viernes, abril 14, 2006

Día de playa

Hoy he ido a la playa. ¡Qué sol! Para pasar el día entero. En el club del que soy socio (el Club Natación Barcelona) había poca gente, otra gran ventaja de la Semana Santa, todos están de vacaciones. ¡Qué alivio! El mar era aún de invierno, con olas largas y algo de “llevant”, que es el viento que suele traer suciedad (el bueno se llama “garbí”, y cuando sopla, parece la Costa Brava, de limpia que está el agua…). Cómo suelo hacer cuando voy al Club, he dirigido mis pasos a la orilla dónde las olas rompen. La arena estaba planísima, pura alfombra, una caricia para los pies. La temperatura del agua, ligeramente fría, despertó mi euforia como es propio que ocurra, por simple reacción sanguínea.

Allí me he encontrado con Bastides y Mercadal, dos buenos amigos que viven uno en la Barceloneta y el otro en la calle Ampla, y que suelen pasear por la arena mojada cada día del año, haga frío o calor, sol o sombra. Es un placer acompañarlos y escuchar sus comentarios sobre los últimos acontecimientos locales e internacionales. Conozco desde hace años a estos dos señores –ambos juntos superan los ciento cincuenta años–, verdadera reliquia de los viejos tiempos. Creo que mi padre ya paseaba con ellos cuando aún frecuentaba el Club. Lo más divertido del caso es que son futurólogos, es decir, les gusta hablar del futuro –simples aficionados, ellos dicen. El uno es zapatero y tiene un taller en la Barceloneta, y el otro es un médico jubilado que ahora se entretiene haciendo astrología. Cómo es fácil comprender, su compañía es de lo más entretenida.

El tema del día se centró en la goleada del Español al Zaragoza, 4 a 1, ¡y Copa del Rey! Hay que comprenderlo: Mercadal es “periquito”, mientras que a Bastides el tema le importa un pito. De ahí la insistencia del primero, ante la indiferencia del segundo.

Por cierto, la playa ya estaba bastante llena. Normal, con el día que hace hoy. El “coté gay” todavía no estaba en su apogeo de temporada, pero ya empezaba a mostrar esos cuerpos de señores cincuentones, gordos y desnudos, en busca de sol y culitos jóvenes. Miré si por casualidad estaba mi amigo Luca repartiendo números –se encuentra estos días en Barcelona-, pero ni rastro. Luego, la playa empezaba a mostrar sus facetas tan interesantes de colorido cosmopolita, con grupos de turistas mezclados con familias de inmigrantes, hasta llegar al sector de las señoras mayores con los pechos al aire. Busqué a doña Eulalia, más conocida como La Layeta, que suele cantar mientras se baña en el mar, generalmente jotas y alguna copla española, con grandes alaridos que se oyen en un radio de ciento cincuenta metros, pero era ya demasiado tarde, pues normalmente va por las mañanas a primera hora. Así alcancé el monumento aquel de cubos superpuestos que es un homenaje al “quart de casa” (los minipisos típicos de la Barceloneta, de 25 metros cuadrados). Cómo siempre, estaba rodeado de bañistas tomando el sol, cosa que nunca he entendido, pues por la noche es el lugar favorito para los meadores nocturnos y allí también paran grupos de mendigos reunidos para vaciar sus “breaks” de vino, amén de muchos paseadores de perro, de modo que a la madrugada el sitio apesta. ¿Será por los servicios de limpieza de la mañana, que vacían cada día la arena de papeles, latas, colillas y bolsas de plástico? Todo es posible. Pasado el monumento, viene el rincón más popular, ya tocando el Paseo Marítimo, por lo general lleno a tope de toallas y gente tomando el sol.

¡Qué gusto!, pensaba viendo a aquella turbamulta tan relajada y ajena a los estreses urbanos. Pensar que en aquel momento la ciudad seguía funcionando, con sus atascos y sus malos humores, daba aún más relieve a la aureola de paz y felicidad que se respiraba en la playa. Además, el origen popular de los bañistas, muchos de ellos nacidos en rincones de lo más disparatado del planeta, daba un plus de interés al paisaje, pues los colores se mezclaban con las lenguas habladas y las mismas gestualidades, todas tan diferentes. Y sin embargo, el amor al sol, al mar y a la playa, más el detalle de ir todos desnudos o casi desnudos, nos unificaba en un impresionante abrazo democrático, con un consenso implícito hacia el más elemental sentido de la libertad, ese que consiste en que cada uno haga lo que le da la real gana. Pensé que aquella playa popular era un lujo conocido sólo por los barceloneses más humildes, pues los que podían no dudaban en largarse a segundas o terceras residencias, y a playas según ellos más limpias. Eso me hizo pensar que aquellos que más gozaban de la ciudad eran por lo general sus habitantes pobres, pues los ricos sólo la usaban para ir al trabajo más sus actividades de promoción y comadreo. Si algo unía de verdad a la ciudadanía entera, era lo de mirar la tele en casa. Bueno, así pensaba cuando llegamos al pequeño rompeolas que separa la playa en dos antes de llegar al puerto olímpico, y dábamos la vuelta de regreso al Club.

De vez en cuando, nuestras miradas se iban hacia una u otra jovencita que mostraba sus gracias al viento. Recuerdo que mi padre, que era médico, solía acercarse a alguna de estas señoritas, por lo general a las extranjeras que entonces se ponían como langostas sin protegerse del sol, para advertirles de la gran peligrosidad de los rayos solares. Lo llamaba “hacer buenas obras” pero en realidad era un truco para ver de cerca los atractivos de las advertidas, aunque en aquella época aún no se estilaba el “top less” de hoy en día. Esta costumbre la sigue practicando el doctor Mercadal de vez en cuando, para asombro de las bañistas así abordadas, que no entienden qué carajo les está diciendo aquel viejo, y con grandes sonrisas de los presentes, que conocen el truco de sobras.

Al volver a pasar por el monumento al “quart de casa”, Bastides hizo referencia a las elecciones italianas, con un procentaje tan alto de votantes. Aquel dato le sorprendía, ya que no cuadraba con el perfil frívolo que solemos tener de los italianos –prejuicio que se justifica por el gusto que tienen (al menos la mitad de ellos) por políticos cínicos y espectaculares como Berlusconi. Decía el zapatero que si algún mérito tenía el “cabaliere” era despertar el interés político de los ciudadanos, aunque fuera a base de hacer payasadas. De lo que Prodi tal vez se haya aprovechado, al sacar de sus casas a un 80% de votantes. Yo comenté mi teoría sobre esta tendencia de las poblaciones a no estar nunca de acuerdo y a buscar el empate, haya lo que haya por escoger. Algo que ligaba con el ideario de los dos futurólogos, que preveían una fragmentación cada vez mayor de las sociedades europeas. Tema que ya habíamos tocado en otras ocasiones.
Llegamos finalmente al Club y nos despedimos. Quedamos en vernos al día siguiente, si el tiempo acompañaba. Los vi alejarse caminando despacio como dos sabios antiguos hacia dónde la playa termina, allí dónde los activistas de la ciudad están construyendo lo que será un hotel emblemático. Una estampa, la de los dos viejos, que me gustaría no se perdiera nunca de mi retina. Luego me tiré a la piscina y subí para las duchas. Estaba sonando el himno –cada día, a las dos de la tarde, suena el himno del Club para recordar a los socios la hora, para muchos la de comer– y era hora de ir pensando en vestirse. Luego dirigí mis pasos a un restaurante de la Barceloneta dónde pedí el menú. Pero aquí termina, en el retablo de mi blog, este maravilloso día de playa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo señor Rumbau que acaba de inaugurar si saberlo(o quizás ya lo sabe de hace años) " la aristocrácia popular" ( AP, sin que esto tenga nada que ver con el infausto recuerdo de Alianza Popular) Esta nueva clase social a la que usted y parece que sus buenos amigos playeros pertenecen eleva a la máxima categoría sus teorías del doble, pues es en la paradoja y el contrasentido que mejor se expresan y se potencian. Lo celebro y gracias por dejarnos pasear por la playa unos pasos atrás escuchando las disertaciones de eminentes Aristócratas populares.

Anónimo dijo...

Me sorprende su visión de la playa barcelonesa. En mi memoria guardo de ella un recuerdo más bien cochambroso, una especie de basurero público dónde se solía tirar de todo. De pequeño, recuerdo las ratas y los condones flotar en el mar, y allí se solían encontrar los cadáveres de los que morían asesinados por la noche. Ya sé que ha cambiado desde entonces, pero no tanto como me lo pinta. Yo soy de esos que tienen casa fuera, con mucha honra. Me gusta hacer cola los domingos con el coche, así he podido aprender inglés, aprovechando las horas con un minicasete y unos auriculares. ¿Lo ve, como no todo es tan negativo? Bueno, celebro que se lo pase tan bien en su ciudad. Yo prefiero largarme lejos de ella. No soporto sus pestes a cloaca ni sus humedades corrosivas. Por ejemplo, los olores a escarabajo que hacen los bajos de la Barcelona. Puaf! Por mucho que lo idealice, no logrará convencerme. No por ello dejo de desearle una buena Semana Santa en su ciudad de los turistas. Cordialmente

Un barcelonés de los que se van.

Anónimo dijo...

No comprenc el seu interès en destacar les bonances del turisme. Francament, crec que es tracta d'una indústria de les que més polueix, i la platja de la Barceloneta no és cap ideal de platja, allà hi va de tot, i la veritat és que pefereixo les platjes més tranquiles d'altres llocs amb menys gent. Una vegada hi vaig anar cap al vespre, i no vegi com estava de porqueria... I els bars, amb un soroll... El felicito, però, pel seu blog, molt entretingut