A los que no están en Barcelona, les comunico que la ciudad se ha vaciado estos días de barceloneses. Eso significa que ha quedado básicamente en manos de los turistas y de los que viven de ellos, así como de los pobladores menos favorecidos por las rentas: populares autóctonos e inmigrantes de los cinco continentes. Pues bien, contra todos los pronósticos de la corrección bienpensante, debo decir lo siguiente: ¡se está de maravilla!
Algo que chocará a los que escuchan esa letanía de que Barcelona ya no es lo que era, por culpa de: 1- la ocupación sistemática del centro por las nuevas clases inmigrantes; 2- del incivismo de los visitantes en general harto inmaduros que acuden por su fama; y 3- el agobio de los turistas que cada día llenan calles, museos y tiendas. Pues bien, no les hagan caso: nada hay como quedarse estos días de Semana Santa y disfrutar de esta extranjería ocupante que transforma, sí, Barcelona, pero ¡a mejor!
En efecto, nada hay como estar en tu propia ciudad y gozar del privilegio de sentirte extranjero en ella, no sólo porque oyes hablar todos los idiomas del mundo menos el tuyo, los colores de la gente son diferentes y el centro se llena de personas que no tienen nada que hacer (con la chispa desagradable, cierto, y la mala leche de los que quieren aprovecharse de la indolencia de éstos), sino también porque no ves las caras de cada día, con los malos humores de los enfadados de siempre, ni a todos los barceloneses que se han ido a sus torres o de viaje a sufrir colas, retrasos y aglomeraciones. ¡Qué alivio! ¡Qué frescor! ¡Qué delicia!
Pasear por la Rambla rodeado de adolescentes europeas en escote y manga corta –a pesar del frío que hace hoy–, de turistas enrojecidos por el sol –pues las playas ya están a tope–, de matrimonios italianos que se han escapado del horror berlusconiano, de caras oscuras de origen asiático, centroamericano o magrebí, o de los habitantes de los barrios periféricos que se expanden estos días por el centro como si les hubieran sacado a todos y a la fuerza de sus casas, por la Rambla hasta el puerto, y luego por el puerto hasta las playas y los chiringuitos frente al mar…¡Qué agradable!
Incluso los bares y restaurantes te hacen sentir extranjero, pues ninguno dura más de seis meses y es curioso ver como las franquicias se suceden una tras otra a cuál más hortera y espeluznante, pero no por ello menos interesantes y llamativas en cuánto fenómeno incomprensible que son de la modernidad. Y lo mismo podría decirse del misterio de los hombres estatua, siempre tan quietos en sus puestos, cuyas hileras llenan la Rambla, estos días trabajando a jornada completa. Y este sentirte extranjero, que tanto molesta a los que se creen dueños exclusivos de la ciudad, ¡qué bálsamo de felicidad es! ¡Qué sensación de vacaciones gratis y de libertad! Impaciente espero ya el Viernes Santo para ver esa otra cara de lo barcelonés popular y marginal que, como los toros, persiste a pesar de los intentos oficiales de erradicarlo: la procesión de los Macarenos de la Iglesia de San Agustín, que reúne cada año a la gente humilde del barrio y a miles de andaluces de la ciudad entera, en el mismísimo centro. Aquí palpita parte del barcelonismo más auténtico, con una mezcla de tipos que entroncan directamente con la alma histórica de la ciudad. Lástima que el arranque de la temporada taurina fuera el sábado pasado y no el próximo, pues seguramente nos habríamos ahorrado el bochorno de los antitaurinos, los cuales seguramente se habrían fugado todos a sus torres o se hallarían de viaje, sin venir a molestar con su intolerancia, su racismo clasista y sus cacerolas.
A los que no son de aquí, les diría: ¡vengan a Barcelona por estas fechas! Y no teman ser unos turistas, no tengan mala conciencia por ello: ¡acudan a los museos, a las tiendas, a las procesiones y a los toros! Gracias a ustedes, los barceloneses que nos hemos quedado podemos también sentirnos turistas, ¡y eso nos hermana! Además, no teman ver una ciudad falsa: todo lo contrario, se encontrarán con su realidad más estricta, sin los adornos culturales del verano y sin los barceloneses que normalmente les harían sentirse extranjeros. Aprovechen este secreto que yo les revelo: si de verdad quieren conocer Barcelona, no se lo piensen dos veces: ¡háganlo por Semana Santa!
1 comentario:
Su curioso punto de vista me ha puesto en alerta: ser turista en mi propia ciudad! mmm... interesante... Si usted es turista, el otro turista es el verdadero autóctono de mi ciudad, y éste a la vez es turista en su propia ciudad, y yo autóctono en helsinki?
mmm... interesante...
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