Si los periódicos no mienten, en Italia ha ganado de nuevo, y con mayoría absoluta, Silvio Berlusconi. Aquí en España, que acabamos de votar “útilmente” a Zapatero en un ejercicio de responsabilidad cívica, no nos entra en la cabeza que este personaje tan impresentable y marrullero, maestro de la manipulación, haya conquistado el corazón de la mayoría de los italianos.
Lo quise comentar con mis amigos de la playa, viejos conocedores de la política italiana, a la que suelen dar mucha importancia. Y Bastides, cómo siempre, respondió a mi desconcierto con palabras sensatas no exentas de una cierta ambigüedad:
- Mira, Rumbau, lo de Italia es grave pero no tanto, si lo vemos desde determinadas perspectivas. Tienes razón en lo que dices de Berlusconi, pero piensa que en situaciones de acoso civilizatorio, como en el que parece que se encuentran los italianos, es lógico que hayan optado por la prudencia conservadora, al votar al mal conocido, protegiéndose de un “bien” desconocido del que sólo les ha llegado una música más bien triste y apagada. Así ha sonado la melodía de Walter Veltroni. Pese a su empeño en “norteamericanizarse”, el exalcade de Roma ha hecho una campaña carente de nervio, determinación y largo alcance civilizatorio. Ante el futuro incierto y tambaleante que ofrecía, la sordidez mediática y chirriante de Berlusconi, pregonada a bombo y platillo, se ha impuesto por goleada, sin que la izquierda, en esos años de gobierno, haya movido un dedo para sacarle la más mínima parcela de poder mediático.
¡Caramba!, me digo al escuchar estas tremendas palabras. ¿A dónde querrá conducirme Bastides?, me pregunto algo alarmado. Continuó el futurólogo del siguiente modo:
- ¿Es ello muy negativo? Lo es, desde luego, pues no está el horno para bollos ni los países se pueden permitir paréntesis de decadencia tan largos, pero piensa también que los italianos no tienen un pelo de tontos –o tal vez muchos, dirán algunos, pero yo no lo creo–, y su capacidad de respuesta en los momentos críticos es bien conocida –fíjate en el fútbol, especialistas como son en remontar partidos al último minuto. De modo que es posible que un sexto sentido les haya dicho: “sigamos con nuestra caída al vacío, guiados por un payaso que nos explica chistes por televisión, algo que la mayoría agradecemos y valoramos, al ser nuestra idiosincracia tan dada a la ligereza festiva, y cuando llegue el momento de levantarse porque se ha tocado fondo, ya votaremos a los Veltroni de turno, que sin duda vendrán más preparados y con urgencias más llamativas”. Así debieron pensar la mayoría de los italianos, orgullosos en su desprecio a la inteligencia y muy ufanos en defender unos tópicos que luego suelen vender a los turistas convertidos en vistosos “souvenirs”.
- Pero si la caída resulta tan dañina como se prevé, igual les cuesta mucho levantarse y reaccionar… –le increpo.
- Nunca se sabe, Rumbau. Hace tiempo que con Mercadal estamos viendo un colapso acercarse. No sé si habrá uno o serán varios seguidos,o una cascada de colapsos en aumento galopante o menguante, pero sin duda están al caer. En cierto modo, hasta que en Europa y en el mundo rico occidental no se haya vivido en carne propia un colapso de los de verdad, poco hay que hacer en materia de políticas civilizacionales. Quiero decir, que poco importa que los gobernantes sean más sensibles, aptos, honrados y bienpensantes, si sus políticas coinciden todas en lo esencial. Claro que para la vida cotidiana y los pequeños detalles de la convivencia y de la vida familiar, un Zapatero es mil veces más agradable que un Aznar o un Berlosconi: ofende menos la sensibilidad ciudadana y garantiza unos derechos que éstos últimos gustan de pisar con desprecio. Pero visto con la distancia de una observación crítica civilizatoria, las decisiones importantes deberán llegar de abajo a arriba, pues los políticos por definición están discapacitados para ello, atrapados por los intereses y los equilibrios de poder. Y en esta labor de base, puede que los italianos estén aún más avanzados que los españoles, mira lo qué te digo.
- Tienes razón en eso, Bastides –repuso Mercadal, que se moría de ganas de intervenir, pues tenía también ideas propias sobre el tema–. Fíjaros que España es un país de nuevos ricos, con muy poca experiencia aún en democracia, lo que ha sido útil para su actual despegue, por la carencia de escrúpulos que esas situaciones requieren. Pero la verdad es que carecemos aún de base sobre lo que significa una sociedad de ciudadanos libres, con capacidad de decisión y con voluntad autónoma de los individuos. En estas labores, creo que los italianos están más bregados: carecen de nacionalismos, por ejemplo, pues lo de la Liga es más un movimiento de secesión y de independencia económica de unas burguesías ávidas, que un nacionalismo propiamente dicho. Y la vieja inercia de las Ciudades Estados se mantiene viva en el inconsciente italiano, cuya unificación como estado puede ser borrada al primer soplo. Y esto da a Italia unas ventajas de partida muy importantes. España podría remediar este atraso desarrollando el Estado de las Autonomías a todo correr, sin hacer caso a las ambiciones de las llamadas “nacionalidades históricas”, cuyos histerismos entorpecen la verdadera descentralización del país, y huyendo, desde luego, del todopoderoso centralismo madrileño, empeñado en ser la “España de todos”. Sólo así podremos alcanzar el nivel adecuado de respuesta en cuanto las crisis y los colapsos nos alcancen.
- ¡Vaya! –exclamo ante los comentarios de mis dos amigos– ¡De modo que la victoria de Berlosconi os ha dejado indiferentes!
- No es eso, Rumbau –repone Mercadal, siempre ansioso de mediar en las discusiones y hacer pedagogía–, sin duda Veltroni habría sido una baza más útil y digna para un país de tanta categoría como es Italia, pero la realidad es así de puñetera, y Berlosconi ha conseguido incrustrarse en el inconsciente de los italianos como un icono más de sus “gracias identitarias”, del mismo modo que aquí tenemos a los toros, la Virgen del Pilar, la Moreneta o la Guardia Civil, cuyos tricornios todavía venden en el mercado de los “souvenirs”. Fíjate que sus primeras palabras, tras la vistoria, fueron chistes machistas y bromas despectivas al femenismo zapateril. Y contra esto es muy difícil luchar, pues constituye algo muy arraigado, que toca fibras de mucha profundidad, y contra lo que sólo una campaña o una figura política de igual o mayor empaque podría hacer frente. La elegancia anglosajona de la que ha hecho gala Veltroni –sin responder, por ejemplo, a las pullas del contrincante– no ha sido capaz de enfrentarse al folclorismo mediático y barato pero muy arraigado en la mentalidad del italiano medio berlusconiano.
De cajón, pienso, admirado de la finura de pensamiento de Mercadal. Pero aún así, no me resisto a llevar la contraria a los dos futológos de la Barceloneta. Les digo:
- Está muy bien lo que decís, pero siguiendo vuestro mismo hilo de pensamiento, es obvio que una política descentralizadora como la de Zapatero permitirá a nuestro país alcanzar situaciones más favorables a los futuros inciertos de que habláis. Además, es evidente que políticas de medio ambiente y de acogida social de la inmigración ayudarán a largo plazo a reducir los impactos de las crisis inevitables.
- Por supuesto, por supuesto, no hay que confundir la velocidad con el tocino –contestó Mercadal, con muchas ganas de darme la razón–, Zapatero es una ganga y una garantía de calidad democrática y social, por decirlo de alguna manera, pero ya ves la realidad de Europa, con políticos que parecen más cercanos a Berlosconi que a nuestro primer ministro. Aunque no olvides que en esta materia de la descentralización, en Italia sucede lo contrario que aquí: la izquierda es centralista, y la derecha sueña con descomponer el país. Mira, lo importante es atenerse a las realidades, que no son nada halagüeñas, y ver por dónde van los tiros. Ya sabes que ésta es nuestra ambición, observar el futuro con la máxima objetividad, algo imposible a todas luces, pero de lo que no desistimos. Y la verdad es que estos supuestos contratiempos introducen factores de imprevisibilidad que excitan nuestra atención sobre los tiempos presentes y venidores, o sea que no todo es tan negativo, al menos para nosotros.
Atónito por la argumentación del doctor jubilado Mercadal, escucho a Bastides intervenir del siguiente modo:
- ¡Pero no sólo es eso, Rumbau! En casos como el italiano se nos escapan muchas cosas que deberíamos tener en cuenta. Por ejemplo, el hecho de que Veltroni haya perdido pero cosechando un buen número de votos que, sin alcanzar la mayoría necesaria para gobernar, sí muestran una inclinación del electorado hacia posiciones de mayor pragmatismo político. Es lo mismo que ha ocurrido en España con el PP y su no victoria (su famosa y “pírrica derrota-victoria”), que le ha dado un incremento mayor de votos que el recibido por el PSOE: esos muchos millones, aún sin ganar, pesan lo suyo y no está mal la presión que ejercen y seguirán ejerciendo. Pues con los votantes afines a Veltroni pasa lo mismo: han perdido, cierto, pero no se quedarán de brazos cruzados, pues a nadie le gusta que le pisen sus derechos, y menos a los italianos. De modo que hablar de victorias y derrotas es importante pero tampoco tanto. Digamos que el poder ha pasado a manos del magnate televisivo, hecho indiscutible, de modo que sus chanchullos seguirán en aumento con el beneplácito de su mayoría electoral, empeñada en aplaudirle las trampas, pero la sociedad seguirá moviéndose por derroteros propios e impredicibles, y por caminos de vitalidad más interesantes de lo que nos imaginamos.
Me doy cuenta de pronto que los dos futurólogos tienen uno de esos días “pesados”, en los que les gusta alargarse con alambicados razonamientos de difícil digestión. Será el tiempo, pienso, con nubes y más frío de lo normal. Y pensando en el sufrido lector bloguero, decido detener aquí esta crónica, con la esperanza de continuarlo en una próxima ocasión.
1 comentario:
Gran crisis la italiana. Aunque igual nos han vendido la moto algo exagerada de Berlusconi = gran delincuente. Pues extraña que tantos italianos se dejen engañar por alguien con tanta fama redomada de tramposo. ¿O será que a los italianos les gusta ser engañados?...
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