viernes, octubre 13, 2006

DOBLE PROGRAMA EN LA PUNTUAL

Durante este largo fin de semana, La Puntual presenta un doble programa titiritesco la mar de interesante, el espectáculo Caramante, de Eugenio Navarro (director y titiritero residente del teatro) y el Mamulengo de Chico Simoens, de Brasil. Dada mi condición de “crítico residente” de La Puntual, procedo a cumplir con mis obligaciones, comentando ambos títulos que pude ver el día de su estreno, el jueves 12 de octubre, a las 18h i 20h respectivamente.


CARAMANTE es el segundo espectáculo creado por Eugenio Navarro con texto de Miguel Vigo y dirección escénica de Magda Puyo. El primero fue Trinoceria, que pudo verse durante la temporada anterior en La Puntual. Un equipo que permitió a Eugenio Navarro asentar el personaje de Rinaldo, al otorgarle suficiente sabiduría escénica de tonos, ritmo, movimientos y contenidos. Los que conozcan Trinoceria, ya sabrán de la gracia de los textos de Miguel Vigo, perfectamente ajustados a la personalidad de Rinaldo, ese títere tramoyista que gusta metamorfosearse en actor, convertido en uno de los más entrañables antihéroes del actual teatro de títeres. Igualmente reconocerán la fineza de la mano escénica de su directora, Magda Puyo, que ha sabido tratar a los títeres con el mismo rigor con el que trata a los actores.

Es importante destacar, a estas alturas, una obviedad que tal vez lo sea para mi pero no tanto para el público en general, y que se refiere a la siguiente pregunta respecto a la personalidad de Rinaldo: ¿quién es en realidad este muñeco a veces impertinente y otras entrañable, culto e inculto a la vez, ocurrente, chistoso, ingenuo y mala pata, héroe aguerrido de vez en cuando y pragmático escéptico-burlón la mayor parte del tiempo? Pues nada más ni nada menos que el “alter ego” de su creador y manipulador, el titiritero Eugenio, que proyecta en él una parte de sus lados ocultos titiritiles, cumpliendo con la teoría que dice que los títeres son la proyección o el desdoblamiento de quién los mueve. Eso es lo que explica la comodidad que siente el manipulador dando voz y movimiento al personaje, así como su fantástica capacidad de improvisación, con los gags y las ocurrencias que se permite hacer durante la representación.

Parece poco, y es mucho, pues nada hay más importante y difícil que llegar a desdoblarse de verdad en un personaje que a la vez es un títere. Cuando ello sucede –suele ocurrir en la madurez del oficio–, se dice que el titiritero alcanza su mayoría de edad y se convierte en “maestro”. Pero para que ello ocurra, no todo vale. No siempre el milagro sucede, aunque uno lo persiga. Hace falta entrar en la “humildad del oficio” y dejar que el fenómeno surja por si mismo, casi de escondidas del mismo titiritero. Yo creo que en el caso de Eugenio, Rinaldo nació con la piel de otro personaje, el Policía López, perteneciente a un anterior espectáculo de La Fanfarra (“Malic Enamorado”). Aquí pescó la “voz” del personaje, lo más importante, la base más íntima de su personalidad. Y acabó materializándose en Rinaldo gracias al feliz encuentro entre dos socarrones de armas tomar: el mismo Eugenio Navarro y el letrista Miguel Vigo. Captó éste de inmediato el “espíritu” de la voz que Eugenio le quería dar al personaje y luego todo fue coser y cantar. Los textos de Vigo son una auténtica delicia, llenos de equívocos y de juegos de palabras todos ellos sin desperdicio alguno. Lástima que este escritor se haya entregado sólo al periodismo, negando al teatro y a la literatura sus dotes naturales.

El humor socarrón de Trinoceria vuelve a aparecer en Caramante, aunque dulcificado por el lenguaje de las sombras chinescas. Habría que hablar aquí de otra aportación importante a sumar al equipo técnico y dramatúrgico. En efecto, Eugenio buscó para este espectáculo a un asistente joven y audaz, capaz de atreverse con el lenguaje visual de las sombras, y lo encontró en la persona de Jaume Grau, joven actor interesado en los títeres que en aquel entonces se hallaba en los inicios de su carrera. Artífice de algunos de los trucos técnicos del espectáculo (en el programa firma la iluminación, luces y tramoya), su contribución al mismo fue importante, y el dúo Jaume/Eugenio, réplica del anterior dúo Pol/Eugenio de Trinoceria, se contituyó en el encargado de pasear la obra por el mundo.

Para su reposición en La Puntual, se estrenó como asistente sombrista el joven titiritero Néstor Navarro, que manipuló las siluetas con mano diestra y serena, sin fallar en el ritmo y con una excelente gestualidad en el manejo de mandos, luces y siluetas. Iluminó con precisión y recibió merecidos aplausos del público y varios bravos. A destacar una presentación que hizo del espectáculo, precisa y simpática, sin parloteo inútil y con correcta dicción. Es decir, entró a matar y mató bien.

Caramante destaca por la originalidad de su planteo argumental, pues en él Rinaldo se ve inmerso en el extraño mundo de las sombras delimitado por una estricta pantalla de sólo dos dimensiones espaciales, convertido, como él mismo dice, en una simple “calcomanía”. La obra escenifica sus aventuras en este medio misterioso y desconcertante, que requiere la ayuda de un mago para salir de él. Una aventura que lo llevará al mar navegando dentro de una bañera, para caer luego al fondo marino dónde conocerá a una sirena cantante de cabaret. Muy buena la idea del cabaret oceánico y su entrada a través de una caracola. Rinaldo conocerá el amor a primera vista, pero pronto verá como su amada se va con uno más joven y guapo. De salto en salto de una dimensión a otra, acaba, en un alarde de genial transferencia surrealista, en el interior de una ensalada, siendo tratado como un bichito por los que se la están comiendo sentados en una mesa. Pero la escena más llamativa y que hace las delicias del público, es cuando Rinaldo penetra en un espacio mágico y pesadillesco, para el que es necesario ponerse una gafas que los espectadores tienen en las manos: color verde en el ojo derecho, color rojo en el izquierdo. El resultado es una visión en tres dimensiones que abre el espacio de la pantalla a toda la sala, en un espectacular efecto que parece de super alta tecnología, realizado con unas simples gafitas de papel.

En resumidas cuentas: un gran pequeño espectáculo, hilarante y entrañable, indispensable para conocer a un onírico Rinaldo en sus facetas más íntimas. Por cierto, ¿para cuándo una nueva aventura de Rinaldo? Dijo Eugenio que había acabado con él, pero dudo que pueda. Esos personajes que viven por si mismos tienen vida para largo rato y no se dejan enterrar tan fácilmente. ¿Por qué no acercarse a Andorra y liar de nuevo al errático Miguel Vigo con alguna buena idea de partida? Sobretodo ahora que Rinaldo dispone de teatro propio…


EL MAMULENGO DE CHICO SIMOES.

Dentro de su intención de presentar diferentes maestros titiriteros solistas del mundo, La Puntual ha presentado estos días al “mamulengueiro” Chico Simoes con el espectáculo “O Romance do Vaqueiro Benedito”.

Hay que explicar, antes que nada, que “Mamulengo” es el nombre que se da al teatro de títeres popular de Brasil, que todavía se mantiene con vida gracias a titiriteros como Chico Simoes, aunque cada vez son menos los maestros dedicados a este arte tradicional.

Había ya visto una vez Mamulengos en un viaje a un festival de Brasil hace muchos años (en Nova Friburgo), y la verdad es que no me acordaba demasiado del espectáculo. De ahí mi interés en ver de nuevo a un maestro brasileño, anunciado como uno de los mejores.

Debo decir que ver actuar al Mamulengo Presepada (“fanfarrón” en portugués, nombre de la compañía) de Chico Simoes fue una auténtica gozada, una delicia y un reencuentro con la mejor vena de la tradición titiritera de toda la vida, esa tradición de cuyo común tronco han nacido los teatros-personajes (pues ambos son indisociables) de Pulcinella, Punch, Polichinelle, Aragosi (en Egipto), Cristobita, Don Roberto, Petrushka, Kasperl, Mobarak (en Irán) y tantos otros que existen por las geografías del mundo. Y la verdad es que fue una gratísima sorpresa, pues recordaba al Mamulengo más “hablador” y menos “habilidoso” en sus evoluciones escénicas.

Chico Simoes es realmente un “maestro” de los de verdad, a una altura comparable a la de los Pulcinellas de Bruno Leone y Salvatore Gato, al Don Roberto de Joan Paulo Cardoso, o a los mejores Professors of Punch and Judy que he conocido a lo largo de mi vida titiritera. Y si he hablado de estos nombres es porque la teoría que dice que todos estos teatros surgen efectivamente de un mismo tronco común vital, se cumple al pìe de la letra viendo a Chico Simoes con su teatro, moviendo sus muñecos y dándoles vida con la voz y con la música de una armónica que toca mientras manipula. La vitalidad del más refinado arte titiritil está en este Mamulengo rápido y preciso, con gestos exactos, rutinas coreográficas magistralmente interpretadas y bien punteadas por la armónica y los golpes percutivos de pies, manos o de los mismos muñecos. Las persecuciones y los juegos entre los títeres son impecables y sin abuso de la reiteración, todo medido por un sentido espontáneo y preciso de ritmo y sonido.

Pero dónde la faena se eleva aún más hacia las altas cumbres del buen arte titiritil es en los cambios de voz y en la definición de los personajes, con una excelente capacidad rítmica de la improvisación y del “parloteo musical” que convierte la función en un constante desternillarse de la risa. Chico Simoes hace hablar a sus personajes con los espectadores a través de equívocos y de juegos constantes de palabras, con lo que se mete rápidamente al público en el bolsillo.

El argumento es de lo más sencillo y de esa sencillez es de dónde se destila la feroz vida de los personajes, algunos dotados de una flema jocosa y socarrona, otros atrapados por el puro nervio vitalista de la más extremada síntesis teatral. El Vaqueiro Benedito es de estos últimos, con su torito clásico que permite un sinfín de juegos y rutinas coreográficas (con pedo incluído). Muy cerca según cómo de la “tourada” del Don Roberto, y a la vez muy distante de la misma, libre de la compulsión tauromáquica tan típicamente ibérica. Se nota que proviene de un país grande dónde confluyen tradiciones de varios continentes, y dónde se percibe el “relajo” de una cultura de “gran aliento”.

La historia del amor de Benedito con Margarida proviene del fondo milenario y sintético de la tradición titiritil amorosa: todo pasa a una velocidad de vértigo, y la consecuencia de estos amores es el inevitable bebé, que sea mea, mea a los padres y mea al público. Un tema emparentado con todas las tradiciones del género (recuerden al bebé del Punch, de Pulcinella, de Karakoz …). Destaca el personaje del Capitao Joao Redondo, padre de Margarida, el “malo” de la historia, más preocupado por el toro que por la hija. Su aparición propicia la de la Boa, que el público de La Puntual confundió con un cocodrilo, ocupando el mismo rol que éste tiene en el Punch and Judy así como el de los dragones y otros animales de boca grande que se abre y se cierra tragando todo lo que encuentra por delante. Cómo no, la Boa se come al Capitao Joao Redondo, y será finalmente el Vaqueiro Benedito, su yerno, quién lo sacará del apuro. Otro personaje interesante es el Bumba-Meu-Boi Estrela, así como el viejo negro cuyo cuello se estira dos metros, personaje éste de origen africano, según nos contó el titiritero al acabar la función. Igualmente impactante fue la aparición de una Muerte representada por la cabeza esquelética de una cabra, popular personaje brasileño muy utilizado tanto en los títeres como en su formato grande en los pasacalles de determinadas festividades locales. Se cumplió aquí también una ley propia de casi todos los teatros de títeres populares, de introducir al personaje de la Muerte en sus historias (aunque aquí adquiera nombre propio y pertenezca a un folclor concretro).

Ah, y tratándose de un titiritero brasileño, no podía faltar el baile: casi todos los personajes bailan y cantan en uno u otro momento, con exquisita gracia.

El teatrillo de Chico Simoes es elegante y a la vez popular, con unos elementos de bambú que le dan un aire alegre y arquetípico. Su sencillez es eficaz, no le sobra ni le falta nada, cómo así debe ser. Al acabar, pude ver por dentro el teatrillo y lo que más me gustó fue la maleta, repleta de fotografías y recuerdos de sus viajes, dónde el titiritero iba guardando uno por uno sus títeres.

Un placer y un verdadero lujo poder asistir en Barcelona a una representación de tan alto nivel, a cargo de un maestro de los de toda la vida, aún joven, para suerte suya, del público y del arte titiritil. No se lo pierdan. Últimas funciones: hasta el 15 de octubre, a las 20h. ¡Y por sólo 8 euros!

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