martes, agosto 22, 2006

La caída en picado del pasajero de avión.


Me acuerdo de niño cuando los aviones de línea eran caros y escasos, y se trataba al pasajero como si fuera un privilegiado al que se debía agajasar lo máximo posible. Supongo que la razón era más que nada para vencer el miedo natural a volar de la gente: gracias a un trato mimoso, se convencía a los que tenían que viajar que lo hicieran en avión. Más peligroso, pero más rápido y, sobretodo, un lujo.

Luego las líneas aereas se fueron consolidando, desaparecieron las líneas marítimas regulares, y volar se convirtió en habitual. El trato de mimo y privilegio se mantuvo, aunque ya rebajado por los primeros síntomas de normalización. El plástico empezó a substituir a los metales y al crital, y la comida bajó unos cuantos grados de calidad.

Ya sabemos lo que ha ocurrido en los últimos años: profusión de compañías de bajo coste, gran pelea por bajar precios y eliminación de todas las chucherías ofrecidas a los pasajeros (sólo se mantienen, rebajadas a lo estándar plastificado, para los billetes de primera clase). Muchas compañías ya no reservan asiento, se entra en los aviones como en un autobús, y los azafatos y azafatas nos tratan con alegre desparpajo y familiaridad, por no decir con el mayor descaro.

Pero la degradación en el trato hacia el pasajero de avión no sólo viene de las compañías. La elevaron a su máximo los terroristas del 11-S, que no dudaron en estrellarse contra las torres gemelas, importándoles un bledo la vida de los pasajeros así com las propias. Ante tamaña atrocidad, los estados, sobretodo los que están en “guerra contra el terrorismo”, no tardaron en sumarse a la campaña. Y así, para responder publicitariamente a los atentados o a las amenazas de ellos, no dudan en servirse de los pobres pasajeros de avión, tratándolos como a ganado a los que hay que martirizar siempre un poquito más. He oído relatos de viajeros que han volado estos últimos días, especialmente de aeropuertos británicos, y sus relatos son absurdos y kafkianos.

Otro síntoma de esta caída en picado de la condición del pasajero de avión, es la huelga de empleados del aeropuerto de Barcelona en plena campaña turística de agosto: miles de pasajeros quedaron abandonados en los fríos halls, muchos perdieron los vuelos, sus escasas vacaciones y, además, se quedaron sin maletas. A ninguno de los empleados se les ocurrió que con su protesta estaban hundiendo el verano a tantos usuarios. ¿Y qué?, debieron pensar, ¿acaso no son pasajeros de avión?

Sí, en tan sólo treinta o cuarenta años, constato con horror cómo se ha pasado del tacto mimoso al trato degradante. ¿ A qué se debe esta falta de respeto hacia el pasajero de avión? ¿Qué han hecho para merecer este trato? ¿Será un síntoma determinante de los nuevos tiempos que corren o se avecinan? ¿Un ejemplo o una consecuencia más de la masificación mundial?

El rico y el moderno antes viajaba y se movía mucho. Era el prototipo del “sportman” y se vanagloriaba de serlo. Ahora, viaja el proletariado: el turistico y el migratorio. Los ricos y poderosos se quedan en casa. Como máximo, se desplazan en sus yates o en sus aviones privados. Ahí está el lujo. Para las velocidades y las comunicaciones, ya está el Internet y la videoconferencia.

¿Quién querrá viajar en avión? Los titiriteros cómo yo hace tiempo que substituímos la furgoneta por el avión (lo que era un indicio de por dónde irían los tiros), y me imagino perfectamente a los futuros teatreros del mañana, los dedicados a los “bolos de batalla”, decirse entre ellos:

- ¿A dónde vas de bolo mañana?

- Yo a Singapur.

- Yo lo tengo en Hongkong, y pasado mañana en Ciudad del Cabo.

Mientras que la compañía de mayor éxito y con el caché más alto, dirá:

- Yo en la vuelta de la esquina, en la parroquia del barrio.

Seguro, seguro que será así…

1 comentario:

Redacción Blog dijo...

Sí, sí, razón tienes Kuriaky en lo que dices. La modernidad, para ser vivida, requiere cada vez menos inteligencia. Tontera de los dirigentes y de sus intérpretes. Pero, ai, no me resigno a dejar de utilizar los sesos, aún a fuerza de pasar por tonto y pedante. Eso poco importa, pero si conseguimos aclararnos en algunas cosas, bienvenidas sean las palabras, por muy torpes que sean. ¿No te parece?