los que ensanchan la percepción y exploran los nuevos mundos que se hallan en éste, escondidos en sus pliegues recónditos y desconocidos. Aquí no cabe el “tunga-tunga-tunga” de las discotecas, aunque sus gravedades pueden llegar a ser tanto o más profundas.

- Otra manera es el cine, jugar con las imágenes. Y aunque suele recurrirse demasiado al tópico y al camino trillado –en el cine, gusta mucho el “lugar común”, pues al ser un lenguaje relativamente nuevo, lo funcional se convierte en sintaxis obligada–, no hay duda que es también un instrumento de conocimiento y exploración.

¡Caramba con los adivinos!, me digo sorprendido. Están más enterados de lo que parecen…

- ¿Queréis decir que una de las causas del apogeo discotequero es la emergencia del Tiempo como nuevo factor perceptible y condicionador de la vida moderna?

- Lo has dicho a la perfección –contestó Mercadal–. Los relojes mandan, fíjate cómo últimamente invaden las páginas de publicidad de las revistas. Siempre me ha extrañado esta manía por la sincronización, pero si lo piensas bien, es una condición básica del mundo globalizado. Pues un primer requisito es la coordinación de los relojes: imprescindible para el intercambio de los flujos monetarios y la navegación aérea. Las discotecas, con su empeño en marcar los ritmos de la noche, digitalizan de alguna manera los cuerpos, moldeados por el input vibratorio de las pulsaciones. Por eso deben tener potencia y alto voltaje decibélico, para formatear los cerebros y acostumbrar los cuerpos. Una manera rápida de entrar en el mercado.

- Y fíjate lo que te digo, Rumbau –añadió Bastides, inspirado por las palabras de su compañero de playa Mercadal–, la crisis del mundo educativo de la que tanto hablan los periódicos se explica porque lo que se aprende en las escuelas no sirve para entrar en la digitalización del mundo. Los jóvenes saben perfectamente que es en las discotecas dónde eso se enseña, pues ellos lo que quieren es entrar rápido en las corrientes del mercado para subirse a las olas del dinero rápido. Mientras que en las escuelas se enseña todavía a la manera antigua, desde perspectivas de tiempo parado, algo que hoy, en su sano juicio, nadie valora.

- ¿Pero vosotros pensáis realmente que eso es así y que no debe pararse el tiempo? –pregunto atónito a aquel par de marcianos de más setenta años de edad.

- Sí y no –contestó Mercadal, siempre paciente a mis exclamaciones de incredulidad–, es evidente que el ejercicio de ampliar los ritmos del tiempo es esencial para una vida que se quiera sana y normal. Pero creo que es ya una anacrónica veleidad pretender separar los momentos, entre los que están quietos y los que corren con prisa. No, Rumbau, ahora lo que toca es aprender a vivir los dos modos de Tiempo a la vez, es decir, a vivir con el tiempo parado aún sabiendo que corremos a velocidades de vértigo. Fíjate que en realidad lo que digo no es más que aplicar lo que descubrió hace más de un siglo Einstein con su Teoría de la Relatividad: el tiempo es relativo al sitio desde dónde se observa. Eso implica aceptar dos tiempos coincidentes: el que se vive estando “dentro” y el que se vive estando “fuera”. Dicho en otras palabras: debemos incorporar la figura del Observador externo que todos somos o llevamos dentro. Así, los profesores clásicos se empeñan en desterrar al Observador que nos ve pasar a velocidades cada vez más alarmantes, mientras que las discotecas nos enseñan a vivir subidos a trepitantes trenes de alta velocidad. Lo propio sería aprender las dos cosas: saber vivir subidos a lomos del Tiempo y a la vez gozar de la amplitud del espacio, libres de la tiranía del tiempo.

- ¡Pero eso es una contradicción, Mercadal! –exclamo perplejo.

- Pues claro que lo es. ¿Acaso no te gustan las contradicciones? Conviene que sepas que tanto Bastides como yo hemos pronosticado que en el futuro las contradicciones serán el pan nuestro de cada día, y que la paradoja se convertirá en un mecanismo constante y cotidiano de comprensión de los eventos.

Pensé que aquellos dos ancianos estaban a años luz de mis posibilidades de comprensión del mundo. Tal vez sus horas de paseo a pleno sol explicaban algo el fenómeno. Decidí que ya tenía suficiente para aquella tarde. El calor apretaba y una cita me reclamaba. Les dije que se me había acabado el tiempo, y ellos sonrieron elocuentes y amigables como siempre.

- Piensa en los dos tiempos, Rumbau, y deja que las prisas se superpongan y coexistan con la más pura indiferencia…

Me fui molesto conmigo mismo, pues sabía perfectamente que aquel par de granujas me habían pescado en uno de mis peores puntos flacos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Rumbau, tus amigos filósofos son una delicia. Que nos hablen de discotecas y de la música que en ellas se baila, me parece muy acertado. Ayer ganó España la copa de Europa, estoy impaciente ya para oir sus comentarios... Aunque a lo mejor no les gusta el fútbol a esos amigos de la playa...
Cordialmente
J.P.

Redacción Blog dijo...

Gracias, J.P., por tu comentario. Respondiendo a tu pregunta, sí que les gusta el fútbol a mis amigos de la playa, al menos a uno de ellos. Intentaré plantearles el tema un día de esos.
Saludos cordiales
Toni Rumbau