lunes, octubre 02, 2006

La cámara digital o el doble ojo


Querido Bloguero, hace tiempo que quiero comentar unas reflexiones que me vienen en mente al ver a los turistas cámara en ristre disparando contra cualquier objeto, casa o monumento, susceptible de ser visto o por lo menos retenido.

Lo veo y me asombro, como todo el mundo, de lo que a todas luces parece una banalización del mirar, que se sustituye por obra y gracia de la óptica digital en un apretar botones mientras se pasa con indiferencia ante el objeto retratado.

En eso coincido con muchos analistas y personas normales de la calle, amén de sociólogos y filósofos, que opinan todos de igual modo: esta manía fotográfica de lo digital no es más que un perverso derivado del consumo, que banaliza todavía más el viaje y lo acaba de vaciar de cualquier sustancia. En eso estamos todos de acuerdo.

El asombro crece aún más cuando el que actúa con la cámara digital no es el vulgar turista, sino soy yo mismo, haciendo más o menos como los demás, sin darme cuenta de lo que hago, impulsado por idéntica compulsión retratista, para acumular luego fotos en el ordenador sin contención alguna.

Pero, ¿qué ocurre?, me pregunto, o mejor, ¿qué nos está ocurriendo? –pues pocos son los que escapan a estas inclinaciones de la vida moderna.

Mejor no hacer la pregunta a ningún fotógrafo profesional de los de antes, es decir, de los que trabajan todavía con celuloide, pues su respuesta suele acabar con apocalíticas afirmaciones de fin del mundo. Heroica especie en extinción, esos artistas de la fotografía mantienen en alto la calidad de la imagen a base de ingentes sacrificios y sufridos ataques de cólera.

Yo tengo una teoría que explica el fenómeno: la cámara digital es un segundo ojo que llevamos todavía en las manos, a la espera de poderlo llevar implantado ya sea en la frente, en la punta de la nariz, en el agujero del mentón, o en los mismos párpados de ambos ojos. Lo que los millones de turistas y usuarios hacen en la actualidad es empezar a acostumbrarse a la doble visión: mientras una piensa, mira y calibra, la otra fija y retiene. Al ser un entreno, un aprendizaje puro y simple, no importa lo que se retrata: lo que cuenta es la frecuencia de la fijación: cuántas más mejor, para así empezar a usar la memoria doble. Lo hacemos sin darnos cuenta, del mismo modo que aprendimos de niños a caminar sin saberlo, a hablar o a respirar. Ver y mirar se aprende del mismo modo.

Según esta teoría, cuántas más fotos se hagan y cuánta más indiferencia exista respecto a lo fotografiado, más se practica el ejercicio de la doble visión. Fíjense en el proceso: uno pasea, ve algo, algún detalle de ese algo le da indicaciones de que podría ser interesante, en vez de entretenernos en valorarlo, sacamos directamente la foto, nos hemos ahorrado tiempo y una atención superflua respecto a algo que quizás no merecía esta atención, y mientras sacamos la o las fotos, podemos seguir pensando en lo que llevábamos en la cabeza al ver el objeto, o charlando con quién nos acompaña, etc. ¿Qué ha pasado? Pues que hemos podido hacer dos cosas a la vez: mantener nuestra actividad mental o parlante mientras a la vez fijábamos imágenes que después, en el ordenador, podremos remirar en un tiempo corto. Hemos ganado intensidad de nuestro paseo y amplitud de nuestra percepción, más la posible utilización de las imágenes que nos parezcan interesantes o útiles para lo que sea.

Fíjate, querido bloguero, que según esta teoría, la orgía digital fotografiadora, además de ser una perversidad derivada del consumo (eso no hay quién lo discuta), es también un ejercitarse en la doble visión. ¿Os parece poco? Yo lo veo casi revolucionario –reconozco que es una actitud un poco postmoderna, pero no la veo equivocada.

Pues el ver doble es un primer paso al ser doble, y ser doble es un requisito para distanciarse de las cosas y de los problemas. La distancia del objeto de observación, indispensable para intervenir en él, exige indiferencia emocional respecto al mismo, es decir, capacidad de abstracción. Abstraerse del problema es alejarse del mismo, verlo con ojos fríos de matemático –o de turista fotográfico digital–, apartar las confusiones sentimentales que rodean el problema y ceñirse a los hechos, a las variables, a los condicionantes, a los contextos y a las circunstancias. Cómo al matemático, lo que nos importa no es la solución de “aquel” problema, sino la de todos los que se parecen a éste en concreto.

Por lo tanto, y para acabar ya con esta reflexión, cuando veamos a los turistas con sus cámaras digitales disparar sin ton ni son sobre todo lo que se le cruza –o cuando nosotros hagamos lo mismo visitando Roma, París, Reus o Londres–, no hay que alarmarse ni sentir mala conciencia: simplemente estamos aprendiendo a ver doble.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es ninguna idea nueva la suya: la cámara como un segundo ojo. Así se ha considerado siempre. Pero verla actuar con esta compulsión del día a día de los turistas, eso si es nuevo. Y aquí sus reflexiones vienen al caso. Adónde nos llevará? No lo sé. Su optimismo es alegre, pero no sé si objetivo. En todo caso, siempre es mejor reir que llorar.